viernes, 17 de enero de 2014

Mi amigo hace doblete


El lance mercenario de Sergio tuvo  sin embargo continuidad. Pasaron bastantes días y ya casi se había olvidado de ello. Pero tuvo una llamada de un número desconocido. “Soy con quien estuviste en mi despacho ¿me recuerdas?”. “¡Claro que sí!”, dijo Sergio haciendo memoria. “Es que me gustaría volver a contar contigo…”. “Tú dirás”, y con esto Sergio volvió a dejarse enganchar en su propia ocurrencia. “Verás, es que lo que te quiero proponer preferiría explicártelo en persona ¿Tendrías inconveniente en encontrarnos en el bar donde nos conocimos? Te llevará poco tiempo, pero así podrás entenderlo mejor”. Sergio no pudo menos que aceptar, incitado por el morboso gusanillo de la curiosidad. Cuando llegó al bar, el jefe ya estaba sentado en una mesa algo apartada. Como esta vez no hacía falta ningún paripé de vestuario, Sergio, a tono con el calor reinante, se limitó a llevar una sutil camisa veraniega. Ello dio lugar a que el saludo del jefe se completara con un sentido: “¡Desde luego estás impresionante!”. Entrados en materia, el jefe explicó: “Van a venir dos colegas extranjeros con los que espero hacer buenos negocios. Conozco sus aficiones, muy similares a las mías, y me gustaría darles una sorpresa”. Sergio lo interrumpió: “¿Yo sería esa sorpresa?”. “Sí, pero hay detalles que quiero que aceptes… Habrá un pequeño catering que tú deberías servir…”. “¿En pelotas?”, soltó Sergio. “¡No, hombre, no!”, replicó el jefe riendo la ocurrencia. “Solo que el camarero les resulte lo suficientemente atractivo para aguzar su deseo. Y así, cuando vayan comprobando tu disponibilidad para mucho más que servir el catering, se entusiasmen”. Insistió: “Así que no te contrato para que hagas de camarero cachas… Esto solo es el pretexto. Ya me entiendes ¿no?”. “Así que me meterán mano…”, razonó Sergio. “Seguro que tú sabrás facilitarles las cosas… Por supuesto tendrás una buena compensación”. “¡Hecho!”, aceptó sin pensárselo dos veces. “¿Y cómo me tendré que disfrazar?”. “Deberías venir un rato antes como uno más de los asistentes al encuentro. Mi secretaria te vio el otro día y sería raro que te presentaras como camarero. Luego la despacharé, diciéndole que nos serviremos nosotros mismos”. “Entonces habré de traer también ropa alternativa”. “No hará falta. Como contaremos con tiempo, tendré preparadas algunas prendas para que escojamos las más adecuadas”. Ya solo le quedó a Sergio esperar la confirmación de la cita, la mar de divertido imaginando su papel de camarero putón ¿Cómo serían los invitados? ¿Valdría la pena darles marcha? Con el jefe no se lo había pasado mal después de todo y, por poco que los calentara, alguna follada caería.

Repitió el ritual de la anterior ocasión, perfectamente trajeado. La secretaria lo recibió obsequiosa, como si lo conociera de toda la vida. Una vez introducido en el despacho, oyó las instrucciones que daba el jefe a aquélla. “Marisa, ahora voy a hacer los preparativos de la reunión con este señor y no quiero que nos molesten por ningún concepto. El catering ha quedado perfecto e iremos dando cuenta de él si se alarga la noche. Usted ya se puede marchar porque, dada la importancia que tienen los visitantes, yo mismo saldré a recibirlos en cuanto me avisen de su llegada en recepción”. Así quedaron  los dos en la intimidad del gran despacho. La novedad era un buffet con abundancia de delicatessen y bebidas. “¡Ahí tienes tus dominios!”, dijo el jefe en tono irónico. “Será mejor que te quites esa ropa tan formal… Ahora veremos qué encontramos para que no enseñes demasiado desde el primer momento”. Sergio se despojó rápidamente hasta de los calzoncillos, mientras el jefe sacaba unas bolsas de un armario, aunque la verlo no se contuvo de expresar: “¡Lástima que hoy he de quedarme en segundo plano! Si no, te daría un revolcón ahora mismo”. Pero enseguida se preocupó de la puesta en escena. “Como ves el buffet está montado deliberadamente un poco typical spanish. Algo hortera, pero a los que vienen les molará. Así quedarás bien con un atuendo de tabernero ¿qué te parece?”. Sergio empezó poniéndose una camisa blanca de satén sedoso y sin cuello. Bien arremangado, y con un desabotonado generoso, lucía bastante.

Cuando el jefe le mostró un pantalón negro, le advirtió: “Fíjate que es de atrezzo, de los que con un leve tirón se desmontan por completo”. A Sergio le hizo gracia el invento. “¿Me lo pongo a pelo?”. “Hombre, tal vez algo picante no estaría de más… ¿Cómo ves estos tangas?”. Del surtido presentado Sergio optó por uno mínimo y semitransparente. “Espero que me lo recoja todo… Aunque para lo que va a durar puesto… ¿no crees?”. Se acopló pues la minúscula prenda y se mostró al jefe. “¿Cómo me queda?”. “¡Joder, pura provocación!”. Se puso el pantalón, estudiando atentamente el mecanismo desmontador. Siguió descalzo y un trenzado de seda roja enlazado a la cintura completó el disfraz. “Talmente de las cuevas de Luís Candelas”, sentenció eufórico el jefe.

Sonó el móvil del jefe y acudió raudo a recibir a los visitantes. Sergio quedó en posición de firmes junto al buffet, muy regocijado por su papel de camarero de pega. No tardó en abrirse la puerta y el jefe hizo pasar a los dos colegas, ignorando el buffet y a su servidor, aunque Sergio no dejó de percibir alguna mirada de reojo. También él aprovechó la ocasión para tomar las medidas a los recién llegados. Uno era de aspecto nórdico, corpulento y coloradote; el otro, oriental, más bajo y regordete. Se sentaron en un extremo de la larga mesa, con el jefe presidiendo y una a cada lado. Enseguida empezaron a sacar documentos  de sus carteras, hablando en inglés. Sergio captaba casi todo, aunque no se interesó en los tecnicismos. Lo que sí temió fue que su intervención se demorara, porque ya le apretaba demasiado el tanga.

Pero el jefe tenía calculado que, antes de inducirlos a las firmas, la sorpresa encarnada en mí habría de disipar cualquier reticencia. Así que propuso un inicial brindis con champagne que serviría “nuestro gentil camarero”, para a continuación tomar fuerzas en el buffet, atendidos con su “original estilo”. Ahora sí que las miradas de los dos invitados recorrieron a Sergio de la cabeza a los pies. Éste, muy profesional, ya se estaba acercando con una bandeja que contenía una botella y tres copas. Parsimoniosamente, dejándose ver, depositó la bandeja y  puso una copa, con su correspondiente posavasos, ante cada uno de los sentados. Pero, con unas poco ortodoxas maneras, se arrimaba descaradamente a los codos que reposaban en los brazos de las butacas. A continuación, descorchó la botella y, al llenar con lentitud las copas para que se redujera el burbujeo, se las apañaba para que el roce con los codos, que los otros ya procuraron dejar bien salidos, fuera directo al paquete. Los invitados no eran tontos y dirigieron una mirada interrogativa al jefe. “Espero que os agrade el servicio”, dijo éste con sonrisa ladina. Sergio se había colocado hierático al lado del jefe, quien le indicó que se inclinara para susurrarle algo al oído. Luego levantó su copa. “Brindemos por la grata velada que nos aguarda”. Los otros lo imitaron y casi les sale el champagne por las narices, porque Sergio acababa de desabotonar la camisa y se la iba quitando. Mientras el jefe le soltaba el cinto rojo y explicaba: “Es mi sorpresa para que lo pasemos bien… ¿No es así?”. Esto último lo dirigió a Sergio, quien, manteniendo aún las formalidades, confirmó: “Los señores me tienen para lo que les apetezca”. Lo que hizo coincidir con un tirón del pantalón, que cayó desarmado al suelo. Un doble “¡¡oh!!” salió de la boca de los sorprendidos ante la visión del robusto cuerpo apenas velado por el provocativo tanga. “Creo que he acertado con vuestros gustos”. El jefe rio satisfecho.

A continuación se levantó y cedió su butaca a Sergio para que la usara de peldaño y se subiera a la mesa. ¡Vaya, la fantasía de ejecutivos!, se dijo Sergio, ¡A calentarlos!. Se quedó sentado en medio del semicírculo que formaban los tres, con el cuerpo hacia atrás apoyado en las palmas de las manos, y las rodillas subidas y separadas. La deslizante superficie de la mesa facilitaba que pudiera ir girando en redondo, para ir ofreciendo la lúbrica perspectiva de su polla pugnado por desbordar el tanga. El grandote, congestionado, ya se había soltado la corbata y se abría el cuello de la camisa. El oriental se quitó la chaqueta para acodarse con más comodidad sobre la mesa y poder mirar más de cerca. El jefe, por su cuenta, ya se acariciaba el paquete. Antes de darles tiempo a que le echaran mano, Sergio se levantó de un salto. Hizo un gesto como de desperezarse elevando los brazos y tensando todo el cuerpo. Ello provocó que la polla no resistiera más y saliera retadora por un lado del tanga. Los dos invitados se pusieron de pie como impulsados por un resorte y el grandote ya llevaba una mano hacia la polla. Pero, antes de que lo tocara, Sergio aprovechó para hacer que se quitara la chaqueta. El oriental, impaciente, metió un dedo por la tira trasera del tanga para atraer a Sergio. “¡Calma, colegas, que no hay que precipitarse! Tenemos tiempo de sobra para disfrutar…”, avisó el jefe. Y añadió algo que le pareció de perlas a Sergio, que no se resignaba a ser el único despelotado: “¿Qué os parece si nos ponemos tan cómodos como ya lo está nuestro amigo y pasamos al buffet? Podremos así combinar gula y lujuria ¡ja, ja, ja!”. Él empezó a predicar con el ejemplo y a quitarse la ropa y los otros, sofocados, lo siguieron a pies juntillas. De momento, los tres conservaron los calzoncillos. Sergio, mientras, volvió a capturar a duras penas la polla con el tanga, bajó de la mesa y se dirigió al buffet, encantado con la marcha que estaba dispuesto a darle a su rol de licencioso camarero.

Porque, aparte del jefe al que ya tenía catado, los otros no tenían desperdicio. El grandote era rubicundo, con dos buenas tetas cayéndole sobre la barriga; sus calzoncillos blancos tentaban a averiguar lo que cubría. El oriental tenía un cuerpo redondeado y, para sorpresa de Sergio, bastante velludo y con un sicalíptico taparrabos que competía con el tanga de Sergio. Por lo que se refería al jefe, con unos provocativos boxers ad hoc, reconoció que no le importaría volver a darle un repaso.

Una vez que atacaron el buffet, se creó un ambiente de camaradería sensual en el que me amigo se integró ya como uno más, y su obsequiosidad al atenderlos iba encaminada a mostrarse como el mejor manjar. Porque los invitados, zascandileando en paños menores, abordaron con entusiasmo el opíparo yantar. Con la boca llena y las manos ocupadas con platos y copas, que Sergio se cuidaba de irles colmando, éste propiciaba a la vez roces que les recordaran para qué estaba él allí.

Al fin el grandote dejó libre una mano y, aprovechando que Sergio estaba de espaldas, se la plantó en el culo con un enérgico sobeo. Sergio, fingiendo sorpresa, se fue girando y le quitó la copa que el otro aún sujetaba. Intercambiaron entonces manoseó de tetas, que al grandote lo puso a cien. Excitación que se incrementó cuando bajó hasta el tanga y comprobó la dureza cautiva que Sergio mantenía. Éste, con deleite, dejó que le hurgara hasta que el tanga quedó convertido en un guiñapo bajo los huevos. Sergio consideró llegado el momento de investigar por la abertura de los calzoncillos del grandote. Le complació dar con una verga contundente y húmeda que se endurecía en su mano. Entretenido con ella, se dio cuenta de que el oriental se había agachado tras él y le estaba bajando la tirilla trasera del tanga, con lo que éste acabó ya por los suelos. El manoseo del culo le encantó a Sergio, que ya decidió dejar al grandote en cueros. Se inclinó y atrapó la verga con la boca, mientras sentía la lengua del oriental empapándole la raja. Como los resoplidos del grandote aconsejaban no precipitarse y además debía repartirse más equitativamente, se dio la vuelta para ofrecerle la polla al oriental, que la atrapó al vuelo con la boca y le daba una experta mamada. El grandote no estaba dispuesto a quedar marginado, por lo que se estrechó contra la espalda de Sergio, restregándole la verga por la raja babeada. Muy a gusto Sergio habría facilitado ya la follada, pero había que medir los tiempos y ahora aún se estaba en la fase de calentamiento extremo. Por eso también contuvo el chupeteo del oriental y lo alzó para que trasladara su boca a las tetas. Aprovechó también para tantear su polla, regordeta y dura. El jefe, a todo esto, despelotado por su cuenta y recostado en un extremo del buffet, contemplaba alborozado y sobándose la entrepierna el emparedado que se había formado a costa de Sergio.

Ya dominaba la lujuria sobre la gula y el buffet quedó desechado. Sergio simuló una huida, sacándose por los pies el tanga. Como sabía que la gran mesa de reuniones era un fetiche para los ejecutivos, se subió de nuevo a ella y se colocó provocadoramente a cuatro patas. Los otros, desembarazándose ya de sus inútiles taparrabos, se lanzaron a la caza. El grandote estiró por la grupa a Sergio, que resbaló sobre las rodillas por la pulida superficie, hasta tenerlo disponible y se entregó a una obscena degustación. Lamía y chupaba el culo y los huevos, y estiraba de la polla por entre los muslos para acceder al capullo. El oriental entonces, con una asombrosa agilidad, trepó sobre la mesa y se tumbó ante la cara de Sergio para que accediera a la polla. La imagen que éste presentaba, comido por detrás y mamando por delante, hizo que el jefe aplaudiera regocijado. Sobre todo cuando el oriental, con fuertes palmadas a ambos lados en la mesa, dio síntomas de un irreprimible vaciado en la boca de Sergio. Aquél se retiró algo avergonzado de su falta de contención, aunque para él desde luego la juerga no había acabado.

Era ahora la sobreexcitación del grandote la que requería toda la atención de Sergio. La verga tiesa y babeante del nórdico reclamaba ya con urgencia lo que, por su parte, Sergio no tenía ni mucho menos inconveniente en atender. Ni aunque lo hubiese tenido, porque aquél volvió al método del estirón, haciendo que Sergio resbalara hasta que piernas y culo salieran de la mesa. De no ser por la corpulencia del grandote, que hacía de muro de contención, Sergio habría caído de bruces al suelo. Al fin quedó bien afianzado y con los codos apoyados sobre la mesa, en espera de la arremetida que estaba a punto de encajar. La verga nórdica apuntó certeramente al ojete de Sergio que se le ofrecía generoso. Pero la clavada fue tan contundente que le cortó la respiración aunque, una vez encajado disfrutó de tener dentro aquel émbolo. El grandote resoplaba y lo embestía agarrado a sus caderas, y Sergio lo incitaba: “¡Yeah, fuck, yeah!”. No se le escapó que el jefe y el oriental, no resignados a ser meros espectadores, se apañaban por su cuenta. El jefe, sentado sobre la mesa con las piernas colgando, recibía una mamada del oriental. El grandote cada vez zumbaba con más fuerza y hacía que el culo de Sergio echara fuego, hasta que, con un rugido se lo inundó. Tras unos segundos de recuperación, se dejó caer desmadejado en un sillón. Sergio se incorporó y lo miró. “¿Good?”, le preguntó. “¡Wonderful!”.

Sergio se tomó un respiro y pasó por el buffet para beber algo que lo entonara. No tardó sin embargo en acercarse al tándem que aún formaban el oriental y el jefe. Éste se hallaba ahora volcado hacia atrás sobre la mesa, con los pies subidos y las rodillas plegadas, lo que posibilitaba que el oriental, dejando descansar la polla, le lamiera los huevos y el culo. Sergio, que ya había recibido las descargas de los dos invitados por vía bucal y anal, creyó llegado el momento  de tener él la suya. Y el culo redondito y respingón del oriental se le aparecía como un verdadero bocatto di cardinale. Cuando éste vio que Sergio se le arrimaba manoseándose la polla, le pareció de perlas darle cobijo. El jefe, para no entorpecer la operación, optó por sentarse a lo indio sobre la mesa de la que aún no se había bajado y así servir de apoyo al oriental para el inminente ataque por la retaguardia. Sergio estaba ya que se salía por darle gusto a su polla. Así que sin más contemplaciones, se acopló al oriental, quien ya se sujetaba con firmeza al jefe. Se sorprendió de la facilidad con que entraba aquello ¿Habrían jugado el jefe y él con algún ungüento? Pero el caso era que ya estaba dentro y bien caliente, y la oronda espalda del oriental era una estupenda agarradera. Le arreaba con ganas, haciéndolo bufar sobre el regazo del jefe. Y, claro, acabó echándole una corrida que lo sacó de penas.

El comportamiento comedido, como buen anfitrión, del jefe estaba ya haciendo aguas. Después de las persistentes mamadas del oriental, y una vez los invitados satisfechos –al menos de momento–, debió considerar que ya le había llegado la hora de darse un gusto. Después de todo era él quien corría con los gastos. Y el culo de Sergio seguía ejerciendo el atractivo que merecía. Ya que estaba sobre la mesa, por lo visto le hizo gracia que ese fuera una vez más su centro de operaciones que, por otra parte, permitiría ofrecer a los invitados un espectáculo que mantuviera vivas sus bajas pasiones. Así que instó a trepar también sobre tablero a Sergio. Éste, con la polla aún goteante de la reciente follada al oriental y el ojete irritado por la que le había endilgado el grandote, no rehuyó sin embargo la sugerencia. A cuatro patas puso su trasero a disposición del jefe, quien, arrodillado detrás, ya le tomaba medidas. Fue una jodienda magistral allá arriba, que los invitados apreciaron en lo que valía, volviendo a ponerse de lo más excitados en los sillones en que reposaban como espectadores. Lo cual tuvo como consecuencia que Sergio no tuviera apenas tregua tras la nueva penetración de la que –por qué no reconocerlo– había disfrutado. Porque fue insistentemente reclamado por los sedentes pollas en ristre. Genuflexo ante ellos se dispuso a rematarlos. Empezó por el oriental, sabiendo que le daría menos trabajo. Y efectivamente, le bastaron unas cuantas chupadas para que, con grititos de desahogo, se le vaciara en la boca. El grandote ya estaba tirando impaciente de Sergio, que se abocó en la verga poderosa, más de su gusto. Insistió en la mamada, y el nórdico le sujetaba la cabeza rezongando. La erupción que le desbordó los labios fue tan copiosa que Sergio no pudo menos que pensar en que, si ésta había sido la segunda descarga del grandote, cómo sería la que le metió antes por el culo.

Se produjo un momento de calma que el jefe aprovechó para proponer: “Creo que ahora todos necesitamos reponer fuerzas…”. No tuvo que insistir para que los cuatro, en promiscua desnudez, se abalanzaran sobre el buffet y las bebidas. Estaba quedando claro que la idea del jefe de usar a Sergio como cebo había dado en la diana. La satisfacción de los colegas era evidente y el jefe no la desperdició, acercándoles unos cartapacios en los que estamparon complacidos sus firmas. Sergio, por supuesto, recibió un sobre con una buena suma… y alguna solicitud de visita hotelera.



4 comentarios:

  1. Wow. Oye apenas estoy empezando a leer tus relatos, son muy buenos a pesar de que no soy gay!!!

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    1. Me ago unas pajas impresionantes pensando en ti, y tus relatos eres la polla, siempre me algo pajas tuyas antes de dormir

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  2. No sé como lo haces, pero que gran imaginación la tuya, Genio!

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