martes, 28 de octubre de 2014

La quiniela


Miguel era un gordito de veinticinco años, rubicundo y muy tímido, que vivía con sus padres en un piso típico de clase media. Su experiencia sexual, de siempre decantada hacia su propio género, era escasa y poco satisfactoria porque el tipo masculino que poblaba sus fantasías le parecía inaccesible. Soñaba con hombres bastante maduros, gruesos y muy viriles, a los que se entregaría bien a gusto. Aunque consultaba con asiduidad páginas de contactos y ofertas de sexo, dar el paso de buscar citas con desconocidos le aterraba. Sin embargo había un anuncio que lo tenía obsesionado por su singularidad y el especial morbo que le causaba. Se expresaba en estos términos: “He pasado por tiempos mejores, pero ahora, por circunstancias de la vida, he tenido que optar por ofrecer servicios sexuales a quienes les atraigan tipos viriles, maduros y de peso, pero que tienen problemas para ir a buscarlos en lugares  más o menos públicos. Puedo visitar, sin prisas y con total discreción, en domicilio o en hotel. Para no llamar a engaño, no oculto nada. Tengo cincuentaicinco años y soy grandote con sobrepeso, de cuerpo peludo sin exceso y un conjunto que me atrevo a considerar muy agradable. Estoy dispuesto a hacer, y dejar que me hagan, cualquier cosa que satisfaga a mis clientes, entregándome al completo y sin fingimientos. Mis tarifas son muy asequibles y adaptables”. Al texto acompañaba una foto del torso que volvía loco a Miguel. Desde luego el sexo de pago no le atraía, aparte de que las ofertas habituales de jóvenes no encajaban en sus apetencias. Pero ante aquel anuncio, que encontraba repetido con cierta frecuencia, fantaseaba con que, superada su timidez y disponiendo de recursos para ello, pudiera contratar a ese hombre y disfrutar de sus servicios.

Cosas de la vida, resulto que Miguel tuvo un golpe de suerte, porque le toco un pellizco en las quinielas. No es que fuera para hacerlo millonario ni mucho menos, pero sí para permitirse algunos caprichos. Desde ese momento, su obsesión por el anuncio lo dominó y le horrorizaba que llegara a desaparecer. Porque, al vivir con sus padres, no veía cómo iba a poder citar a aquel hombre. Y lo de ir a un hotel le daba demasiado corte. Por fin tuvo una idea: invitaría a sus padres a un fin de semana en un balneario y así le quedaría disponible el piso. Realizado el plan según lo previsto, se armó de valor y llamó al teléfono de contacto. Mientras sonaba el timbre le entró un sudor frío. ¿Lo cogería? Porque si le salía un contestador sería incapaz de dejar ningún mensaje. ¿Cómo llegarían a un acuerdo, si es que llegaban? Lo sacó de sus cavilaciones una voz firme y decidida. “En efecto, soy el del anuncio y la foto. Estoy disponible”, “¿Es en tu casa? De acuerdo, soy muy discreto”. No le preguntó nada más referente a él, ni edad ni aspecto. Al fin y al cabo se trataba de un profesional, pensó Miguel. Éste aceptó sin rechistar el precio que le dijo, y aún añadió, admirándose él mismo de su osadía: “Si hiciera falta más, no hay problema”. “Bueno, eso ya se verá”.

Esa tarde Miguel, solo en el piso paterno, se esforzaba por calmar su nerviosa impaciencia. Si no, acabaría por hacer el ridículo. Había dudado mucho acerca de cómo recibir al visitante, pero al fin optó por la normalidad: recién duchado con ropa discreta y limpia. Después de todo, no tenía que seducirlo y bastaba con estar presentable.

Cuando poco antes de la hora prevista le sonó el teléfono, se le hundió el mundo por un momento. ¿Sería para cancelar la cita? Pero solo de trataba de una llamada preventiva. “Estoy abajo ¿Puedo subir?”. Miguel aguzó el oído tras la puerta y, al escuchar los pasos, abrió sin esperar el timbrazo. Casi le da un vahído al ver a su fetiche en persona ante él. Encajaba perfectamente con su propia descripción y con lo que la imaginación de Miguel había ido añadiendo. Más alto que él y de una sólida robustez, la camisa clara que vestía insinuaba las protuberancias de pecho y barriga. Las mangas cortas dejaban asomar los brazos recios y suavemente velludos, al igual que el escote con más de un botón soltado. La cabeza, de aspecto noble y algo calva, soportaba unos ojos vivos y risueños, con unos labios distendidos en acogedora sonrisa. “Aquí me tienes ¿No me vas a dejar pasar?”. Porque Miguel, cuyo rubor acentuaba su rubicundez, estaba parado con el pomo de la puerta todavía en la mano. “¡Claro, claro, adelante!”. No pudo captar en el recién llegado la menor pista acerca de la impresión que le habría hecho su nuevo cliente, joven y gordo como era él. Sin embargo, sí que percibió cierto recelo en la mirada que dirigía a la modesta vivienda. Por eso, para despejar cualquier duda sobre su solvencia, se apresuró a hacerle entrega del dinero pactado. “Cobras al principio ¿verdad?”. “Bueno, tampoco hay que correr tanto… Pero está bien así”. Para restar rigidez a la situación, se presentó. “Yo me llamo Miguel ¿Y tú?”. “Digamos que Iván”.

A Miguel ahora, más que nada para ganar tiempo, le dio por explicar lo de la quiniela y el viaje de los padres. Pero Iván lo interrumpió sonriente. “Oye, parece que te olvides de para qué he venido”. Miguel reaccionó y se armó de valor rozándole un brazo desnudo. “¡Es que no me lo puedo creer!”, se sinceró. “Pues soy de carne y hueso. Lo puedes comprobar”, replicó Iván. “Me gustaría desnudarte…”. “Como quieras”. Con dedos temblorosos Miguel fue desabrochando la camisa y, a medida que descubría el pecho velludo, comentaba: “Desde luego estás estupendo… ¿Y haces todas esas cosas que dices en el anuncio?”. “Eso a gusto del cliente”. Al dejarlo descamisado, se detuvo mirándolo. Debía parecer un adolescente al que le hubieran regalado un coche nuevo. “¡Pedazo de hombre! Déjame que toque”. Entre murmullos de gusto iba pasando las manos por las tetas, comprobando su carnosidad, y deslizándolas hasta el ombligo. “¡Qué gusto acariciar este vello!”, y al tropezar con el cinturón: “Sigo ¿eh?”. “Tú mismo”. Sobreexcitado lo abrió y, al bajar la cremallera, notó el abultamiento del eslip. “¡Uf, lo que hay aquí!”. Aún lo emocionó más que, al hacer caer el pantalón, apareciera un mínimo eslip, casi tanga, que Iván llevaba para la ocasión. Porque dejaba fuera el pelambre del pubis y hasta la raíz de la polla, y por los lados se escapaban parte de los huevos. Como de momento solo recreaba la vista, Iván le dio una tregua. “Me saco del todo los pantalones, que estoy trabado”. Iván se quitó los mocasines y al desprenderse por los pies de la ropa, hizo un deliberado medio giro para que también viera que el eslip solo le cubría la mitad de la raja. “¡Joder, cómo sabes provocar! ¡Vaya pedazo de culo”. Iván se plantó de frente otra vez y le retó: “¡Hala, pues todo tuyo!”. Como la polla se le había empezado a endurecer, la tirantez del eslip era escandalosa. “¡Wow, qué maravilla!”, y Miguel la palpó por fuera antes de tirar del eslip para abajo. Al fin el encuentro con la contundente polla erguida sobre los huevos casi le provoca un shock a Miguel; ni se atrevía a seguir tocando.

Miguel, alucinado, no pudo reprimir sin embargo preguntar algo que lo intrigaba. “¿Te pones así por las buenas?”. Iván fue directo: “Oye, que a mí me gusta lo que hago… Solo que lo aprovecho porque me va bien para salir de apuros”. Aún quiso dejar las cosas más claras. “La verdad es que nunca me había llamado un  tío tan joven como tú y me sorprendí al verte. Pero cualquier cliente es bueno… siempre que sea formal, claro”. “Yo además soy gordo…”, casi lamentó Miguel. “¡Venga, hombre, no me ves a mí! A los dos nos gusta la abundancia”.

Iván aprovechó para decirle: “¿Por qué no te desnudas tú ahora?”. Como autómata, sin quitarle la vista de encima y trastabillando, Miguel acató la sugerencia. Mientras lo hacía, Iván no dejó de provocarle manoseándose con lascivia. Miguel lucía una tetas redondas de pezones rosáceos, con un vello claro que se dispersaba sobre la oronda barriga. Con prisas se bajó juntos pantalones y eslip, y estuvo a punto de tropezar al sacárselos por los pies. Entre los muslos regordetes, una polla ancha destacaba bajo el pelo con destellos rojizos del pubis. Iván se le acercó y le acarició el pecho, con la polla rozando la suya. Ahora sí que Miguel se la palpaba con una mano que le ardía. “¿Qué querrás que hagamos,….de la lista que te debes saber de memoria?”, le preguntó con humor Iván jugando con sus pezones. “¡Uf, ni sé por dónde empezar!”. “¡Pues yo sí!”. Iván lo fue haciendo retroceder hasta que cayó en una butaca. Se arrodilló y le acarició lentamente los muslos. La polla de Miguel hacía ya el pino. Le dio primero unas lamidas a los huevos bien pegados y por sorpresa le sorbió la polla. Miguel resollaba extasiado mientras lo mamaba e Iván lo hacía con gusto al notarla gorda y dura en su boca. Tan excitado notó a Miguel que no quiso insistir. Entonces éste casi gritó: “¡Trae la tuya!”. Iván se levantó y se puse a su lado ofreciéndole la polla. Miguel la miró con ojos saltones y le dio un sorbetón que a punto estuvo de hacer perder el equilibrio a Iván. Chupaba con un ansia que a éste le  resultaba muy gratificante y dejaba que se desfogara.

Al fin Miguel lo soltó y, con respiración entrecortada, dijo: “No lo he hecho nunca, pero me gustaría que me follaras”. “¿Estás seguro?”, preguntó Iván, porque desvirgar por encargo le infundía respeto. “No me lo quiero perder por nada del mundo… Y seguro que me lo haces mejor que nadie”. Esta expresión de confianza animó a Iván. “Anda, vete a la cama y espérame allí”, le dijo, pues quería buscar en su ropa un sobrecito de lubricante. “Mi habitación está hecha un desastre. Mejor será en la de mis padres”. Si a Miguel no le importaba la intrusión, a Iván tampoco. Se lo encontró bocabajo, apoyado en los codos y con el cuerpo en tensión. “¿Así está bien?”, preguntó. “Perfecto, pero habrás de relajarte”. A Iván le atrajo ese culo bien redondo y claro, con una casi imperceptible pilosidad. Hizo sentir su cuerpo sobre Miguel, sin descargar todo su peso sino deslizándose. “¡Qué calor más bueno!”, exclamó éste. Ya empezó Iván a trabajarle el culo, acariciándolo y pasando suavemente un dedo por la raja. “Te voy a poner a punto”, avisó. Rompió el sobre y se lo aplicó, extendiendo el contenido. “Está frío”, comentó Miguel. “Ya se calentará”. Con un dedo tanteó el ojete y lo fue metiendo lentamente. “¡Uf, uf!”, musitaba Miguel, más de miedo, que de dolor. “Es solo un masaje para que te dilates”, advirtió Iván en su inesperado papel de mentor. Tras los pases que le dio, Miguel se sintió más cómodo “¡Oh, sí!”. Ya preparado, Iván arrimó la polla al ojete y apretó un poco. Le entró el capullo y Miguel se quejó: “¡Uy, uy, uy!”. “Si quieres lo dejamos…”, le dijo Iván. “¡No, no, sigue!”. Le metió más y lo tranquilizó: “Ahora te duele, pero pronto notarás el cambio”. A Iván no pudo menos que venirle a la mente su ya lejana primera experiencia. Con toda la polla dentro, Miguel confiaba en ese cambio y aguantaba. Iván empezó a moverse poco a poco e intuyó que lo peor había pasado para Miguel. Y éste lo confirmó: “Oh, sí… Es increíble”. Entonces Iván ya se desinhibió y se ocupó de su propio placer. Aquel conducto nuevo y apretado le resultaba excitante, y tenía que aprovecharlo. Cuando lo dominó la avalancha del orgasmo, quiso que Miguel fuera consciente de ello. “¡Te voy a llenar!”. Miguel asintió, agitándose lleno de deseo. Cuando los movimientos de Iván se fueron ralentizando, preguntó: “¿Ya?”. “¡Hecho!”, respondió Iván. Éste se tendió al lado de Miguel,  quien se giró hacia él. Con el rostro todavía sofocado, exclamó. “¡Gracias por lo que me has descubierto!”. “Bueno, no pensaba que me iba a tocar este papel”. Miguel rio medio avergonzado.

Tras unos momentos  de silencio en que Miguel saboreaba su éxtasis, Iván le preguntó: “¿Necesitas algo más?”. Tardó en responder y al fin dijo: “Me gustaría masturbarme mirándote”. “Si quieres te lo puedo hacer yo”, replicó Iván servicial. “No, prefiero tenerte bien a la vista… Ya me lo hice en cuanto supe que vendrías, y ahora que estás aquí con ese cuerpo tan impresionante es lo que me apetece”. Así que Iván se irguió de rodillas sobre la cama bien a su vista y se puso a acariciar y tocar lascivamente todo su cuerpo. Con los ojos brillantes Miguel se cogió la polla para meneársela con calma. “¡Provocador hasta el final!”, valoró la desvergüenza de Iván. “¿Te gusta?”. “Me vuelve loco”. En un alarde de lascivia, Iván se tumbó ante Miguel. “Me la puedes echar encima”. Miguel ya aceleró el ritmo manual y la respiración. Al fin exclamó: “¡Uf, no puedo más!”, y empezó a brotarle la leche, que roció la barriga y el pecho de Iván. Éste aún se giró y le dio unas lamidas al capullo que goteaba. Miguel se retorcía estremecido.

Iván consideró acabado su cometido, pero Miguel, sin dejar de mirarlo, dijo con voz suplicante: “Me gustaría que te quedaras toda la noche ¿Tienes algún compromiso?”. Iván reaccionó algo sorprendido. “¡Hombre! No soy tan putón como para trajinarme varios clientes en un día… Pero quedarme tiene su precio…”. Miguel se entusiasmó. “¡Por supuesto! Si quieres, te lo doy ahora mismo”. “No hace falta correr tanto… Pero en este caso, creo que a los dos nos vendría bien una ducha”. “¿La podremos tomar juntos?”, preguntó Miguel, deseoso de aprovechar cada minuto. “¡Cómo no! Tú pagas”. Enjabonar con cuidadosas caricias todo el cuerpo de Iván, que se dejaba hacer complaciente, fue una delicia indescriptible para Miguel. A éste le llegó su turno y se entregó a las firmes manos de Iván. No fue de extrañar por tanto que los dos acabaran empalmados de nuevo.

Como la cocina no era su fuerte, Miguel solo pudo ofrecer un sándwich y una cerveza, que Iván aceptó de buen grado. Despojados de las toallas con que se habían secado, compartieron el frugal refrigerio, lo que dio pie también a las confidencias. A Miguel no dejaba de sorprenderle que un hombre de la edad y el aspecto de Iván se dedicara al sexo mercenario, aunque para él estaba resultando una bendición. Iván no tuvo inconveniente en explicarse. “La gente pretende dedicarse a algo que le gusta y, además, poder vivir de ello. En mi caso llegó un momento en que se me cerraron las puertas para trabajar en cosas, digamos, más ‘decentes’. El sexo me gusta y se me ocurrió hacer la prueba… no muy esperanzado al principio. Y parece que está resultando porque no me faltan clientes… Desde luego no tan jóvenes como tú, más bien algunos son bastante mayores que yo. Como me doy por entero sin necesidad de fingir –y tú lo estarás comprobando–, la cosa me va funcionando”. Como Miguel guardaba silencio asimilando lo que acababa de oír, Iván lo espoleó. “Pero tú ¿qué haces teniendo que pagar para echar un buen polvo?”. Miguel respondió avergonzado: “Con mi edad y mi pinta es la única forma que se me ocurrió para poder estar con un hombre como tú, que es lo que de verdad me gusta… Y gracias a la quiniela”. Iván rio replicándole. “¿Te crees que no hay cantidad de hombres maduros como yo, o hasta más buenos, a los que les encantaría echarte mano? …Y gratis, desde luego, aunque alguno hasta te pagaría”. “Pero es que me da miedo citarme con desconocidos…”. “¿Y yo no te daba miedo?”. “Tu anuncio tan sincero me dio confianza… y como tenía dinero…”. “Pues cuando se te acabe te veo matándote a pajas pensando en imposibles”. Iván quiso suavizar la crudeza de su argumento. “No hay que ir con tanta desconfianza por la vida y deberías lanzarte a darte a conocer. Aunque puedas llevarte algún chasco, te valdrá la pena”. “Ahora estoy bien contigo”, concluyó Miguel, que necesitaba digerir el consejo. “Mientras vayas pagando…”, le recordó con intención Iván.

Otra vez en la cama, Miguel se abrazó estrechamente a la acogedora espalda de Iván. Llevó una mano hacia delante buscándole la polla y le encantó notar como se endurecía. Hasta el punto de que la suya también lo hacía apretada contra el culo de Iván. Éste no tardó en decir: “Igual te gustaría follarme tú ahora”. “¿Querrías?”. “¿Por qué no, si quieres tú?”. Iván dio facilidades poniéndose bocabajo. Miguel advirtió: “No tengo lubricante”. “No importa, pon un poco de saliva”. Miguel acercó la cara a la raja oscurecida por el vello. “¿Puedo lamer?”. “¡Pues claro! Y no pidas tanto permiso… Me gusta que jueguen con mi culo”. Miguel abrió a dos manos la raja y la recorrió con la lengua con fruición. Nunca pensó que llegaría a hacer una cosa así… Ensalivó el ojete y metió un dedo con facilidad. “¡Umm, vaya manejos te gastas!”, oyó decir a Iván. “Ahora clávamela sin miedo, que estoy hecho a ello”. Miguel entonces afirmó las rodillas entre los muslos separados de Iván, apuntó la polla y fue dejándose caer. Entraba de maravilla y sentía la cálida presión del conducto anal. “¡Todo tuyo! ¡Zúmbame con ganas!”, incitó Iván. Así animado, Miguel se inició en unos golpes de cadera nuevos para él. ¡Y vaya si le cogió gusto! Empezó a congestionarse, con la polla ardiendo por el roce intensivo y el placer le iba recorriendo todo su interior. “¡Me está viniendo!”, exclamó con la voz quebrada. “¡Sí, sí, échalo dentro!”. Miguel pensó que estaba teniendo la corrida de su vida. Con la respiración acelerada, acabó cayendo se bruces sobre la espalda de Iván. “¿Te ha gustado?”, preguntó éste risueño. “¡Cómo te diría…”. “¿Y te crees que a mí no?”. “Eso es lo que me admira de ti”. “Trabajo pero disfruto…”, se ufanó Iván.

Miguel necesitó unos minutos para recuperarse, pero no descuidó seguir arrimado al cuerpo de Iván. Éste sin embargo no tardó en volver a provocarlo. “¿Sabes que después de que me den por el culo ésta me pide guerra?”. Tomó una mano de Miguel y la llevó hasta su polla, que estaba bien dura. “Aún puedes usarla, si quieres”. “Lo que quiero es tu leche”. “Pues ya sabes cómo sacármela… ¿o te lo tengo que explicar?”. No se lo pensó dos veces Miguel para cambiar de postura y llevar la boca a la polla de Iván. Acariciaba los huevos y la lamía dulcemente. “¿Me la darás en la boca?”. “De ti depende…”. Iván se relajó dispuesto para la mamada. Miguel se la daba con ansia, a riesgo de atragantarse de tanto como se la tragaba. Sobre todo deseaba empezar a saborear una leche que nunca antes había probado de otro. Se afanó tanto que Iván exclamó: “¡Joder, cómo me estás poniendo!”. Miguel insistió y pronto se vio recompensado por la erupción que iba llenando su boca. Degustó y tragó hasta saciarse, y hubo de ser Iván el que lo apartara. “¡Anda, que me has sacado hasta el alma!”.

Entre tanto ajetreo la noche estaba ya mediada. Iván sugirió: “Dormimos un poco y a la mañana ya me iré ¿te parece?”. “Yo no sé si podré dormir”, contestó Miguel. “Pues yo sí”. E Iván se puso de lado y, al poco tiempo, ya emitía resoplidos y algún ronquido. Miguel mantuvo una respetuosa cercanía y cayó en un inquieto duermevela. Iván se despertó primero y aprovechó para ir al baño, lavarse y hasta vestirse rápido. Su experiencia le dictaba cómo comportarse en estos momentos. Cuando Miguel lo vio se sorprendió del cambio. “¿Ya te vas?”. “Creo que ya era hora ¿no? Pero antes…”. “¡Sí, sí!”. Miguel fue rápido a buscar el dinero, agitando sus carnes rosadas. “Tú dirás”. Y le mostró unos cuantos billetes. Iván se limitó a coger un par. “Es suficiente”. Miguel, desasosegado por la marcha de Iván, aún preguntó: “¿Podré volver a verte?”. Iván fue tajante. “Tengo como regla no repetir con un mismo cliente muy seguido… Tal vez pasado un tiempo prudencial…”. Miguel pensó que para entonces ya se habría esfumado el dinero de la quiniela. Tendría que decidirse a poner en práctica los consejos que le había dado Iván.

4 comentarios:

  1. Gracias Víctor por retomar tus fantásticos relatos.
    Un abrazo peludo y carnoso.
    Bob

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    1. Celebro que te gusten. También soy seguidor de tus libros.

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  2. Mem encantan tus relatos ojala publiquen más

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  3. Mem encantan tus relatos ojala publiquen más

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