lunes, 1 de abril de 2013

Peripecias inmobiliarias


Ramón y Cristina eran un matrimonio maduro cuya apacible convivencia hacía tiempo que había dejado de lado las relaciones sexuales. Con motivo de la prejubilación de Ramón, con una buena indemnización, Cristina se encaprichó con la idea de dejar de vivir en la ciudad y mudarse a una población de la costa. A Ramón no le hacía demasiada gracia, ya que la ciudad propiciaba más fácilmente los encuentros furtivos con otros hombres, a los que se había habituado. Pero dejó hacer a su mujer, quien se dedicó afanosa a visitar inmobiliarias. Lo cual, de paso, le permitía a él mayor libertad de movimientos.

Como Cristina era muy sociable, pronto trabó amistad con una agente inmobiliaria que precisamente vivía y trabajaba en la zona deseada. Hasta el punto de que esta última invitó a los posibles compradores a pasar un día en su casa y así, desde allí, desplegarse en la búsqueda de la vivienda adecuada. Ramón aceptó a regañadientes, temiendo que la jornada resultara para él una paliza.

Sin embargo, cuando llegaron a la casa de Sofía, la agente, y Jesús, su marido, Ramón quedó deslumbrado por la visión del anfitrión. Algo más joven que él, pero de similar constitución robusta, encajaba exactamente en sus gustos. Pensó con pesar que el hombre se quedaría tan tranquilo en su casa, mientras que él se vería arrastrado por las dos mujeres a la pesada visita de inmuebles. Pero su suerte se trocó al sugerir Sofía, con buena psicología profesional, que mejor sería que Ramón se quedara con su marido y así ellas tendrían más libertad para patearse todo lo pateable. A Jesús también le pareció muy bien la propuesta e incluso intercambió con Ramón una cordial mirada, que a éste le provocó palpitaciones. Como remate, Sofía añadió: “Y no nos esperéis para comer. Ya tomaremos algo por ahí. Jesús sabe apañarse y no quedaréis con hambre”.

Nada más marcharse las mujeres, Jesús dijo sonriente: “Seguro que te has quitado un peso de encima… Ya se sabe cómo van estas cosas”. Efectivamente, Ramón se sintió muy aliviado, aunque algo alterado por la situación creada. “Bueno. Habrá que aprovechar el remanso de paz”, dijo Jesús. “Nos preparamos unas bebidas y nos damos un chapuzón en la piscina ¿Te parece?”. Ramón se sintió obligado a avisar: “No tengo traje de baño…”. Pero la respuesta de Jesús fue rápida. “Ni falta que te hace. La piscina queda a salvo de miradas indiscretas… ¿No te importará, verdad?”. “Por supuesto que no”, replicó Ramón, y la voz casi le temblaba.

Pero la experiencia enseña que, en estos casos, para los primeros pasos hay que ir con pies de plomo. Así que se imponía un tanteo previo de posibilidades por parte de ambos. El anfitrión, Jesús, por el hecho de jugar en casa, estaba siendo el más avanzado en soltar señales de humo.

Pasaron ambos a la cocina para preparar unos mojitos. Jesús sacó una bandeja con cubitos de hielo y se la pasó a Ramón. “Te dejo lo más fácil. Pícalos en la batidora y vas llenando los vasos”. Mientras Ramón cumplía el encargo, Jesús buscó las hojitas de menta que, casualmente, se hallaban en un pote sobre una repisa más arriba de la cabeza de Ramón. Para alcanzarlas, Jesús, con un fingido “¡perdona!”, quedó pegado por unos segundos a la espalda de Ramón, dando lugar a un contacto cuya calidez traspasó a éste. El siguiente gancho no tardó en llegar. Hallándose Jesús manipulando la menta en los vasos, pidió a Ramón: “¿Puedes buscar una lima aquí?”. Señalaba unos cajones verduleros justo bajo la encimera en que él trabajaba. Ramón se inclinó y, puesto que Jesús apenas se apartó, al tirar de uno de los cajones, la mano le fue a parar sobre la bragueta de Jesús. Sacó la lima con otro “¡perdona!”, acompañado de una risita floja.
 
Ya con los mojitos listos salieron a la piscina y los dejaron junto al borde. “Es un gustazo tomárselos en remojo”, explicó Jesús. ¿Las señales emitidas hasta ahora habían sido suficientes para confirmar las expectativas de Ramón? En cualquier caso, en un momento iban llegar a lo que podría considerarse ya el punto de no retorno. Sin más preámbulo, Jesús se despojó de su ropa, imitado rápidamente por Ramón. Ninguno rehuyó la mirada del otro al quedar enfrentados. Para restar trascendencia, Ramón bromeó: “¡Vaya dos barrigas!”. “Muy dignas que son…”, replicó Jesús dándole unos cariñosos toquecitos. Lo que animó a Ramón: “Yo soy más tetudo”. “Y de pelo en pecho… Más que yo también”. Dicho esto, Jesús dio un quiebro a las alabanzas mutuas y se giró para lanzarse al agua en un limpio salto. Ramón pudo apreciar cómo se elevaba el abundoso y prieto culo, suavemente velludo. Menos dado a acrobacias acuáticas, optó por usar los escalones que lo adentraban en las frescas aguas. Jesús resurgió sonriente y los dos se fueron acercando adonde les aguardaban los mojitos. Ahí el nivel del agua les quedaba por debajo de las tetas, que lucían con el mojado vello y los pezones endurecidos por el frescor. Las sonrisas y miradas que se intercambiaban eran cada vez más explícitas. Con los codos apoyados en el borde de la piscina frente a los respectivos vasos, no hurtaban ya los roces de un relajado balanceo.
 
De pronto, como obedeciendo a un mismo impulso, un brazo de cada uno se descolgó dentro del agua para posarse en el trasero del otro. Ambas manos palpaban y acariciaban las redondeadas turgencias, atrayendo a su vez los dos cuerpos entre sí. Con un lento giro, ya frente a frente, se estrecharon en un abrazo. Las bocas se buscaron con ansia y, abriéndose, las lenguas chocaron y se retorcieron. Al separarse para tomar aire, Jesús comentó: “Mejor que ver casas ¿no?”. Ramón sonrió con los ojos brillantes y, como respuesta, reanudó el beso. Ahora las manos se sumergieron en dirección a la entrepierna del otro. Jesús dio con la regordeta polla de Ramón endureciéndose sobre unos huevos contraídos por el frío. Ramón encontró la verga ya levantada de Jesús. Éste entonces asió por los muslos a Ramón, alzándolo de manera que su cogote y sus hombros reposaran en el borde de la piscina. Pasó las piernas por los lados de su cabeza y el sexo de Ramón flotó semisumergido. La lengua de Jesús jugó con la polla que iba creciendo. Cuando la sorbió con labios apretados, Ramón casi pierde el equilibrio. Anegado de placer pataleó para liberarse. Jesús lo soltó e impulsó hacia arriba su propio cuerpo, que quedó con el torso sobre el borde de la piscina. Su culo se alzaba ante la cara de Ramón, quien empezó a sobarlo y lamerlo con ansia. Se hundía en la raja alargando la lengua y arrancando gemidos de gusto a Jesús. A la vez, metía una mano entre los muslos de éste para manosearle los huevos y la polla bien tiesa. Jesús, excitado, dio un nuevo impulso para girarse y sentarse. Con las piernas separadas invitaba a la mamada, que Ramón se afanó en practicarle. La deleitosa comida de polla le hizo echarse hacia delante para alcanzar las tetas emergentes de Ramón, que palpaba y pellizcaba. No tardó, sin embargo, en frenar la vehemencia de Ramón. “¡Para, para! No me hagas correr todavía”. Le acarició cariñosamente la cabeza medio calva, que aún reposaba en su regazo. “¡Anda, sal fuera!”. Ramón volvió recurrir a los escalones y pronto estuvo de pie detrás de Jesús, aún sentado con las piernas en remojo. Éste se giró y lamió la polla y los huevos de Ramón, que goteaban entre el pelambre empapado. “¿Querrás follarme?”, preguntó excitado Ramón. Ayudó a levantarse a Jesús, quien entonces proyectó su boca a las opulentas tetas de Ramón. Las chupaba y se abría paso con la lengua entre el pelo mojado, hasta mordisquear los pezones. En réplica, Ramón llevó sus manos a los de Jesús para pellizcarlos.
 
Cuando Ramón ya buscaba con los ojos algo sobre lo que reclinarse para materializar su ansiada entrega, rompió el encanto el sonido del teléfono de Jesús. “Contestaré por si acaso”, dijo éste. Su expresión fue distendiéndose en una sonrisa mientras oía al comunicante, hasta que le respondió: “Espera un momento”. Tapando el auricular, se dirigió a Ramón: “Es Pedro, un amigo de confianza. Explica que se ha encontrado con nuestras mujeres y le han dicho que estábamos aquí. Se ha olido que seguramente te habré ligado y pregunta si se puede apuntar”. Ramón se mostró dubitativo, pero Jesús añadió: “Es como nosotros, y tiene mucha marcha. Te gustará”. Ramón accedió y Jesús confirmó por el teléfono: “Vale, ven”. Pedro debía estar muy cerca, porque no pasó ni un minuto y ya estaba llamando a la puerta. Jesús se adentró en la casa, solo equipado con unas chanclas. Ramón optó por meterse en la piscina para suavizar el encuentro con la nueva incorporación.
 
Aparecieron los otros dos, y ya Pedro iba tocándole el culo a Jesús, con las risas de éste. “¡Joder, qué bien lo teníais montado!”, exclamó Pedro. Y saludando hacia la piscina: “Mucho gusto, Ramón. Espérame que ahora voy”. En un tris se quedó en pelotas. Barrigón y peludo, algo más joven que los otros dos, en nada desmerecía de ellos. Con una plancha patosa se lanzó al agua y, como un tiburón, buceó acercándose a Ramón, que estaba entre sorprendido y encantado con la presentación. Los roces que iba notando le erizaban los vellos. Cuando Pedro emergió, fue bombardeado por una colchoneta inflable que había lanzado Jesús. Éste la alcanzó y, no con pocas dificultades, trepó a ella. La visión de aquel cuerpo exuberante y despatarrado animó a Ramón, quien, al tiempo que lo hacía navegar, echó mano a las tetas cuyos pezones se erguían tentadores. “¡Huy! Si me los pellizcas se me va a poner duro lo otro…”, rezongó Pedro. Lo cual animó a Ramón, al comprobar que efectivamente la polla iba engordando. Le tomó la delantera Jesús, ya en el agua. Rodeó el conjunto que formaban los otros y se puso a mamársela a Pedro. Quien no pudo menos que exclamar: “¡Esto sí que es tratar a uno a cuerpo de rey! Si me lo llego a perder…”.
 
Jesús entonces dijo: “Cuando llamaste, estaba a punto de cepillarme a Ramón ¿Qué te parece si le damos ración doble?”. Tan bien le pareció que Pedro ya estaba saltando de la colchoneta. Interpeló a Ramón: “¿Te han follado alguna vez en remojo?”. Ramón hubo de reconocer que no, pero la idea de entregarse a los embates submarinos de esos dos ejemplares le daba un grandísimo morbo. Así que se dejó acorralar hacia el borde de la piscina, en una zona en que pudiera afianzar los pies, y  apoyó firmemente los antebrazos. Le excitó sobremanera el juego a amagar y no dar que iniciaron los otros dos. Sentía como las dos vergas se restregaban por sus nalgas, disputándose la primacía. Al fin quedó centrada la más larga de Jesús. Al irle entrando, algunas burbujas subieron a la superficie. El dolor inicial de Ramón –hacía algún tiempo que no lo distendían– se fue trocando en húmedo placer. El efecto de la inmersión hacía que los embates de Jesús tuvieran una cadencia retardada. Después de unas cuantas arremetidas desistió. “¡Uff, así no hay quien se corra! ¡Ya te pillaré en seco!”. Rápidamente Pedro lo sustituyó. Su polla, más gorda, fue encajando a presión, con lamentos por parte de Ramón. La ardiente apretura que ejercía el conducto de éste bastó para que, con un contundente balanceo de caderas, esta vez sí que hubiera corrida, confirmada por los resoplidos de Pedro. Cuando se desprendió, llegaron a flotar algunas máculas traslúcidas. Jesús, quien se había dedicado a sobar la delantera de Ramón, comentó guasón: “¡Va a haber que pasar el aspirador…!”.
 
Pedro y Jesús, entre bromas, empujaron a Ramón, cuyas piernas aún le temblaban, para que se sentara en el borde de la piscina. Separándole los muslos, comprobaron que la polla se le había aflojado tras la doble enculada. Pero el juego iba a seguir. Así que forzaron a Ramón para que se echara hacia atrás y subiera los pies hasta la altura del culo. Dejándolo despatarrado de este modo, se disputaron ojete, huevos y polla con lamidas y chupadas. La panza de Ramón se agitaba y él, entregado, se estrujaba las tetas. No tardó la polla en endurecerse y la doble mamada en la que se aplicaron los otros dos iba desbordando la capacidad de aguante de Ramón. “¡Ay, ay, ay… canallas, que me vais a dejar vacío!”. La boca de Pedro hizo el resto y su lengua fue lamiendo la leche emergente. Desplazándolo, aún pudo Jesús rebañar las últimas gotas. “¡Joder, la habéis tomado conmigo…”, exclamó Ramón exhausto y dejando caer en aspa sus extremidades. “Eres la novedad… y bien rica”, replicó Jesús.
 
Éste cambió de tercio. “Por cierto ¿quién tiene hambre? Que no solo se vive de pollas”. La idea fue bienvenida, así que distribuyó el trabajo. “Pedro, ya sabes cómo se enciende la barbacoa. Y tú, Ramón, ayúdame a traer lo que encontremos por la nevera”. En una desnuda camaradería, no tardaron en tener dispuesta sobre la mesa abundancia de comida y bebida. No faltaron los achuchones y las puyas procaces, en su disfrute del remanso de libertad.
 
Una vez saciados, Jesús ya estaba exhibiendo su polla tiesa y dirigiéndose a Ramón: “¡Oye! ¿Te acuerdas de que me quedé a medias?”. Entre resignado y deseoso, Ramón vio cómo los otros despejaban la mesa y hacía que se tendiera de bruces sobre ella. Su culo quedó disponible para la lascivia de Jesús, quien ya se echaba en la verga unas gotas de la aceitera. Sin el freno del agua, Jesús bombeó a gusto agarrado a los muslos de Ramón. Como la cabeza de éste sobresalía de la mesa, Pedro aprovechó para hacerle chupar su polla regordeta. Penetrado de esta forma, por arriba y por abajo, Ramón apenas podía contener sus bufidos. Jesús  se corrió al fin ufano y todavía se mantuvo dentro a la espera de que Pedro descargara en la boca de Ramón. Éste quedó medio atragantado y fue tanteando para recuperar el equilibrio. “¡Me habéis convertido en vuestra puta, eh!”, pudo llegar a exclamar. “Y bien a gusto… ¿o no?”, replicó Jesús.
 
Pero el tiempo les había pasado volando y Jesús reconoció la frenada y detención de un coche ante la casa. Miró subrepticiamente por una ventana. “¡Coño, ya están aquí!”. Precipitadamente repartió unos trajes de baño y los tres quedaron seráficamente sentados en butacas. Las dos esposas aparecieron conversando. Sofía se dirigió risueña a los hombres: “Ya se ve que os habéis apañado la mar de bien”. Ramón entonces preguntó a Cristina: “¿Qué, has encontrado algo que te guste?”. Ella contestó: “Huy, la cosa está complicada. Creo que tendremos que venir más veces…”. Las miradas que se cruzaron los tres infractores solo las entendieron ellos.

10 comentarios:

  1. Muy bueno, como todos tus relatos y la eleccion de las fotografias es perfecta, como siempre.

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  2. Mmmmm, como siempre, leyendo tus relatos me descargo la mar de agusto antes de irme a dormir. ¡Los echaba de menos!
    Gracias

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  3. Exelente relatos!! me exitan muchisimo, espero que pronto subas otro nuevo

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  4. Wao, ya hacia falta deslecharme con un nuevo relato. Muchas gracias. Ya hasta los he momorizado de tanto leer los anteriores al masturbarme. Hacia falta otra buena historia.

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  5. Excelente relato animos muchacho queremos leer mas de ti muy buenas las fotos

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  6. hombre que ya extrañaba estos relatos, son de lo mejor!!! sin querer sonar exigente, a la espera del siguiente...

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  7. Enhorabuenaaaaaaaaaa, eres un maquina tio, menudo pajote me he echo

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  8. Las fotos increibles, el relato inigualable, q mas puedo pedir q participar en un relato asi

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  9. Buenisimo, fabuloso....Pero como en la mayoria de los relatos que se encuentran hoy en internet, sin saber las caracteisticas fisicas de los protagonistas., ni las edades....No lo entiendo, la verdad. No se si es una moda, o lo que es.....

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