viernes, 13 de julio de 2012

Practicando en la piscina

En poco tiempo había acumulado dos experiencias que me llevaron al disfrute de mi sexualidad: la impactante, por ser la primera y por sus circunstancias, del Obispo y la más vulgar, pero que me hizo vivir una nueva faceta de receptor, del fontanero. A partir de ellas, además, sentía la necesidad de indagar en el hasta entonces para mí oculto y complejo mundo de las relaciones entre hombres. Por ello se me ocurrió comprobar si, en situaciones en las que anteriormente me había movido en la más completa ignorancia de que aquellos hombres que me atraían pudieran serme accesibles, descubría ahora nuevas posibilidades. 

Socio por mi familia de un club de natación, cuando lo frecuentaba antes, más allá de la contemplación furtiva de cuerpos que me conmocionaban, el recato y el pudor hacían que me mantuviera siempre ajeno a cualquier acercamiento. ¿Podría detectar ahora señales entonces indescifrables? Me aposté junto a la piscina, en un día poco concurrido. Dedicado a la observación, para mi suerte había más de un hombre maduro bastante apetecible. Hasta me pareció que había adquirido un nuevo sentido mediante el cual podía captar si a mis miradas les eran devueltos indiferencia o interés. De momento había más de la primera que de la segunda. Sin embargo, al fijarme en un hombre que estaba con quienes debían ser su mujer y una hija adolescente, tuve una sensación especial. No era solo que me resultara particularmente atractivo. Recio y velludo, todo su cuerpo rebosaba de un eslip atrevidamente pequeño. Jugaba con la hija al borde de la piscina, llamándome la atención el movimiento de sus anchos muslos y la fracción de raja trasera que a veces se insinuaba. También me dio la impresión de que sus evoluciones me iban en parte dirigidas. No es que me mirara abiertamente, pero cuando su vista pasaba sobre mí percibía un signo como de complicidad. Cuando la chica regresó con su madre, él se lanzó solo al agua. No tardé en hacer lo mismo, aunque manteniendo una prudente distancia. Sin embargo, en una de sus zambullidas pasó buceando muy cerca de mí, como si observara mi cuerpo bajo el agua. Ello me dio alas para, en una de mis inmersiones, acercarme hasta rozar una de sus piernas. Este disimulado acercamiento mutuo me excitó tremendamente.
 
Salió al fin de la piscina y dijo algo a las mujeres. A continuación se dirigió al vestuario de hombres. No dejé transcurrir muchos segundos en seguir sus pasos. Los socios teníamos cabina individual, con un espacio común que daba acceso a las duchas y que los usuarios cruzaban con más o menos pudor en el uso de sus toallas (¡Cuántas imágenes perturbadoras me habían impactado en mi época de inocencia!). No había nadie en el lugar en ese momento. Nadie salvo el que yo esperaba y que, con toda evidencia, me esperaba también a mí. De forma estudiada, tal como me pareció, manejaba una toalla, pero dejando a la vista su cuerpo ahora desnudo. Quedé impactado con la visión, que, a todas luces, sugería un ofrecimiento. Siguió disimulando, como si ignorase mi aparición, y se dirigió a la que debía ser su cabina.
 
Entró y dejó la puerta entornada. Ya no dudé en acercarme y mirar por la rendija. Me daba la espalda en actitud expectante. Me introduje y cerré tras de mí. Antes de darme tiempo a hacer nada, se giró y se agachó. Me bajó de un tirón el bañador y, sin más preámbulo, tomó mi pene con la boca. Tenía ya la suficiente erección para que me deleitase con su mamada ansiosa. Yo le acariciaba la cabeza y los hombros, colmado de goce. Pero se interrumpió y, mirándome a la cara, dijo con voz queda: “¡Fóllame, por favor!”. Se levantó y él mismo tomó crema de un pote y la extendió por su raja. Las circunstancias imponían rapidez. Se echó de bruces apoyado en una banca y se me ofreció. Henchido de deseo acaricié el generoso trasero, pero me urgió: “¡Métemela ya!”. La viscosidad de la crema facilitó la penetración, pero noté que él se contraía, reprimiendo cualquier sonido. A medida que me movía, me iba subiendo una placentera sensación. Él cooperaba afirmando las piernas y balanceándose. Agarrado a sus costados, notaba cómo su cuerpo se tensaba al recibirme. Volvió a susurrar: “¡Córrete, córrete!”. No me costó cumplir su deseo, pues ya el ardor me invadía. Le di una fuerte descarga, conteniendo mis suspiros. Cuando me despegué, se incorporó y, vuelto de medio lado, se tocaba el pene corto, grueso e hinchado. “¡Anda, acaba!”, casi suplicó. De buen grado, me arrodillé y lo chupé con vehemencia, hasta que, sujetando mi cabeza, llenó mi boca con su semen. No hubo más que una sonrisa como despedida. Me ajusté el bañador y salí. Al cabo de un rato vi que aparecía ya vestido y se unía a su familia que lo esperaba.
 
Pero mi aventura en la piscina no había acabado ese día. Aún me quedé un rato, indolente y contemplando, ya más relajado, algún que otro hombre atractivo. Al fin me decidí a marcharme y, antes de ir a cambiarme a mi cabina, pasé por los lavabos para orinar. Cuando estaba en plena tarea, entró un individuo vestido que se colocó en un urinario próximo. Era alto y grueso. Me miró descaradamente e hizo un gesto con la cara que me invitaba a fijarme en su verga. Bastante grande y medio erecta, me hizo sentir una pulsión de deseo. Quedamente me dijo: “Te he visto salir de la cabina de J… ¿Te lo has pasado bien?”. Me subieron todos los colores y llegué a temer una situación embarazosa. Pero, sacudiendo su miembro como reclamo, añadió: “¿Por qué no vienes también a la mía?”. No es que me pareciera rechazable la sugerencia, sino que me daba vergüenza no estar todavía suficientemente en forma. Por eso me mostré dubitativo. Pareció adivinar mis pensamientos, pues insistió: “Me da igual que se te ponga dura o no…”. Dicho esto, se cerró la bragueta y se dirigió a las cabinas.
 
No pude menos que seguirle a corta distancia. Entró en la suya y volví a repetir la escena de franquear una puerta entornada. Ya se había quitado la camisa, pero apenas me había dado tiempo a verlo cuando me hizo girar y me bajó el bañador. “¡Este culito es lo que yo quiero!”, musitó. Entonces comprendí por qué le importaba menos mi virilidad. Atropelladamente se liberó de los pantalones. “¡Ponme cachondo primero! ¡Cómeme las tetas y la polla!”. Ahora sí que pude ver la plenitud de su hombría. Peludo y rotundo, los pechos le descansaban sobre la prominente barriga y un sexo excitado oscilaba entre sus muslos. Me aboqué al torso para lamer y chupar los salidos pezones. Él me presionaba la cabeza incitándome a morder. Cuando se dio por satisfecho, me bajó hasta encararme con su vientre. Se sujetó el pene hacia arriba para que primero me ocupara de los gruesos testículos. Mi lengua los repasaba enmarañándose con los pelos. Soltó luego la verga, golpeándome la cara. Destilaba ya una pegajosa agüilla, que sorbí al metérmela en la boca. Mientras succionaba aquella pieza que me llenaba, me daba sudores fríos el recuerdo de la penetración del fontanero.
 
No pude pensar más porque oí: “¡Así, con mucha saliva…! ¡Trae ya ese culo!”. Me levantó con brusquedad y enrolló la colchoneta del banco, sobre la que me hizo caer con el trasero levantado. Me lo manoseaba amasándolo y abriendo la raja. “¡Y calladito, eh!”, advirtió. Una vez localizado el agujero, se dejó caer y apretó. Sentí una desgarradora quemazón pero, a medida que se intensificaba la frotación, el ardor se fue tornando en un extraño placer. Mis suaves murmullos lo debieron atestiguar, porque susurró: “¡Así me gusta, que disfrutes tú también!”. Un último y fuerte apretón, que volvió a dolerme, acompañó el vaciado. “¡Uf!”, y cayó sobre mí.
 
“Ha estado muy bien. Pero ahora vete con discreción”. Abrí despacio la puerta y, al no ver a nadie, me fui directo a mi cabina. Encerrado en ella, me masturbé frenéticamente.

5 comentarios:

  1. todas tus historias son de lo mas disfrutables, francamente nunca pense que leyendo relatos me pudiera poner al mil, hasta que empeze a leerte, de lo mejor, gracias por escribir asi...

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    1. Gracias. A ver si se me siguen ocurriendo historias...

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  2. Por favor nunca dejes de escribir estariamos muy tristes sin tus leyendas te amo (el venezolano)

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  3. Que lastima que en mi gimnasio no tengamos hombres como estos, que bien lo iba a pasar jejee.
    Un saludo y gracias por los relatos

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