jueves, 22 de octubre de 2015

Manifestación de taxistas


Me excita mucho ver imágenes en la que aparecen hombres desnudos entre gente vestida. Sobre todo cuando se trata de maduros gruesos que muestran sus velludas redondeces y sus sexos con toda naturalidad. Estos comportamientos no siempre tienen una directa connotación sexual. Aparte de la deliberada provocación, también se da el simple hecho de sentirse a gusto con el propio cuerpo y aprovechar las ocasiones de mostrarlo en libertad. Por otra parte, a los que disfrutan con ello se le detecta enseguida. O al menos yo así lo percibo.

Recuerdo que, no hace mucho, hubo una manifestación de taxistas. El lema de su queja era “Con el culo al aire”, lo cual picó mi curiosidad. Ya en la caravana que organizaron muchos de ellos iban con el torso desnudo. Al llegar al final de la marcha y una vez que dejaron los coches, en una plaza en la que los esperaban los medios informativos, un nutrido grupo se concentró para montar su número. Bastantes de ellos empezaron a soltarse los cinturones y bajarse los pantalones, que algunos hasta se quitaron del todo, quedándose en calzoncillos. En la euforia que se desata en estas actuaciones colectivas, mi atención se iba hacia varios tíos impresionantes, gruesos y velludos. Como expresión plástica de su protesta formaron una fila, se volvieron de espaldas y, para todos los que quisieran ver, fotografiar o filmar –entre ellos yo con mi móvil–, se bajaron simultáneamente los calzoncillos. Me fascinaron algunos culos de individuos maduros, gordos y más o menos peludos. Pero lo más interesante fueron las reacciones posteriores de alegría casi infantiloide por el eco de su exhibición, que de paso propiciaba palmadas y abrazos entre ellos. La mayoría, con los calzoncillos ya subidos, reían y comentaban el evento. Pero más de uno, joven o no tanto, lo recogió del suelo y, sin ninguna prisa por volverse a cubrir, lo llevaba en la mano mientras se movía por allí en desnudo integral.

De éstos me fascinó particularmente un cincuentón gordote y velludo, que era uno de los que más jaleo había armado todo el rato, y al que se le notaba lo a gusto que se sentía mostrándose en cueros. Llamaba la atención dando botes y volteando el calzoncillo con un brazo en alto mientras lanzaba consignas. Desde luego estaba muy bien dotado, con una gruesa polla que saltaba sobre los huevos en la peluda entrepierna. Hasta se daba manotazos en el orondo culo. Pese a que el ambiente se iba calmando y ya casi todos recomponían su ropa, el tipo seguía paseándose con un entusiasmo desbocado. Se notaba que disfrutaba haciendo notar su descaro y atrayendo las miradas de sus compañeros y del público. Le hice bastantes fotos, aunque prefería no perdérmelo en vivo. Desafiaba divertido las puyas que le soltaban: “¡Joer, tío, sí que le has cogido gusto!”, “Parece que quieras presumir”, “¡Culo gordo, tápate ya!”, “No te vayas a empalmar”, “Van a venir los antidisturbios y te van a dar con la manguera”. Él iba replicando: “¡Pa un día que se puede!”, “¿No has visto nunca a un tío en pelotas?”, “El que mira es porque le gusta”. Al fin fue cediendo y, sin perder el buen humor, se puso los calzoncillos mal encajados. Aún deambuló así en busca de sus pantalones mientras el grupo se dispersaba. Se los puso y, con el tetudo torso desnudo, que era como había llegado, fue en busca de su taxi. Lo seguí a distancia embelesado y hasta se me ocurrió tontamente apuntarme la matrícula y el número de la licencia. Como si volver a dar con él fuera más fácil que encontrar una aguja en un pajar. Pero en mis retinas –y también en mi móvil, que no paraba de revisar– quedó grabada la visión de aquel hombre que, sin complejos, aprovechó la ocasión para disfrutar de su desnudo en público.

Cosas de la vida, al cabo de unos días, salía yo de unos grandes almacenes del centro y, junto a la acera, había una larga lista de taxis. No era mi intención coger ninguno, pero tuve que pasar por su lado. Me dio un vuelco el corazón cuando, hacia la mitad de la fila, me pareció reconocer a aquel taxista, con el culo apoyado en el capó de su vehículo. Por supuesto que iba vestido, pero por más que me decía que era fruto de mi imaginación, a medida que me acercaba me convencía más de que era él. No pude resistirme entonces al impulso de aprovechar el azar y me quedé al acecho del lento desfile de los que iban delante. Pasé así más de media hora, nervioso con que me lo fueran a pisar. Cuando al fin quedó el primero, me precipité a tomarlo. Una vez dentro me saludó sonriente y se me ocurrió darle una dirección bastante alejada. “¡Vamos allá!” dijo él. Aunque su indumentaria ahora era muy diferente, los fornidos brazos velludos y el rostro simpático que veía en el retrovisor bastaban para evocarlo aquel día. Me decidí a sacar el tema. “Ahora que lo veo, usted me suena de algo”. “Igual de algún otro servicio”, dijo él. Hice como que pensaba y volví al ataque. “¿Estuvo en la manifestación de hace unos días?”. “Allí estaba, sí”. “Vaya fin de fiesta que organizaron ¿eh?”. Se rio. “¡Vaya que sí!… ¿De eso me recuerda?”. “Se destacó bastante”, dije procurando que sonara neutro. Rio más fuerte. “La verdad es que sí, pero me quedé a gusto”. “Así parecía”. Me miró por el retrovisor y argumentó: “¿Es que uno, porque sea mayor y gordo, no puede hacer lo mismo que los jovencitos y tíos cachas que hasta hacen calendarios para sacar dinero?”. “Si tiene toda la razón…”, lo azucé. “Además también me desquité de que el verano pasado me sancionaran por ir de servicio con pantalón corto… Me dije: ¡No quieren que enseñe pierna, pues ahí ves todo lo que tengo… y bien gordo!”. Ahora reí yo y lo jaleé. “¡Sí señor, bien dicho! … Y la verdad es que me resultó muy divertido”. Se le notaba satisfecho con su desahogo y me aventuré a decirle: “Saqué unas fotos… En algunas creo que sale usted”. “¿Ah, sí? Pues me gustaría verlas, porque las que han puesto en la prensa están censuradas”. Podía haber sacado el móvil allí mismo y, si acaso, haría un alto para mirarlas. Pero se me ocurrió probar con otra táctica y mentí. “¡Qué lástima! Precisamente hoy, al salir de casa, vi que estaba mal de batería y lo dejé cargando”. Hizo un mohín de disgusto y aguardé su reacción. Dijo lo que había esperado. “¿Vamos en dirección a su casa? Porque podía subir un momento para enseñármelas”. Como me había inventado la ruta, tuve que improvisar. “No, iba a comprar unas cosas… Pero no me corre prisa. Nos podemos desviar por aquí aunque demos un rodeo”. La cosa funcionó. “No se preocupe, que no le cobraré la carrera. Pero si no le es molestia que abuse así… Es que tengo curiosidad”. “Y yo también, ahora que lo he conocido”, concluí. En el nuevo trayecto el hombre siguió explayándose. “Yo es que nunca me he avergonzado de que me vean y hasta me divierte fijarme en las reacciones… Un amigo me dice que tengo cosas de maricón ¿pero qué tendrá que ver eso? Además, si a alguno le pone mirarme, pues que disfrute… Aunque con mis años y mi pinta no creo que eso pase mucho”. Aproveché para aclarar. “Mayor y robusto también se puede resultar atractivo…”. “Es posible… Y no crea… Como me gusta ir a la playa nudista, me doy cuenta de las miradas que me echan algunos… Las mujeres menos, porque a esas parece que le van más los flacos, pero tíos… ¡Pues muy bien! Y hasta lo agradezco, si le soy sincero”. “¡Claro, hombre! Es que hay demasiados prejuicios”, le seguí la corriente, encantado de la deriva de su locuacidad. “¡Y tanto que sí! …Mire, ya que es usted tan comprensivo, ni siquiera me he molestado si me han dado algún toque… Sin ir más lejos el otro día ¿cree que, con tanto jolgorio, no noté más de una intención en los abrazos y palmadas? Si hasta el culo me tocaban”. Se interrumpió riendo. “¡Hala, aprovechad la ocasión!, me decía yo”. No pude menos que exclamar: “¡Cómo me alegro de haber vuelto a dar con usted! ¡Es único!”. Halagado, aún siguió. “Ya ve ahora mismo… Voy con usted a su casa para que me enseñe las fotos en que salgo desnudo ¿Me importa por qué me las hizo? Para nada… ¡Como si quisiera hacerme más!”. Esto último no supe si tomármelo como un mero refuerzo retórico a su argumentación y preferí desviar la conversación a otro tema que también me interesaba conocer. “A todo esto va usted a perder la tarde de trabajo”. “De todos modos, ésta iba a ser la última carrera”. “¿Lo esperan en casa?”. “No, si vivo solo… Estuve casado hace tiempo pero no funcionó. Mi mujer me dejó por un tío flaco que si le soplabas se caía”, dijo riendo. “Yo también vivo solo”, dije a mi vez. “Lo suponía. No me iba a llevar a su casa para ver las fotos con familia por allí”.

Llegados al piso, tuve que hacer una maniobra de despiste para hacer ver que no llevaba el móvil encima. Le dije: “Voy a conectar el móvil al ordenador y así se verá mejor”. “¿Mientras, le importaría que pase por el baño?”, pidió educadamente. “¡Faltaría más! Es la primera puerta en el pasillo”. Y se me ocurrió añadir en broma, aunque en el fondo lo deseaba: “A ver si me va a aparecer en pelotas para dar más ambiente”. Soltó una carcajada. “Pues no sería mala cosa…”. Me temblaban las manos en las conexiones por si se le ocurría hacerlo. Agucé el oído para captar los sonidos: cisterna, grifo y un silencio esperanzador, que se cortó sin embargo cuando abrió la puerta. Seguía igual de vestido y pensé que me había hecho demasiadas fantasías. “¿Qué, ya está eso a punto?”. En el último momento había recordado que, de las fotos que saqué de la manifestación, en las últimas solo lo estuve enfocando a él y hasta algunas con zoom. Cuando yo me las veía me sabían a poco, pero ahora me daba cuenta del exceso descarado. No me daba tiempo sin embargo a expurgarlas e iban a pasar una tras otra. Solo me cabía confiar en que, dada la vena narcisista del taxista, la reiteración no le sorprendiera demasiado. Nos sentamos en dos sillas juntas ante la mesa del ordenador y yo había de ir pasando las fotos con el ratón. Se le notaba lleno de curiosidad y, pegado a mí, se tocaban nuestras piernas y más aún los brazos, por las mangas cortas de los dos. El roce de sus vellos me daba escalofríos, pero él parecía no apreciarlo. Pasé unas fotos del grupo enseñando los culos, que él comentaba alborozado. “¡Joder, qué colección!”, “Ese es el mío… Destaca ¿eh?”. Pero se convirtió en monotema desde el momento en que se quedó desnudo. Se le veía de frente, de atrás, de perfil, agitando brazo en alto los calzoncillos, en desplantes provocadores… Se reía encantado entrechocando conmigo y poniendo la mano en mi brazo. “¡Qué bien he salido! …Bueno, tal como soy”, “Sí que me hizo fotos”. Pero no había asomo de extrañeza en su voz. Quise despistar. “Iba usted tan agitado que alguna ha salido movida”. Él seguía a lo suyo. “Me lo pasé estupendamente”. Llegaron las del zoom, que enfocaban partes de su anatomía. Pese a mis temores, todavía le divirtieron más. “Qué Barrigón que soy”, “Pedazo culo”, “Mira la polla qué bien sale”. Y añadió: “No me esperaba yo todas estas…”. “¿Pero le gustan?”, pregunté receloso. “¡Claro que sí! Me alegro de que estuviera allí”. Aproveche para decir algo que hacía rato me venía rondando. “Creo que podemos dejar de hablarnos de usted ¿no?”. “Es verdad… La costumbre con los clientes”. “A estas alturas no me considero un cliente…”. Se rio dándome una cariñosa palmada en el hombro. “¡Desde luego, eres todo un amigo!”.

No quería que en este momento se creara una situación vacía que lo llevara a considerar llegado el momento de irse. Por eso dije: “Con esto de las fotos no se me ha ocurrido ofrecerte algo… ¿Te hace una cerveza?”. “¡Pues vale! Si no tienes algo que hacer”. “Yo no ¿y tú?”. “Para ver la tele en casa…”, contestó irónico. Traje de la cocina un par cervezas y dije: “No vamos a seguir ahí tiesos en las sillas… El sofá es más cómodo”. Nos sentamos y me gustó seguir allí juntos. Volví a sacar el tema de las fotos porque me rondaba por la cabeza algo que quedó flotando en el aire cuando se explicaba en el taxi acerca de que no le importaría si quisiera hacerle más. “Así que te ha merecido la pena ver las fotos ¿eh?”. “¡Claro! Ha sido muy divertido verme en acción”. Insistí. “Eso que no son de muy buena calidad… Lástima que no hubiese llevado mi cámara, que las hace mejores”. Pareció picar. “¿Tienes una cámara? ¿Y es buena?”. “Bastante…”, y añadí en tono neutro: “En interiores también salen muy bien”. Di en el clavo porque comentó: “Mira, pues de esas nunca me han hecho”. “¿Te refieres a como estabas en la manifestación?”. “¿Por qué no? Ya sabes que no tengo manías con eso”, contestó animado. Estaba poniéndomelo en bandeja, de modo que me ofrecí. “Hombre, yo si quieres…”. “Es que me haría gracia ¿No te importaría?”. Hube de controlar mi entusiasmo y dije: “No voy a ver más de lo que ya he visto”. Se le iluminó la cara. “¡Qué majo eres!”. Casi me abraza. No había más que decidir, de modo que dispuse: “Busco la cámara y mientras te preparas”. “¿Me desnudo entonces?”, preguntó casi incrédulo. “Se trata de eso ¿no? ¿O ahora te va a dar corte?”. “¡De eso nada!”, y ya se estaba soltando en cinturón.

Aunque trataba de mantener la sangra fría, estuve a punto de tirar una lámpara al  sacar la cámara. Él fue rápido porque, cuando volví a la sala, ya estaba completamente desnudo y hasta descalzo. La impresión de verlo allí fue desde luego mucho más fuerte que en la manifestación. Pero él sonreía como si tal cosa. “¿Vas a hacer muchas?”, preguntó. “Con estas cámaras digitales se puede hacer cientos”. “¡Hombre, tantas no!”, se rio. Se movió de un lado para otro buscando una ubicación. “¿Crees que saldré tan bien como en las de calle?”. “¡Hombre, mejor! …Como de estudio”. De pronto se me ocurrió una idea atrevida que no dudé en manifestar. “Me pasa una cosa…” dejé caer. Me miró intrigado y añadí: “Es que me siento raro contigo desnudo y yo vestido… Tal vez si te imitara…”. “¡Pues claro! Si estás en tu casa… Nos sentiremos los dos más cómodos”, dijo enseguida. Así que me desnudé rápido y con decisión para que no se me notara demasiado el temblor de las manos. Me observó satisfecho. “¿Ves qué bien? Si es como mejor se está…”. También bromeó: “Estás más gordito de lo que parecía ¿eh?”. “Así haremos menos contraste”, repliqué. La verdad es que me sentí más liberado, aun a riesgo de que, con tanto mirarlo, enfocarlo y retratarlo, mi cuerpo tuviera alguna reacción delatora. Pero hasta eso me daba morbo, por averiguar cómo se lo tomaría, ya que se había declarado tan comprensivo.

Puesto manos a la obra le sugerí: “Primero te haré unas de pie y luego, sentado… Todas con naturalidad, como si te cogiera por sorpresa ¿Te parece?”. Su naturalidad era lo suficientemente expresiva para que resultara provocadora de por sí. Ponía los brazos en jara o se agachaba con las manos en las  rodillas, de frente o de espaldas; miraba un cuadro de perfil, se desperezaba, ponía brazos y piernas en aspas, se apoyaba en una mesa… Luego se sentaba en una silla con las piernas cruzadas o separadas. Llegué a comentarle: “Pareces un modelo profesional”. “Ya veremos los resultados…”, replicó ufano. A veces no podía evitar quedarme mirándolo embelesado con la cámara bajada, lo que no le pasó desapercibido. Me pilló por sorpresa al decir: “Yo te gusto ¿verdad?”. Intenté una salida ambigua. “Hombre, si no me gustaras no estarías aquí”. “Quiero decir que te pongo”, explicó directo pero sin perder la sonrisa. “¿Por qué lo dices?”, pregunté ya atrapado. “Con la de fotos que me hiciste a mí solo el otro día lo he supuesto”, dijo sin inmutarse. “¿Eso te hace estar incómodo?”, pregunté ya en un tácito reconocimiento. “¡Para nada! Si ya sabes lo que pienso… Hasta me alegro, porque así las fotos serán mejores”. Acompañó con risas su última frase. Tranquilizado, y de paso más excitado, dije: “Entonces seguimos ¿no?”. “¡Por supuesto! No tienes porqué disimular conmigo”. De todos modos las circunstancias habían cambiado y dudaba de cuáles serían los límites de su permisividad. Una vez más me sorprendió cuando preguntó: “¿Te gustaría hacerme algunas fotos guarrindongas?”. “¿Tocándote y eso?”, repregunté tontamente. “Me hará gracia ver cómo resultan… Y a ti no creo que te vayan a escandalizar”, contestó irónico. “Tú mandas. Pero te advierto que me voy a poner a cien”, avisé. “Por eso no te preocupes. No me voy a asustar”, y volvió a reír.

“Me echo en el sofá ¿vale?”, dijo para que empezara. “¡Tú mismo! Ponte guarrindongo, como dices”, pero añadí: “Hay algo que me gustaría preguntarte. ¿Tú cómo te las apañas para desfogarte? …Ya me entiendes”. No dudó en responder: “¡Uf! Para eso soy un desastre… Pajas y alguna vez de putas. Pero no me las follo, que estoy muy gordo. Me tumbo y que me la chupen”. “Bueno es saberlo”, dejé caer. Lo pasó por alto y fue a lo suyo. “Me voy a tocar para que se me ponga tiesa ¿Vale?”. Hice algunas fotos mientras se la meneaba. Oí que comentaba: “¡Joer, se te ha puesto dura antes que a mí!”. “No te debería extrañar a estas alturas”, dije cínicamente. No tardó en emularme y quise pensar que mi estado también lo había estimulado. Si la polla ya le lucía en descanso, ahora estaba magnífica. No me privé de soltarle: “¡Vaya pollón que te gastas!”. “No es para tanto… ¿Sigo meneándomela?”. “Pero a ver si te vas a correr”. “Eso al final, para que se vea saliendo la leche”. “Sí que vas lanzado…”. Me mordí la lengua para no decir que ya me gustaría sacársela yo.

“¿Por qué no te pones ahora de culo? Ahí tienes buen material”, propuse. Rio. “Gordo y peludo ¿Eso te gusta?”. “No me provoques…”, puse tono de broma, aunque lo decía muy en serio. Tan tranquilo, movió su corpachón y puso las rodillas algo separadas sobre el sofá, volcándose sobre el respaldo. “¿Así está bien?”. “¡Cómo te diría…!”. Ya no estaba yo dispuesto a disimular más. Aquél culazo con la raja sombreada de vello y los  huevos colgando entre los muslos me ponía malo. Me arrodillé para enfocarlo mejor. Su pregunta me sorprendió. “¿Se me ve el ojete?”. “Hombre, tendrías que abrirte más la raja…”. “A ver así”. Apoyó más el pecho sobre el respaldo y llevó una mano a cada cachete y estiró hacia los lados. “Tengo curiosidad por saber cómo se ve”, explicó. De la hondonada asomó un círculo fruncido, que fotografié a varias distancias. “¡Ya está! Espero que te guste”, avisé. Él se rio. “¡Qué cosas te está tocando hacer!”. “Si me lo estás haciendo pasar la mar de bien…”, dije encantado.

Ya se dejó caer otra vez bocarriba sobre el sofá. “¡Uf! Con tantas posturitas se cansa uno”, dijo algo sofocado y con la polla de nuevo en reposo. “Tómate un respiro, que no hay prisa”. Se fijó en la erección que se me mantenía. “¡Joer, cómo sigues!”. “Ya sabes por qué”, repliqué. Se quedó pensativo y dijo con la ecuanimidad de que hacía gala: “Supongo que tendrás ganas de meterme mano”. “Ya has visto que no te he tocado ni un pelo”. “Estás siendo muy buena persona… Te dije que no me molestaba si al alguien se le iba la mano”. Casi me sentí irritado y exageré la nota. “Pero es que tocar por tocar de refilón no es lo mío…”. Su reacción fue decirme: “Anda, deja ahora la cámara y siéntate aquí a mi lado”. Lo hice así expectante, con la erección ya más calmada. “Me lo estoy pasando muy bien con esta relación tan de confianza entre nosotros… Pero solo he pensado en mí mismo y he seguido presumiendo al ver que te excitabas”, dijo con expresión seria por primera vez. “Cada uno es como es… Y estoy teniendo una buena experiencia contigo”. Entonces me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia él. “Ahora soy yo quien te está metiendo mano”, dijo con un cierto tono burlón. Este gesto afectuoso me puso la piel de gallina. Me arrebujé en su abrazo y una mano se me fue sobre su muslo. Por romper el silencio se me ocurrió decir: “Por cierto, aún me falta hacerte fotos corriéndote ¿No las querías también?”. Me devolvió la pelota: “¿No va a ser un desperdicio?”. No supe qué responder. Pero habló él. “Dicen que los tíos la chupan mejor que las tías”. “Supongo que no se puede generalizar”, dije con la voz pastosa. “Yo, con mi barriga, ni veo a quién tengo por abajo”, soltó.

No pude más. “¿Me estás invitando?”. “¡Joder! Estamos aquí los dos arrimados en pelotas, me la he puesto dura y he enseñado el culo para que les saques fotos y he visto cómo te empalmas ¿Me voy a tener que hacer una paja para que me salga la leche si tú estás deseando hacérmelo mejor?”. De lo nervioso que estaba dije tontamente: “Así no podría hacer las fotos…”. “¡A hacer puñetas las fotos! Ya me has hecho bastantes”. Desplazó mi mano del muslo a su polla. “¿Te lo digo más claro?”. Yo tocaba la polla, pero aún no me atrevía a cerrar la mano sobre ella. “No quisiera…”. Me interrumpió. “Si yo lo he estado buscando… Tanto divertirme lo de poner cachondos a los tíos y luego venir aquí a meneármela para que me saques fotos”. Dije lo que estaba notando bajo mi mano. “Pues se te está volviendo a poner dura”. “Eso es que el cuerpo entiende las cosas antes que el coco… ¡Joder, haz algo ya!”. Ahora mi mano se acoplaba a la polla y la frotaba suavemente, descubriendo y volviendo a cubrir el lustroso capullo. Él se fue echando hacia atrás hasta quedar reclinado sobre el sofá. “¿Quieres que me tape tu barriga?”, bromeé para dar escape a la intensidad del deseo que me embargaba. “¡Calla ya y haz lo que te pida el cuerpo!”.

Me incliné y fui metiendo poco a poco la polla en mi boca. Aunque estaba loco de excitación, traté de no precipitarme. Combinaba las succiones con lamidas por el duro tronco y el capullo. Al notar la vibración de su cuerpo me exaltaba aún más. “¡Ufa!”, exclamó, “Va ser cierto eso que dicen”. Yo no quería soltarlo de ninguna manera, por más que fuera diciendo: “¡Joder, cómo estoy ya”, “El que avisa no es traidor”. Tuve que cogerme de sus muslos para que las sucesivas sacudidas de todo su cuerpo no me arrebataran de la boca la polla que expelía borbotones de abundante leche. Sus resoplidos sonorizaban mi absorción, que me estaba sabiendo a gloria. “¡La ostia, qué gustazo!”, declaró con la respiración acelerada. “El gusto ha sido mío”, repliqué. Su buen humor seguía intacto. “¿Ves? Si me hubieras hecho antes las fotos que faltan no habrías tenido que tragar tanto”.

Él seguía reclinado en el sofá, con la polla en recesión. Pero, cuando me puse de pie a su lado, mi erección era insolente. La miró y puso cara de circunstancias. “¿Qué podría hacer yo por ti?”. Como me hacía cargo de que inmediatamente después de una descarga como la que había tenido el ánimo erótico decrece, y más en su caso, de una experiencia tan nueva, contesté enseguida: “No te preocupes… Voy ya tan cargado que a poco que me la menee estallo”. “Al menos puedo tocar ¿no?”, dijo cogiéndomela con una mano. No lo iba a rechazar ni mucho menos. “¡Uf, me vas a dar la puntilla!”. Pocos frotes necesitó para que empezara a disparar. Intenté desviarme para que la leche no le cayera encima. Pero él me siguió sujetando y me vacié sobre su pecho. “¡Umm! Te habrás quedado a gusto ¿no?”, dijo esperando que acabara de gotear. “No menos que tú”, repliqué en un resuello. Se limpió tranquilamente la mano sobre su propio pecho. “Te traigo una toalla”, ofrecí solícito. “¡Espera, que no quema!”, rio. Se enderezó un poco en el sofá para que me sentara a su lado. “Bueno, pasó y no se ha hundido el mundo”, dijo risueño. Le devolví la ironía. “¡Menos mal! No querría sentirme responsable de tu perdición”. “Más que perdido, creo que estaba tomando carrerilla para tirarme a la piscina”, aclaró. “Me alegro de que cayeras en la mía”, concluí.

El taxista se levantó del sofá desentumeciéndose. “Permite que mee otra vez y me lave un poco”. “Te puedes duchar, si te apetece”. “Ya lo haré en casa antes de acostarme”. Me salió del alma: “¿Por qué no te quedas a dormir? Para hacerlo solo…”. Entonces me miró sonriente. “Deja que haga la digestión y tome aire. Que esto no le pasa a uno todos los días”. Pero añadió enseguida: “Mañana tengo un día complicado con turnos en el aeropuerto, que nunca se sabe cómo irán. Pero pasado, en cuanto pueda, me planto aquí para ver las fotos de hoy… Si te va bien”. “¿No me va a ir?, dije encantado, “Las prepararé para verlas en el televisor”. “¡Uf, menuda estrella porno!”, se rio. “Ya sabes lo que puede pasar ¿no?”, dejé caer. “¿Te he dado la impresión de que me chupo el dedo?”.

21 comentarios:

  1. Gracias por volver, echaba de menos tus relatos.
    Me encantan los gorditos simpático

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  2. Sigo recordando el relato, así hice un pequeño regalo. Espero que te guste. http://tinyurl.com/peachm5

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    1. Gracias. En eso me inspiré. Lo he puesto en el otro blog de fotos-

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    2. Muy bueno el gif, pero habría estado mejor fotos fijas para apreciarlas bien.

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    3. El gif no está aquí. Ahora no pongo tantas fotos como antes. Llevaba mucho tiempo. Solo alguna de ilustración.

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    1. En el más hermosote que está a la vista... Luego ya entra la imaginación.

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  4. en el de la derecha del todo supongo, de gafas no?

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  5. yo creo que es el de la derecha del todo. Es el que esta mas bueno.

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  6. lo vi en fotos desnudos y esta pa.......

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  7. ¡Qué suerte! Si las tienes, me las podías mandar...

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    1. estan en un video de youtube puesta.

      https://www.youtube.com/watch?v=bBwJTJ4wPL0

      y este video creo que es el que tu te basaste

      https://www.youtube.com/watch?v=5J0grhZ-Js0

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    2. Gracias, ya los vi. También hay fotos sueltas.

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  8. Jo, ¡lo que te he echado de menos!

    Muy buen relato, y con el final abierto: ¡habrá que ver las fotos que han hecho! ¿no?

    Me alegro que hayas vuelto a publicar tus relatos. Un saludo

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  9. Gracias. Saco algunos que tenía atascados.

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  10. en este video hay mas fotos que las sueltas que encontre

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  11. muchas gracias majo que gozada de relato gracias por volver a deleitarnos me encanto que morbo gracias y un besazo no nos dejes mas por favor

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  12. Gracias. Ya iré añadiendo algunos más...

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