lunes, 6 de mayo de 2013

El sargento (Reencuentro)


Muchos años después iba yo pasando por una calle céntrica y me pareció haber tendido un flashback. Entre la masa de gente me surgió un personaje del pasado, apenas alterado por el paso del tiempo. Ya con cincuenta largos, su porte era inconfundible, aunque vistiera de civil, de manera informal. No me atreví a abordarlo porque albergaba mis dudas sobre el recuerdo que podía tener de mí. Pero mi curiosidad era tal que opté por hacerme el encontradizo, por si él me reconocía. Y no me falló porque, al pasar por su lado, me tocó un brazo. “¡Hey! ¿Tan viejo estoy que ya no te acuerdas de tu sargento?”. Me hice el sorprendido. “¡Pues vaya, y tanto que me acuerdo!”. Se mostró muy cordial. “De verdad que me alegro de verte… ¡Huy aquellos tiempos!”. “Sentí no haber podido despedirme de usted”, dije sincero. “Bueno, lo pasado pasado. Ya no estoy allí… ¡Y nada de ‘usted’, faltaría más a estas alturas!”. Me vino a la cabeza el aprendizaje que tuve con él y aprovechó mi silencio momentáneo para proponerme: “Oye si tienes un rato me gustaría invitarte a algo. Así charlamos, que las ocasiones no hay que dejarlas pasar”. Acepté de buen grado, movido por el aliciente de lo que quisiera hablar.

Escogió un bar no muy lleno y ocupamos una mesa apartada. En cuanto nos hubieron servido, no se anduvo por las ramas. “Chico, aunque ya no lo seas tanto, estoy en deuda contigo. Yo era muy cafre en aquel tiempo y tú eras tan joven…”. “Bueno, no creas que me chupaba el dedo”, aunque me di cuenta de que la expresión no era muy oportuna. Debió captarlo y sonrió. “Si yo sabía y no sabía. Tenía una gran confusión mental y me aferraba al puterío como contrapeso”. “Nada de lo que hicimos fue contra mi voluntad”, dije para allanarle el camino al que parecía querer llegar. “Pero fui muy egoísta y prepotente. Tú te entregabas y yo mantenía las distancias, menos en lo que me encaprichaba”. “Era tu papel entonces y yo aceptaba lo que había ¡Claro que me habría gustado más reciprocidad! Pero eso también alentaba mis fantasías”. “Cuanto más te deseaba, más chocaba con lo que creía ser, y buscaba subterfugios”. Su sinceridad me estaba emocionando, y no dejaba de asombrarme la lucidez con que se expresaba. “Pues yo sí que estaba colgado de ti y me duró mucho tu recuerdo”, confesé. Alargó una mano y la puso sobre la mía. Quise girar un poco la deriva sentimental. “¿Y luego cómo te ha ido?”. “Acabé reconciliándome conmigo mismo y dejándome de autoengaños. Sí, me van y voy con hombres… No con niñatos, sino con hombres que saben lo que quieren ¿Y tú?”. “Bueno, yo no tuve que cambiar gran cosa… y tú me dejaste bien preparado”. Sonrió con un punto de nostalgia. Le pregunté: “¿Vives aquí?”. “No. Soy viajante de comercio y vengo con frecuencia. Me alojo en un hotel. No es de gran lujo, pero bastante aceptable”. Se produjo un silencio, que cortó como haciendo un esfuerzo: “No sé si atreverme a pedirte algo…”. Intuí cuál podía ser su propuesta y me entraron escalofríos. Lo encontraba casi más deseable que entonces. “Adelante”, lo animé. “¿Sería mucho pedirte que me hicieras una visita? Si no te parece oportuno, lo entenderé”. No me lo pensé. “Por supuesto que lo acepto, mi sargento”. Rio de buena gana. “Menos coña, eh”. El acuerdo distendió ya la conversación. Me atreví a preguntarle: “Sigues tan fogoso…, aunque sea por el buen camino”. “¡Vaya con el descaro del recluta!”, bromeó, “Genio y figura, pero con más años”. Aún fue más explícito: “¿Imaginas qué deudas dejé pendientes contigo?”. “Sí, por lo menos dos, que me la chuparas y que yo te diera por el culo”, contesté al instante. La carcajada que le estalló casi lo hizo atragantarse.

Habíamos quedado en que iría al hotel a última hora de la tarde. Revivir todo aquello y reencontrar al sargento con el cambio de actitud que había experimentado me entusiasmó más de lo que hubiera podido pensar después del tiempo transcurrido. Me abrió en albornoz, recién salido del baño. “Perdona que te reciba así. Me he enredado con unos asuntos y hace poco que he llegado”. “Ningún problema… no esperaba otra cosa, en confianza”, respondí jocoso. “¡Hasta de eso te acuerdas, será posible…!”. “¿Me concede el honor, mi sargento?” y le abrí el albornoz. Su cuerpo apenas había cambiado. Solo más canas suavizaban su adusta pilosidad. Como azorado, me atrajo hacia él y me abrazó. Nos fundimos en un beso profundo y sosegado. Luego me comento: “Tú parece que hayas crecido”. “Sobre todo en barriga,…y más calvo”, respondí.


Me sugirió que me pusiera cómodo. “Si no, me quedo con el albornoz”. “Eso dijo tu amiga la puta cuando llegamos”, comenté. “¡Coño, qué memoria de elefante!”. “Pasé un mal trago…, pero te la chupé”. “¡Menos cháchara o te arresto!”. Me miraba socarrón mientras me desnudaba. Cuando solo me quedaban unos boxers, pregunté: “¿Esto también o me los quitas tú?”. “Eso sí, mucho más putón sí que te has vuelto”, dijo mientras me los echaba debajo de un tirón. Yo hice otro tanto con su albornoz y volvimos a abrazarnos, ya los dos desnudos. Parecía que cada uno redescubría con sus manos el cuerpo del otro, aunque era la primera vez que nos acariciábamos y sobábamos así. Al topar con su verga en proceso de expansión, exclamé: “¡Éste es mi sargento!”. Pero además yo me sentía inclinado, no precisamente a una revancha, sino a azuzarlo para asimilar mejor la transformación que ahora presentaba. Así que lo provoqué: “¿Sabes que verte ahora tan facilón da menos morbo que entonces?”. “Eso es que todavía no me has visto en acción… Ahora soy una fiera”. Me asió con fuerza agarrándome por el culo y se restregó contra mí.


Poco a poco fuimos desplazándonos hasta acabar cayendo sobre la cama. Me eché sobre él y le dije: “Deja que te coma, que entonces siempre me hacías quedar con hambre”. Me encantó chuparle las peludas tetas y, cuando le mordisqueaba los pezones, resoplaba estremecido. Él se dejaba hacer, satisfecho de infundirme tanto deseo. Le sujetaba los brazos en cruz y los recorría con lametones hasta las axilas. Me deslicé sobre él, sintiendo el cálido roce de sus vellos por mi pecho. Mi cara llegó frente a la entrepierna y recordé el placer que me había autorizado a darle. “¿Una paja o una mamada, mi sargento?”, pregunté burlón, pues no tenía la menor intención de sacarle el jugo tan pronto. “Tú sabrás lo que te haces…”, replicó en la misma idea. Así que jugué con los labios y la lengua por su verga y sus huevos. “¡Jo, recluta! Yo diría que te has perfeccionado…”, exclamó inflamado.

Pataleó para hacerme parar y se giró aplastándome bajo su cuerpo. “¡Madurito me gustas aún más!”, declaró coma aviso de que ahora le tocaba a él desahogar su deseo. Aunque me ganaba en vehemencia, sus achuchones y lamidas me ponían la piel de gallina. Se tornó más suave cuando empezó a acariciar mi pene erecto. “¿Qué te parece si saldo una deuda?”, preguntó con malicia. “¡Umm, iba siendo hora! ¡Lástima que no será ya la primera que te comes…”. “Míralo por el lado bueno de que tendré más práctica…”. Dejando la cháchara a un lado, me sorbió la polla hasta la garganta, y usó con tal maestría su boca que, sin poderme controlar, me fue invadiendo una necesidad irrefrenable de correrme. Él la notaba e insistía dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Llevé mis manos a su cabeza no tanto para sujetarla como para tomar más conciencia de lo que al fin estaba haciendo. Cuando empecé a vaciarme, ajustaba los labios para sorber hasta la última gota. Mi capullo quedó tan sensible que ya descargado hube de liberarlo de su boca. Él se relamía con una mirada pícara. “¿Qué, deuda saldada?”, preguntó. “¡Y con intereses!”, repliqué con la voz quebrada.


Quedé relajado e inerte tendido cuan largo era. El ex-sargento me abrazó y fue poniéndome de lado, hasta quedar a mi espalda. Aunque sin que mostrara una urgencia, podía sentir su verga dura y caliente golpearme entre los muslos. Poco a poco me fue invadiendo el deseo de ser poseído. Meneé voluptuoso mi culo y él se estrechó aún más a mí. Me indicó que con mi brazo libre alcanzara el cajón de la mesilla. Lo abrí y mi mano alcanzó un tubo de vaselina. Reí de su previsión y se lo pasé. De lo excitado que estaba permaneció callado mientras me embadurnaba la raja  y metía un dedo resbaloso. A continuación, sin cambiar de postura, me dio una certera embestida lateral. Se mantuvo unos segundos apretado contra mí y el ardor que me causaba me iba resultando grato. Éste se incrementó a medida que agitaba su pelvis. Pero, como en un cambio de idea, salió e hizo ponerme boca arriba. Me subió las piernas y las forzó hacia atrás. De esta manera el culo me quedó levantado y él pudo clavarse con facilidad. “¡Así me gusta, para poder verte!”, explicó congestionado el rostro. Fue implacable en sus arremetidas, que agitaban todo mi cuerpo. Empezó a tensarse tembloroso hasta ralentizarse con varios bufidos. Mi quemazón interior se volvió viscosa. Me soltó las piernas y fue derrumbándose sobre mí. Con respiración entrecortada me llenaba de besos.

Entramos en un dulce sosiego, tendidos muy juntos, pero que en absoluto suponía que diéramos por agotada nuestra líbido. Pero tampoco había agotado mi curiosidad por conocer más detalles de la asunción por parte del ex-sargento de su sexualidad.

“Cuando me reincorporé al campamento después del arresto, sabía que ya no estarías, pero me habías dejado el gusanillo. Porque ¡puñetero!, con tanto hacerte el servicial me habías llevado al huerto más de lo que hubiera podido imaginar. Pero me confié demasiado y tuve problemas. Otro soldadito menos complaciente me denunció ¡Total, solo le había propuesto hacernos unas pajas! Como encima tenía enchufe, casi me enchironan. El caso es que mi reputación quedó por los suelos y pillar una conversación sobre mí –“Mucho presumir de terror de las putas y es más maricón que un pato cojo”–, me comió la moral definitivamente y dejé el ejército”. Le exhorté a aclarar más. “Pero que te  decidieras a ligar con hombres sin autoengaño…”. Prosiguió: “Nunca había hecho planes de tener una relación seria con una mujer. Prefería las putas y sus cochinadas. Aunque tanto fingimiento de placer y tanto pagar, me dejaba cada vez más insatisfecho. En cambio, cuando había jugueteado con algún hombre, como me pasó contigo, habíamos disfrutado los dos. El empujón final me vino casi por casualidad. Había viajado a una ciudad que no conocía y, como era habitual en mí, busque el barrio chino. Despistado como iba y todavía temprano, entré en un bar a tomar una copa y hacer tiempo. Solo había algunos tíos más dispersos por la barra, pero lo que me escamó fue que, en vez de la esperada camarera buenorra, me sirviera un tiarrón con más pinta de bestia que yo. Fueron llegando más hombres y uno se puso a mi lado. Era más o menos como tú ahora y se arrimó más de lo que en otro momento habría permitido. “¿Qué buscas?”, me preguntó insinuante. Me limité a mirarlo con gesto hosco. Pero no debió ser suficiente para espantarlo, porque se puso a tocarme el culo. Raro en mí, no tuve el impulso de darle una ostia. Él siguió: “Debes tener una buena polla ¿Vamos al cuarto oscuro y te la chupo? Luego, si quieres, me follas”. Yo iba cargado, como ya conociste, y la perspectiva de un desahogo en penumbra me tentó”. Así que lo seguí con un torpe disimulo. Como de momento no se veía nada, me condujo tomándome por los hombros hacia un recoveco. Se oían algunos susurros y, cuando la vista se me adaptó, percibí algunas figuras por otros rincones. Mi acompañante me bajó los pantalones y se agachó ¡Cómo mamaba el tío! Me puso la mar de entonado. Pero recordé la oferta completa y le susurré: “¿Y de follar qué?”. “¡Vale, hombre, que la tienes que da gloria!”. Él mismo se preparó y apoyó las manos en la pared. “¡Todo tuyo!”. ¡Qué a gusto se la clavé y qué buena corrida le largué!”. Y el mostraba con sus murmullos un placer sincero. Al terminar me dijo: “He disfrutado muchísimo contigo. Vamos, que te invito a una copa”. ¡Encima me convidaba! Estuvo de lo más simpático y me comentó: “Lo que pasa es que hacerlo aquí resulta un poco sórdido… Te doy mi teléfono y me llamas si te apetece venir a mi casa”. Lo llamé y ahí empezó todo…”. “¿Seguiste con él?”, pregunté curioso. “Bueno, yo estaba de paso… Pero ya supe lo que tenía que hacer allá donde iba”.


“¿Sabes que con tu historia me has vuelto a poner caliente?”, dije exhibiendo mi polla de nuevo dura. “Pues ya sabías que yo me recupero enseguida”, replicó. Nos las sobamos con el deseo renacido. Entonces le recordé: “¿No dijiste que tenías más de una deuda conmigo?”. Pareció que le cogí por sorpresa, aunque enseguida entendió a qué me refería. “Te he de confesar una cosa… He hecho de todo, pero sigo siendo virgen por el culo. Serán cosas de mi machismo que aún colea, y como tampoco me ha insistido nadie  demasiado…”. “¡Vaya, y yo que esperaba hacer un completo…!”, me lamenté medio en broma medio en serio. Se quedó pensativo y dijo: “Claro que las deudas se pagan… Y de ti me fío, aunque no sé si a mi edad lo tendré ya demasiado encallecido”. Me entusiasmó la oportunidad que me presentaba y lo animé: “¡Ya verás con qué cariño te lo hago! Nunca quedarás más a gusto de haber pagado una deuda”. “Venga, probamos… Pero prepárame bien antes”, y me señalo la vaselina que había usado conmigo. “Descuida y ponte en mis manos”. Hice que se colocara boca abajo para hacerlo en plan clásico. Su culo amplio y peludo me indujo a un aperitivo de sobeos y lamidas. Le abrí la raja y pasaba la lengua lo más estirada posible. La  sensación que le produjo la húmeda friega hizo que se incorporara sobre las rodillas para darme facilidades. “¡Huy, qué gusto, tú!”. “¡Y aún tendrás más, ya verás!”. Tomé la vaselina y la unté cuidadosamente. “¡Qué fría!”. “Se calentará, no lo dudes”. Con suavidad metí un dedo y fui profundizando hasta la última falange. Dio un respingo, pero al hacerle un movimiento de masaje exclamó: “¡Joder, si parece un calambre que me llega hasta la polla!”. “Estás más abierto de lo que decías, golfo”. “Pues será de natural. Te juro que no he mentido”. “Si te creo… Pero ahora no te escapas”. Volvió a quedar plano y me metí de rodillas entre sus muslos. Me incliné sobre él y con una mano sujeté mi polla apuntándola al ojete. Fui entrándole poco a poco, pero sin demasiada dificultad. “¡Ohhhh!”, oí entre queja y admiración, “¡Esto quema!”. “El meneo te pondrá a tono”, dije al empezar el bombeo. En sus resoplidos fue notando el tránsito del miedo a la conformidad y al agrado. “¡Sí, sí… pero qué efecto más raro!”. Renuncié a más explicaciones y me concentré en mi propio placer, tanto el físico a punto ya de desbordarse, como el de conquista con resonancias históricas. Cuando al fin me vacié y ralenticé mis movimientos, preguntó como si le hubiera sabido a poco: “¿Te has corrido? ¿Todo dentro?”. “¡Y no veas lo a gusto que me he quedado!”, repliqué dejándome caer a su lado. Él se puso entonces boca arriba y me mostró su verga bien dura: “¡Mira qué caliente me ha puesto la enculada!”. Como con urgencia se puso a meneársela. Pero yo, superando mi laxitud, quise redondear lo logrado y le arrebaté la polla con mi boca tras declarar: “¡No me quedo sin tu leche!”. Chupé con vehemencia y él resoplaba cada vez más fuerte. Mi boca se fue llenando y tragué como si devorara al sargento entero.

Quiso que me quedara a dormir, aunque él se marchaba a la mañana siguiente. Pasamos la noche dándonos calor con nuestros cuerpos y con una que otra tanda de ronquidos. Intercambiamos teléfonos, con promesas de futuras visitas. Todavía bromeamos la final. “¡Qué éxito vas a tener entre tus amigos con tu nueva habilidad, mi sargento!”. “¡Y tú que lo veas, maestro!”.

3 comentarios:

  1. Guauuuu con el regreso del sargentoooo.
    Muy buen relato tio.
    Un abrazo

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  2. Wow, Excelentes relatos, los he leido casi todos pero esta historia que involucra militares y la que involucra a los obispos me ponen realmente caliente, el tocar lo prohibido uff que rico.
    Ojala haya una continuación de la historia del sargento me ha gustado mucho el juego de roles, el giro que tomo la historia, espero nos sorprenda con un episodio mas porque esta muy entretenida y morbosa

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  3. Estuvo bueno me gustaría vivir una experiencia así también

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