sábado, 28 de febrero de 2015

Oktoberfest


Me encontraba en Múnich en plena Oktoberfest. Por la noche, las inmensas carpas de las cervecerías bullían de animación y también de borrachos hasta el culo. Pero daba gusto ver tantos tiarrones dando tumbos con los muslos rebosando por sus cortos pantalones de cuero y  las vistosas camisas de cuadros, con las que muchos iban ya medio despechugados. No podían faltar grandes mingitorios, asiduamente frecuentados por efecto de la cerveza. Largas hileras de hombres se aliviaban sin ninguna separación entre los urinarios. Yo también hube de acudir más de una vez pues, además de la necesidad física, me encantaba ver el surtido de pollas de todas las tallas que, sin el menor recato, soltaban con satisfacción sus chorros. Había encontrado un hueco al lado de un hombretón impresionante que apenas se podía tener de pie. Me di cuenta de que batallaba sin éxito con su complicado pantalón de cuero. Era de los clásicos, sin bragueta y con una tapa abrochada a los lados. Así que para orinar había que soltar los botones y bajarla. Tarea que resultaba imposible al tipo por la curda que llevaba encima. Me miró con cara de angustia por la urgencia a la que no lograba dar cauce, girándose hacia mí en inequívoca demanda de ayuda ¿Qué podía hacer ante tal emergencia? No me daba corte lo que estaba a punto de abordar, pues allí todos iban a la suya y pasaban de lo que fuera, y el morbo de la obra de caridad era indudable. Así que no dudé en echar mano a los botones que, al ser de hueso labrado, resultaban algo enrevesados de soltar. Por fin eché abajo la tapa, pero el hombre seguía de brazos caídos en su beoda indolencia. Si era lo que esperaba… Hurgué para buscar una ranura en los calzoncillos, tarea que por lo demás también le habría resultado dificultosa. Di con la polla y tiré de ella hacia fuera ¡Y vaya hermosura de polla, gorda y grande! Para colmo vi que, si la dejaba caer por su propio peso, se iba a mear en los pies. Tuve pues que mantenerla sujeta entre mis dedos mientras soltaba a presión un chorro interminable. Ya puesto, cuando acabó se la sacudí con energía y me costó bastante volver a ponerla bajo cubierto, mientras el tío no hacía más que sonreír beatíficamente con cara de descanso.

Sin embargo, cuando pensaba que el hombretón se alejaría dando tumbos y que el suceso de la polla que me había caído en suerte quedaría como anécdota para el recuerdo, él no se movió de mi lado. Apoyado con una mano en la pared parecía estar en espera. Supuse que, en su nebulosa mental, debía pensar que si yo estaba allí sería por algo, es decir, para mear también, y que si no lo había podido hacer todavía por haberle atendido tan eficazmente, justo era al menos no abandonarme. Aunque tal vez fuera que no se sentía con fuerzas para salir andando. El caso es que me la saqué y pude desahogarme ante su mirada vidriosa.

Cuando terminé, para mi sorpresa me echó un brazo sobre los hombros. Nos tambaleamos debido a su inerte mole y a punto estuvimos de ir a parar al suelo. Hasta ahora no había hecho más que balbucir sonidos ininteligibles, pero al recuperar un precario equilibrio gracias a mi apoyo, dijo con claridad: “¡Ven conmigo!”. Casi me arrastraba probablemente con la intención de buscar más cerveza. Como me pareció que ya llevaba bastante en el cuerpo, y yo tampoco contaba con beber más, le dije: “Será mejor que te vayas a casa”. Como si le hiciera gracia la sugerencia, replicó muy decidido: “¡Llévame!”. Me daba cuenta de que no era prudente dejar que se valiera por sí mismo, aparte de que su caluroso abrazo me estaba llegando a resultar muy acogedor. “¿Dónde vives?”, le pregunté. Se limitó a señalarme la cartera que le asomaba de un bolsillo trasero del pantalón. La saqué, teniendo ocasión de apreciar su consistente culo, y en su documento de identidad había una dirección. “¿Es ésta?”, le pregunté. Asintió dando cabezazos. Pudimos conseguir un taxi y, en el trayecto, se quedó frito con la cabeza en mi pecho, ante la indiferencia del taxista, acostumbrado a estos traslados.

Al llegar lo zamarreé y lo empujé para que bajara. Mi intención era ya abandonarlo a su suerte y seguir en el taxi hasta mi casa. Pero vi que solo llegó a caer sentado en una jardinera que había en la acera. Entonces pagué el taxi y salí para acompañarlo. En el interfono del portal figuraban los nombres de los vecinos y uno coincidía con el de su carnet. Le pregunté: “¿Vives solo?”. Y remugó: “Contigo”. Por lo visto había creado un lazo sólido respecto a mí. Tuve que buscar las llaves en los bolsillos y como pude lo hice avanzar y entrar en el ascensor. “A casa…”, murmuraba. “Ya estamos”, le decía. Abrí la puerta y encendí la luz. Sentí alivio cuando cayó desmadejado en un sofá. Pese a las circunstancias no pude dejar de admirar ese pedazo de hombre, con unos muslos como columnas de vello rojizo y un recio barrigón. Le pregunté: “¿Estás mejor?”. Pensaba que ya había hecho bastante y que lo adecuado sería irme ahora. Pero como respuesta soltó: “¡Vámonos a la cama!”. “Bueno, allí puedes ir”, dije invitándolo a apañarse. E insistió: “¡No, no, tú conmigo!”. Se me ocurrió hacerle una broma. “Que te la haya sacado no quiere decir que tengamos que dormir juntos”. Siguió sorprendiéndome. “Me gustó mucho… Quiero más”. “¿Otra vez te estás meando?”. “No, quiero que me la toques”. Me dieron sudores. Por una parte me decía que no hay que creer nada de un borracho, pero por otra, la tentación era tan fuerte, teniendo en cuenta además que yo también estaba algo trompa, que decidí seguirle la corriente un poco más.

Lo ayudé de nuevo a levantarse y a llegar a la habitación. Fui a dejarlo caer sobre la cama, pero se resistió y buscó la pared, sobre la que se apoyó de espaldas. “¡Quítame todo esto primero!”. Obviamente se refería a su folklórica vestimenta. Maniobró en un equilibrio inestable para deshacerse de los zapatones. Como llevaba unos gruesos calcetines hasta arriba de las pantorrillas, mantuvo levantado un pie tras otro para que se los quitara. Lo hice y ya supe qué iba a seguir. Le eché hacia los lados los tirantes y desabroché un par de botones laterales del pantalón. Tiré de él y se lo saqué por los pies. Con la camisa y los calzoncillos, me pareció prudente decirle: “Venga, a la cama. Así estarás ya cómodo”. Pero insistió: “¡No, no, todo, todo!”. “¿Quieres que te deje en cueros?”. “¡SÍÍÍ, y tú también!”. “¿Qué hago?”, me pregunté. Porque estaba allí con todo su corpachón dejándose hacer como un niño. Le fui abriendo la camisa y me temblaban las manos ante lo que iba apareciendo. La gran barriga cervecera remataba en dos gruesas tetas que se expandían hacia los lados. Un vello de oro viejo adornaba la espléndida delantera y hacía resaltar los rosetones oscuros de los pezones. Tiré de las mangas y la camisa cayó al suelo. Los calzoncillos tenían los rombos azules y blancos de la bandera bávara y, solo con ellos, le daban un aspecto chistoso… si no fuera por lo que guardaban. “Son muy bonitos”, le comenté. “¿Te gustan? Te los regalo ¡Cógelos!”. No era mi intención quedármelos como trofeo, pero sin control sobre lo que hacía ya los había bajado hasta el suelo. Me di de cara con aquel pollón que, si cuando lo tuve en mis manos, me impactó, resaltando en el rojizo pelambre y sobre unos huevos que no le iban a la zaga en contundencia, hizo que mi corazón se pusiera a palpitar desbocado. El conjunto completo de aquél hombretón, cimbreándose en su ebria obscenidad, me nublaba la vista. Cuando, conseguido lo que quería, me volvió a echar un brazo por encima y, bien apretado a mí, nos dirigimos hacia la cama, era yo a quien le temblaban las piernas. Me invadía todo su calor y su teta apretada contra mi hombro me electrificaba.

Cayó a plomo sobre la cama, todo despatarrado. Era la imagen del exceso lujurioso. Pero no me soltó, sino que me agarraba la camisa. “¡Fuera! ¡Quítatelo todo también! ¿Es que no me quieres?”. Más que quererlo me tenía cachondo total. “¡Vale, suéltame!”. Y lo que hice fue quedarme también en pelotas. Tiró de mí y, casi en volandas, me pasó al otro lado de la cama, muy arrimado. “Te gusta mi polla ¿eh?”, dijo, y se puso a sacudírsela. “¡Tócala y pónmela dura! Verás lo grande que es”. “Ya la tienes gorda, ya”. “Pero verás, verás…”. Me cogió una mano y la llevó a la polla. La sobé sin poderme resistir y el exceso de alcohol no fue impedimento para que se fuera dilatando dentro de mi puño y doblara su dimensión. “¡Uy, qué bien lo haces! ¿Me vas a hacer una paja?”. “Si ni te ibas a enterar…”, me autocontrolé. “¡Pues entonces chúpamela!”, dio como alternativa. Aquella verga ejercía sobre mí un efecto de imán. La descapullé y di un lametón. El agrio sabor que noté me retuvo y opté por meneársela. “¡Sí, sí, cuánto me quieres!”. “¿Te vas a correr?”. “No sé… ¡Sigue, sigue!”. Me pillaron por sorpresa los borbotones espesos que empezó a expulsar. “¡Oh, qué bien! ¡Te quiero!”.

Se dio media vuelta y sus anchas espaldas, así como el gordo culo, todo tapizado de vello dorado, eran tentadores. “¡Abrázame fuerte!”, pidió para colmo. Yo llevaba rato empalmado y, al apretarme a él, lo notó. Tanteó con una mano hacia atrás y me atrapó la polla. “¿Me la vas a meter?”. “No, tranquilo…”, replique prudente, porque temía que, en su estado, aquello podría rozar la violación. “¡Pero yo lo quiero…!”. Él mismo me la dirigió para encajarla en la honda raja. “¡Entra, entra!”, me incitó. Solo tuve que apretar un poco y ya la tuve entera dentro de aquel pozo elástico y caliente. “¡Uuuhhh, qué bruto!”, exclamó, aunque con tono jocoso. De todos modos hice amago de retirarme, pero el añadió: “¡Dale, dale, que me gusta!”. Ya necesité poco para que toda la excitación acumulada me estallara en una corrida espectacular. Mi hombretón permaneció en silencio y a los pocos segundos empezó a roncar estentóreamente.

No quise dejarme vencer por el sueño, aunque era lo que me pedía el cuerpo, abrazado a aquel pedazo de hombre. Pero la perspectiva de despertarme allí, con su sobriedad recuperada, me pareció sumamente peligrosa. A saber cuál sería su reacción al encontrarse en la cama en pelotas con un tío del que quizás ni se acordaba. Así que esperé un rato para confirmar su sueño profundo. Con sigilo me levante de la cama y recogí mi ropa para vestirme en la entrada. No sin antes dedicarle una larga mirada de insaciable deseo. Con cuidado abrí la puerta y la cerré detrás de mí. Me enfrenté a la noche ya solitaria y silenciosa.

12 comentarios:

  1. hola majo buenísimo y morboso como siempre muchas gracias sigue asi que nos das mucha vida un besazo majo

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  2. Como siempre, morboso y excitante relato. Las fotos ya las buscaremos, pero tu sigue, que nos tienes encantados. Gracias.

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  3. Genial, como siempre. ¿Ves?, no se pierde un ápice de morbo por no poner imágenes.
    Sabes encontrar el punto justo entre la caricatura y la posible realidad.

    Yo me habría quedado a dormir con el borracho.

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  4. Sigue escribiendo lo haces estupendamente

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  5. Me alegro de que os sigan gustando, aunque sea sin fotos. Trabajo que me ahorro...

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  6. Hermoso relato como siempre.. Esperamos mucho por esto.. Basta de fotos.. Q vuele nuestra imaginación

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  7. Vaya tío que me has dejado bien caliente! desearía que me pasará algo similar! Escribe más por favor, un fuerte abrazo y un gran beso! Desde México!

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  8. Exelente relato me dejas exitadicimo con fotos o sin ellas haces que vuele la imaginación... Saludos desde Guatemala un fuerte abrazo

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  9. Eres un tío de aquellos! Cada relato es impresionante!

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  10. Que buena.. No, que excelente cuento! Pocas lecturas me mantienen tan cautivador está y el del sacerdote con el ayudante son mía favoritas hasta el momento

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