domingo, 5 de enero de 2014

Ocurrencias de mi amigo


Mi amigo desde tiempo inmemorial, cincuentón y grandote –del que ya he relatado muchas de sus rocambolescas peripecias eróticas, aunque últimamente estaba un poco más calmado–, me contó un ligue que le acababa de surgir y en el que dejó demostrada la vigencia del refrán “genio y figura…” (Aquí lo llamaré Sergio)

Había asistido a un cocktail promocional en la zona de negocios y, a media tarde, sofocado por su vestimenta de punta en blanco, aunque iba ya un poco cargado, le apeteció una última copa. Entró en un bar de lo más chic y se plantó en la larga barra. No había mucha gente y se fijó en que, al poco rato, entraba otro hombre solo, tan bien trajeado como él. Primero fue a situarse más alejado pero, tras recorrer con la mirada el local, antes de que el camarero lo atendiera, se acercó significativamente a Sergio. Éste captó la maniobra y lo observó con mayor atención. Era de edad similar a la suya y bastante robusto. Se le ocurrió dirigirle una sonrisa a modo de saludo, que el otro aprovechó para pegar la hebra. “¿Qué tomas?”. Sergio le indicó su whisky de 21 años. “Buena elección. Pediré lo mismo”. Una vez atendido, continuó: “¿Vienes mucho por aquí?”. “No. He entrado de pura casualidad”, aseveró Sergio. “Me gustan las casualidades…”. Ante lo cual Sergio se puso en guardia. “Yo he salido un rato para tomarme un respiro… Mi empresa está aquí al lado”, continuó el otro. “¿Trabajas ahí?”. “Bueno, digamos que es mía”. “¡Vaya, afortunado!”, le salió a Sergio. “No creas… He de ir con mucho cuidado para según qué cosas”. “Supongo que sé por dónde vas”. “¿Tanto se me nota?”, preguntó sonriendo, para añadir: “Si te apeteciera venir conmigo…”. A Sergio le extrañó: “¿A tu empresa? ¿Me la quieres enseñar?”. La segunda pregunta no dejó de sonar un tanto ambigua y los dos se rieron. “Aunque parezca paradójico, el sitio más seguro para ciertos encuentros es mi propio despacho. Frecuentemente tengo visitas muy confidenciales en las que me aíslo por completo, y tú podrías pasar por una de ellas…”. Aquí es donde Sergio, antes de decidir si aceptaría,  tuvo una de esas ocurrencias suyas que le salen casi sin pensarlas: “Es que yo cobro ¿sabes?”. Su interlocutor se mostró lógicamente sorprendido: “¡Qué dices! Nadie lo imaginaría por tu aspecto…”. Nada de rectificar y dejarlo en una boutade por parte de Sergio, que se limitó a mantenerle la mirada, aunque supuso que se le había acabado el ligue. Sin embargo el otro reaccionó de forma también inesperada: “¿Sabes lo que te digo? Prefiero pagarle a un tipo como tú, que es el que me atrae, que a los jóvenes que suelen ofrecerse”. Ahora fue Sergio quien preguntó superando su propia incredulidad: “¿Así que quieres que vaya contigo?”. “¿Por qué no? Me gustas y estoy seguro de que serás una buena inversión”.

Así fue cómo Sergio se encontró autoconvertido en prostituto y, una vez dado el paso, no estaba dispuesto a meter la marcha atrás. Antes bien, rápidamente se puso el chip de profesional del sexo, decidido a cumplir con rigor.

Pocos pasos tuvieron que dar por la calle para acceder a un edificio high tech, por el que uno casi se perdía de tantos ascensores y pasillos. Accedieron por fin a las dependencias de la empresa y a Sergio casi le daba corte recorrer aquel dédalo de cubículos a uno y otro lado llenos de currantes afanosos ¿En ese ambiente se iba a dar el jefe un revolcón con él? Llegaron ante una solemne puerta a cuyo lado se aposentaba una pizpireta secretaria, que los saludó con una educada sonrisa.  A ella se dirigió el jefe con voz firme, mientras abría la puerta y hacía pasar a Sergio: “Marisa, ya se puede marchar hoy, porque tenemos un asunto delicado y no quiero interrupciones ni llamadas”. Ya dentro, el jefe antes de nada cerró la puerta con varias vueltas de llave. “Ya ves donde tengo que esconderme… Pero aquí estamos seguros”. Enseguida miró de arriba abajo a Sergio. “Desde luego das el pego ¡Vaya buena planta!”, comentó. “No mejor que la tuya”, correspondió aquél. “Eso estarás obligado a decirlo ¿no?”, replicó el jefe con tono irónico. Lo cual sirvió a Sergio como recordatorio del papel que había asumido. Así que pasó por alto la puya y ofreció: “Pues tú dirás lo que hacemos…”. “No tendrás prisa ¿verdad?”, preguntó el jefe como para ganar tiempo mientras decidía. “¡Claro que no! El tiempo que quieras… y para lo que quieras”, lo incitó Sergio. Pero el otro aún dijo: “¿Sabes que verte aquí ahora me inspira respeto?”. “Pues no he venido precisamente para que me respetes…”. “Ya, ya… Quítate al menos la chaqueta y la corbata”. “¿Por qué no me las quitas tú?”, lo provocó. Aceptó la sugerencia y se acercó con la mirada brillante. Le deshizo primero la corbata y soltó un botón. “Puedes seguir…”, lo animó. Siguió con algunos más y apareció el pecho velludo, que acarició adentrando una mano hasta una teta.

“Hueles a hombre”. Esto sorprendió a Sergio, que temió que hubieran pasado los efectos de la concienzuda ducha y del desodorante de media mañana. “¡¿Mal?!”. “¡Qué dices, si me encanta esta fragancia caliente!”. Sobaba con dedicación por el pecho y el estómago, hasta que se decidió a quitarle la chaqueta, arrimando los cuerpos para hacerla deslizar. Sergio aprovechó para sujetarlo de las caderas y restregarle el paquete. “Está duro por ahí abajo…”, comentó el jefe con voz excitada. “¿Qué pensabas? ¿Qué soy insensible a tus caricias?”. Ya se apresuró a despojarlo de la camisa, que cayó con los faldones aún remetidos en el pantalón. “¡Tiarrón que eres! Justo lo que me va”. “Entero para ti… ¡Ahora verás!”. Porque, aunque no tenía prisa,  Sergio pensó que el jefe estaba resultando demasiado contemplativo. Así que, con decidido proceder, se echó abajo pantalón y eslip. La polla liberada tenía ya un buen engorde. “¡Uf, qué maravilla! No me canso de mirarte”. “Si tocas no me rompo”. Se decidió a agarrársela y, aunque a Sergio no dejaba de darle morbo el contraste entre su desnudez y la vestimenta del otro, aprovechó para hacer un intento de quitarle la chaqueta. Pero lo detuvo. “Todo a su tiempo”. ¡A la orden! El que paga manda, se dijo para sí Sergio.

Mientras seguía sobándosela con una mano muy caliente, el jefe señaló la larga y pulimentada mesa de reuniones que ocupaba una buen parte del gran despacho. “¿Sabes? En las pesadas sesiones muchas veces tengo la fantasía de un tipo como tú por ahí encima, y con mis colegas sentados alrededor con cara de pasmo”. Sergio se imaginó enseguida la escena y le dio mucho morbo. “¿Por qué no te subes y te paseas un poco?”. “¡Cómo no!”. Usando una silla de escalón trepó sobre la mesa. Como ya iba descalzo tuvo una cierta inseguridad resbalosa, pero pronto se afianzó y se desplazó con parsimonioso exhibicionismo. Lo miraba alelado y entonces Sergio completó provocadoramente su fantasía. “…Y yo ofreciéndoles la polla para que me la chupen”, adornándolo con gestos obscenos. “¡Pues ahora lo voy hacer yo! ¡Ven para acá!”. Sergio se acercó al borde de la mesa, donde la polla le quedaba justo a la altura de la cara. La cogió con dos dedos, la examinó y se decidió a pasar la lengua por el capullo. Sergio impulsó las caderas hacia delante y fue traspasando sus labios. Quedó bien amorrado y al fin mamó con tal ansia que puso burro a Sergio, y más si pensaba en ejecutivos pasándolo de uno a otro. Sus murmullos de gusto hicieron parar al jefe y preguntar: “¿Va bien?”. “Tan bien que como sigas me corro”. “¡Tan pronto no!”, exclamó alarmado. “¡Tranquilo, que aguanto lo que haga falta!”.

A Sergio le estaba empezando a parecer ridículo seguir allí arriba en pelotas y que el otro siguiera de traje completo. Aunque se daba cuenta de que, con el papelón que había asumido, era el cliente quien dictaba las reglas, se decidió a incitarlo. “¡Venga, a ver esas fantasías! O si no, me bajo y te dejo en cueros, que ya tengo ganas de ver lo que tapas tanto”. El jefe se rio distendido. “¡Espera, que me apetece una cosa! Tiéndete bocarriba y deja la cabeza fuera de la mesa”. Así que Sergio, obedeciendo, quedó panza al aire y con la cabeza colgando. Le sorprendió ver del revés que se bajara los pantalones. “¡Mira cómo me has puesto!”. Le acercó entonces la polla, de muy buen tamaño y en erección. La cazó con la boca y, mientras la mamaba, el jefe le pellizcaba con fuerza los pezones; la polla tiesa se le bamboleaba por los sobresaltos que le causaban los despiadados pinzamientos. Excitado, el jefe explicó: “Te quiero follar pero también me gustaría que luego me lo hicieras tú a mí ¿Podrá ser?”. “¡Por supuesto que sí!”, respondió Sergio de inmediato. Por lo visto iba a resultar que era como él, en lo de dar y tomar. “¡Pues vamos allá!”, exclamó el jefe, y lo dejó con la boca abierta y sin polla.

Mientras Sergio se bajaba de la mesa, el otro aprovechó para quitarse del todo los pantalones, pero siguió con chaqueta y corbata. “¿Cómo lo quieres hacer?”, preguntó obsequioso. “Échate sobre la mesa y mantén las piernas separadas”. ¡A la orden! Se colocó como pedía, con el culo a su entera disposición. Sergio se preguntó si se lo pretendería hacer a la brava y en seco, pero, cuando notó que le abría la raja con las manos y le caía en ella un escupitajo, supo que optaba por el método más simple. Alabando lo apetitoso del culo, le hizo una inmisericorde entrada de dedos… uno, dos e, incluso, hasta tres. Sergio se alegró de que su ojete fuera bastante elástico. Claro que, a continuación, la polla le entró como la seda. Ya de otro cantar era el ímpetu que le ponía a la jodienda. Se meneaba como un poseso y Sergio tuvo que afirmar tanto los codos y las piernas que casi no le daba tiempo a cogerle el gusto. Encima no se corrió sino que, como el que desenvaina una espada, lo soltó diciendo: “Prefiero reservarme”.

Dejó a Sergio un poco desconcertado, pero él seguía con su plan. “Túmbate otra vez en la mesa, hacia el centro”. Trepó pues de nuevo y se colocó como decía. La polla se le había aflojado un poco y al jefe no le pasó desapercibido. Así que, cuando éste se subió también a la mesa, se le acercó gateando y se amorró tras decir “¡Voy a ponértela dura!”. Buena mamada, pero la justa para sus fines. Luego, en cuclillas y con chaqueta y camisa arremangadas por encima de la barriga, se movió con saltitos de rana. A Sergio le admiró su agilidad a pesar del sobrepeso…; debía ser frecuentador de gimnasios. Le entró por la cabeza y pasó el culo sobre su cara, a la vez que comprobaba si la polla estaba ya a su gusto. El culo era poco peludo y recio. Siguiendo su ejemplo Sergio le abrió la raja. No escupió, sino que la lamió con abundante salivación. El dedo lo usó lo imprescindible para extender la saliva; prefería que el ojete no quedara demasiado dilatado previamente. Sin cambiar de postura, el jefe se dio media vuelta posicionando el culo al alcance de la polla. Soltó una mano de la ropa y se la llevó atrás para cogerla y  dirigírsela al punto exacto. Se fue dejando caer con esfuerzos para metérsela entera y el rostro contraído. Una vez logrado, subía y bajaba con una precisión gimnástica. Dejadas ya caer chaqueta y camisa, entre los faldones le aparecía su polla, que iba golpeando en la barriga de Sergio. A éste le proporcionaba cada vez más gusto lo prieto del culo y le dio por meter las manos por dentro de la camisa. Las tetas eran duras y peludas, adecuadas para ser magreadas. Al sentir los apretones, el jefe jaleó. “¡Dale, dale!”. De pronto se paró y, con la polla clavada a tope, echó mano a la suya y se puso a meneársela sobre la barriga de Sergio. Éste veía venir lo que iba a pasar y se entretuvo sobándole los muslos, contrariado porque su jodienda se iba a quedar a medias. Y pasó que la leche le cayó por el pecho y hasta le salpicó la cara. “¡Puaf, vaya corrida!”, exclamó el jefe como si Sergio no estuviera debajo. Aunque al sacarse la polla lo miró: “Qué desastre ¿no? …Espera un momento”. Bajó de la mesa y trajo una caja de pañuelos de papel. Se limpió con uno y le pasó la caja. “Toma, antes de que se te seque”.

Sergio se sintió un tanto grotesco, allí bocarriba y con la polla aún dura. Se sentó con las piernas cruzadas, dudando de si bajarse o no de la mesa. Le sorprendió que el jefe ahora se estuviera quitando la ropa de arriba, pero dio su explicación: “Me daba morbo hacer trajeado lo que he hecho, aunque ahora me siento incómodo… Además tú querías verme ¿no?”. A buenas horas, pensó Sergio, pero dijo: “Es que tienes muy buen cuerpo”. La verdad es que, desnudo, apreció lo que solo había intuido por la visión a retazos que le había permitido: cuerpo recio, con algún michelín, y vello muy bien repartido. Por eso aún le sabía peor que se quedaría sin descargar, si el jefe ya estaba saciado, que era el que mandaba. Hasta llegó a pensar en pedirle permiso para hacerse una paja y salir de penas.

Pero la suerte le sonrió, porque el jefe se le acercó meloso y puso las manos en sus rodillas. “Me ha encantado sentir tu polla dentro de mí y me gustaría que remataras la faena… A saber cuándo podré volver a disfrutar de algo así”. “¿Eso quieres?”, preguntó Sergio un tanto incrédulo. “Sí, y que me lo hagas como más te guste”. Con lo cargado que iba, Sergio no estaba ahora para posturitas, pero por prestigio debía coronar su intervención con algo de qualité. De la mesa tan dura ya estaba harto y le echó el ojo a una mullida alfombra extendida ante un sofá. “Te vas a tender bocabajo ahí”, dije dando ahora él la orden. El jefe lo hizo encantado con la idea. Sergio fue  detrás de él y le separó los muslos con sus rodillas. Le apetecía mucho poseer ya ese culo que ahora veía con otra perspectiva, pero se contuvo y antes se echó sobre su espalda. Iba a saber lo que era un polvo con clase. Le restregaba el pecho, haciéndole sentir su peso. De paso la polla iba deslizándose morbosamente entre los muslos hasta raja, aplazando la penetración. Le gustó oírle decir: “¡Hay que ver cómo sabes poner a tono!”. Entonces fue cuando, orientando con disimulo la polla, la calvó con un golpe certero. “¡Uy, eso ha sido a traición!”, exclamó el jefe. “Ya me tienes dentro ¿No es lo que querías?”. “¡Claro! Aún mejor que lo de antes”. Empezó a moverse con un ritmo variado. “¡Sí, sí, no te vayas a salir!”. Aguantó todo lo que pudo, hasta que avisó: “Me voy a correr ¿sigo?”. “¡Sigue, sigue, no te pares!”. Por fin largó lo que se le había ido acumulando y se salió poco a poco. “Si me lo llego a perder…”, reflexionó el jefe girando el cuerpo.

Ya se pusieron los dos de pie y Sergio le dijo: “Bueno, si no quieres nada más…”. “Ha sido perfecto… Tendremos que salir juntos; ya no quedará nadie. Así que nos vestimos, te pago y nos vamos. Le dio lo acordado previamente, que Sergio no sabía si era mucho o poco. Lo que no se le ocurrió fue deshacer el entuerto, más aún cuando el jefe comentó: “Desde luego ha valido la pena”. Recorrieron los espacios vacíos sin hablar, lo acompañó hasta la calle y, al darle sobriamente la mano, preguntó: “¿Seguirás disponible?”. “Supongo que sí”, respondió Sergio. “Pues tal vez… ¿Me darías un teléfono?”. No lo dudó y el jefe tomó nota. A continuación volvió adentro para bajar al parking. Sergio comprendió que, una vez acabado el servicio, no procedía que le hubiera ofrecido llevarlo al algún sitio.

3 comentarios:

  1. Hola FELIZ AÑO atrazado soy el que te escribio la anterior vez de Costa Rica la verda estuba bastante bueno este primer relato te tengo una pregunta nunca se te a acurido pantear alguno de los relatos tuyos como la algun clip o pelicula la verdad seria genial Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Feliz año también. Tendré en cuenta tu sugerencia, aunque lo veo difícil. Saludos

      Eliminar
  2. Llevo varias horas leyendo tus relatos y no puedo parar de lo bueno que están. Saludos Genio!

    ResponderEliminar