martes, 1 de octubre de 2013

Una oportuna rehabilitación



Ramón era un hombre sesentón y bastante grueso. Aunque había tenido pareja, ahora estaba solo y se había ido volviendo un misántropo. Incluso daba por acabada su vida sexual, por la que se había desinteresado. En su relación con los vecinos de su finca se mostraba un tanto hosco y no dispuesto a dar confianzas.

Por su parte, Carlos, ya algo maduro y de cierto sobrepeso, vivía en el mismo rellano. Siendo más joven había trabajado en un centro de rehabilitación física. Aunque le había echado el ojo a Ramón, que le parecía de muy buena pinta, éste se limitaba siempre a un seco saludo cada vez que se cruzaban o compartían el ascensor. Su actitud distante no invitaba a un trato más personal.

Sucedió, sin embargo, que Ramón sufrió un aparatoso accidente de tráfico que le obligo a  estar hospitalizado una temporada. Esto no lo supo Carlos ya que lo único que apreció fue la ausencia de Ramón durante un tiempo, cosa que llegó a extrañarle.

Por eso, el día que al fin lo vio salir de su piso apoyándose en un bastón Carlos no contuvo su sorpresa y se interesó por su salud. Ramón extrañamente se mostró más comunicativo de lo habitual. Ahí le contó lo del accidente y de la estancia hospitalaria. A continuación añadió: “Para colmo me han dado unas instrucciones sobre ejercicios que he de hacer para la rehabilitación de la pierna… Aunque si depende de mí me parece que cojo me quedo”. Su tono mezclaba la irritación y la autocompasión, probablemente la que le llevaba a ser más comunicativo que de costumbre. Entonces Carlos, ante la posibilidad no solo de echarle una mano en su desvalimiento sino también de romper el hielo entre ambos, le hizo un ofrecimiento. “¡Pero hombre, no hay que desanimarse! Mire, yo sé algo de eso y si quiere puedo ayudarlo con los ejercicios. Verá que es más fácil de lo que cree”. Ramón quedó dubitativo pero, pese a no dejar de resultarle incómoda la intrusión en su intimidad de un extraño, dijo finalmente: “Si para usted no es mucha molestia, podíamos probar”. En su fuero interno también había hecho el cálculo de que, si en las revisiones comprobaban que había dejado de lado la rehabilitación, podrían enviarle a alguien, igual a alguna matrona o a un jovenzuelo insustancial. Y después de todo su vecino tenía un aspecto que no le desagradaba. Así pues quedaron en que Carlos pasaría por su casa el día siguiente. Por lo que respecta a éste, el acuerdo le servía también para satisfacer la curiosidad que Ramón le inspiraba.

Cuando se presentó en el piso de Ramón, Carlos se dio cuenta de que no le había dado su nombre, aunque él sí había curioseado en los buzones del vestíbulo. Por eso enseguida manifestó: “Soy Carlos, y usted Ramón, ¿no?… ¿Le importa que lo llame así?”. El mudo asentimiento de Ramón se debió no tanto a su parquedad de palabras cuanto al impacto de la presencia del vecino.

Ante la inseguridad de Ramón, Carlos se puso en acción. Como se había vestido en plan informal para la ocasión, el polo que llevaba dejaba ver unos brazos robustos y suavemente velludos. “Bueno, ¿y si vemos esa pierna?”. Ramón empezó a subirse la pernera del pantalón, que no le pasaba de las corvas. “¡Hombre, así no!”, le interpeló Carlos, “Mejor que se saque los pantalones”. Más por pereza que por pudor, Ramón se fue quitando la prenda a regañadientes, sosteniéndolo Carlos para que no perdiera el equilibrio. Quedó en calzoncillos, de los clásicos blancos, amplios y con abertura. “Vale, siéntese ahí”, dijo Carlos señalándole un sillón. Luego ocupó un taburete bajo y extendió la pierna lesionada sobre sus rodillas. “Buenas piernas… Ha debido ser usted deportista”. En efecto, eran recias y peludas; resaltaban en el blanco del calzoncillo, que se había retraído casi hasta las ingles. “De eso poco, si acaso andariego”, replicó Ramón, “Pero ahora….”. “Va  a quedar la mar de bien, hombre. Confíe en mí”. Los toques que Carlos fue dando a la pierna produjeron en Ramón una sensación agradable. “Si le duele, avise”. Pero el aviso se lo dio a Ramón su propia entrepierna, donde notó un cosquilleo que hacía tiempo no sentía.

“Pues en marcha. Vamos a empezar los ejercicios”, dijo Carlos sacando una fina colchoneta enrollada de una bolsa que había traído. Miró hacia la cocina y vio una mesa alargada que podía servir. “¿Le parece bien tumbarse ahí?”. Ramón accedió resignado y miró cómo Carlos disponía la camilla improvisada. “Ya verá como está cómodo… Pero mejor sería que se aligerara más de ropa para no sentirse sofocado”, añadió Carlos, refiriéndose al grueso jersey que aún llevaba Ramón. Éste pues quedó con una camiseta imperio, que ceñía sus pronunciadas tetas y dejaba ver el pelo canoso que se extendía hacia sus gruesos brazos. Carlos lo ayudó a subirse y tenderse. El roce de las pieles desnudas le produjo una agradable impresión. Y a Carlos le iba resultando de lo más atractivo todo lo que iba descubriendo.

Estirado sobre la mesa, en calzoncillos y camiseta, con su prominente barriga, Ramón no dejaba de sentirse ridículo, pero también intrigado por lo que Carlos se disponía a hacer con él. “Hoy una cosa suave para empezar… Un masajito y coordinar las dos piernas”, anticipó Carlos. Éste empezó a aplicar una crema por la pierna a tratar. El ardor suave que Ramón experimentaba atenuaba las molestias de la lesión. A fin de extender el ungüento de forma más completa, Carlos hizo el gesto de alzarle la pierna, pero, al ir a apoyarla sobre su pecho, dudó. “Me voy a pringar el polo… Mejor me lo quito”. Así quedó con el torso desnudo, y Ramón no pudo evitar sentirse atraído por sus formas redondeadas –se le veía más macizo ahora–, cubiertas de suave vello.

El masaje iba avanzando y el roce de las manos, sobre todo cuando se deslizaban por el muslo, despertaba en Ramón una turbación casi olvidada. Avergonzado, notó que se le producía una erección, que la floja tela del calzoncillo no era capaz de disimular. A Carlos no le pudo pasar desapercibida, pero se abstuvo de cualquier gesto o comentario. No había que precipitarse y, muy profesional, se puso a hacer ejercicios para mover las articulaciones. Pero cada vez que Ramón sentía que su rodilla reposaba contra el cálido pecho de Carlos, los escalofríos lo recorrían.

Todo resultó así este primer día. Carlos dijo: “Quédese reposando un poco… Con permiso, paso al baño para lavarme las manos”. Ramón permaneció tumbado y desconcertado hasta que Carlos volvió y le ayudó a bajarse de la mesa. “Ahora vístase, no vaya a coger frío”. Mientras se ponía su polo, se despidió: “Pasado mañana vuelvo, si le parece bien. Ya será una sesión un poco más movida…”.

La confusión de Ramón fue en aumento durante el tiempo de espera. Se hacía cruces del efecto tan inesperado de la incursión de Carlos en su intimidad y, sobre todo, de que su contacto hubiera causado una reacción que ya creía excluida de su vida y que, para colmo, lo había puesto en evidencia. Porque, además, aunque el hombre no se había mostrado sorprendido, tampoco había dado el menor indicio de agrado o complicidad. El caso es que, cada vez que le venía el recuerdo de su cuerpo y de su tacto, volvía a manifestarse la resurrección de su entrepierna. Desde luego, lo que tenía que descartar era la posibilidad de tomar cualquier tipo de iniciativa, que ya no estaba él para hacer el ridículo o que le dieran un corte. Carlos, en cambio, se sentía muy complacido por los signos que Ramón –o su cuerpo– había manifestado y que le parecían inequívocos. Poco a poco se vería lo que daba de sí la situación.

La primera preocupación de Ramón fue qué ropa ponerse para la nueva visita. El tipo de calzoncillos que había llevado no sujetaban nada y lo habían delatado, pero no tenía de otra clase. Se le ocurrió recurrir a un viejo bañador, tipo meyba, que por lo menos tenía bolsa interior. Pero era de una talla hacía tiempo rebasada y le oprimía fuertemente la cintura, por más que sacara hacia arriba la barriga. La camiseta sería igual a la del otro día; no se iba a poner demasiado playero. Se cubrió con una bata y aguardó inquieto. Él mismo se consideraba estúpido por el desasosiego que experimentaba a estas alturas.

Por fin llegó Carlos y, esta vez venía aún más informal, con un chándal. Se quitó directamente la sudadera y dejó desnudo su torso. Dispuso la colchoneta sobre la mesa de cocina y, cuando Ramón se desprendió de la bata, bromeó: “¿Qué, vamos a nadar hoy?”. Lo que avergonzó al aludido. Le ayudo a subir a la mesa y, al ver lo que le ajustaba la cintura del bañador, exclamó: “¡Pero hombre de dios, si no va a poder ni respirar!”. A Ramón se le planteó un dilema inesperado. “Pues me bajo y voy a cambiarme”, pensando en que tendría que recurrir de nuevo a los calzoncillos delatores. Pero Carlos sugirió entonces: “Mejor le cubro con una toalla y se quita eso… Al fin y al cabo es lo que se hace en los masajes”. A Ramón, que nunca se había dado un masaje, la idea le pareció un mal menor, confiado en que la toalla fuera lo suficientemente discreta. El cambio, sin embargo, tuvo su complicación. Boca arriba y con una pierna averiada, levantar el culo para poder desajustar el bañador iba a ser toda una proeza. Carlos le echó entonces una mano. “Déjeme hacer a mí”. Con ambas manos estiró de la prenda y solo al quedar ésta al nivel del pubis, extendió la piadosa toalla. Terminó de sacar el bañador y, por fin, Ramón quedó tendido y púdicamente cubierto. “Así estará más cómodo ¿no?”, sentenció Carlos.

Ramón, inmóvil, no se sentía suficientemente protegido por la toalla, que sujetaba con las manos agarradas a los bordes de la mesa. Ya la unción de la crema suavizante por la pierna le empezó a poner la piel de gallina. Trataba de mirar al techo para rehuir la visión del pecho de Carlos inclinado sobre él. Pero lo inesperado fue que, en sus movimientos, Carlos iba rozándole el paquete, poco sujeto por el suelto chándal, sobre su mano aferrada al borde de la mesa. El conflicto entre retirarla bruscamente o dejarla estar lo dejó paralizado, lo cual facilitó la segunda opción. Por otra parte, ¿era consciente Carlos de dónde se arrimaba o, incluso, lo hacía deliberadamente? Estas cuitas, más que retraerlo, le fueron produciendo un acaloramiento que ya notaba en la entrepierna. El caso era que Carlos, consciente de su turbación, insistía en los roces, lo cual, junto con el manoseo y la visión de aquel cuerpo maduro, fue provocándole un evidente endurecimiento. ¿Será posible?, se dijo Ramón al sentir la persistente presión en su mano. Aun así se obstinaba en no reconocer la realidad. Eso en su mente, porque el cuerpo le iba por su cuenta. Confiaba en que la toalla lo protegería de la inoportuna erección que ya estaba notando, pero la tensaba tanto con las dos manos, y para colmo con una de ellas oprimida por el paquete vigorizado de Carlos, que el abultamiento se estaba haciendo patente. Recordó que su miembro viril excitado adquiría un volumen considerable.

Carlos iba haciendo un seguimiento disimulado, aunque regocijado, de sus avances. En un ejercicio de subir y bajar la pierna de Ramón, la toalla se fue corriendo hacia arriba y la polla se liberó. Ramón quedó avergonzado sin saber qué hacer. Pero Carlos aprovechó su confusión para comentar: “Se nota que está a gusto…”. Ramón no encontró otra salida más airosa que preguntar: “¿Queda mucho todavía?”. “Eso depende de usted”, fue la respuesta ambigua de Carlos. “Pues lo dejamos por hoy ¿de acuerdo?”, concluyó Ramón en el colmo de la confusión. Carlos, quien no quería tensar demasiado la cuerda, lo ayudó a bajar de la mesa e, incluso, a ceñirle bien la toalla a la cintura. Al despedirse tanteó el terreno. “Si le va bien, vuelvo mañana”. “¡Por supuesto!”, le salió a Ramón casi sin pensarlo.

Esa noche fue de profundas reflexiones. No tanto para Carlos, que viendo que el cerco se estrechaba, solo dudaba en cuál sería el momento oportuno para seducir definitivamente a Ramón. En cambio éste, por una parte, no se libraba del calentón que había experimentado y que se acentuaba al representarse el torso desnudo de Carlos y, cómo no, la dureza que había encontrado contra su mano. Hasta estuvo tentado de masturbarse, pero lo descartó al considerar que ya no tenía edad para esos desahogos de jovencito. Esto lo llevó a un segundo nivel de reflexión. Estar en manos de Carlos lo había puesto en un estado de excitación como no recordaba en mucho tiempo. Y Carlos había dado alguna muestra que no parecía precisamente de indiferencia. ¿Por qué no iba a dejarse querer? Desde luego se mantenía firme, o no tanto, en no dar un primer paso. Pero ¿y si Carlos se frenaba ante su excesiva pudibundez? Decidió que al menos daría facilidades. Para empezar prescindiría de la camiseta y hasta escogería una toalla menos ancha y más liviana, recordando los tiempos remotos en que había frecuentado una sauna. Solo ceñido con ella recibiría pues a Carlos. Al fin y al cabo ya había entre ellos más confianza…

Cuando llegó Carlos quedó gratamente sorprendido del cambio en la apariencia de Ramón, que aún lo estimuló más en su hasta el momento oculta intención. Con su tetudo pecho, velludo y canoso, así como la pícara toalla sujeta por debajo de la barriga, Ramón le resultaba de lo más apetitoso. Carlos se apresuró a quitarse la sudadera para lucir también su cuerpo, seguro ya de que a Ramón no le era indiferente. Además se le ocurrió la pillería de aflojarse con disimulo la cinta que mantenía fijado el pantalón del chándal. Hubo una mayor fluidez entre ambos en el ritual de subir sobre la mesa a Ramón. Éste ya no se empeñó en tensar la toalla con las manos, aunque se cuidó de que la del lado en que Carlos se situaba quedara adecuadamente salida.

A Ramón no le intranquilizó hoy tanto el cosquilleo en la entrepierna que le provocaban los tocamientos por la pierna. Sintió escalofríos cuando se repitió el roce del paquete de Carlos por su mano y más todavía al notar cada vez mayor dureza. Tenía que hacer esfuerzos para no mover atrevidamente los dedos. Pero en Carlos además iba haciendo efecto el aflojamiento de la cintura del pantalón. Éste bajaba poco a poco hasta el punto de que la mano de Ramón fue pasando de tocar tela a tocar vello púbico y, a no tardar, la mismísima polla tiesa de Carlos que había quedado al descubierto. Ramón experimentó una conmoción y, sin control de sus actos, los dedos se le movieron en torno al miembro. Por supuesto Carlos se dejó hacer sin interrumpir su actividad. Pero veía asimismo con regocijo que la toalla de Ramón se estaba levantando estirada por la polla desbocada entre unos hinchados huevos. Con la coartada del ‘tú has sido el primero’, Carlos encontró vía libre para alargar una mano y empezar a acariciar la entrepierna de Ramón. Éste reaccionó agarrando con más determinación la polla de Carlos, cuyos pantalones ya le habían caído. A medida que la mano de Carlos pasaba de cosquillear los huevos a repasar la polla de Ramón, la barriga de éste subía y bajaba por la respiración acelerada. Carlos, de natural más locuaz, iba a decir algo, pero Ramón lo cortó en seco. “No digas nada”.

El torpe sobeo que Ramón seguía dando a la polla de Carlos no obstaculizó que éste se empleara a fondo, con boca y manos, por el cuerpo de Ramón, ya libre de la toalla. Inició una mamada mientras una mano repasaba muslos y huevos, y otra barriga y pecho, estrujándole las tetas. Le encantaba el tacto del vello sobre las blandas redondeces. Ramón, sin desocupar la mano que tenía atareada, experimentaba como una novedad el casi olvidado placer que la boca de Carlos le estaba proporcionando. El deseo acumulado era tal que no tardó en sentir como una corriente eléctrica que  lo sacudía. Con la mano libre asió la cabeza de Carlos, dudando entre apartarla para que acabara manualmente o sujetarla. En su frenesí hizo lo segundo y Carlos, que captaba lo que estaba a punto de producirse, estrechó el cerco de sus labios. Las sacudidas de Ramón a punto estuvieron de hacerlo caer de la mesa. Pero no impidieron que Carlos fuera libando sus ráfagas de semen.

Carlos, entre el manoseo de Ramón y la excitación de lo que acababa de lograr, tenía la polla a punto de estallar. Sabía que, en el estado de laxitud en que había caído Ramón, no podía pretender de él mayores esfuerzos. Así que se puso a meneársela llevado por la urgencia. Sin embargo Ramón, quien captó la maniobra, tuvo el detalle de atraerlo y ofrecerle su pecho para que descargara sobre él. El gesto estimuló todavía más a Carlos, que acabó proyectando su chorro sobre la palpitante barriga.

“¡Vaya, vaya!”, fue el único comentario a lo sucedido que salió de la boca de Ramón, porque enseguida cambió el discurso. “¡Tendré que bajarme de aquí, digo yo!”. Así que Carlos retomó sus funciones asistenciales y ayudó a Ramón, algo desorientado. La toalla desechada le sirvió para limpiarse la leche de Carlos.

A cada uno en sus propias reflexiones le parecía increíble que ahora estuvieran desnudos frente a frente, aunque ya sosegados. Fue Carlos quien se decidió a preguntar: “Ramón ¿querrás que vuelva?”. Casi le sorprendió la respuesta: “Por mí desde luego… Y a ver si nos ponemos más cómodos”.

No se había concretado fecha y Carlos pensó que tal vez sería conveniente dejar al menos un día de por medio. Por una parte, para permitir que Ramón se recuperara y se sosegara, ya que estaba convencido de que aquella situación había sido completamente inesperada para él. Por otra, él mismo debía reflexionar si no se habría visto envuelto en un episodio de seducción pasajero. Ramón le atraía mucho, pero dudaba si superaría su talante huraño.

Ramón, a su vez, tenía la sensación de haber descendido en el túnel del tiempo. El resurgimiento de su deseo sexual había sido explosivo. ¡Y qué mamada! Le recordaba las que le hacía su antiguo amante… Pero estaba asustado; eran muchos años ya de retraimiento y no entendía que le pudiera gustar a Carlos. Así pues temía y ansiaba a la vez la vuelta de éste, no ya como asistente del que aprovechar subrepticiamente sus roces, sino para el goce completo de sus cuerpos. Por ello, al transcurrir el día siguiente sin novedad, casi sintió alivio: aquello era demasiado para él. Aunque la agitación sensual seguía dominándolo.

Le dio un vuelco el corazón un día después la llamada ya no esperada. No había hecho ningún preparativo y llevaba su descuidada indumentaria de andar por casa. Carlos venía sin bolsa y había cambiado el chándal por un liviano pantalón corto y una camiseta ajustada a los contornos de su torso. Impactó a Ramón lo deseable que lo encontraba y se avergonzó de su falta de previsión. Tuvo unos momentos de indecisión y de pronto le surgió una idea. “¿Te importa esperar un momento?”. No aguardó repuesta y se perdió por el pasillo, dejando a Carlos un tanto perplejo. Aunque no tardó en llamarlo. Carlos avanzó hasta dar con el dormitorio. Ramón estaba en la cama, desnudo y parcialmente cubierto por la sábana. A Carlos le llegó a emocionar tal gesto de entrega. Se acercó al borde de la cama y facilitó que Ramón lo tocara a su gusto. Éste le metió primero una mano por un camal  y hurgó en el sexo; luego estiró hacia abajo en pantalón. Fue inmediata la erección de Carlos, quien se despojó de la camiseta. Le sorprendió gratamente que Ramón se girara y alcanzara con la boca la polla, supliendo la falta de práctica con una gran aplicación. Mientras, Carlos había apartado la sábana y veía a Ramón de medio lado con la verga abriéndose paso entre los rollizos muslos.

Al fin Carlos se dejó caer sobre la cama y los cuerpos se fundieron en un abrazo, palpándose mutuamente. A continuación Carlos quiso realizar deseos no del todo satisfechos hasta entonces y con caricias y besos recorrió el orondo y peludo pecho de Ramón, para bajar luego por la barriga. Ramón se plegaba con gusto a ello y a su vez iba tocando cuanto alcanzaba. Cuando la cabeza de Carlos se enfrentó al bajo vientre, su boca se deleitó repasando y lamiendo los rotundos huevos. La polla se erguía gruesa y húmeda, atrayendo sus labios que la cercaron. No habría parado de no ser porque Ramón se movió para apartarlo. Y es que previamente deseaba otra cosa. Esto lo comprendió Carlos al ver que Ramón se giraba para quedar bocabajo. Su ponderoso culo, que hasta el momento Carlos solo había vislumbrado, era toda una invitación. Se lanzó hacia él manoseándolo y jugando con la oscura raja, que luego mordisqueó y lamió. Ramón suspiraba ante cada envite y, para Carlos, era evidente su demanda. No obstante preguntó: “¿Quieres que te penetre?”. La voz de Ramón sonó temblona. “Sí, pero me da mucho miedo… Hace tanto tiempo…”. Si Carlos ese día hubiera traído su bolsa, habría encontrado algo que sirviera para suavizarlo;…y Ramón no hacía pinta de usar cremas y lubricantes en el baño. Tuvo una idea. “¿Te parece que vaya a la cocina a por un poco de aceite?”. La sugerencia tranquilizó a Ramón.

En un momento Carlos estaba de vuelta con la aceitera. Se echó unas gotas en un dedo y lo pasó por la raja de Ramón. Cuando llegó al ojete apretó un poco y el dedo fue resbalando hacia dentro. Un “uyyy” lastimero salió de la boca de Ramón, pero sin el menor gesto de rechazo. Carlos aprovechó para frotarse la polla y comprobar su plena turgencia. Apoyado en los glúteos, tanteó por la raja y cuando dio con el centro empujó un poco hasta meter en capullo. Los “uff, uff, uff” de Ramón no le parecieron dramáticos, así que llegó a tenerla toda dentro. Aquellos gemidos se fueron trocando poco a poco en un sentido “¡Sí, así, así…!”, hasta culminar en un explosivo “¡Hazme tuyo hasta el final!”. La memoria debió reverdecer en Ramón antiguas proezas. Clavó la cara en la almohada y sus resoplidos sonaban atenuados, mientras Carlos se esforzaba en cumplir su deseo. Sin desviar la mirada del maduro cuerpo que se le entregaba, fue alcanzando el clímax, hasta que se apretó al culo con fuerza y se descargó en varias sacudidas. Ramón hizo aparecer su cara y exclamó en un susurro: “¡Cómo me ha gustado!”. Carlos, aun fatigado, se extendió a su lado y lo abrazó. Con una mano buscó el sexo de Ramón, que estaba flácido. “Hoy no necesito nada más”, dijo éste.

Pero hubo más días y cada cual puede imaginar lo que más le complazca en la relación entre Ramón y Carlos.

9 comentarios:

  1. Fantástico! una historia excitante de principio a fin, gracias por compartir

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  2. Uffff.... Qué buen relato, me ha provocado un buen calentón. Sigue publicando y animando nuestras fantasías.... Gracias

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  3. Gracias a todos por vuestros ánimos

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  4. Incredible relato me has dejao con un calentón qe voy a desahogarme con una buena ........... gracias tio por estos relatos

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  5. es un increíble relato muy calentó ojala tengan mas de estos relatos uffffffffffffffff

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  6. Wooff.... Ya me deja a mí con ganas de necesita un masaje y una rehabilitación!!!

    Excelente, gracias!!!

    Steve, de Argentina.

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  7. un poco de ganjha, un vibrador, lubricante y este video, no tienen idea de lo rico que fue.......

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  8. Estoy cada vez más obsesionado con tener a un hombre así... llenito, velludo y maduro.

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  9. compadre contactarme uno así no me gustan los nuevos prefiero gente msdura

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