domingo, 22 de marzo de 2015

La campaña electoral


El alcalde de una capital de provincia se enfrentaba a una durísima campaña electoral. Aunque había sido reelegido varias veces, la pujanza de una oposición renovada y algún asunto urbanístico poco claro ponían difícil en esta ocasión su permanencia en el cargo. De carácter extrovertido y vitalista, su aspecto de bon vivant, que a punto de cumplir los sesenta reflejaba su oronda figura, había suscitado desde siempre la simpatía de sus conciudadanos.

En el plano personal, sus ambiciones políticas habían condicionado considerablemente sus más íntimas inclinaciones. Cuando era estudiante universitario, había tenido una relación clandestina y de traumático desenlace con un profesor bastante mayor que él. Pero desde entonces había mantenido reprimida esa faceta de su sexualidad. Incluso para dar a su vida pública un lustre de respetabilidad, había llegado a contraer un matrimonio más o menos de conveniencia. Aparentemente compensaba la inanidad de su mundo afectivo con la vorágine del poder e influencia social.

Pero ahora corría el riesgo de que su carrera política, en la que tanto entusiasmo había puesto, se viera truncada prematuramente. Por supuesto la situación preocupaba de manera especial a su partido, que decidió poner toda la carne en el asador para asegurar su candidatura. Entre los recursos dispuestos a tal efecto, se acudió a un asesor de imagen que planificara la campaña centrada en la persona del alcalde. El contratado para ello era un experto con un largo currículo de éxitos, que había de hacer un seguimiento constante y milimétrico desde las intervenciones y actos públicos hasta la apariencia física. El alcalde, que siempre había confiado en su espontaneidad y sus dotes personales de seducción, aceptó a regañadientes esta imposición de su partido. Sin embargo se llevó una sorpresa al conocer al asesor asignado. Supuso que se trataría de un joven moderno, puesto al día en las últimas estrategias. Pero resultó ser de pocos años menos que él y parecida exuberancia corporal. Eso sí, dotado de un savoir-faire y de una capacidad de inventiva extraordinarios. En particular hubo algo que removió los más recónditos sentimientos del alcalde, ya que el asesor le trajo inesperadamente remembranzas del profesor con el que había tenido su único y oculto romance de juventud.

Pasado el desconcierto inicial, hubo enseguida muy buena compenetración entre el alcalde y el asesor. Éste desde luego, con sus dotes de persuasión, supo crear un clima de confianza, empezando por el tuteo inmediato, ya que, siendo ambos de edad e incluso aspecto similares, el trato como colegas facilitaba las cosas. Aunque, razones profesionales aparte, el alcalde le había caído muy, pero que muy bien…

A fin de no perder tiempo con desplazamientos, se escogió un céntrico hotel como cuartel general de la campaña. Al alcalde se le ubicó en una suite con antecámara y dos habitaciones, una de las cuales ocuparía el asesor personal para garantizar su permanente presencia junto a aquél. Allí se instalarían una semana antes del comienzo oficial de la campaña, que habían de aprovechar para adaptar al candidato a las exigencias del marketing electoral.

Cuando el alcalde entró en su suite, tuvo un sobresalto al ver que parte de la antecámara estaba convertida casi en una sala de fitness, con bicicleta estática, cinta de correr y hasta una camilla de masajes. El asesor, muy persuasivo, le explicó que el buen estado físico era esencial para afrontar un reto como el que les aguardaba y que no tenía de qué preocuparse porque él mismo se ocuparía de dosificarle unos ejercicios muy suaves, que le harían sentirse en forma.

El asesor estaba dispuesto a desplegar inmediatamente sus competencias. El alcalde, aunque vestía siempre con corrección, se sentía cómodo con sus trajes usados y no se preocupaba demasiado de su renovación. Ésta era la cuestión que el asesor iba a abordar enseguida. “Desde luego hay que actualizar ese vestuario… Vamos a tu habitación y te enseñaré lo que he preparado”. Abrió el armario donde había varios elegantes trajes, así como camisas, corbatas, y hasta zapatos y ropa interior. “Por estos detalles empezarás a ser un hombre nuevo… Espero haber acertado con tus medidas”. El alcalde estaba asombrado y aún lo estuvo más cuando el asesor le sugirió: “Deberías probártelo, por si hay que hacer algún cambio”. “¿Aquí? ¿Ahora?”, preguntó el alcalde desconcertado. “¡Pues claro! Ya que estamos, aprovechemos”. El alcalde se quitó la chaqueta y fue a ponerse la de uno de los trajes. “¡Eso solo no!”, lo interpeló el asesor, “El traje completo… y una camisa que combine. Luego elegiremos la corbata”. El alcalde, cada vez más nervioso, transigió pero, dando por supuesto que el otro se ausentaría, dijo: “Me cambio y ya saldré”. “¡No, hombre, no! Si voy a ser tu sombra todos estos días no te importe que siga aquí”, replicó el asesor como un aviso de que quedaba descartada cualquier pretensión de privacidad.

El alcalde se resignó a mostrarse en paños menores a su asesor. Lo cual le producía sin embargo cierto desasosiego, no tanto por un exceso de pudor como por el gusanillo de turbación que aquel hombre le causaba, acrecentada por la intimidad que le imponía. Ya en calzoncillos tan solo, fue rápido a coger una camisa para cubrirse cuanto antes. Pero el asesor lo retuvo. “¡Espera! Deja que vea cómo estás de físico”. El alcalde quedó parado, con su torso barrigudo y tetudo, bastante poblado de vello. No sabía a dónde mirar, pero el asesor sí que lo sabía. “Estás mejor de lo que me pensaba… Grueso, pero no fofo”. “¿Puedo vestirme ya?”, casi suplicó el alcalde, al que empezaban a temblarle las piernas. El asesor siguió implacable. “¡Venga! Verás lo elegante que vas a estar”. Hasta le ayudó a ponerse la camisa, ya que el alcalde, nervioso, se liaba con los botones. Con el traje completo, el asesor se mostró satisfecho. “He tenido buen ojo. Es tu talla clavada ¿Te queda cómodo?”. El alcalde no pudo menos que asentir. “Ahora elegiremos una corbata ¿Cuál crees que irá mejor?”, dijo el asesor. “No sé… La que te parezca”. “¡Pues ésta! Pero ya te la pondré yo, porque el nudo que te haces es un poco anticuado”. Los toqueteos que a tal fin le prodigó el asesor, tan cerca y emanando un limpio y suave perfume varonil, enervaron sobremanera al alcalde, haciéndole experimentar sensaciones ya casi olvidadas.

Después de una agitada jornada de reuniones y diseño de estrategias, recalaron en el hotel para descansar un poco y prepararse para la cena prevista. Cada uno fue a su habitación y el alcalde decidió tomar una ducha. Se desnudó y pasó al baño compartido. Estaba disfrutando de los reconfortantes chorros cuando se abrió la puerta que daba a la habitación del asesor. Éste entró sin inmutarse por el estado del alcalde, mojado y en pelotas, solo separado por una mampara completamente transparente. “Buena idea, porque después te va a venir muy bien un masaje que te rebajará la tensión”, dijo el asesor, insensible a la vergüenza del alcalde, quien preguntó un tanto ingenuamente: “¿Vas a traer ahora un masajista?”. “¡Qué va! Eso es cosa mía. Soy diplomado en varias técnicas de relajación”, contestó el asesor, que añadió: “Cuando te seques, te puedes poner este paño a la cintura… Yo voy a ir preparándolo todo”. Le señaló una tela blanca y volvió a su habitación. El alcalde tuvo que acabar la ducha con agua fría para atemperar su desconcierto ante el crescendo tan turbador que estaba tomando su relación con el asesor.

Salió tímidamente de su habitación, con el paño bien sujeto, y se llevó una gran impresión al ver que el asesor también se había desnudado entretanto y solo se cubría con un paño similar ceñido a la cintura. No le escapó la sorpresa del alcalde y enseguida explicó: “Yo también he de estar cómodo para dar el masaje”. “¿Cómodo?”, pensó el alcalde, “…Lo que estás es de provocación absoluta”. Porque el asesor, así presentado, respondía con creces a lo que ya había intuido. Algo menos grueso que él y de carnes más firmes, con un vello suave bien repartido, evocaba recuerdos de otro cuerpo que tanto lo había subyugado en su juventud.

“Vamos a echarte primero bocabajo en la camilla”, decidió el asesor y el alcalde se dejó ayudar para acomodar su voluminosa figura a la horizontal. Los toques a brazos y piernas desnudos empezaron a ponerle la piel de gallina. Para colmo el asesor, con su característico desparpajo, le soltó y  arremangó el paño, que quedó cubriendo precariamente el orondo culo. “Así está mejor”, se limitó a decir. El alcalde, con la barbilla clavada en una toallita, se abstenía de cualquier comentario, resignado a dejarse hacer, aunque con temor a la reacción de su cuerpo a tanto manoseo. Porque el asesor, con habilidad profesional, iba recorriéndolo desde los pies hasta la nuca con las manos untadas de olorosa crema. “Cada músculo debe ir quedando suelto y relajado”, explicaba. Y entre esos músculos no podía faltar un cuidado específico de los glúteos, que el asesor sobó y estrujó dejando resbalar el paño. Estas manipulaciones llevaron ya al alcalde al borde del desmayo.

Sintió alivio cuando oyó decir: “Esto ya ha quedado bien por ser la primera vez”. Pero poco le duró, pues el asesor añadió: “Ahora bocarriba, que no podemos dejarlo a medias”. El alcalde agarró el paño medio caído para preservar tapadas las vergüenzas mientras se giraba. Por suerte para él, la presión a que había tenido sometida la entrepierna la mantenía de momento controlada. Sin embargo, los pases de manos resbalosas sobre sus tetas lo empezaron a poner fuera de control. El paño iba marcando un delator abultamiento y, cuando el asesor se puso a sobarle los muslos pasando por debajo de aquél, la erección era ya escandalosa. Ante ello, el asesor dijo con toda naturalidad: “Eso es muestra de buena circulación de la sangre por la relajación. No te preocupes”. Como los dedos que se movían bajo el paño llegaron a rozar los huevos del alcalde, el asesor se lo quitó con una descarada excusa. “Será mejor que vea por donde toco ¿no te parece?”.

Lo que desde luego pudo ver el alcalde fue su firmísima erección, que sobrepasaba la curva de su barriga. Optó por cerrar los ojos y limitarse a sentir el cosquilleo de dedos por su bajo vientre, que hacían oscilar su polla. De ningún modo podía esperarse sin embargo que el asesor llegara a ofrecerle: “¿Quieres que te relaje un poco más? Te vas a quedar en la gloria…”. Arrebatado como estaba y sin pensar demasiado el alcance de la propuesta, el alcalde se limitó a decir: “¡Haz lo que quieras…!”. Pero lo que había aceptado fue que el masaje se centrara directamente en la polla, con un hábil manoseo, suavizado por la resbalosa crema, que puso al alcalde en el disparadero. “¡Me voy a correr!”, acabó exclamando entre resoplidos. “De eso se trata”, dijo el asesor esmerándose en los toques finales. Una leche espesa fue saliendo de la polla enrojecida. “¡Qué barbaridad!”, farfulló el alcalde ofuscado por lo que acababa de ocurrir. “No me dirás que no te has quedado a gusto…”, dijo el asesor con todo descaro. “¿Esto forma parte siempre de tu asesoramiento?”, preguntó el alcalde con un punto de ironía. “Si intuyo que va a haber receptividad… Y en tu caso estoy seguro de que tienes bastante escasez de estos desahogos”. “¿Cómo te diría…? ¡Años que no me tocan así!”, reconoció el alcalde. “Eso que se han perdido…”, dejó caer el asesor. “Con esta facha que tengo…”, recalcó el alcalde, todavía despatarrado en pelotas sobre la camilla. “Yo diría que ni te sobra ni te falta”, replicó el asesor mientras le limpiaba con el paño la entrepierna. “Eso suena muy profesional…”, comentó el alcalde. “Si prefieres considerarlo así…”, repuso el asesor con pillería.

El asesor ayudó a bajarse de la camilla al alcalde, que todavía estaba temblón. “Date un repaso por la ducha, que luego lo haré yo… ¡Y como nuevos para la cena!”. El alcalde ya no necesitaba taparse nada y agradeció el agua refrescante. Aunque el asesor le obsequió de nuevo con su desfachatez. Se había quitado el paño de la cintura y esperaba tan tranquilo su turno en la ducha. Si al alcalde ya le había trastornado su visión con el paño, sin él se le reprodujo la taquicardia. Porque además la polla que el asesor exhibía sin recato no estaba precisamente en su lugar descanso. Menos mal que su reciente descarga lo tenía más calmado. Por ello se permitió comentar: “Igual habrías necesitado relajarte también…”. El asesor, riendo, se limitó a replicar: “Ya habrá tiempo para eso…”.

El alcalde se fue adaptando a las imposiciones de su asesor. No se resistía al uso moderado de la bicicleta estática o de la cinta de correr ni, por supuesto, a los masajes. Para éstos, tanto uno como otro llegaron a prescindir de los paños y el alcalde agradecía que sus erecciones solieran ser calmadas con una eficaz masturbación. Lo cierto era que los peculiares métodos del asesor le estaban elevando considerablemente la moral. No obstante, parecían existir unos límites tácitos por parte del propio asesor. Si bien usaba su desnudez como estímulo y no dejaba incluso de empalmarse cuando sus tocamientos eran más lúbricos, impedía hábilmente que al alcalde se le fuera a ir la mano. Y éste se sentía obligado a respetarlos en la idea de que formarían parte de su estrategia en cuanto asesor. Por eso, en un papel meramente receptivo, reprimía cualquier manifestación de deseo. Ni siquiera cuando la polla endurecida del asesor, en los procesos del masaje, se arrimaba a su mano extendida sobre la camilla, se atrevía a propasarse. Y bien que le costaba resistirse desde luego…

Este distanciamiento se mantenía por supuesto en las noches, que cada uno pasaba en su habitación. Sin embargo, cuando un día se recogieron después de haber conocido una encuesta algo desfavorable, el alcalde comentó: “Me temo que esta noche no voy a pegar ojo”. Esperaba que el asesor tratara de animarlo, pero no en la forma en que lo hizo. Porque dijo: “Si quieres puedo acostarme contigo”. La novedad sorprendió al alcalde, que tampoco sabía el alcance que podía tener el ofrecimiento. De todos modos le salió del alma: “Sí que me gustaría, sí”.

Así pues ambos se metieron desnudos en la cama del alcalde y el asesor se le puso bien arrimado, transmitiéndole su calor. Las preocupaciones que perturbaban a aquél no fueron obstáculo para que se le fuera endureciendo la polla. Porque además el asesor, mientras comentaban los avatares de la campaña, no dejaba de darle toques por las zonas más sensibles de su cuerpo. Al fin anunció: “Creo que te va a convenir un tratamiento especial”. Le instó a relajarse con los ojos cerrados y, cuando lo que esperaba el alcalde era la ya habitual masturbación, sintió la húmeda boca del asesor tomando posesión de su polla. Emitió un profundo suspiro de placer. No podía recordar cuándo había experimentado algo semejante, si es que alguna vez lo había hecho. La cálida mamada le provocaba oleadas de delicia cada vez más intensas. “¡¿Qué estás haciendo?!”, exclamó, aunque bien que sabía lo que era. El asesor, en lugar de responder, intensificó las succiones. El alcalde se dejaba ir y la idea de que aquella boca estuviera dispuesta a recoger el semen que buscaba salida lo enervaba en extremo. Porque el asesor mantenía los labios bien ceñidos aguardando la descarga. El alcalde ni siquiera avisó cuando se saltaron todas las barreras y solo se retrajo cuando el miembro hipersensibilizado no soportó más la prisión de la boca tragona. “¿Qué tal?”, preguntó el asesor con toda tranquilidad. “¡Demasiado!”, contestó el alcalde con el resuello agitado. “He hecho lo que creía que te convenía”, replicó el asesor aparentemente impasible. Esa noche el alcalde logró dormir plácidamente con el cuerpo del asesor a su lado.

A la siguiente noche fue el alcalde quien se levantó de su cama y se desplazó a la habitación del asesor. La desazón que lo impulsaba a ello se debía a que cada vez le resultaba más difícil entender la actitud de éste. Sin reparos a la hora de darle placer, parecía que todo lo hiciera con una dosificada estrategia. Aunque tampoco ocultaba la excitación que revelaba su cuerpo, se mantenía firme en no darle salida. Y la contención del deseo de reciprocidad estaba volviéndose insoportable para el alcalde. Así, cuando el asesor, sin extrañarse de la visita, le ofreció cobijo diciendo “¿Necesitas que te vuelva a relajar?”, en la aséptica terminología que usaba, el alcalde se mantuvo de pie junto a la cama y contempló con fijeza la espléndida desnudez de asesor. “No es solo eso…”, contestó. El asesor demostró ser consciente de los sentimientos del alcalde y, sin recatarse lo más mínimo, dijo: “Sabía que llegaríamos a este momento…”. El alcalde lo interrumpió. “¿También lo tenías calculado?”. “Mira, no soy de piedra… Creo que lo has podido ver de sobras”, replicó el asesor, “Pero no era cuestión de liarnos desde el primer momento. Ante todo yo tenía que estimularte… Y no dudes de que me ha costado mantener las distancias”. “¿Entonces vas a seguir así?”, preguntó el alcalde confuso. El asesor se puso a acariciarse descaradamente la entrepierna mientras decía: “Mañana empieza la campaña oficial y vamos a estar muy ocupados… y cansados. No estaría mal que nos demos un gusto los dos ¿Te parece bien?”. Palmeó el lado vacío de la cama invitando al alcalde. Éste se dejó caer lleno de excitación y ya no tuvo freno para disfrutar del cuerpo del asesor, que se entregaba definitivamente. “¡Ahora el masaje te lo voy a dar yo!”, exclamó. Pero no fue solo las manos lo que usó, pues su boca también se cebó con las apetecibles tetas y todas las velludas redondeces del asesor. Tanto estrujaba y chupaba que éste lo tuvo que frenar riendo. “Lo tuyo no es sexo, sino venganza…”. “Es que me has tenido muy hambriento”, se justificó el alcalde. “Si quieres comer, ya sabes…”. La invitación no hizo dudar al alcalde en amorrarse a la jugosa polla del asesor. Sus lamidas pasaban del capullo a los huevos, y todo era objeto de succiones que estremecían al receptor. De pronto el alcalde se interrumpió para preguntar: “¿Me quieres follar?”. “¡Vaya!”, exclamó el asesor, “Esa afición no te la conocía”. “Me lo han hecho pocas veces y hace mucho tiempo… Pero me gustaba ¿Lo harás?”. El asesor estaba dispuesto. “Con ese culazo que tienes quién se negaría…”. El alcalde se puso bocabajo ofreciendo su orondo trasero. “Pero hazlo con cuidado que estoy muy estrecho”, advirtió. “¿Cuándo he sido bruto contigo?”, protestó con profesionalidad el asesor. De su surtido de cremas escogió un frasco. “Esto te va a dejar como la seda”. Untó con precisión la raja y el índice se deslizó fácilmente por el ojete. “¡Uh, esto es mejor que un masaje! ¿Estoy a punto ya?”, dijo el alcalde excitado e impaciente. “El que está a punto soy yo”, replicó el asesor apuntando la verga. Empujó y la crema surtió su efecto. Quedó clavado a tope. “¡Wow, eso es una polla!”, exclamó el alcalde. “¿Te trae buenos recuerdos?”, bromeó el asesor acomodándose. “¡Calla y folla!”, lo instó el alcalde. El asesor lo hacía cambiando los ritmos para hacer durar el gusto que sentía. “¡Joder, cómo me gusta! ¡Dale, dale!”, pedía el alcalde. El asesor estaba ya al borde de la resistencia. “¡Me voy a correr bien adentro!”. “¡Sí, sí, quiero toda la leche!”. Y fue lo que le dio el asesor en sus últimas arremetidas. Los dos se derrumbaron respirando acelerados. “¡Vaya culo más tragón! Y eso que lo has usado poco…”,  glosó el asesor. “Por eso tenía tantas ganas”, aclaró el alcalde. Una vez repuestos, el asesor dijo: “Ahora a dormir, que mañana empieza el no parar”. Lo hicieron juntos, enredándose uno en el otro.

La campaña fue viento en popa. Alcalde y asesor apenas llegaban a quedarse a solas. Por las noches estaban demasiado agotados para permitirse expansiones. Además cada uno volvió a ocupar su habitación ya que, en cualquier momento, podía irrumpir alguien con las últimas noticias. Pero por fin el alcalde revalidó su cargo. ¿Llegaría el asesor de imagen a convertirse en asesor personal para todo el mandato?

7 comentarios:

  1. que excitación mas grande, gracias de nuevo

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  2. Espero que la respuesta a la última pregunta sea "SI". No es cuestión de esperar 4 años a que estos dos se enrollen otra vez.

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  3. me parece buenisimo el relato. ....Y aun que no sueles hacer segundas partes de un relato., no estaria nada mal que este tenga su segunda parte, y cuentes sus encuentros de despues de renovar e puesto de alcalde. Y por ejemplo, de como tambien el alcalde, se folla al asesor

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  4. Gracias... Pero es que, cuando los dejo bien satisfechos, prefiero que se apañen por su cuenta.

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  5. como siempre, me dejaste bien húmedo...

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  6. Tremenda sensación de sentir de la misma manera!!!!

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