domingo, 1 de septiembre de 2013

Una historia de camping (Primera parte)


Hace ya bastante tiempo me vino la idea de vivir la experiencia de pasar unos días en un camping. Desde luego mi fantasía me habría hecho soñar con uno nudista, pero las circunstancias de época y posibilidades me llevaban a conformarme con algo más modesto. Un amigo me prestó una tienda de campaña de medidas aceptables, y no demasiado complicada de montar. Con ella y demás bártulos me instalé en un camping cercano, situado en un paraje pintoresco junto a un río. Allí podría respirar aire puro, hacer algo de ejercicio y conocer el ambiente de una comunidad de este tipo. Poco más, porque no creía que se prestara a mayores aventuras.

Estábamos a principios del verano y ya la temperatura era bastante cálida. Pero todavía el número de campistas era discreto y pude escoger un emplazamiento algo apartado. Alcé con mayor o menor pericia mi tienda y pasé el primer día inspeccionando los alrededores. Pude comer en el chiringuito que proveía a los que no teníamos maña para hacernos nuestra propia comida.

Esa noche dormí mal que bien, impregnado de loción antimosquitos. Ya entrada la mañana me despertó el rugido de un motor que cesó repentinamente. Husmeé  por la abertura de mi tienda y vi que a no mucha distancia se había aposentado una gran autocaravana. Sentí como si mi enclave privilegiado hubiera sido violado. Pero mi desazón aumentó cuando el vehículo empezó a vomitar tres críos de no más de diez años ninguno de ellos, a los que trataba de controlar la que supuse su madre. Sin embargo mi desazón dio un vuelco cuando apareció el varón adulto de la manada. Era un tiarrón robusto, entre los cuarenta y los cincuenta, con un aspecto más que apreciable. Lo que corroboró el gesto de, al disponerse a entrar en faena, prescindir de la camisa y quedar con pantalones cortos. ¡Jo, qué torso y qué dorso lucía el tío! Sobrado de carnes, que velaba un vello suave pero abundante, los shorts debían ser del verano pasado porque le reventaban los muslos.

El hombre se afanaba en asentar la caravana y en añadirle un entoldado complementario. Con sus presurosas maniobras, que hacían que la cintura se le bajara y que me iban ofreciendo las más variadas perspectivas, me estaba alegrando la mañana, fisgoneando desde mi rendija. Mi entusiasmo llegó al colmo cuando, para afirmar los tirantes del toldo al suelo, a medida que se agachaba enseñaba más de la raja del culo,…lo que siempre ha constituido una de mis más recurrentes fantasías.

Pero claro, no tenía más remedio que dar la cara, pues no me iba a quedar escondido todo el día. Así que me puse un traje de baño y, con una toalla y la bolsa de aseo, salí para dirigirme a los lavabos, como si me acabara de despertar. Dada la proximidad me pareció que lo correcto por mi parte eran unos “buenos días”. El rostro tan risueño, adornado con una barbita entreverada de algunas canas, que me devolvió el saludo me desbarató. Aún añadió una disculpa: “Me temo que te hemos dado la mañana”. “Para nada”, respondí, “Si además tengo el sueño muy pesado…, y ya iba siendo hora de ponerme en movimiento”. Su sonrisa era encantadora.

Cuando volví duchado y aseado, la familia se hallaba en torno a un copioso desayuno-almuerzo. Se notaba que llenar el buche era uno de sus hobbies preferidos. Hice por pasar desapercibido, pero el padre de familia me interpeló: “¿No querrías tomar algo con nosotros?”. La verdad es que desde el día antes mi estómago estaba vacío, porque todavía no tenía muy claro cómo organizar mi alimentación. Así que acepté de buen grado, pero por un cierto pudor dije: “Me pongo algo por encima y vengo”. Sin embargo me replicó: “¡No hace falta, hombre! ¿No ves cómo vamos todos?”. Y sí que iban, con sucintos bañadores. En tanto que la madre lucía un bikini que recogía mínimamente su exuberante anatomía, el padre –que era quien me interesaba– llevaba un eslip que ocultaba tan solo lo más indispensable. Ya ni me acuerdo de qué derroteros tomo la conversación de circunstancias, ante esos muslos separados sobre la banqueta por cuyas ingles asomaba ya algo de vello púbico y esa barriga peluda que sobrepasaba el bañador del que solo quedaba un pequeño triángulo abultado. Por lo demás, cada vez que se levantaba para, solícito, traer o llevar algo, me pasaba por delante un culo bien ceñido que desbordaba la prenda más abajo del nacimiento de la raja. ¡Uf, qué mañanita!

Ellos decidieron ir a bañarse al río y yo, por discreción más que por falta de ganas, dije que tenía otros planes. Pero al caer la tarde, cuando estaba sentado ante mi tienda leyendo, reapareció la tropa muy alborozada. Y aquí ya vino una nueva sorpresa. Todos, menos el padre, se habían perdido dentro de la caravana. Él entonces se dirigió a mí: “¡Oye! ¿Me podrías indicar dónde caen los servicios y duchas del camping? En la caravana tenemos, pero ya ves que hay que ponerse a hacer cola”. “¡Claro que sí!”, y añadí sin pensármelo dos veces: “Ya te acompaño”. Las instalaciones de nuestro sector, que era la más apartada, estaban todavía muy poco frecuentadas, así que, cuando accedimos a la zona de hombres, no había nadie más. Aunque mi misión era solo la de dirigirlo hacia allí, como el vecino charlaba animadamente mientras yo me deleitaba viéndolo cimbrarse a mi lado con su breve eslip, no tuve inconveniente en entrar con él. Las duchas tenían una discreta puertecilla de vaivén que llegaba hasta poco más de la cintura. Él pasó a una sin interrumpir la conversación y se quitó el bañador. Yo quedé al lado, por lo que la puerta no me impedía la visión de cuerpo entero. ¡Qué morbo de desnudo integral, con el cargado sexo y el culo completo! Porque se iba girando bajo el agua sin el menor embarazo y se extendía con parsimonia el gel por todo el cuerpo. Además su parlamento aún elevaba más grados mi excitación. “Hemos descubierto un remanso apartado del río muy bucólico y nos hemos bañado desnudos ¡Qué gustazo! …A ver si otro día vienes con nosotros”. Disimulé cualquier exceso de entusiasmo: “No querría entrometerme en vuestra intimidad…”. “¡Que va! ¿O es que te daría vergüenza?”. Sonrió pícaro, pero cambió de tercio: “Si no, vamos un día tú y yo solos, mientras mi mujer se lleva a los niños a visitar la ermita”. La oferta no podía ser más prometedora. Salió de la ducha sacudiéndose el agua como un perro mojado y se apoyó en mi hombro para ponerse el eslip. “La barriga me desequilibra”, rio.

Al día siguiente apareció algo alterado y tapándose apenas con una toalla. “¡Joder con los críos! Están dando la tabarra de que no soportan mis ronquidos por la noche”. Por decir algo, comenté tontamente: “Claro, en la caravana está todo más junto”.  Entonces hizo una sugerencia que no sé si llevaría preparada o si le surgió espontáneamente: “¡Oye! ¿Sería mucho abusar si esta noche me paso a dormir contigo en tu tienda? Como dijiste que tienes el sueño muy profundo…”. Me hizo gracia que recordara mi comentario del primer día, pero aún más me sorprendió su propuesta. “La tienda no es muy grande, pero dos personas tendidas caben…”. “¿Eso es un sí? Eres el colmo de la amabilidad… Así estarán más tranquilos”. Los niños tal vez, pero yo casi tenía que pellizcarme para asimilar la idea. Desde luego estaba dispuesto a pasarme la noche oyendo la cabalgata de las valquirias con tal de tener aquella maravilla a mi lado. “Pues cuando vayas a acostarte me avisas, que no quiero alterar tus costumbres”.

No volví a verlos en todo el día, que se me hizo larguísimo, contando las horas y fantaseando sobre las incógnitas de la experiencia. Llegado el momento vino cargado con una colchoneta y una liviana parte inferior de pijama. Ésta ya se le bajo hasta la mitad del culo cuando, arrodillado, extendía la colchoneta junto a la mía. Cuando estuvimos listos cerré la abertura de la tienda y nos acomodamos. Bajo una farola que permanecía encendida toda la noche, la lona dejaba filtrar luz suficiente para que nos pudiéramos ver.

Lo primero que hizo mi acompañante, ya tendido bocarriba, fue levantar las piernas para sacarse el pijama. “Esto sobra… Y no hace falta taparse con esta temperatura ¿no es verdad?”. Yo entonces hice lo propio y también me quedé desnudo. No se me escapó que también me miró de arriba abajo. Echados uno junto a otro, se produjeron unos segundos de silencio. Luego se giró hacia mí presentándome toda la delantera. No tuve más remedio que subir una rodilla para disimular el delator engorde en mi entrepierna. No sé si captaría el gesto, pero con una cálida sonrisa me dijo: “Gracias por acogerme… ¿Dormimos?”. Se dio la vuelta y reinó el silencio. Tener a pocos centímetros ese culo tan apetitoso me ponía negro. Verdaderos esfuerzos me costó dejas quietas las manos, aunque no dejaban de acosarme las tentaciones. ¿Qué pasaría si empezaba a acariciarlo? ¿Le sorprendería? Y si fuera así ¿cuál sería su reacción? Mira que si lo estaba esperando… Suficientes elucubraciones para alimentar mi insomnio. Al menos ahora podía dejar libertad a mi polla excitada y tocármela acompasadamente.

De pronto dio un respingo y se puso bocarriba. Su respiración se aceleró y pronto se tradujo en resoplidos alternados con potentes ronquidos, que fueron haciéndose dominantes. Repercutían en su tetudo busto y en su barriga que subía y bajaba. La polla le reposaba sobre los huevos que los rollizos muslos impulsaban hacia arriba. Me habría encantado separarle un poco las piernas para darles mejor acomodo. No duró mucho en esa posición, porque volví a tenerlo de frente. Un brazo se le desplazó hasta alcanzarme. Su antebrazo me rozaba el hombro y sentía las calientes cosquillas del vello. Sus soplidos tan cercanos también me erizaban la piel. Pero mi misma excitación insatisfecha fue agotándome y, a pesar de los ronquidos, llegué a adormecerme.

Me desperté antes que él, que estaba de nuevo panza arriba sobre la que reposaban sus manos. Aunque lo que más me sorprendió, y gratamente por cierto, fue la formidable erección que presentaba impúdicamente. Su verga, que hasta el momento solo había visto en reposo, bien carnosa eso sí, se erguía en toda su dimensión y oscilaba al ritmo de la respiración. No pude hacer más que quedarme en adoración de tamaño tótem, con mi polla endurecida también, y no precisamente por los efectos matutinos. Pareció que mi mirada lo sacudiera, porque abrió los ojos como procesando dónde se encontraba. Enseguida se percató de su exhibición, que se tomó con humor capechano. “¡Vaya cómo me he puesto de buena mañana!”. Pero al ver que yo presentaba un estado similar exclamó riendo: “¡Pues anda que tú…!”. La intimidad en que nos solazábamos debió servirle de acicate, pues, tras reflexionar unos instantes, propuso: “¿Qué te parece si mando a mi familia de excursión a la ermita y nosotros vamos a bañarnos al sitio que te dije?”. ¡Qué me iba a parecer: de perlas! Así que se calzó a duras penas el pantalón del pijama y salió al exterior. Desde ahí me dijo: “Voy a negociar y tú apúntate al desayuno colectivo”.

Me demoré un poco para serenarme y salí en bañador cuando ya estaban disponiendo con gran alboroto la pitanza. El padre, que no había mudado el vestuario, sentado frente a mí y sin haberse preocupado de abrochar la bragueta, me ofrecía retazos fugaces de sus partes, a los que yo, insaciable, no quitaba ojo. Hasta quise pensar que igual él se regodeaba con ello.

Se ajustaron los planes y ya liberados, el padre cambió el pijama por su escueto eslip y, equipados tan solo con sendas toallas, nos pusimos en camino. “Veras como te gusta lo de hoy”, dijo en tono premonitorio. Aunque yo no dejaba de relamerme en las mieles de lo que iban a ser cuanto menos delicias visuales.

Llegamos al paraje que era efectivamente de lo más recoleto y en absoluta soledad. No perdió tiempo mi acompañante en quedarse en cueros, secundado por mí. “¡Esto es vida!”, exclamó mientras nos metíamos en el agua. Bastante fría, pero adecuada para calmar el calor del camino, y el de la entrepierna. Él se puso de lo más retozón, con un punto de infantilismo que me embelesaba. Se ponía a hacer el pino con lo que, de la cintura hasta los pies, surgía invertido con los sicalípticos efectos de la gravedad. Buceaba y me agarraba de los tobillos para hacerme caer hacia atrás. Se empeñó en que usara sus hombros de trampolín, con lo que hube de trepar por su espalda en varios intentos fallidos que daban lugar a acuáticos revolcones. Total, que en el baño el hombre daba todo de sí y, de paso, me inflamaba de deseo.

Salimos al fin del agua y, al ir a por las toallas, sugirió: “El sol ya pega fuerte ¿Por qué no nos tumbamos detrás de esos arbustos que dan muy buena sombra?”. Extendimos las toallas una junto a otra y era como si estuviéramos de nuevo bajo mi tienda, aunque ahora mucho más apartados del mundanal ruido. El clima que se iba creando, sin embargo, parecía muy diferente ahora. Ya me llamó la atención que esperó a que me echara yo primero y él se quedó unos segundos erguido ante mí en una pose descaradamente provocativa. Luego, la relajación de nuestros cuerpos tan cercanos y un silencio que se podía cortar presagiaban que algo pasaría. Fue él quien pronunció la primera frase, con una voz contenida que contrastaba con su desparpajo habitual. “Yo te gusto ¿verdad?”. Me cogió por sorpresa y di una respuesta ambigua. “¡Hombre! Eres un tipo encantador…”. “Creo que sabes a lo que me refiero”, insistió. Los pies de plomo ya me pesaban demasiado, así que pregunté: “¿Tanto se me nota?”. Sonrió y contestó: “Bueno, yo también he hecho todo lo posible ¿no te parece?”. “Desde luego para provocar eres único,…y encima haciéndote el inocente… Pero ¿yo también te gusto?”. Era mi pregunta obligada. “Desde que te vi aparecer el primer día y como me mirabas me hice a la idea de que podría haber algo entre nosotros”. “Y mientras calentándome… Porque lo de esta noche ha sido muy fuerte”. “No creas, que yo también tuve que contenerme… Pero me parecía que tu tienda era un techo de cristal, a dos palmos de mi familia”. “Así que todo ha sido un preparativo para este momento…”.


Sigue en la Segunda Parte......................................................

3 comentarios:

  1. Me encantó tu relato, no tan cachondo como otros, pero también tiene su miga
    Gracias y sigue con ese ánimo tan tuyo
    un gran abrazo

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  2. El Tema «acampada» da para mucho. Deberías haberlo probado antes.

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  3. Qué delicia lo que se viene.

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