domingo, 9 de junio de 2013

Las fantasías del capitán


Para terminar la saga castrense, recordaré que la última parte de mi servicio militar la cumplí realizando trabajos de oficina. Era muy aburrido, pero no como para quejarme, ya que podían haberme tocado cosas peores. Empecé un mes de agosto y buena parte del personal disfrutaba de sus vacaciones. Así que apenas tenía nada que hacer y quedé casi olvidado en un despacho. Aprovechaba para leer y estudiar matando el tiempo. La ventana junto a la que me sentaba no me ofrecía demasiada distracción, puesto que solo se veían los pisos de los edificios de enfrente, en una calle algo ancha. Pero no tardó en atraer mi atención un hecho que se repetía casi cada día. A última hora de la mañana, cuando aún faltaba un rato para que terminaran mis tareas oficiales, un hombre, que daba todo el aspecto de haber vuelto de la playa y estar haciendo tiempo para la comida, se acomodaba en un balcón con un botellín de cerveza. El caso es que era grueso y en sazón, solo provisto de un traje de baño. Cuanto más me fijaba en él más apetitoso lo encontraba, desde sus robustas piernas, visibles a través del enrejado, hasta su torso tetudo y velludo. Su actitud indolente y distraída, disfrutando de la sombra del toldo y de los tragos de cerveza, constituían para mí una excitante exhibición. Lógicamente, por el lugar en que  estaba, mi espionaje era muy discreto y estaba seguro de que en absoluto sería percibido. Esperaba con ansia su aparición y, si faltaba o bien alguien venía al despacho y entorpecía mi observación, me irritaba y sentía una gran desazón. Solo me calmaba cuando volvía a tenerlo a la vista. 

A primeros de septiembre volvió la actividad normal y yo empecé a tener más trabajo, que me hacía ir de un lado para otro. Cuál no sería mi sorpresa, en una de estas salidas de mi despacho, y coincidiendo con la inactividad sobrevenida en el balcón, al cruzarme con su ocupante revestido de oficial. Aún fue mayor mi impresión cuando se produjo un cruce de miradas en que me pareció captar un cierto reconocimiento. Éste llegó a hacerse más evidente poco después. El oficial pasó por delante de mi puerta, estando yo sentado en mi mesa, se detuvo brevemente y dirigió su vista a la ventana desde la que se enmarcaba su balcón. Desapareció enseguida y yo quedé temblando de bochorno. Durante varios días no hubo más que cruces fugaces, sin mayores indicios de  identificación. Casi llegué a pensar que habían sido imaginaciones mías, provocadas por el impacto de la coincidencia entre el hombre del balcón y el oficial. Más tranquilo, no dejaba de fantasear con él y habría preferido seguir viéndolo como el mes anterior, aunque de uniforme también tenía su atractivo.

Pero la calma duró poco. Cuando menos me lo esperaba, el oficial entró en mi despacho y me extrañó que entornara la puerta. Rápidamente me puse de pie en posición de firmes. Ignorándome, volvió a mirar hacia su balcón a través de la ventana. Al dirigirse a mí percibí un cierto tono de ironía. “Te debiste aburrir mucho aquí…, sobre todo los primeros días”. “Siempre hay cosas que hacer, mi capitán”, contesté procurando controlar el temblor de mi voz. “Una de ellas mirar por la ventana ¿no?”. Ahí ya me subieron todos los colores. “Se le va a uno la vista sin querer, mi capitán”, respondí con sensación de atrapado. “Natural… Si hasta me hacía gracia verte aquí cada vez… Pero todo se acaba”, concluyó sin abandonar la ironía. “Bueno, pues cada uno a lo suyo… Ya nos iremos viendo”. “A la orden, mi capitán”. Se marchó y yo quedé de lo más confuso. ¿A qué venía presentarse para hacerme saber que se había visto observado y que no le había molestado? ¿O, por el contrario, era un aviso de que me había calado y que fuera con cuidado?

El fin de semana siguiente, como todavía el tiempo era caluroso, fui un día a la playa, a una zona que, en aquel entonces, quedaba acotada para militares y familiares. No dejé de distraerme observando a algunos hombres que tiraban de espalda. Antes de marcharme, me dirigí  a una de las duchas dispersas para sacarme la arena. Todas estaban en uso y el azar hizo que, medio cegado por el fuerte sol, fuera a parar precisamente ante la que estaba utilizando el capitán. Quise dar un giro para desviarme hacia otra ducha, pero él ya me había visto y me llamó. “¡Ven, ven, que enseguida acabo!”. Hube de quedarme pues a su lado, con un tímido “¡Gracias, mi capitán!”. Él aún se regodeó bajo el chorro con un traje de baño más escueto que el que yo conocía. Para colmo, si no era bastante para mi turbación tenerlo a menos de un metro tal como lo había contemplado a distancia, se aflojaba y estiraba la cintura del bañador, adentrando una mano y ofreciendo visiones fugaces del pubis y parte del culo. “Hay que quitarse el salitre”, comentaba. Por fin acabó y me cedió el puesto. Quedó cerca mientras se secaba con una toalla. “Bueno, el lunes nos veremos”, dijo alejándose.
 
Así quedé yo, excitado por la proximidad experimentada y elucubrando sobre si se podía deducir un atisbo de provocación en el comportamiento playero del capitán ¿Habría sido deliberada la manipulación del bañador?

El lunes no, pero el martes el capitán me mandó aviso de que fuera a su despacho. Cuando entré, me hizo cerrar la puerta y permanecí de pie en medio de la habitación. Él se levantó, rodeó la mesa y se sentó en un sofá bajo, bien abierto de piernas. Se le marcaba un buen paquete ¿Intencionado? Si me hubiera ordenado que le lamiera las botas, lo habría hecho sin dudarlo. Con tono serio me interrogó. “Tu segundo apellido parece alemán y en tu ficha dices que lo hablas ¿Lo conoces bien?”. “Es mi lengua materna, mi capitán”, respondí. “Hablo inglés y francés, pero el alemán lo tengo más cojo, y me gustaría practicarlo un poco”, explicó. Callé expectante y él continuó. “¿Qué haces tú por las tardes? Ya no vives acuartelado”. “Como no tengo familia aquí, estoy en mi pensión y estudio, mi capitán”. “Entonces, tal vez no te importaría venir alguna tarde a mi casa para soltarme en la conversación… Ya sabes que solo tienes que cruzar la calle”. Quedé perplejo entre el morbo de ir a su casa y el retintín de su última frase. Aún subrayó: “Estaremos tranquilos, porque mi mujer trabaja por las tardes”. “Si a usted le parece, mi capitán, podríamos probarlo”, dije con el corazón disparado. “¡Pues claro, hombre! Si te va bien, esta tarde a las cuatro te espero”, concluyó.

Apenas pude comer y me fui rápido a la pensión. Tras ducharme, me asaltó la duda de cómo debía vestirme. Al ser ya algo fuera del servicio, no me pareció adecuado ir de uniforme. Esforzándome por controlar los nervios, no tuve sin embargo la menor dificultad para llegar ante la puerta del capitán. Una sola vivienda por planta, y la altura bien que la conocía. Llamé y no tardó en abrirme. Efectivamente estaba solo y me hizo pasar a la sala. Llevaba un pantalón bastante corto y una camiseta que contorneaba pectorales y barriga. Nos sentamos en dos butacas bajas enfrentadas. “Hoy mejor que me vayas diciendo frases sencillas, para ver si las entiendo y las sé repetir”. Un trabajo ímprobo me costó mantener la serenidad mientras iba improvisando mi charla, que el capitán seguía con desenfado. Porque lo más impactante eran sus cambios de postura, con aperturas y cruces de piernas. El pantalón era ancho y evidenciaba que no llevaba nada debajo, con lo que las vistas que intermitentemente me ofrecía hacían que me dolieran los ojos de tanto controlarlos. En aquellos tiempos aún no se había rodado, pero mi estado de agitación no era inferior al de los policías en la famosa escena de “Instinto básico”. Aquello no podía ser más que una provocación deliberada, pero ¿qué iba a hacer yo en esa situación? Porque pareció que la mera exhibición era su único propósito inmediato, ya que, después de un no muy entusiasta intercambio de frases en alemán, dio por terminada la sesión. “Por ser el primer día algo hemos hecho ¿no te parece?” Ya se levantó y yo lo imité. De forma mecánica, no pude evitar el gesto de recolocarme la atormentada polla. No se le escapó y ¿realmente me hizo el breve guiño que me pareció percibir? Me despidió con una condescendiente palmada en el hombro. “Creo que tu visita ha sido provechosa ¿no crees? Pasado mañana te espero ¿de acuerdo?”.

Con la mente fijada en la entrepierna del capitán –y las consiguientes masturbaciones–pasé el tiempo haciendo cábalas sobre sus intenciones para conmigo. Porque lo del alemán me olía a pretexto más que otra cosa Pero… ¿Se limitaría a disfrutar poniéndome caliente con su exhibicionismo? ¿Se había tratado solo de un tanteo envolvente? Desde luego mi voluntad estaba totalmente cautivada por su juego, sea éste el que fuere.

Tal como habíamos quedado, volví a la casa del capitán. Me sorprendió que me recibiera uniformado y más aún que llevara el uniforme de gala. Me explicó: “No me había acordado de que hoy tenía que ir a un acto castrense y acabo de llegar a casa”. “Si quiere lo dejamos para otro día, mi capitán”, ofrecí. “¡No, hombre, no! Ha habido cosas de picar y copa de vino español, que se dice… Bueno, más de una. Vengo la mar de entonado”. Realmente parecía tener los ojos algo achispados. “¡Coño, qué calor he pasado! ¡Todo esto fuera…!”. Se giró para dirigirse al interior de la casa y yo me quedé rezagado a la espera, pero me reclamó. “¡Anda, ayúdame que acabaremos antes! Con tanta banda y tantos adornos…”. Así que lo seguí hasta el dormitorio. Tras soltarse tan solo el cuello duro, se plantó ante mí con los brazos caídos. “Perdona el abuso, pero me pongo en tus manos porque no atino ni con los botones… ¿A ti no te disgustará, verdad?”. “Si a usted le parece bien, mi capitán…”. Con manos temblorosas le quité banda y correaje. Inicié la abertura de la guerrera y luego dejó que se la sacara. “¡Uf, qué alivio!”, exclamó. La camisa blanca tenía manchas de sudor que, pegadas a la piel, transparentaban los vellos del pecho. Se sentó en la cama con la clara intención de que me ocupara de las botas de caña alta en las que se remetían los pantalones. Hubo de estirar las piernas y yo meterlas entre las mías, de espaldas a él, para poder tirar. Se rio de mi torpeza e incluso simuló ayudarme empujando mi culo con las manos.

Mi desasosiego llegó al máximo cuando, de nuevo en pie, la actitud laxa del capitán me incitaba a atacar los pantalones. “¿Debo seguir, mi capitán?”. “Lo estás haciendo muy bien”. Ambigua respuesta que sin embargo me animó a seguir. Solté el cinturón que le oprimía la barriga y la bragueta abotonada se me aparecía como una diana de lo más morbosa. Quedé indeciso y miré su cara, que tenía una expresión sonriente y retadora. No dudé ya en ir hurgando para despasar uno a uno los botones. Mis dedos iban notando blanduras y durezas, llevándome al colmo de excitación. Cuando al fin cayeron los pantalones y los hube sacado por los pies, quedó el impoluto calzoncillo blanco asomando entre los faldones de la camisa. Ver su abultado contorno me paralizó. Casi no me daba cuenta de que su única actividad hasta ese momento era la de abrirse la camisa. Aún me tendió los brazos para que le quitara los gemelos de los puños y ya la prenda se le deslizó hasta caer sobre la cama.

Ahí lo tenía ante mí, solo con los calzoncillos, y yo paralizado sin saber de qué iba su juego. La desinhibición provocadora en que me había envuelto y que parecía incrementada por el alcohol con el que, según dijo, se había excedido, pronto dio un paso más. “Te gusta verme así ¿eh? …Como en el balcón y en la playa”. Completó su repaso de las veces en que lo había observado. “El otro día aquí no me quitabas ojo…”. Me sentí obligado a medio disculparme. “¿Le incomodo, mi capitán?”. “¡No, si me pones cachondo con tus miraditas! ¿Aún no te habías dado cuenta?”. Me encontré tan confuso que dije: “No será mejor que me vaya, mi capitán, y que usted se quede – casi se me escapa “durmiendo la mona”, pero rectifiqué sobre la marcha– descansando”. “¿Ahora que empieza lo mejor…? ¿Es que te rajas?”. “No es eso, mi capitán… Pero mírenos: usted ahí medio en cueros y yo sin saber qué pinto…”. “Todavía te falta quitarme algo… ¿No te atreves?”. “Si usted quiere, mi capitán…”. “Aprovecha hoy, que me coges patoso”. Ya iba a echar mano a los calzoncillos, pero me detuvo. “Antes me gustaría que tú te desnudaras mientras me miras…”. ¡Joder con el capitán y sus caprichos morbosos! Temblando como un flan me fui quitando la ropa. Él entretanto, ya con una provocación total, iba manipulando sus calzoncillos. Resaltaba las protuberancias y hacía amagos de bajárselos por delante y por detrás. Cuando yo me hube quedado solo con los míos, me detuvo. “Eso debería ser cosa mía ¿no te parece?”. Con actitud juguetona me frotó la delantera. “¡Pues sí que estás cachondo, sí! …A ver qué hay por aquí…”. Fue bajando los calzoncillos hasta que saltó mi polla tiesa. “¿Así te pones cada vez que me miras?”. Parecía que lo de mis miradas lo tenía obsesionado. Me decidí a contraatacar. “Pues a usted también le hace efecto…”, dije en alusión a lo tenso de sus calzoncillos. “¿Puedo?”. Y ya dejó que se los echara abajo.

Al fin los dos desnudos y empalmados, el capitán tomó la delantera y empezó a sobarme la polla. Hice otro tanto y me sentí aliviado de la incierta tensión que me había dominado desde el principio. Hasta me permití una ironía. “¿Hablamos en alemán?”. “¡Quita, quita! …Pero funcionó bien el pretexto ¿no crees?”. “¿Lo del uniforme también ha sido un pretexto?”, pregunté envalentonado. “No me digas que no te ha gustado mi fantasía”. “Morbosilla, morbosilla…”. Se rio. “A punto has estado de salir huyendo… Pero la culpa es de tu forma de mirarme desde el primer día…”, sentenció.

“Si me trabajas las tetas soy tuyo…”, me incitó. Sobraba la palabrería y eché manos a sus pechos notando el calor sudoroso de la piel bajo el vello. Al tomar los pezones entre mis dedos se fueron poniendo duros. Apreté y retorcí, y el capitán tensaba sus músculos entre murmullos de aprobación. Se mantenía hierático con los brazos en jarra y las manos en las caderas. Me amorré a una teta y chupeteé con ansia. Al pasar a la otra, me increpó. “¿Eso es todo lo que sabes hacer, como si yo fuera una señorita?”. Así que quería más marcha…, pues la tendría…, y en fantasía no me iba a quedar corto. Así que le sugerí: “Me inspiraría más con la guerrera…”. Lo captó al instante y se la puso dejándola abierta. Ahora mordía y mis dientes estrujaban los pezones. “¡Auhhh!”, aullaba, pero a la vez me cogía la cabeza y la apretaba. Su cuerpo tenso enmarcado por la marcial casaca nos excitaba a los dos. Ahíto de placer acabó derribándose boca arriba sobre la cama. La polla se le levantaba oscilante con el capullo lustroso y mojado. Era demasiado tentadora para no darle una intensa lamida. “¡Me gusta que te portes como una puta!”, exclamó. Para mis adentros pensé si no era más puta él, con sus provocaciones y exhibicionismos. Pero ante aquella pieza de artillería no cabían remilgos. El capitán disfrutaba cuando, con la polla entera en mi boca, le estrujaba los huevos. Hice el gesto de subirle las piernas y él entonces me las pasó sobre los hombros. Así lo tenía más disponible y se la meneaba mientras le sorbía los huevos y pasaba la lengua por el comienzo de la raja. “Si sigues así vas a hacer que me corra… Súbete a la cama y ponte del revés sobre mí. Quiero comértela también”. Hice lo que me pedía inmediatamente, porque me invadió el deseo de follarle la boca. Ésta me recibió con una intensa succión en cuanto adopté la posición adecuada. Yo me echaba hacia delante para recuperar el dominio de su verga, pero a la vez daba fuertes impulsos de caderas haciéndolo tragar. Cuando el placer alcanzaba un nivel crítico, me salía y, enderezándome, sentía que su lengua me repasaba los huevos y el ojete.

Me quedé pasmado cuando de pronto se apartó y dijo: “¡Vamos a parar…, ya nos hemos calentado bastante!”. Enseguida explicó lo que quería hacer, que intuí iba a ser otra de sus caprichosas fantasías. “Voy a ponerme otra vez el pantalón y las botas”. Echó mano del primero y él mismo se lo puso, ahora sin calzoncillos. Tuvo que forzar la polla tiesa para encajarla en la bragueta. Las botas fueron cosa mía y dejé las perneras primorosamente encajadas en la caña. Entretanto, barruntaba cuál sería la película. “¡Quiero que me violes! ¡Volvamos al comedor!”. Me precedió mientras se abotonaba la guerrera. De un cajón sacó una bolsa de tela negra bastante grande. Dobló los brazos y los juntó sobre el pecho. “Méteme la bolsa por la cabeza y ajústala”. Tuve que hacer fuerza para que pasara por los hombros y recogiera los brazos encogidos. Por debajo de éstos tiré de la cinta que cerraba la bolsa y la até firmemente. Así quedó el capitán trabado por su parte superior. “¡Ahora úsame a tu antojo… y ponle imaginación!”. Yo estaba calentísimo y tuve que serenarme para idear mi estrategia. Ante todo me apeteció doblegarlo, de modo que le abrí la bragueta y le saqué la polla y los huevos. Apretándoselos chupé con vehemencia. Llegó a implorar: “¡No quiero correrme, no…!”. Trató de aguantar, pero no le hice caso e intensifiqué la mamada. “¡Aaajjj!”, exclamó agitado. La leche llenó mi boca y la retuve. Gimoteando dejó que le diera la vuelta y lo forcé a echarse de bruces sobre la mesa. Le separé al máximo las piernas, para que no tuviera opción de levantarse, y le bajé el pantalón, que quedó trabado sobre las botas. Surgió su culo tan deseado, que manoseé antes de abrirle la raja y regarla con la leche retenida en mi boca. Lubriqué sin contemplaciones el ojete metiéndole los dedos. “¡¿Qué vas a hacer, qué vas a hacer?!”, preguntó teatralmente, pues bien que sabía lo que le esperaba. Apunté la polla y se la clavé de un solo impulso. “¡Bestia, salvaje…!”. Pero contradictoriamente añadió: “¡Destrózame…!”. Para compensar el ardor que me recorría y durar lo más posible, le daba fuertes palmadas y lo arañaba con las manos crispadas mientras bombeaba frenético. “¡Me estás deshonrando, cabrón!”, profería en plan dramático. “¿Quién es ahora la puta?”, le largué. “¡Yo, yo…!”, gimoteó. “¡Me voy a correr, mi capitán”, avisé no sin cierto recochineo. “¡Sí, sí, lléname!”. No me hice de rogar y la polla me estalló dentro de su culo.

Me fui separando y lo ayudé a incorporarse. “¡¿Qué me has hecho?! ¡Sácame de aquí!”. Lo liberé de la bolsa, no sin cierto resquemor por lo derroteros que pudieran adoptar sus fantasías. Pero medio entumecido y con la cara congestionada por lo forzado de la postura que había mantenido, me sonrió. “¡Te has portado, tío!”. El veredicto me tranquilizó. “¡Mira cómo me has dejado!”. Él mismo se rio al mostrase con la guerrera desencajada, los pantalones arrugados por las rodillas y la verga ya calmada. “¡Vaya falta de respeto!”. “Su morbo sí que ha tenido…”, repliqué. Y envalentonado ironicé: “¿Querrá que le lleve el uniforme a la tintorería, mi capitán?”. “¡A ver si te vas a ir caliente de aquí…!”. “¿Más todavía…?”.

De repente el capitán tomó conciencia de que la indumentaria con la que había adornado la follada, y dado la temperatura ambiental, lo había dejado en un baño de sudor. “¡Anda, quítame las botas y todo lo demás, que necesito una ducha!”. Rápidamente quedó de nuevo en pelotas y se encaminó al baño, seguido por mí. “¿Qué? A mirar como de costumbre ¿no?”, comentó irónico. Abrió la ducha y se deleitó con el frescor del agua. No tardó en empezar a sobarse la polla. “¿Sabes que se me han abierto las ganas de correrme otra vez?”. Ya se masturbaba voluptuosamente y, ante mi gesto de auxiliarlo, me contuvo. “Ahora me basto solo… ¿No te gusta verme?”. Y vaya si me gustaba contemplar cómo se la ponía dura, mientras él, a su vez, no me quitaba ojo. Hasta el punto de que mi polla iba resucitando y no tardé en imitarlo. “¡Así, así, los dos a la vez!”, exclamó enardecido. Rivalizábamos en nuestros meneos excitándonos mutuamente. Al fin nos corrimos casi al mismo tiempo, y yo me arrimé a la ducha para no ensuciar el suelo. Cosa que aprovechó el capitán para agacharse y darme una contundente chupada de los restos. “Aún no la había probado…”, explicó. Me dio cabida bajo la ducha y así abrazados me vino muy bien refrescarme yo también.

Cuando volvimos a la sala, aún desnudos, el capitán se sentó desenfadadamente, pero su expresión era seria. “Ahora tengo que darte una noticia, no sé si mala o buena… Mi mujer empieza a trabajar en turno de mañana. Así que estará aquí por la tarde…”. “Y no podremos encontrarnos”, completé. “Por eso hoy he ido a por todas…, ya lo habrás notado”. “¿Entonces no habrá repetición…?”, inquirí apesadumbrado. “Ya veremos…”.

17 comentarios:

  1. Como me pongo de burro con estas historias y con estos hombres, con lo que me gustan, lastima no poder vivirlas en valencia y en vivo jajajaja

    Gracias y un abrazo

    act42csdo@hotmail.es

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  2. muy buena me he corrido con ella gracias

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    1. Pues entre las tuyas y las mias no pararás...

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    2. ya me gustaria a mi compartir relatos y vivencias asi contigo debes estar lejos de mi jajaja bueno sigue asi y pon-me a mil gracias

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  3. Me encantan tus relatos... me lees el pensamiento?
    besote..

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    1. Tan mal pensado eres? Gracias

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    2. oye papi, hay una parte de mi que te echa de menos... y eso que no nos conocemos

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    3. Gracias majo... alguna cosa de tí sí que he visto yo

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  4. orales pues la verdad que siempre me parecen fascinantes estos relatos, cada vez que los leo me pongo a tope!! gracias por compartir estas fantasticas historias tan excitantes!!!

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  5. El mejor blog de relatos de internet, deberías recopilarlos y publicarlos

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    1. Gracias por la alabanza y la sugerencia. De momento aquí están

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  6. Pública otro ya por favor

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  7. Muchas gracias por tus relatos, si supieras las veces que me has alegrado el día!

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  8. A mi gustaria saber de verdad, esa mania que han tomado los autores de relatos, de no poner la edad de los protagonistas.....

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    1. Siempre se dan pistas y las fotos ayudan. Hay que tener imaginación

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