jueves, 8 de noviembre de 2012

Viejos gladiadores

Los gladiadores que habían sobrevivido, ya mayores y aflojados por el engorde de sus cuerpos, al no ser aptos para la lucha en la arena, aunque libertos, eran reclamados para la diversión de sus antiguos amos patricios. Si en los espectáculos que éstos ofrecían en sus fiestas era frecuente el contenido sexual, en todas las variantes posibles, los que antes habían sido luchadores no escapaban a actuaciones de esa clase. El contraste entre su recio aspecto y la fragilidad de los esclavos, adolescentes de ambos sexos, que habían de someter como complaciera a anfitriones e invitados, era muy apreciado. Pero tampoco faltaban las ocasiones en que ellos mismos habían de enfrentarse en combates de contenido erótico.

En una de estas fiestas, un hombre robusto y completamente desnudo aparecía con las muñecas atadas en alto a una barra horizontal que se desplazaba mediante unas poleas. Unos esclavos iban rodeando su cuerpo con gruesas cuerdas y cadenas; otro lo untaba con aceite. Su sexo aparecía ya brillante y era rodeado con una cinta dorada. Entonces surgió otro gladiador cubierto por una breve túnica, de la que fue despojada. No menos robusto y más velludo que el otro, fue también sujetado a una barra similar y sometido a iguales ataduras y lubricaciones. Las barras fueron desplazándose hasta que ambos quedaron enfrentados. Tan próximos que sus caras se tocaba y las barrigas se aplastaban una con otra. Ahora eran ligados de nuevo enredando cuerdas y cadenas. Enanos burlones jugueteaban con sus penes, estirándolos y juntándolos.
 
Así expuestos fueron objeto de chanzas por parte de los asistentes. Incluso algunos patricios  –y alguna dama más desinhibida– se les acercaron y, con el pretexto de participar en la pantomima, los tocaban allá donde les venía en gana, sin omitir los glúteos y los genitales. Luego se limpiaban las manos en los cabellos encrespados de esclavos. La impasibilidad de los gladiadores era ampliamente celebrada, aunque poca libertad de movimientos les quedaba.

A continuación, fueron soltados de las barras, mientras un cuadrilátero de mármol era cubierto de abundante aceite. Lanzados sobre él, el juego consistía en irse desligando del enredo de cuerdas y cadenas que los envolvían a cada uno y entre sí. La dificultad de la tarea se veía incrementada por lo resbaloso del suelo y de sus propios cuerpos. Se veían forzados a caer uno sobre otro, en abrazos y revolcadas que semejaban un ardiente encuentro sexual. Como sus penes también estaban ligados, tenían que cogérselos para liberarlos, lo cual desataba burlas y groseras incitaciones. Poco a poco iban logrando deshacer la maraña y sus cuerpos brillantes de aceite emergían en su rotundidad. Cuando al fin se incorporaron separados, saludaron  recibiendo los aplausos del público.
 
Pero aún faltaba la segunda parte del espectáculo. Para ella, varios esclavos hicieron que el primero de los gladiadores se tendiera boca arriba sobre una mesa de piedra, en la que lo inmovilizaron con los brazos pegados al cuerpo, atándolo con cuerdas desde los codos hasta el cuello. Como si ya hubiera sido aleccionado sobre lo que se esperaba de él, el otro inició un masaje destinado a logar la excitación del yacente. Sus rudas manos sobaban y estrujaban los pechos, e iban descendiendo hacia el vientre. La mayor expectación se centraba obviamente en la manipulación de los genitales. Consciente de lo que se esperaba de él, el peludo masajista los amasaba y retorcía a dos manos. Tomando más aceite de un recipiente, lo aplicaba largamente a los testículos. Sobaba con fruición el pene, que se mantenía flácido. Hacía correr la piel y pinzaba el glande, apretando con un dedo el orificio. Incrementaba la intensidad de las frotaciones y, cuando parecía que la verga empezaba a responder, la soltaba y pasaba a la parte superior del cuerpo. Los pellizcos a los pezones eran ahora tan fuertes que hacían que el cuerpo y las piernas se tensaran, provocando la oscilación del pene reluciente por la grasa. Volvió el masajeo genital, que iba logrando que apuntara la erección. Una masturbación lenta y con deliberadas interrupciones hacía que el sometido se agitara todo él bajo las ataduras. Dio lugar a regocijo observar que, al quedar el pene del masajista a la altura de la mesa, el masajeado, por nervios o por deseo, se pusiera a manosearlo con la mano libre a su nivel. Aquél se dejaba hacer y prosiguió la morbosa frotación, con apretones y estiramientos. Por las contorsiones del ligado y el endurecimiento de su miembro, se notaba que estaba al límite de excitación. El masajista miró al anfitrión para obtener la venia y, con una enérgica pasada final, obtuvo un abundante chorro de semen, que iba extendiendo por barriga y pecho.
 
La eclosión entusiasmó morbosamente a los asistentes, pero el espectáculo continuaba. El velludo masajista ya estaba siendo atado con brazos y piernas abiertos sobre una cruz de madera en forma de aspa. Gruesas cuerdas sujetaban muñecas y tobillos, y otra ligaba el centro de su cuerpo al cruce de la cruz. Ésta fue levantada verticalmente y apoyada en el muro, pero de forma que el crucificado quedaba boca abajo. Entre sus gruesos muslos, los genitales se volcaban hacia el vientre, mientras que su rostro enrojecía por lo extremo de la posición. El que acababa de eyacular, cuyas muñecas eran atadas a unas argollas a ambos lados de la cruz, quedaba con la cara casi pegada al sexo del otro, la cabeza del cual también alcanzaba la entrepierna de aquél. Los enanos los acosaban con empujones para que se acoplaran y sobando el trasero del que quedaba de espaldas. Lo escabroso del montaje provocó murmullos de admiración, que se trocaron en risas cuando se produjo el primer lametón.
 
Porque de lo que se trataba era de que, en tal posición invertida, las bocas trabajaran lo que tenían enfrente. El que se hallaba de pie se esforzaba ya en estirar la lengua para pasarla por los testículos, así como en tratar de levantar la verga replegada. Más difícil lo tenía el crucificado en postura tan antinatural, que le obligaba a arquear el ancho cuello para alcanzar el sexo de su antagonista. El primero era evidentemente el que mejor se manejaba. Se afanaba en que sus lamidas surtieran algún efecto que le permitiera atrapar la verga colgante. Su persistencia empezó a dar resultados y se pudo contemplar cómo el miembro empezó a adquirir consistencia y a alzarse poco a poco. Más frustrante estaba siendo la actividad del otro, a quien, entre la mortificación de su situación y lo que estaba sintiendo en su entrepierna, apenas le quedaban fuerzas para que su boca se hiciera con el pene flácido que oscilaba ante su cara. Por el contrario, su compañero ya había engullido su verga y la endurecía con enérgicas succiones. El considerable tamaño que llegó a adquirir suscitó la admiración de patricios y dóminas. Ya contaban el tiempo que tardaría la eficaz succión en dar frutos. El cuerpo del receptor se agitaba todo lo que le permitían sus ataduras hasta que llegó un momento en que se tensó con un fuerte estertor. Solo entonces lo soltó el chupador y el miembro cayó por su propio peso sobre el vientre. Cumplida su misión, el gladiador se volvió hacia el público para mostrar el semen que le chorreaba por la barbilla.
 
El vaciado que había sufrido el crucificado no lo redimía, sin embargo, de su fracaso en trabajar con su boca los genitales del otro. Por ello, y antes de que fueran desatados, el anfitrión dio con un gesto una orden que fue captada por el que se hallaba de pie. Éste reafirmó las piernas y, con esfuerzos que contraían sus glúteos, comenzó a expeler un chorro de orines a la cara del caído en desgracia, que lo recibía al borde del agotamiento. Ello supuso un broche de oro cómico, a juzgar por el alborozo que provocó.

Los gladiadores fueron al fin desatados y quedaron exhaustos sobre el suelo. Un esclavo les vertió agua por encima y esto los reanimó. Una vez que se hubieron levantado, esclavos y enanos acudieron con coronas y  guirnaldas de hojas y flores, con las que los engalanaron. Pero la exhibición había constituido tal éxito que, cuando se iban a retirar, muchos asistentes empezaron a protestar y reclamaban su permanencia. El anfitrión entonces, haciendo gala de sus recursos para satisfacer a sus invitados, dio paso a la actuación que tenía en reserva. Efectivamente, los gladiadores fueron retenidos y hubieron de aguardar que unos esclavos dispusieran un grueso tronco de madera, forrado de pieles, en horizontal sobre unos soportes. Los dos hombres quedaron echados de bruces sobre el tronco de forma que sus culos estuvieran bien expuestos, uno junto al otro. Por el lado opuesto, en el que colgaban sus brazos, éstos fueron atados a unas argollas en el suelo. Asimismo, les colocaron unos topes entre los pies para que se mantuvieran separados y forzaran la apertura de las piernas. La visión  de traseros tan rotundos mostrados de esa forma levantó murmullos de complacencia y las expectativas de lo que podía acontecer mantenían atento al personal.
 
Con un acompañamiento de timbales y trompetas, apareció un esclavo africano de considerable envergadura, con ricos adornos que contrastaban con la oscuridad de su piel. Pero lo que más llamaba la atención era un enorme miembro viril que casi le llegaba a la rodilla. El anfitrión le ordenó entonces que se paseara entre los invitados para que éstos pudieran comprobar, con sus ojos y manos, que todo era natural y sin artificio alguno.

Satisfecha la curiosidad, el semental inició una danza ritual cerrando el círculo en torno a los dos gladiadores. Su agitación fue trasladándosele a la entrepierna y dando lugar a una descomunal erección. Se cogió la gran verga como si blandiera una espada y  se recreó en simular falsos ataques. Se percibía la tensión en los cuerpos de las futuras víctimas, al prever indefensos la inminencia de las salvajes penetraciones. El primero en ser ensartado no pudo reprimir un bramido. El agresivo espolón había entrado en un solo impulso hasta el tope de la pelvis. Bombeó varias veces y se salió con aires de triunfo. Tuvo que agarrar de las caderas al segundo, cuyas piernas flaqueaban de pavor. La embestida y sus efectos fueron similares y, a continuación, aguardó que el público escogiera con cuál de los dos gladiadores había de rematar la faena. La mayoría se inclino por el de culo más grueso y peludo. Tomó pues posesión de él y, en un frenético entra y sale, alardeó de su potencia. Tras un explosivo orgasmo, sacó la verga goteante y mostró el lacerado ano del que chorreaba semen. Monedas y flores cayeron sobre el africano, que se retiró alardeando aún de sus atributos.
 
Los gladiadores fueron liberados, pero esta vez quedaron abandonados en el suelo como olvidados. Sin embargo, todo y su extenuación, alentaban la esperanza de que volverían a ser solicitados, tal vez incluso para solaz de algún patricio o de alguna patricia.

1 comentario:

  1. No pongas estas fotos o me mataras a pajas. Que bueno que estas joder un abrazo

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