Emprendí viaje en un
tren de alta velocidad y, como el trayecto era largo, tenía varias horas por
delante. El coche que me correspondía, con doble fila de asientos, estaba casi
vacío y ocupé el mío junto a la ventanilla, bastante distante de los dos o tres
pasajeros ya instalados, por lo que me prometía un viaje muy tranquilo. Como
iba de veraneo y estaba haciendo un calor espantoso, no me fie del aire
acondicionado y opté por la comodidad de unos pantalones cortos. A los pocos
minutos, a punto ya de partir el tren, apareció un voluminoso hombre, alto y
grueso, consultando su billete. Llegó junto a mí, pues al parecer llevaba el de
mi lado. Levantó de un impulso su maleta al portaequipajes superior y, con ese
movimiento, se le subió el polo que vestía, mostrando un espléndido y peludo
barrigón. Se limitó a hacerme un saludo con la cabeza y se sentó. Quedé así
bloqueado y, a modo de disculpa, comentó: “No se sabe si las demás plazas se
irán ocupando y habría que hacer cambios… Mejor cada uno en su sitio”. El tren
inició su marcha y no había entrado nadie más en el coche; para la próxima
parada faltaba al menos una hora. En otras circunstancias se me habría ocurrido
cualquier excusa para liberarme de un vecino de semejante calibre, pero la
visión de su barriga me había descolocado.
De modo que me quedé quieto mientras él se arrellanaba en su asiento,
que desbordaba ampliamente. Las dimensiones de sus piernas, en largo y ancho
hacían que tuviera que mantenerlas separadas al tocar el respaldo de la butaca
de delante, con lo que su muslo rozaba el mío desnudo. Los dos con manga corta,
me dejaba poco espacio del brazo entre los asientos. Notaba su calor en mi antebrazo
y el cosquilleo de su abundante vello. Parecía inmutable, aunque fui percibiendo
que, lejos de evitarlos, propiciaba los contactos, removiendo en la bolsa que
apoyaba en su panza. Esto me iba excitando, con lo que tampoco lo rehuía,
simulando que leía el libro que sujetaba en mis manos.
Me he aficionado a escribir unos relatos que plasman fantasías sexuales en el ámbito de hombres maduros y robustos. Solo pretendo irlos sacando de mi PC y ofrecerlos a quienes les puedan interesar y disfruten con ellos, como yo lo he hecho escribiéndolos...Los ilustro con alguna imagen de referencia, de las muchas que se pueden ver en MADUROS QUE ME GUSTAN: https://fuccoli.newtumbl.com
miércoles, 30 de mayo de 2012
Tren de alta velocidad
lunes, 14 de mayo de 2012
En casa de mi tío
Mi afición por los maduros robustos se consolidó a partir de una vivencia que, aunque puramente visual, me dejó muy marcado. Apenas acababa de cumplir los dieciocho años y mis experiencias sexuales eran escasas y lastradas por una gran confusión. En esto que fui a pasar unos días del verano a casa de una tía, casada y sin hijos. Su marido era un cincuentón grueso y muy afable. Su presencia no dejaba de resultarme turbadora, atraído por sus viriles formas e incluso el calor que desprendía su cuerpo. A ello se añadía la desinhibición de su comportamiento doméstico. Solía usar unos pantalones cortos de perneras bastante anchas y, como pude comprobar en más de una ocasión, sin calzoncillos. Así, cuando estaba sentado frente a él, mi vista no podía menos que quedarse clavada en el fragmento de escroto que a veces asomaba en la penumbra de su entrepierna y que, incluso, si ponía una pierna sobre otra, se completaba con el asomo del pene. En una ocasión, lo había de ayudar a cambiar las bombillas de una lámpara de techo y mi misión era sujetarle la escalera e irle alcanzando el material. Colocado bajo él, con la cara cerca de sus recios y velludos muslos, me temblaba todo el cuerpo. Con los brazos en alto para sus manipulaciones, la camiseta le iba subiendo y dejaba al aire buena parte de su peluda barriga. Para colmo, también la cintura del pantalón se deslizaba hacia abajo, hasta el inicio de la pelambrera púbica. De repente, con un brusco tirón, se subió el pantalón, pero con tanta energía que, por un lado, asomaron huevos y polla casi completos. En ese momento, me cayó de las manos una caja de bombillas nuevas, que estallaron en el suelo. “¡Vaya ayudante que me he buscado!”, fue su comentario.
viernes, 11 de mayo de 2012
Un puto masoca... pero cariñoso
En un bar de ambiente se me
acercó un tipo y se puso a mi lado. “Creo que te conozco ¿Podemos hablar?”.
Pensé que sería un intento de ligue y, aunque tenía buen aspecto, maduro y
delgado, no me atraía demasiado, por lo que me mantuve distante. Pero él
prosiguió: “Soy un gran admirador de tu blog. Me gustó especialmente el de amos
y sumisos”. Me dejó sorprendido: “¿Cómo puedes saber que es mío?”. “Te
relacioné con el perfil que tienes en otra web ¿Acierto?”. Consciente de que es
difícil mantener el anonimato, no eludí reconocer mi paternidad, pero advertí:
“En cualquier caso todo es producto de la imaginación, y más esa historia”. “Es
que querría hacerte una propuesta”. Y enseguida aclaró: “No es conmigo. Ya
imagino que no debo ser tu tipo. Se trata de alguien que me encarga buscarle
alguna persona interesante para que juegue con él. Por los hombres que
describes en tus relatos, seguro que éste te gustará”. “¿No tiene tu amigo una
manera un poco rara de ligar?”, repliqué. “Cada uno se monta sus fantasías y la
de él es que yo lo entregue a desconocidos. Incluso le da morbo que cobre por
ello”. Ante mi alarma se apresuró a aclarar: “Pero esto es absolutamente
ficticio, mera representación”. “O sea, que me estás ofreciendo un puto
masoca”. “Eso sería simplificar. Nada de violencia o dolor, solo servicios
completos”. Para tratar de convencerme me aduló: “Precisamente por la inventiva
que demuestras en tu historia, que él también ha leído, pensamos que podrías
dar un buen toque de fantasía. La mayoría de la gente solo va al grano”. “¿Hay
sexo de por medio?”. Ya estaba yo picado. “Por supuesto, todo el placer que
quieras extraer de él”. Como no acababa de tenerlo claro, me propuso: “Mira, tú
vienes y lo ves in situ. Si no te
interesa lo dejas y en paz”. Por probar... Y finalmente acepté.
Acudí a la cita temiendo haberme
metido en un embolado. Me recibió el ya conocido, quien me dio explicaciones:
“Puedes usarlo como más te guste para cualquier cosa que se te ocurra y
ordenarle lo que se te antoje. No te cortes insultándolo cuanto quieras; eso le
excita. Yo solo hago de maestro de ceremonias, pero me puedes llamar si
necesitas algo con total libertad. Soy Fausto”.
Me condujo a una habitación
bastante grande y muy particular. Todo ordenado y enmoquetado, había diversos
divanes y cojines de varios tamaños dispersos por el suelo. Las luces
indirectas, con el mando que me indicó, podían cambiar de intensidad y enfoque.
Una puerta abierta daba a una sala de baño muy lujosa y completa. Otra puerta
estaba cubierta por una cortina. A ella se dirigió mi introductor: “¡Tú, puta!
Tienes un servicio. Y más vale que te esmeres, no vaya a ser que acabe teniendo
que devolver el dinero que han pagado por ti... Sal cuando oigas que cierro la
puerta”. Con una sonrisa cómplice me miró y salió, forzando el ruido al cerrar.
Me entraron mil dudas sobre lo
que iba a encontrar, dispuesto a largarme si se trataba de algo raro. Pero
cuando descorrió la cortina quedé sobrecogido. Me sonreía con picardía un
hombre de mediana edad francamente guapo, rasurado y con el cabello muy corto.
La parte superior de un kimono, anudada con un lazo y que le llegaba a medio
muslo, cubría un tronco robusto sobre unas piernas recias y velludas. Una vez
que mi mirada lo hubo recorrido de arriba abajo, con una voz viril y cierto
deje de ironía dijo: “Ya lo has oído: soy tu puta”. Se acercó a mí y no me
resistí a tirar del lazo que lo ceñía. Se abrió el kimono y, con un ligero
agitar de sus hombros, la sedosa prenda resbaló hasta el suelo. Lo que se me desveló
en ese momento corroboró con creces mi impresión inicial. Gordo, pero en
absoluto fofo, lucía una acogedora barriga coronada por dos buenas tetas, todo
ello poblado de un vello que invitaba a acariciar, al igual que el de los
fornidos brazos. Más abajo, el sexo estaba oculto por un sucinto tanga que a
duras penas recogía su turgente contenido. El marco de unos fuertes muslos
completaba el cuadro. Parecía ansioso por captar el efecto que me causaba pero,
aunque pensé que estaba ante el tío más bueno que había visto en mucho tiempo,
preferí abstenerme de piropearlo de entrada. Con la idea de que tenía carta
blanca, lo primero que me apeteció fue meterle mano y así le dije: “Primero
quiero tocarte a mi gusto. Luego ya te ocuparás de mí”. Como esto debió sonarle
a aceptación, levantó los brazos y separó un poco las piernas poniéndose a mi
disposición: “Toca, estruja y pellizca cuanto quieras”. Y era eso a lo que me
dediqué. Le recorrí a dos manos la barriga y el pecho, disfrutando del tacto
piloso. Le cogí con fuerza las tetas que desbordaban mis malos y le pellizqué
los pezones hasta endurecerlos. Le palpaba los brazos y contorneaba sus
músculos, jugando con el pelo de los sobacos. Otro tanto hice con sus piernas
hasta que, cogiéndolo por sorpresa, le agarré bruscamente el paquete y tanteé
el contenido oculto. Él cedía y facilitaba mi inspección, entregado de buen
grado. Preferí retardar el juego con su sexo y, antes, pasar a su espalda.
Ésta, sólida con todo él, tenía más espaciado el vello y se iba arqueado para
continuar en dos rotundos glúteos orlados de suave pelusa. La tira trasera del
tanga se perdía en la profundidad de la raja. Lo sobé con gusto e hice que se
inclinara. Como la tira era elástica, la sacaba y la soltaba para que volviera
a metérsele. Él respingaba cada vez. Le pedí que se pusiera de nuevo de frente
y colocara las manos sobre su nuca. El tanga ya estaba sufriendo los efectos de
una erección. El centro estaba estirado y por los bordes desajustados salían
parte de los huevos. Poco a poco fui bajándolo y la polla se disparó en
horizontal. Desde luego su aparato no desmerecía en absoluto del resto. Los
huevos gruesos y bien pegados simétricamente a la entrepierna eran de un tono
más rojizo. La polla recta y gruesa acababa en un capullo medio salido. “Veo
que te pones contento”. Comenté. “Todo para tu placer, como debe ser”,
respondió. “Será eso... Menudo salido estás hecho”. Porque durante mis manoseos
adoptaba una actitud de satisfacción morbosa que aún me excitaba más.
martes, 8 de mayo de 2012
El gran concurso
GRAN FIESTA-CONCURSO DE OSOS
MADUROS... ¡¡A LO BESTIA Y SIN TAPUJOS!!
Requisitos para participar:
- Edad:
entre 45 y 60
- Peso:
- hasta 1’70 de altura > mínimo 95 kgs.
- más de 1’70 de altura > mínimo 110 kgs.
- Vello
corporal: de medio a alto
- Cabello
y/o barba: indiferente
- Otras
cualidades: ...es lo que habrá que ver
SOLO PARA SOCIOS E INVITADOS
(máximo 1 invitación por socio)
Este anuncio que, en forma de
octavilla, vi en casa de un amigo atrajo inmediatamente mi atención... y de qué
manera. Deseando que hubiera suerte pregunté a mi amigo si, por casualidad, era
socio. Resultó ser que sí, aunque no pareció muy interesado en el evento. De
todos modos no podría asistir, así que me cedió su pase. Me dio un vuelco el
corazón de la alegría y me empalmé con solo pensar en lo que sería aquello.
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