miércoles, 6 de noviembre de 2013

El jefe de personal


Julio, recién cumplidos los cincuenta, era jefe de personal de una empresa mediana en la que gozaba de muy buena consideración. Grueso y afable, era respetado por los empleados que valoraban su buen trato. Siempre le habían atraído hombres mayores que él, por lo que la convivencia con aquéllos, bastante más jóvenes en su mayoría, no le generaba ningún problema ni tentación. Hubo, sin embargo, un reajuste empresarial que trajo consigo un cambio en el organigrama, de modo que Julio, a quien mantuvieron en su categoría, pasó a depender de un nuevo director. Éste, enterado de su buena reputación, pronto iba a adoptar a Julio como su hombre de confianza. Esta novedad, sin embargo, vino a perturbar la hasta entonces apacible vida profesional de Julio. Y no precisamente por motivos laborales, sino por la atracción que Marcos, el nuevo director, le hizo sentir desde el primer momento. Grandote y enérgico, de poco más de sesenta años, encajaba al dedillo en el tipo de hombre que cautivaba a Julio.

Pero, por singularidades del destino, resultó que a Marcos también le había hecho tilín, y mucho, el aspecto y las buenas maneras de Julio. Con lo cual, y dado el desconocimiento mutuo de la percepción del otro, quedaba abierto un abanico de incógnitas de cara a la evolución de su relación. Porque Julio, con un sólido sentido de la jerarquía y, además, de natural tímido, se esforzaría en que no trasluciera el menor indicio de sus sentimientos. Asimismo, por lo que se refiere a Marcos, aunque más abierto y expeditivo, no se podía permitir, desde su respetabilidad de alto ejecutivo, que su otorgamiento de confianza a Julio, tuviera otro sentido más allá del profesional. Éste era, pues, el punto de partida de una jugada en que difícilmente podía preverse cómo se moverían las piezas.

Nada de particular tuvo que Marcos, como primera medida, le pidiera a Julio que le apeara el tratamiento de “Señor Director” cuando se dirigiera a él; prefería el uso de los respectivos nombres de pila. Se convirtió por lo demás en frecuente que Marcos convocara a Julio a su despacho para tratar los asuntos de la empresa. No era inusual que Marcos, quien demostraba una gran capacidad de trabajo, prolongara su jornada varias horas tras el cierre de las dependencias. No tardó Julio en ofrecerse a echarle una mano en estos casos, queriendo convencerse a sí mismo que lo hacía por corresponder a la confianza en él depositada. Marcos, al principio reticente a que Julio se cargara con este exceso de trabajo, acabó agradeciendo esa ayuda extra. Lo cierto era que, en tales ocasiones, se creaba un especial ambiente de intimidad que no desagradaba a ninguno de los dos.

Marcos se mostraba más relajado en estos momentos y, agobiado por la calefacción que había funcionado durante todo el día, se quedaba en mangas de camisa, se remangaba y, sin corbata, se desabrochaba algunos botones. A Julio se le aceleraba el corazón al reparar en los brazos regordetes y de vello suave, como el del pecho que se entreveía. Además Marcos instaba a Julio a imitarlo: “¡Venga, Julio! ¡Ponte cómodo, hombre!”, y no se privaba de observar la piel más velluda de Julio. Como Marcos trabajaba con el ordenador, mientras Julio, sentado al otro lado de la mesa, le iba suministrando datos de un cúmulo de informes y facturas, no era raro que aquél lo reclamara a su lado para que lo ayudara a desatascar algún embrollo informático. Entonces, la proximidad y el roce de brazos provocaban en ambos estremecimientos, que se cuidaban muy mucho de disimular. Así podrían haber seguido indefinidamente, por más que la atracción mutua fuera consolidándose en su interior. Desde luego Julio habría sido incapaz de dar el menor paso revelador de aquélla. Pero ¿y Marcos, más fogoso y extrovertido? ¿Se arriesgaría a afrontar un hipotético  y vergonzante rechazo, que por lo demás cada vez se le aparecía como menos probable?

Julio vivía solo y sabía que Marcos era casado y sin hijos. Fueron estas circunstancias la que dieron pie al último para entrar en el terreno de las confidencias. “¿Sabes, Julio? Las noches que me quedo aquí son para mí un respiro”. “Ya veo que no tienes prisa por irte a casa”, se atrevió a comentar Julio. “¡Uy! Mi mujer no me echa de menos, no”. “¡Vaya! Siento oír eso”, dijo Julio educadamente. “Ya hace tiempo que solo seguimos juntos por inercia… ¡Suerte tú, que no tienes estos problemas!”. “Ya sabes que puedes contar conmigo”, y Julio temió que lo que acababa de decir no venía a cuento. Pero, inesperadamente, Marcos se levantó, rodeó la mesa y, detrás de Julio, colocó las manos sobre sus hombros, dándole unos afectuosos apretones. “¡Suerte la mía contigo!”, expresó con voz sentida. A Julio lo invadió un intenso deseo de llevar sus manos sobre las de Marcos, pero su azoramiento le hizo perder la ocasión. Marcos lo soltó, pero dijo: “Hoy no vamos a trabajar más”. Fue a abrir un armarito, del que sacó una botella y un par de vasos. “Esto no lo habías visto… Es un whisky muy bueno que guardo para agasajar a alguna visita”. “Es que yo…”. Julio iba a decir que no bebía, pero Marcos lo cortó: “Yo casi tampoco… Pero ahora sí…, los dos”. Puso los vasos delante de Julio y sirvió con generosidad. Tomó el suyo y ocupó una butaca en el mismo lado en que se sentaba Julio, quedando así frente a frente. Se acercó para chocar los vasos y luego separó un poco más la butaca y se arrellenó extendiendo las piernas. Esta nueva visión de Marcos medio tumbado, que resaltaba sus robustas formas, erizó la piel de Julio, quien dio un buen sorbo al whisky. Para colmo, Marcos soltaba el vaso de vez en cuando y aún se estiraba más, llevando las manos tras la nuca y haciendo que la camisa se tensara sobre el pecho y la barriga. Julio se dio cuenta, por otra parte, de que la postura hierática en que permanecía sentado contrastaba con la desinhibida de Marcos, denotando demasiado su turbación. Así que optó por echar el cuerpo adelante, con la barriga volcada sobre sus regordetes muslos, lo cual lo acercó aún más al cuerpo de Marcos. “Apenas sé nada de ti… ¿Qué vida llevas?”. Le cogió por sorpresa la pregunta de éste. “Bueno…, ya me ves, aquí en la empresa…”. “Eso ya lo veo. Pero habrá algo más fuera ¿no?”. “Nada que merezca la pena contar”, se obstinó Julio en su cerrazón. “A ver si lo adivino”. Y a Julio le entró un sudor frío. “Poco de mujeres tú ¿verdad?”. El rubor de Julio respondió por él y lo alivió con otro trago. “¡Oye, que no hay de qué avergonzarse!”, advirtió Marcos con una sonrisa alentadora, y continuó más frívolo: “Pues con la de chicos jóvenes que hay aquí estarás muy distraído”. A Julio le salió rotundo: “¡Eso no!”. Tanto que sobresaltó a Marcos. Pero éste, tal vez porque el whisky le inyectaba osadía, no estaba dispuesto ya a soltar la presa. “No me dirás que te van tipos tan mayores como yo…”. “¿Por qué no?”, replicó Julio, que también tenía la lengua más suelta. Hubo unos segundos de silencio que se podía cortar. Al fin Marcos declaró muy serio: “No sabes lo que me alegra oír eso”.

Quedaron en silencio y pensativos sin mirarse, como si hubieran estado hablando en abstracto y no de ellos. Marcos se bebió el último trago y dijo: “Se ha hecho muy tarde. Será mejor que nos marchemos”. Así pues se separaron como cualquiera de las otras noches en que habían prolongado la jornada. Pero cada uno de ellos siguió pensando intensamente en lo ocurrido. Julio temeroso de que, con su confesión, hubiera dado lugar a que se elevara a la postre una barrera entre ellos. Marcos, satisfecho de poder gustar a Julio, indeciso no obstante sobre la conveniencia de ir más allá.

Los días siguientes transcurrieron en la más absoluta normalidad. Marcos y Julio se veían con frecuencia, pocas veces solos, y parecía que la conversación de aquella noche hubiera quedado olvidada. Pero el día en que Marcos comunicó que volvería a quedarse más tiempo, Julio preguntó precavido: “¿Querrás que me quede también?”. Marcos respondió con naturalidad: “Si tú no tienes inconveniente, por supuesto”. Pronto comprendió Julio que aquella no iba a ser una sesión de trabajo más. Porque Marcos ni siquiera encendió el ordenador y, desprendiéndose de americana y corbata, deambuló indeciso por el despacho, cosa extraña en él. Finalmente volvió a sacar el whisky, pero sin servirlo. “Tal vez nos haga falta”, explicó enigmático. Se acercó a Julio, levantó los brazos y puso las manos en sus hombros. Este gesto, que la otra noche también había tenido aunque desde atrás, conmocionó no menos a Julio. Entonces Marcos dijo: “He pensado mucho en lo que hablamos aquí”. “Yo también”, replicó Julio. Marcos deslizó las manos por los brazos de Julio hasta acabar abrazándolo. “No sé si esto estará bien…”, y juntó la boca a la suya. Julio abrió los labios para recibirlo y la cabeza le daba vueltas. El beso fue largo e intenso, con las lenguas buscándose y enredándose, cada vez más pegados los cuerpos.

Pararon para respirar, y Marcos se fijó en la chaqueta que Julio aún conservaba: “¡Te quito esto!”: Julio dejó que se la sacara, así como que le deshiciera la corbata. Pero Marcos no se detuvo ahí, sino que siguió desabotonándole la camisa. Su mano caliente se adentró acariciando el pecho de Julio y sus dedos juguetearon con el vello recio en torno a las turgentes tetillas. Julio gimió de placer y quiso corresponder, pero Marcos, más expeditivo ya se estaba despojando de la camisa. Julio, liberado de su timidez, lanzó su boca a los pezones que resaltaban en el robusto pecho de Marcos, poblado de vello suave y entrecano. Marcos lo recibía complacido, sin descuidar quitarle del todo la camisa a Julio. Ahora, los dos torsos desnudos se acoplaban enfebrecidos y se entregaban a las manos y bocas del otro. Fueron frenando, saciados de momento, y se contemplaron. A Marcos le encantaba ese busto redondeando y peludo. Julio se deleitaba en la robustez madura que encarnaba Marcos. Éste musitó: “¡Cuántas ganas de tenerte así!”. “¡Y yo de que me tuvieras!”.

Como obedientes a un mismo impulso, los dos se apresuraron a desprenderse de los pantalones y, sin titubeos, también de los calzoncillos, ansiosos de ofrecerse sin velos el uno al otro. Julio presentaba, bajo su prominente barriga, un pubis peludo que enmarcaba una polla regordeta como él, asentada sobre unos huevos encajados entre los muslos. Marcos contrastaba por un pelambre más claro, que daba realce a verga y huevos.

Lo que ambos deseaban hacer ahora tropezaba con el inconveniente de la austeridad del despacho. Marcos lo resolvió despejando la mesa de papeles y otros objetos, así como arrinconando el ordenador. Hizo que Julio se sentara en ella y se echara hacia atrás. Así quedó el sexo entero de Julio a su disposición. Le separó los muslos y metió la cara para lamerle los huevos, mientras le acariciaba la polla, que se endurecía entre sus dedos. Julio gemía y suspiraba. Pero cuando Marcos se la metió en la boca, el cuerpo de Julio se estremeció. Marcos chupaba, gozando  de ese miembro gordo y jugoso. Julio exclamó: “¡Oh, qué gusto  me estás dando!”. “Pues no pienses en correrte todavía”, advirtió Marcos haciendo una pausa. “¡Haz lo que quieras conmigo! ¡Poséeme!”. “¡Es lo que más deseo!”.

Entonces Marcos subió las piernas de Julio sobre sus hombros, de manera que quedó visible el ojete. Lo lamió y ensalivó, usando con delicadeza los dedos. Pese a lo cual Julio se contrajo. “¡Uy, uy, uy!”. Pero al darse cuenta de que Marcos se disponía a realizar su deseo, le pidió: “¡No vayas tan deprisa! ¡Deja que antes te disfrute!”. Bajó de la mesa y se puso en cuclillas frente Marcos. Tuvo ante sí la verga de esté, ya bien dura, y sorbiéndola la mamó con ansia. Marcos le dirigía la cabeza y llegó a reprenderlo con humor: “No hagas trampas, que ya sabes dónde me quiero vaciar”. Aún Julio hizo que se girara para contemplar y acariciar el orondo culo; y tampoco evitó mordisquearlo y lamerlo. “¡Me vuelve loco todo tu cuerpo!” exclamó exaltado. “Ahora ya sabes que lo tienes”.

Julio al fin se levantó y le pidió a Marcos. “¡Venga, que quiero sentirte dentro de mí!”. La mesa sirvió de nuevo para que Julio se echara sobre ella, apoyados los codos. Ofreció así el apetitoso culo, que Marcos trató con cariño. Comprobó la abertura, todavía ensalivada, y fue entrando poco a poco. Julio retenía la respiración acoplándose a la penetración. “¡Sí, sí, adelante!”, profirió enseguida para estimular a Marcos. Éste se movió para obtener placer y darlo. Placer que iba en aumento en ambos. “¡Cómo me estoy excitando!”. “¡Sigue, sigue hasta el final!”. Este final llegó entre resoplidos de Marcos y ablandamiento del cuerpo de Julio. “¿Quién iba a decir que llegaríamos a esto hace tres días?”, se preguntó Marcos. “¿Te arrepientes?”. “¡Para nada! Tenía que pasar”.

“¿Y tú qué?”, refiriéndose Marcos a que Julio no había llegado a correrse. “Me encantaría hacer una cosa…”. “¡A ver ese capricho!”, soltó Marcos que estaba pletórico de satisfacción. “Tú descansa ya, pero siéntale como estuvimos la otra noche”. “Pero si estábamos vestidos…”. “Ahí está la gracia… Si entonces me pusiste a cien, imagínate ahora”. “Así que te la vas a cascar mirándome…”. “Me apetece mucho… Si ya lo hice alguna vez solo pensándolo, ahora te tengo bien real”. “¡Vaya, vaya! Así que, mientras hablábamos de cosas serías, ya me desnudabas con la mirada”. “¿Acaso tú no lo hacías conmigo?” Marcos rio y Julio aprovechó para persuadirlo. “Mira cómo estoy ya”, y le señaló la polla bien cargada.

Marcos tomó asiento y recordó la pose en que había tratado de encandilar a Julio. Así que se despatarró bien estirado e, incluso, cruzó las manos detrás de la nuca, con la vista puesta en Julio. “¡Qué buenísimo estás!”, exclamó éste, mientras se masturbaba a conciencia. “¡Va para ti!”, brindo. Y de su gorda polla fueron saliendo borbotones de semen. “¡Uf, qué a gusto me he quedado”. Marcos replicó: “Pero otra vez, eso no se va a desperdiciar”. “¿Habrá otra vez?”. “¿Tú qué crees?”.

Hombres responsables como eran ellos, todo siguió funcionando en la empresa como de costumbre. Incluso hacían las periódicas reuniones nocturnas, que se desarrollaban con total seriedad, solo que con alguna que otra manifestación de afecto. Pero, de vez en cuando, en una de ellas se dedicaban exclusivamente a expansionarse. No eran sesiones maratonianas, pero fueron experimentando y alternando los diversos placeres sexuales. Así, Julio se follaba también a Marcos y ambos saboreaban las leches respectivas.
 

5 comentarios:

  1. Este relato reclama una continuación ¿no crees?
    Estaría bien que tuviesen un encuentro en el piso de Julio, más relajados, cómodos y dispuestos a mayores fogosidades.

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  2. Gracias por el relato... No sabes lo que me ponen los maduros gordos en traje.... me ha dado un buen calentón. Ojala que haya mas de estos.

    Saludos

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  3. muy bueno desde el principio al final. Que bien escribes hasta me dio cierta nostalgia poque las fotos acompñan perfectamente con los personajes.

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    1. Gracias otra vez... Encontrar las fotos es lo que me da más trabajo

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