sábado, 7 de marzo de 2015

El cuarto de juegos


En una ocasión salí con mi amigo para tomar unas copas por la zona de ambiente. No teníamos un plan concreto y se nos ocurrió entrar en un bar que debía ser nuevo. Algo oscuro, no se veía demasiado animado, aunque había varios hombres de distintas edades y aspectos. Ya que estábamos, pedimos una consumición en la barra. De pronto a mi amigo le picó la curiosidad una discreta flecha luminosa al fondo que indicaba “Playroom”. “¿Eso será el cuarto oscuro? ¿Vamos a ver?”, dijo. Allí nos dirigimos y abrimos la puerta de batientes. Nos pareció que no había nadie y, aunque la luz era tenue, una vez hecha la vista pudimos advertir que había varios instrumentos de bondage, como una cama con correas, una bañera, un sling, una jaula,… Lo que llamó la atención de mi amigo, e hizo que se le iluminaran los ojos con ese destello que le conozco cuando le surge una idea, fue una cadena que colgaba de una viga rematada por dos muñequeras de cuero unidas. Quedaban por encima de su cabeza, de modo que con los brazos en alto, la daría lo justo para apoyar los pies en el suelo. Se quitó la cazadora que llevaba sobre una camiseta y me la dio, tras sacar un foulard del bolsillo. “Guárdamela y, cuando me hayas sujetado por las muñecas, me tapas los ojos”, pidió para comenzar su plan. Yo objeté: “¿Te quieres quedar aquí colgado? Si no parece que entre nadie…”. “Ya entrarán… Ese es el morbo, sentir si entran y lo que se les ocurre hacerme ¿Esto no es para jugar? Pues que jueguen conmigo”, replicó decidido. Yo sabía de sobras lo que entendía por dejar que jugaran con él, a lo que no ponía límites cuando le daba el desenfrenado capricho. Así que, subido a un taburete, lo dejé ligado con los brazos en alto y el cuerpo estirado para llegar al suelo. Ya la camiseta se le subió por delante y dejó al aire parte de la barriga, con el ombligo sombreado por el vello. Le até fuerte el foulard detrás de la nuca y, contemplando el conjunto le dije: “Pareces un panal de rica miel”. “Pues que vengan las moscas”. Pero añadió con cierta prevención: “Te quedarás por aquí ¿no?”. “Por supuesto. Pase lo que pase no me lo pienso perder”. Fue lo último que hablamos y me senté medio camuflado en un banco que había en una de las paredes como lugar de observación. Cuando a mi amigo le dan uno de estos escabrosos arrebatos experimentales, me encanta, y me excita sobremanera, dejarlo a su aire y ser testigo privilegiado. Ya sé que, a no tardar, me compensará ofreciéndome generosamente su boca o su culo, o ambas cosas. También he de aclarar que, en mi relato, prescindiré de dar demasiados detalles acerca del aspecto físico de los personajes que vayan interviniendo en torno a mi amigo, ya que él no va a verlos y lo que le interesa es la osadía, cuanto mayor mejor, con que lo traten.

MI amigo se balanceaba ligeramente y emitía murmullos, en una excitación anticipada. Por fin se abrió la puerta y asomó un tipo bajito que, al percatarse de que ya había alguien allí, se fue acercando a mi amigo. Lo miró de arriba abajo y, como si quisiera comprobar si aquello era un tío de verdad, le tocó la zona al descubierto de la barriga. Mi amigo enseguida soltó un “¡Uuuhhh!” incitador. El tipo subió más la camiseta hasta encima de las tetas. Las palpó y apretó. “¡Sí, lo que quieras!”, susurró mi amigo. El tipo se puso un poco de puntillas y chupó un pezón. “¡Cómo me gusta!”, seguía mi amigo. Cambió de teta y la mano le bajó al paquete. Lo apretó sopesando el contenido y mi amigo no se privó de incitarlo. “¡Todo tuyo!”. El tipo se decidió a bajar la cremallera y metió la mano para sortear el eslip. Sacó la polla bastante cargada ya y le dio unos frotes. “¡Oh, oh, qué gusto!” teatralizaba mi amigo. El tipo se decidió a agacharse y darle una chupada. En ese momento volvió a abrirse la puerta. El tipo se cortó apartándose y simuló que simplemente estaba curioseando por el cuarto, para desaparecer enseguida.

Esta vez entraron dos individuos. “¡Joder! ¿Has visto eso?”, dijo uno. “Y mira cómo lo han dejado”, dijo el otro. “Pues está buenísimo”. “¡Cómo provoca el cabrón!”. Se acercaron y lo miraron más de cerca. “Parece que pide guerra con la polla al aire”. Por si les cabía alguna duda, mi amigo exclamó: “¡Soy todo vuestro!”. “¿Lo despelotamos?”, sugirió uno. Mi amigo por supuesto no protestó. Como no se le podía sacar la camiseta por los brazos ligados, optaron por subírsela del todo y pasar la delantera por detrás de la cabeza, mientras mi amigo respiraba agitado. Ya resultó más fácil soltarle el cinturón y dejar caer los pantalones. El eslip quedaba enredado en la polla y, cuando también lo bajaron, mi amigo soltó un suspiro. “¡La leche, cómo está el tipo!”. “¿Os gusto?”, preguntó mi amigo con voz zalamera. “Así que quieres marcha ¿eh?”, dijo uno. “La que queráis…”, provocó él. “¡Qué burro me está poniendo con ese pollón que se gasta!”. “Métetelo si quieres… Yo te ayudo”. Uno se puso a sobar la polla  para acabar de ponerla dura y se echaba saliva en la mano para humedecerla. El otro se fue detrás y manoseó. “¡Vaya culo! Luego me lo trinco”. Mi amigo se bamboleaba con las achuchadas y no engañaba a nadie con sus gimoteos. Cuando el primero se bajó los pantalones y arrimó el culo a la polla, el otro, agarrando con fuerza a mi amigo por las caderas, avisó: “Métetela, que yo lo sujeto”. El de delante llevó una mano hacia su culo y tanteó para coger la polla. La apuntó a su ojete y dio un impulso hacia atrás con todo su cuerpo. La firme sujeción del ayudante facilitó que la clavada fuera a tope. “¡Jo, qué polla más rica!”, exclamó el follado, que se balanceaba para darse gusto. MI amigo no se iba a quedar callado. “¡Ahhh, cómo me gusta este culo tan caliente!”. Pero las forzadas posturas cansaron al enculado que se desenganchó y dijo: “Ya tengo bastante… ¿Te lo follas tú?”. Desde luego parecían formar un equipo muy bien coordinado. El otro ya se estaba bajando los pantalones. “¿Me lo sujetas también?”. Mi amigo mostró más que conformidad. “¿Me vas a hacer tuyo? ¡Quiero tenerte bien adentro!”. El de delante hizo de parapeto pegando el cuerpo al de mi amigo y aprovechó para chuparle las tetas y mordisquearle los pezones. “¡Sí, sí, eso me mata”. “A ver si también te mata esto”, dijo el de atrás dándole una buena arremetida. “¡Ay, qué gorda la tienes! ¡Cómo la siento!”, exclamó mi amigo. La follada era ahora más cómoda y el hombre le puso todo el entusiasmo. “¡Joder, que me corro!”, casi gritó. Y mi amigo lo alentó. “¡Sí, dámela toda!”. Al quedar suelto se tambaleó con las piernas flojas. Los otros se subieron los pantalones. “¡Gracias, tío! Ha sido una gozada… Nos vamos a tomar una copa”.

Aprovechando que nos habíamos quedado solos, me acerqué y le dije: “Buen meneo te han dado ¿eh? ¿Te suelto ya?”. Me sorprendió, aunque conociéndolo no debí hacerlo, que contestara: “¡Espera, hombre! ¿Qué prisa tienes?”. Recogí  la ropa que le había quedado arrugada a los pies y hasta los mocasines que se le habían soltado. “Te guardaré esto también”, le dije, y pregunté: “¿Te pongo al menos el eslip?”. “No ¿para qué?”, pero añadió: “A ver si puedes quitarme la camiseta, que me queda muy incómoda aquí enrollada”. “Lo veo difícil si no te desato”. “Pues rómpela, aunque sea”. “¿Y qué te vas a poner luego?”. “Ya tengo la cazadora. Busca una navajita que hay en el llavero”. Así que el muy salido quería seguir colgado completamente en cueros. Hice varios cortes en las mangas y conseguí sacar la camiseta. “Ahí te quedas, pero como me canse de esperar me largo”. “¡No serás capaz!”, dijo con alarma. Y me ofreció para tentarme: “¿No te gustaría metérmela?”. Yo me había calentado bastante con el espectáculo y los meneos que le había dado a cuenta de la camiseta. No me iba a costar nada disfrutar de su culo recién follado. No obstante objeté: “Si todavía lo tienes lleno de leche…”. “Mejor, así lo encontrarás más resbaloso”. Ya me bajé los pantalones y acabé de ponerme dura la polla. Abrazándolo por la barriga impulsé y me entró como la seda. “Tu polla me gusta más”, dijo zalamero. Justo entonces se abrió la puerta de nuevo. Me quedé parado, pero mi amigo insistió: “¡Sigue, sigue!”. Se nos acercó un tipo grandote. “¡Coño! ¿Qué te estás follando?”. “¿Te gusta?”, dije todavía enganchado. “¡Menudo ejemplar de tío!”, y preguntó: “¿Os conocéis?”. Mentí con intención. “No. He entrado y me lo he encontrado así. Alguien lo habrá colgado… Se deja hacer de todo”. “¡De todo, de todo!”, se oyó la voz ansiosa de mi amigo. El recién llegado se rio. “¡Qué vicio tiene el tío!”. Yo, con el cambio de situación, me había aflojado y volví a mentir: “Me acabo de correr dentro… y no creo que haya sido el primero ¿verdad?”, y le di una palmada en el culo a mi amigo. “Lo tengo lleno de leche, pero quiero más”, dijo éste. “Ya ves… Todo tuyo, si quieres”, ofrecí al grandote. “¡Cómo que si quiero! Me lo voy a comer, si se deja”. Mi amigo, aunque no conocía sino la voz de la nueva conquista, se hizo oír. “No tardes en tenerme”. “¡Ya voy! ¡Ve haciendo ganas! … Antes voy a despelotarme como tú, que las cosas hay que hacerlas bien”. Miró hacia mí, que aún estaba sujetándome los pantalones. “¿Y tú qué?”. Me excusé: “Cuando entré me provocó tanto que ni tiempo me dio”. Vio la ropa de mi amigo sobre el banco y se dirigió allí. “No te irás ¿no?”, me dijo. Lo que me sonó como una invitación a seguir participando. Así que me desnudé al mismo tiempo que él, sin quitarle la vista de encima. Confirmé lo que ya intuía: estaba cañón el hombre… Y mi amigo eso no lo iba a ver.

El grandote se encaró ya a mi amigo. Así que te va la marcha ¿eh?”. “Mucho, mucho”, contestó ansioso. “Te voy a amasar para hacer boca”. Con las recias manos fue sobando, palmeando, estrujando y pellizcando por todo el cuerpo. Mi amigo gemía. “¡Qué manos tan fuertes! ¡Cómo me has puesto!”. Efectivamente la polla de mi amigo se había endurecido. El hombre se la agarró. “¡Buena tranca!”. “Todavía estoy lleno”. “Habrá que ordeñarte”. Al grandote ya le estaba engordando la verga, de muy buen tamaño. Se arrimó a mi amigo y juntó las dos, apretándolas con la mano y frotándolas. “¡Ay sí, qué gusto!”, dijo mi amigo. Pero el grandote miró hacia arriba y me hizo una señal en petición muda de ayuda. Es que se había fijado en que la cadena de la que pendía mi amigo se podía alargar y eso le dio una idea. Así que entre los dos la fuimos extendiendo y mi amigo, sin poder bajar los brazos, se veía forzado a ir flexionando las piernas hasta caer de rodillas. “¿Qué haces?”, preguntó desconcertado. No obtuvo respuesta y ajustamos la cadena. Pudo sentarse apoyando el culo en las pantorrillas. “No me esperaba esto… ¿Qué quieres de mí?”. El grandote le dio con la verga dura en la boca. “¡Quiero esto!”. Mi amigo abrió los labios para sorberla con ansia. Con la cabeza encogida entre los brazos en alto y sujetada por las manos de éste, recibía arremetidas de la verga con lloriqueos de gusto. “Querrías tragarte mi leche ¿eh?”. Mi amigo asentía con la cabeza. “¿No prefieres que te la dé por culo?”. “Por donde sea”, admitió mi amigo.  El hombre apartó la verga y como vio que yo, tras la follada que me había interrumpido, estaba de lo más caliente con todo el espectáculo, me ofreció sustituirlo. “Bebe de aquí mientras me preparo”. Arrimé la polla y mi amigo dio una chupada. “¡Otra polla rica!”, dijo. Mamaba con vehemencia y yo estaba dispuesto a dejarme llevar sin más esperas. No tardé en irme vaciando y todo lo fue tragando mi amigo, que se relamió cuando me salí. “¡Cómo me gusta la leche!”, exclamó con la respiración agitada. En su confusión, no debía saber si era la mía o de un tercero.

Entretanto el grandote había escogido una banqueta de altura adecuada para sus fines y la dejó detrás de mi amigo. Con habilidad y fuerzas suficientes para poder manejar su corpachón, logró hacer que estirara las piernas hacia delante. Como la cadena seguía forzándolo a mantener los brazos estirados sobre la cabeza, mi amigo quedó durante unos instantes en un difícil equilibrio perpendicular y con el culo levantado del suelo. Yo, convertido en cómplice del grandote, empujé rápidamente la banqueta bajo el culo, que así pudo asentarse. El grandote, sin soltar las piernas se las pasó por encima del hombro. Cuando mi amigo se dio cuenta de que su raja quedaba así expuesta, preguntó en ton de súplica: “¿Me vas a follar así?”. Como respuesta recibió una arremetida de la gruesa verga del grandote. “¡UUUUyyyy, esto es un hombre!”, ululó. A cada embestida, que eran cada vez más contundentes, mi amigo emitía susurrantes “Sí, sí, sí” y la barriga le chocaba con las tetas. “¡Qué polla tienes, es la gloria!”. El gordote estaba congestionado por el esfuerzo y crispaba los dedos sobre las piernas de mi amigo. “¡Te voy a inundar!”. “¡Sí, lléname!”, pidió mi amigo. La corrida debió ser descomunal, porque el grandote se tiró un rato con temblores y resoplidos, completamente encajado en mi amigo. “¡Qué polvazo, madre!”, exclamó al fin. Fue cuidadoso no obstante al soltar las piernas de mi amigo y dejarlo sentado en la banqueta. “¡Qué contento me ha quedado el culo!”, agradeció el muy golfo.

El grandote, bien satisfecho, cogió su ropa y se despidió. “Me hace falta tomar algo”. Sin embargo, con el alboroto no nos habíamos dado cuenta de que el tipo bajito que se había espantado al principio rondaba de nuevo por allí. El despelote colectivo y la rocambolesca follada lo debieron dejar paralizado. Mi amigo, con los brazos atados en alto y sentado en la banqueta, parecía derrengado. Por mi parte, le dije  al oído: “Vuelvo enseguida”. Pero mentí, porque lo que hice fue apartarme a un rincón discreto. Mi amigo lanzó un lamento temiendo quedarse solo: “¡Y ahora cómo me corro yo! ¡Lo necesito!”. Porque, dada su situación, ni siquiera podía recurrir a atender él mismo la urgencia que se le había precipitado tras las folladas. Se llevó una sorpresa al sentir que unas manos se posaron en sus rodillas. Porque el bajito se había animado y se arrodilló ante él. Cuando le cogió la polla, mi amigo, ignorante de quién sería, dijo: “Toda tuya. Haz con ella lo que quieras”. El bajito la sopesó y le dio unos sobeos, encantado de lo dura que se ponía. Ahora sí que pudo chuparla bien a gusto. MI amigo se entusiasmó. “¡Qué boca tan caliente! ¡Cómo mamas!”. El bajito puso toda su  pasión y no se arredró al oír: “Te voy a dar toda la leche… ¡Me viene, me viene!”. El bajito tragó hasta el final y se limpió los labios con el dorso de la mano. Luego se levantó y se largó en silencio.

Me acerqué como si viniera de fuera. “¿Qué tal?”. “¡Menos mal que estás aquí!”, dijo aliviado. Le pregunté irónicamente: “¿Todavía quieres esperar por si aparece alguien más?”. “¡Uy, estoy agotado! Suéltame ya, por favor”, contestó suplicante. Abrí las muñequeras y los brazos le cayeron a plomo. “Me duele todo el cuerpo... ¡Pero cómo he disfrutado! ¡Qué pasada!”. Le destapé los ojos, que encogió aunque la luz era poco intensa. Cuando me vio desnudo dijo: “Así que tú eres uno de los que me han dado por el culo”. “¿No lo habías notado? Si hasta te has tragado mi leche…”, repliqué socarrón. Entumecido como estaba, se apoyó en mí para levantarse y llegar hasta donde estaba la ropa. “Estás hecho un asco”, comenté. “¡Qué remedio! Ya me ducharé en cuanto pueda”. Nos vestimos y él se puso directamente la cazadora. Recordó: “¡Qué destrozo de la camiseta!”. “Así estás más sexy”, añadí. Demostró una vez más que era insaciable. “Habrá que volver para jugar con otros cacharros”.

5 comentarios:

  1. como siempre buenísimo vaya relato gracias de nuevo por hacer que pasemos unos ratos cojonudos un besazo majo

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  2. Joder, cuando a tus relatos le das un toque BDSM, por pequeño que sea, te queda SUPER.
    Me das envidia de la inventiba que tienes.
    Un saludo

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  3. Que relatos-----están muy buenos soy de argentina los estoy leyendo todos los relatos ....muy buenos un saludo Daniel

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