miércoles, 25 de julio de 2012

El padre de un compañero


Me encontré con un antiguo compañero del colegio, al que hacía tiempo le había perdido la pista. Me contó que había pasado una época complicada a causa de la separación de sus padres, pero que ya tenía empezados unos estudios técnicos que le gustaban mucho. Al comentarle yo que me estaba tomando un período de reflexión para decidir lo que iba a hacer en el futuro, se interesó en invitarme a un fin de semana en su casa. Él ahora estaba pasando una temporada con su padre, que vivía en una urbanización de las afueras. Al padre lo recordaba vagamente de los tiempos en que los hombres maduros eran fruta prohibida para mí. Acepté la posibilidad que me ofrecía de cambiar de aires, aunque no dejó de sorprenderme sus frases finales: “Mi padre se va a llevar una alegría. Creo que te gustará…”.

Al llegar, me recibió mi amigo y enseguida dijo: “Mi padre no tardará mucho en venir”. Parecía tener mucho interés en que nos encontráramos. Mientras tanto, me mostró la casa, de tres plantas. En la segunda estaban los dormitorios, el del padre y el suyo. En la tercera, abuhardillada, el padre tenía un estudio y había también una habitación de invitados. “Esta es la tuya. Cuando hayas dejado tus cosas, baja”.

Cuando lo hice, ya había llegado el padre. Me saludó muy cordial y bromista. “Ya ves que nos vamos a apañar solo hombres”. Pero lo que me dejó sin habla fue el aspecto que tenía. Bastante entrado en los cincuenta y bien robusto, me resultó atractivo a más no poder. Dijo a continuación: “Con vuestro permiso, estoy deseando darme un chapuzón… Y dirigiéndose a mí: “Aunque la piscina es comunitaria, suele estar muy tranquila. Si alguien se apunta…”. Sin esperar respuesta, subió las escaleras y al poco apareció en bañador y con una toalla en la mano. Aún lo encontré más espectacular, con sus redondeces y sus recios miembros velludos. Lo seguí con la vista a través de la cristalera. Me sacó de la distracción mi amigo. “Si te apetece ¿por qué no vas también a bañarte? Así te familiarizas… Yo prepararé la comida”.
 
No me costó decidirme a subir a mi habitación, deshacer el equipaje y proveerme también de bañador y toalla. Pero cuando llegué a la piscina el padre ya estaba saliendo del agua. Me saludó. “Soy de chapuzones rápidos… Aprovecha, que está riquísima”. Entonces se ciñó la toalla a la cintura y, con habilidad, extrajo por debajo el bañador. “¡Qué molesta es la ropa mojada! ¡Lástima que la piscina no sea privada! Pero haré pronto una en mi jardín”. Todo ello me dio mucho morbo y me supo mal que él ya se marchara. Pero ya que había ido, tendría que darme un remojón, aunque fuera rápido.
 
Comimos en la terraza, los tres en pantalón corto. Yo no perdía ocasión de mirar las fornidas piernas del jefe de familia. Me decepcionó que advirtiera: “Hoy aún tengo cosas que hacer y volveré tarde, así que no me esperéis para cenar. Pero mañana, que hago fiesta, estaré con vosotros”. Así que el resto del día lo pasamos solos mi amigo y yo. Salimos a dar una vuelta y charlamos sobre nuestras vivencias. Aunque yo no expliqué detalles sobre mis últimas experiencias. Sin embargo, él se mostró tremendamente sincero. “¡Mira que me gustabas entonces! Pero ya me di cuenta de que tú en quien te fijabas era en ese profesor de literatura gordo”. Quedé estupefacto, pues no podía imaginar que hubiera podido detectar esas inclinaciones mías tan secretas. Ante mi rubor, me tranquilizó: “Estas cosas las captamos los que estamos en el ajo… Algún día te presentaré a mi novio”.  No faltaron alusiones al padre. “Siento que hoy no haya podido quedarse… Ya verás como te cae bien”. No dije que ya me había caído de maravilla. Pero no dejaba de intrigarme ese interés por fijar mi atención en su padre, máxime después de haberme hecho saber que conocía mis gustos. ¿Daría todo ello sentido a la invitación misma?
 
Por la noche, nos fuimos cada uno a  nuestros dormitorios. Entre extrañar la cama y las incógnitas de la situación, no podía conciliar el sueño. De modo que opté por leer un rato. Ya tarde oí unos tenues ruidos provenientes del estudio próximo. Supuse que se trataría del padre y ya mi cabeza empezó con elucubraciones tórridas. Al poco rato sonaron unos golpecitos en mi puerta. “¡¿Sí…?!”, fue lo único que me salió con voz temblona. Abrió lentamente lo justo para asomar la cabeza y una franja del cuerpo, aunque no la parte central, pero lo suficiente para ver que estaba desnudo. Sonriente dijo: “He visto luz… Te debe costar dormir la primera noche. Mañana nos vemos”. Cerró sin más y me dejó con el corazón acelerado.
 
Al día siguiente, encontré desayunando a padre e hijo, el primero ya en bañador. Enseguida me preguntó: “¿Te apetecerá acompañarme a la piscina?”. No esperó respuesta. “Cuando acabes de desayunar  te cambias, que te espero”. Fuimos pues los dos, porque el hijo prefirió quedarse, y esta vez había ya alguna gente. “Ocupemos estas dos tumbonas con un poco de sombra”. Dejamos en ellas las toallas y nos lanzamos al agua. Yo no dejaba de admirar lo atractivo que me resultaba en sus desenfadados movimientos. Después de los iniciales chapuzones, se me acercó y empezamos una charla en remojo. Entre preguntas sobre mi familia y sobre cómo me iba, habló de su hijo. “¿Ya te ha dicho que tiene novio?”. Asentí algo cortado, pero él siguió: “Así es la vida… Él con pareja y yo divorciado”. Para colmo de mi turbación, al estar tan cerca, en esas fluctuaciones de brazos y piernas que se tienen dentro del agua, nos íbamos rozando de vez en cuando. Al fin salimos de la piscina y nos tendimos en las tumbonas. Yo quedé boca arriba, pero él pronto se giró hacia mí de costado y apoyó la cabeza en una mano. “¿Te ha contado también mi hijo la causa de mi divorcio?”. Ante mi respuesta negativa, añadió: “Bueno, mejor así. Ya la sabrás cuando me tomes más confianza”. Lo cierto es que, entre padre e hijo, me tenían cada vez más intrigado. El colmo de la sesión de mañana fue que, al cabo de un rato, se levantó. “Empieza a apretar el calor, así que me retiro… Si quieres, quédate un poco más”. Entonces repitió el gesto del día anterior de rodearse la cintura con la toalla y sacarse el bañador mojado. Pero ahora, al estar yo tumbado en bajo y permanecer él frente a mí, por la abertura que se hizo en la toalla, pude verle el sexo nítidamente. Y estuve seguro de que era consciente de ello por el guiño que me dirigió en cuanto levanté la mirada. Me quedé pues solo, elucubrando con lo que se me iba apareciendo como una estrategia de seducción y anhelando que ésta llegara pronto a plenos resultados.
 
Después de comer, el hijo se excusó: “Voy a la ciudad para ver a mi amigo. Está preparando unas oposiciones y solo tiene un rato libre… Espero que os apañéis bien sin mí”. Una vez más su táctica de quitarse de en medio. Fue el padre quien contestó: “No creo que te echemos en falta… Al menos yo”. Luego se dirigió a mí: “Si me dejas que haga una breve siesta, después quedaré a tu disposición”. Eso querré yo, me dije, imaginando lo que podía ser esa disposición. Completó la explicación: “La hago en la hamaca del estudio, que es más fresco. Pero no me importa tener compañía… si no prefieres hacer otra cosa”. Se fue para arriba y yo me quedé con el hijo para ayudarlo a recoger. Éste al fin se despidió con un enigmático: “¡Suerte!”, que me dejó más confuso, si cabe. Subí sigiloso la escalera y empecé a oír unos suaves resoplidos. Estaba allí, tumbado boca arriba y solo cubierto por un sutil chal blanco sobre el vientre. Yo estaba que explotaba de excitación y me senté en una butaca desde donde podía contemplarlo. Creyéndome a resguardo por su sueño, empecé a tocarme y a meter la mano por la pernera del pantalón. Cuál no sería mi sorpresa cuando observé que algo movía el chal, no pudiendo ser más que una erección.
 
De pronto abrió los ojos y me miró sonriente. “¡Ven aquí!”, me dijo con voz insinuante. Me puse a su lado y alargó una mano para tocarme donde yo acababa de tocar. “¡Vaya, vaya, lo que hay aquí! ¡Anda, quítate eso!”, y tiró del pantalón para ayudar a sacármelo. Entonces, como la altura coincidía, se giró de lado y tomó mi pene con la boca. Su succión me resultó deliciosa y aproveché para deslizar el chal. El grueso miembro erecto fue un imán para mí y me incliné para chuparlo a mi vez. Él se asía a mis muslos para que no me soltara y yo, con el cuerpo volcado, intensificaba la mamada. Eran tal mi excitación y tan sabias sus chupadas que, casi sin darme cuenta, me vacié en su boca. Me sentí avergonzado por no haber avisado siquiera. Pero él, una vez hubo tragado y relamido, me tranquilizó. “¡Cuánto me ha gustado! ¿Podrás acabar conmigo?”. No deseaba otra cosa. Así que tomé una posición menos forzada y me afané en darle tanto placer como el que acababa de darme él. Tuvo más aguante, pero resoplaba y me alentaba. “¡Así, cariño! ¡Qué bien, qué bien!”. Al fin casi rugió y, con sacudidas de todo el cuerpo, me fue llenando la boca. Me sacó de mi embeleso. “¿No era esto lo que querías?”. “Pero cuando viene no sabía que iba a pasar”, repliqué. Y soltó una carcajada.
 
“¡Vaya siesta que me has dado!”, bromeó. “Ponte aquí y durmamos un poquito, ¿te parece bien?”. Me hizo sitio en la ancha hamaca y quedamos muy juntos. Abrazado a él, percibía la cadencia de su respiración llevándolo al sueño y, poco a poco, acabé dormido yo también. Debimos pasar así bastante tiempo porque nos despertaron ruidos en la planta baja y, enseguida, la voz del hijo por el hueco de la escalera. “¡Ya estoy aquí! ¿Todo bien?”. Nos levantamos y vestimos. Yo nervioso, pero el padre muy tranquilo. Al bajar, nos recibió el hijo muy sonriente. “Os voy a hacer una cena de chuparse los dedos ¿Por qué no os despejáis un poco en la piscina?”. La idea no nos pareció nada mal, y a mí me sirvió para calmar un vago sentimiento de culpabilidad ante el hijo. La piscina estaba desierta a esa hora, por lo que mi acompañante, en un gesto provocador, se quitó el bañador dentro del agua y salió así a buscar su toalla.
 
La cena, desde luego, resultó exquisita y dimos cuenta de ella con gran camaradería y buen humor. Todo como si nada hubiera pasado, aunque ya no me cabía duda de que el hijo estaba al corriente. Yo no dejaba de pensar de que aún quedaba una noche  ¿Me aguardaría una nueva sorpresa? Acabamos algo tarde y llegó el momento en que, en apariencia, cada mochuelo había de ir a su olivo. Pero entré en mi habitación con la esperanza de que algo ocurriera. Me tendí desnudo en la cama y, pensando en lo ocurrido y en lo que todavía deseaba que ocurriera, tuve una nueva y potente erección. No quedé defraudado. La puerta se abrió poco a poco y asomó la cara del padre. Sonreía pícaramente. “¡Vaya forma de recibirme! ¿Eso es que me esperabas?”. Fue entrando todo el cuerpo, completamente desnudo. Ahí de pie ante mí pude contemplarlo en toda su madura virilidad y la cabeza me daba vueltas. Se acercó a la cama y se puso a acariciarme. Yo me fui incorporando, asido a su cuerpo. “Haz conmigo todo lo que quieras. Bésame, chúpame, cómeme y, sobre todo, poséeme”, iba diciendo con voz ansiosa. Esta exaltada entrega en un hombre como él me encendió. Me lancé sobre él y, con manos y boca, recorrí todo su cuerpo. Él se dejaba hacer dócilmente y solo emitía leves quejidos si estrujaba o mordía con más fuerza. Cuando me creyó suficientemente desfogado, exclamó: “¡Me has puesto al rojo vivo! ¡Ahora necesito tenerte dentro!”. Él mismo se echó en la cama boca abajo y sus glúteos suavemente velludos fueron para mí toda una incitación. Los sobé y luego cubrí de besos y lamidas. Adentré la lengua por la raja y él gemía. “¡Pon mucha saliva!”, pidió. “¡Entra ya, por favor!”, exclamó después con voz cargada de deseo. Inicié la penetración y me iba diciendo: “¡Poco a poco! ¡Poco a poco!”. Al estar ya dentro del todo, añadió: “¡Oh, cómo te siento, cariño! ¡Dame placer!”. Me moví con pasión y sus murmullos me enardecían. “¡Me gusta ser tuyo! ¡Dale, dale!”. Esta vez sí que avisé: “¡Estoy a punto!”. “¡Sí, sí, lo quiero todo!”, replicó. En una última arremetida, mi semen se expandió por su interior. Caí sobre su espalda y le oí decir: “¡Te has portado, cariño!”.
 
Me fui apartando y se giró boca arriba. Sonreía satisfecho y empezó a tocarse el pene en descanso. No resistí la tentación de lanzarme a chuparlo y pronto sentí que se endurecía en mi boca. Sin embargo me pidió: “Ponte de pie en la cama. Quiero masturbarme viéndote desde aquí”. Me erguí pues con un pie a cada lado de sus piernas.  Él se frotaba el pene dirigiéndome una mirada cargada de lujuria. Al fin el semen  se desbordó y dio un gran suspiro. Ahora sí que me dejó lamerlo mientras me acariciaba la cabeza. “¡Ha sido todo maravilloso!”, concluyó. Me habría gustado que se quedara a dormir conmigo, pero dijo: “Mañana he de empezar a trabajar temprano y debo descansar. Es mejor que vuelva a mi habitación”. Me besó tiernamente y se marchó.
 
Al día siguiente, que también era el de mi partida, encontré solo al hijo. Añoré no ver de nuevo al padre. Mi compañero parecía contento y me decidí a preguntarle directamente: “¿Cuál ha sido tu papel en este fin de semana?”. Me respondió sin ambages: “Cuando te encontré por casualidad, me acordé de tus gustos y pensé que encajarías bien con mi padre… Pero lo que haya pasado entre vosotros os lo habéis cocinado solitos. Me he limitado a no estorbar”. “Por cierto”, recordé. “Tu padre me preguntó si me habías hablado de la causa de su divorcio”. “Pues fue precisamente que mi madre lo encontró en la cama con un amigo mío”.

16 comentarios:

  1. si señor, asi me gusta, eres un mostruo tio escribiendo estos relatos, me has dejao la polla toa jugoza, y voy a menearmela ya, jejejeje, pa qe se me la calentura, un saludo tio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias. Celebro que sirvan para levantar el ánimo...

      Eliminar
    2. Aparte del ánimo, me has levantado otra cosa. Está de más decir que es un estupendo relato, de los mejores que he leído. Y mira que son muchos.

      Eliminar
  2. encantador el relato y la foto, un besazo muy humedo

    ResponderEliminar
  3. con toda la sinceridad,no habia ingresado a unos relatos tan excelentes.
    mi msn cannissa24@hotmail.com

    ResponderEliminar
  4. fascinante relato...mi polla me pide guerra...empezare la masturbación

    ResponderEliminar
  5. Hay que haber vivido muchas aventuras para escribir estas historias y conocer muy bien a los que nos gustan los gordos maduros. Enhorabuena. Que no decaiga.

    ResponderEliminar
  6. Quien pillara a este padre, como disfruto con maduretes de este tipo, ahora tengo ganas de comerme uno.
    Muy buenos relatos.

    ResponderEliminar
  7. Me ha encantado el relato. se me ha puesto la polla dura como la piedra voy a tener que sacudirla un rato porque sino me quedará un dolor de huevos de aqui te espero

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay que tomárselo con calma... y mejor si se tiene a mano alguien con quien desfogarse.

      Eliminar
  8. Hola, felicidadez de verdad los mejores relatos que he encontrado
    de verdad que deverian darte un premio, eres exelente. un abrazo de agradecimiento me has hecho alucinar.

    ResponderEliminar
  9. Muy bueno nunca lei algo tan marabilloso espero algun dia recibir fotos mi whatssap es +543825668686 espero yo tengo mi pareja el tiene 48 y es asi un hombre como en el relato... Muy bueno

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, y te felicito por tu pareja. Pero no mando ni recibo fotos por whatsapp. Un abrazo

      Eliminar
  10. Estupendo e ingenioso. Felicidades

    ResponderEliminar
  11. Me dejaste con la verga bien dura al leer este relao. Saludos desde Argentina,Bs As. Mariano

    ResponderEliminar