martes, 23 de septiembre de 2014

Reconversión tardía

Me fijé en él mientras paseaba una tarde por un mercadillo. Era un hombre grueso pero compacto, próximo a los sesenta años. Vestía una camisa a cuadros pequeños por dentro del pantalón, pero con las mangas largas sin abotonar, lo que daba una imagen de despreocupación. El par de botones sueltos del escote dejaba ver un pelambre semicanoso. Iba con quien sin duda era su mujer, algo menor que él, regordeta y con aspecto de ama de casa. Ella era la que más paradas hacía para curiosear y él la seguía con aire resignado, aunque de vez en cuando también se interesaba por alguno de los objetos desperdigados casi en el suelo. Al inclinarse, el pantalón se le tensaba sobre un culo generoso, que intuí peludo. Mi mirada se cruzaba con la suya, sin verme él, y su rostro viril me recordó un busto de senador romano. Al fin la pareja se alejó portando algunas bolsas, tal vez en busca de su coche o de un transporte público. Entonces empecé a imaginarme la vida que podría llevar aquel hombre.

Llegan a su casa y dejan las bolsas. Viven solos. No han tenido hijos o ya se han independizado Ella va a cambiarse y a preparar la cena. Él se quita los zapatos y se calza sus viejas zapatillas. Se saca la camisa por fuera del pantalón y suelta algún botón más. Enciende el televisor y se sienta en su sillón. Zapea sin interesarse por nada. La mujer le avisa: “¿No querías ducharte? Pronto estará la cena”. Se levanta y deja la televisión emitiendo un telefilm. Camino del cuarto de baño se quita la camisa y, al entrar, la echa en la cesta de la ropa. Se quita los pantalones y los deja en una silla. Lleva unos calzoncillos blancos clásicos; los eslips no le gustan porque le aprietan demasiado. Se ve en el espejo que refleja la barriga y las tetas peludas. Tal vez tengan razón los que le aconsejan que debiera perder unos kilos. Los calzoncillos van también a la cesta. Se mete en la bañera y abre el grifo y el conmutador de la ducha. Orina mientras el agua se calienta. Se vierte gel en las manos y empieza a enjabonarse el cuerpo. Cuando llega a la polla, nota que se le empieza a endurecer. Esta noche le gustaría follarse a su mujer y espera que no le diga, como otras veces, que se deje de tonterías a sus edades. Al enjabonar el culo se mete un dedo bien hondo; la frotación resbaladiza le gusta. Aclarado y secado, se pone ya un pijama. Aunque aún no es verano, él es fogoso y ha empezado a usar uno corto, cuyo pantalón desbordan los muslos gruesos y velludos. La mujer, en bata de casa, está sirviendo la cena. Hablan de cosas corrientes, con intervalos de silencio. Él ya no trabaja; está prejubilado, aunque a veces hace algún trabajillo de chapuza. Se sientan a ver la televisión, cada uno en su sillón. Hace tiempo que no comparten el sofá; se hunde demasiado y no han pensado en renovarlo. No están mucho rato; lo que le gusta a ella no le gusta a él, y viceversa. La mujer decide irse a la cama. Él normalmente se quedaría más tiempo, pero la pulsión sentida en la ducha se le reaviva. Mejor acostarse antes de que la mujer se duerma. Entra en la cama con el pijama puesto. A él le gustaría dormir desnudo, pero ella no le deja. Se arrima haciendo notar su erección. “¿Así estás tú hoy?”, dice ella. Es un momento decisivo en que la pelota puede caer de uno u otro lado. “Hace mucho tiempo…”, susurra él. Esta vez ella cede. Se coloca bocarriba y se baja las bragas. Él, antes de ponerse encima, le sube el camisón y termina de sacárselas. Ni siquiera se quita el pantalón, porque la polla ya le sale por la abertura. Se sitúa entre sus piernas y, apoyándose en los brazos para no pesarle demasiado, se introduce en el coño. No hay mucha humedad pero el calor lo anima. Bombea sin exagerar el movimiento; lo suficiente para que la excitación vaya creciendo. Al fin se corre con un gran suspiro. Se echa de lado en la cama con la respiración acelerada. Ella se recoloca la ropa y a él le va encogiendo la polla. Esa noche duerme más relajado.

En mi imaginación, el hombre, al que le sobra el tiempo, se da largos paseos por la ciudad, como único ejercicio. Una tarde pasa frente a un local que anuncia “Sauna masculina”. Él no sabe de qué irá aquello; ni siquiera tiene una idea muy clara de cómo funciona una sauna. No obstante se decide a entrar. En la recepción hay un chico joven, a quien le pregunta ingenuamente qué es lo que hay que hacer. El chico, sonriente, le explica que le dará un paño para la cintura, una toalla y unas zapatillas, además de la llave para el armario donde dejar sus cosas. Le sugiere asimismo que, una vez cambiado, vaya conociendo los distintos ambientes del local. El hombre casi se arrepiente de haberse metido allí pero, ya que ha pagado, lo mejor es probar. En el vestuario, a un par de armarios del suyo, hay otro hombre, algo más joven que él y bastante llenito, que ya está a medio desnudar. Piensa que al menos no será él el único gordo que circule por allí. Se fija en cómo el otro, con toda naturalidad, se queda en cueros y se sujeta el paño a la cintura. Pasa por su lado, le sonríe y desaparece. Él lo imita entonces, se asegura de dejar el armario bien cerrado y se adentra en lo desconocido.

Accede a una sala que parece la zona nuclear. Hay banquetas y butacas de plástico, con algunos hombres de diverso aspecto de pie o sentados, solos o hablando entre sí. Le corta recibir algunas miradas escrutadoras ¡Vaya pinta debía hacer! Al fondo divisa un amplio jacuzzi con un par de ocupantes. En una pared varias puertas están rotuladas respectivamente: “Vapor”, “Sauna”, “Cabinas y relax”; esta última con una cortina. En otra pared le llama la atención la serie de duchas, con alguna que otra mampara de separación, pero todas a la vista. En una de ellas ve al gordito que había tomado como referencia, con el paño colgado en un gancho y duchándose tranquilamente. Decide hacer lo mismo, aunque no se había duchado en público desde que hizo el servicio militar. Observa que el gordito, al terminar, recupera el paño y se mete en “Vapor”. Decide hacer lo mismo. La casi nula iluminación, junto a las volutas de vapor, lo desconcierta. Percibe cierto movimiento de cuerpos y, no atreviéndose a avanzar a tientas, se queda con la espalda pegada a la pared. Nota el roce de un brazo y que una mano le levanta el paño. Se queda petrificado, sin saber cómo reaccionar. La mano avanza y le acaricia la polla. Si el gesto lo sorprende, aún más lo hace que su miembro se le esté endureciendo. El que lo está tocando se agacha entonces y sustituye la mano por la boca. El hombre se estremece por la sensación que aquello le produce, pero las succiones que recibe lo envuelven en una oleada de excitación. Ya no puede sino dejarse llevar por la corriente eléctrica que lo sacude. Se corre con una intensidad que no recordaba y, cuando el que al parecer se ha tragado toda su leche se esfuma, se queda inmerso en una gran confusión. Sale rápido de la sala y se dirige a una ducha en la que gradúa el agua hasta que sale fría; agradece el contraste con el calor que todavía siente. No aguanta más tiempo en aquel sitio y se va al vestuario. Se seca compulsivamente, sin prestar atención a los que están vistiéndose o desvistiéndose. Se pone la ropa medio mojado y se apresura hacia la salida. Entrega la llave al chico de la recepción, quien le pregunta: “¿Te vas tan pronto?”. “Tengo prisa”, farfulla. En la calle respira hondo, con la cabeza dándole vueltas.

¿Cómo podía haber dejado que se la mamara un tío? Porque él no lo veía, pero aquél era un tío. Sin embargo, se engañaría a sí mismo si no reconociera que había disfrutado de un modo increíble. Y de una forma tan sencilla; solo entrar allí y listo… Pero él no es de esos; aquellos hombres no le decían nada. Aunque lo que pueden llegar a hacer…

Todas estas cavilaciones hacen que otro día vuelva a encaminar su paseo por la calle en la que se encuentra la sauna. Ya ha franqueado el umbral. El chico de la recepción parece reconocerlo, pero se limita a entregarle el material. Va con prisas para desnudarse y ducharse, sin fijarse en si hay muchos o pocos hombres, ni si lo miran o no. No se atreve, sin embargo, a meterse en el vapor. Opta por la sauna, que está algo más iluminada. Hay varios hombres, algunos con el paño quitado. Él se sienta en un banco, pero el calor le resulta insoportable. Sale y se vuelve a duchar. Se le ocurre investigar la zona de cabinas y relax. Las primeras se hallan a lo largo de un pasillo de luz tamizada. Algunas cerradas, otras abiertas y vacías, aunque en un par de éstas se vislumbran hombres reposando o esperando. El pasillo desemboca en un espacio más amplio, pero fragmentado por tabiques que forman recovecos. No hay más luz que la que llega del pasillo y la vista tiene que adaptarse para percibir las formas. Aquí hay más trasiego y el hombre curiosea, llegando a observar escenas de sexo entre dos o más, que le producen desazón. Una cortinilla de tiras da paso a una habitación rectangular y no muy ancha, recorrida por un banco a dos niveles cubiertos por colchonetas. En el superior hay sentado un tipo tan grueso como él que, con las piernas abiertas, exhibe la polla en erección. Tras él ha entrado otro que, al ver al sentado, se le acerca y se pone a sobar la polla. No tarda en metérsela en la boca y la chupa entre gemidos del gordo. Ninguno de los dos parece tener prisa, sino alargar el deleite mutuo. No hay la precipitación de la mamada que le hicieron a él en el vapor, compara el hombre. Permanece allí al lado, sin que a los otros les perturbe su mirada, y empieza a notar un alboroto en la entrepierna. Apenas se da cuenta de que en el recinto han entrado dos más. Uno es robusto y no muy joven, otro bajito y rechoncho. Se abrazan y soban sin importarles no estar solos. El alto va empujando hacia la bancada al bajo, que se arrodilla en el tramo inferior y vuelca el busto sobre el superior. Queda así ofreciendo el gordo culo. El alto se le arrima y el hombre puede apreciar su perfil con la verga tiesa, que va metiendo en el culo del gordo. Éste se estremece, pero parece acomodarse a la situación. El alto bombea y el follado gime. El hombre recuerda el gusto que le da su dedo cuando se ducha, pero trata de sacar de su mente tan obscena asociación de ideas.

Sale nervioso del cuarto y deambula sin rumbo. Ve una cabina vacía y decide entrar. Deja la puerta entornada, pues cerrarla le parece claustrofóbico. Se quita el paño y lo extiende sobre la cama. Ponerse bocarriba le resultará incómodo al no tener dónde reposar la cabeza. Así que lo hace bocabajo con la barbilla sobre las manos superpuestas. ¿Qué hace allí y para qué? Prefiere no responderse. Al poco tiempo la puerta se entreabre más. No quiere mirar y el cuerpo se le tensa. Una mano le recorre la espalda y se detiene sobre el culo. Oye cerrarse la puerta y el sonido del pasador. No quiere saber cómo será el individuo, quien ha entendido su quietud como aceptación. Ahora son dos manos las que lo masajean y le separan los glúteos. Nota que se está subiendo a la cama y se coloca entre sus piernas que separa. El intruso respeta su silencio y no actúa con brusquedad. De repente algo húmedo y un poco rasposo le recorre la raja abierta. No puede ser sino una lengua y al hombre se le pone la piel de gallina. Un dedo hurga en el ojete; ya no es el suyo propio, sino uno ajeno. Involuntariamente hace una contracción y lo expulsa. Pero el otro insiste y ya se deja hacer. Sabe lo que va a venir a continuación;…lo acaba de ver en aquel cuarto. Pero no lo va a impedir porque desea experimentarlo. Siente que es una polla endurecida lo que está tanteando por su raja. Empuja y comienza a entrarle. Le duele pero se dice que él mismo se lo ha buscado; lo va a soportar, pese a que la dilatación interior le resulta desgarradora. El otro se mueve agarrándose a sus anchas caderas y la frotación le produce un efecto extraño e intenso. Reconoce que le gusta y lo excita; desea que no se detenga. Se le escapan resoplidos que se mezclan con los jadeos del otro. Estos últimos suben de tono y el bombeo va ralentizándose, hasta que cesa del todo y el otro se vuelca sobre él dejándolo vacío. Como sigue sin moverse ni girar la cara, el otro le da una suave palmada, le dice “Hasta otra” y sale de la cabina. El hombre se va enderezando con la cabeza dándole vueltas y escozor en el culo. Asume la realidad de que, a sus años, se ha dejado dar por el culo… y que le ha gustado. Eso no significa que le vayan lo hombres, pero lo que le hacen lo rejuvenece y le insufla un deseo insospechado.

Ahora ya no lamenta que su mujer sea tan remisa a tener sexo con él. Se deja caer por la sauna cada quince días; a veces con más frecuencia. Se siente a gusto en ella y se da cuenta de que, con su volumen, despierta no poca atracción. Descubre además que ser mirado, hasta con descaro, no le desagrada. No hay apenas jóvenes y eso lo hace sentirse más cómodo. No se decanta por un tipo u otro de hombre, pues lo que le interesa sobre todo es el sexo que pueda tener con ellos. También va dejando de lado su actitud meramente pasiva, entrando en el juego de la provocación mutua. Así, en el vapor, con el morbo añadido de la oscuridad brumosa, o en la habitación de la cortinilla, se sienta en alto con postura incitadora en espera de que manos y bocas lo trabajen. Si lo comparten más de uno a la vez, su excitación es enorme. En el trasiego de los recovecos, no rehúye los roces y metidas de mano. Descubre el placer de que le toquen las tetas y le endurezcan los pezones. Él mismo alarga las manos en busca de pollas que lo puedan encular. Ni siquiera se echa atrás si se tercia chupar alguna como paso previo. También se amolda a la mayor o menor urgencia del follador, bien aceptando un fugaz repaso en cualquier rincón, bien una más elaborada y consumada penetración en una cabina. El sexo rápido lo domina en las dos o tres horas que duran sus visitas a la sauna y sale liberado de cualquier prejuicio.

12 comentarios:

  1. Muy buen relato. Enhorabuena has vuelto a publicar tus relatos. Me quedo aguardando el próximo...

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  2. excelente relato !!! Espero mas . Gracias

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  3. Muy buenos tus relatos me causan mucho morbo te sigo de años aunque nunca he comentado en ninguno me alegra que hayas vuelto

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  4. gracias por estar ne nuevo aqui , no puedes imaginarte lo mucho que te encontrado a faltar

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  5. relatos estupendos y mejores las pajotas q me doy. he disfrutado de algun maduro.como estos y de sus ricos nabos .son los mejores .u. beso.y adelante con tus relatos

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    1. Gracias... Son muy golfos cuando se ponen a tiro.

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    2. Ya me he liado con alguno de ellos, y sí, muy golfos. Saludos Genio!

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  6. Son muy buenos tus relatos amigo me gustan mucho los gprditos como los que describes

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