martes, 8 de mayo de 2012

El gran concurso

GRAN FIESTA-CONCURSO DE OSOS MADUROS... ¡¡A LO BESTIA Y SIN TAPUJOS!!

Requisitos para participar:
-       Edad: entre 45 y 60
-       Peso: - hasta 1’70 de altura > mínimo 95 kgs.
              - más de 1’70 de altura > mínimo 110 kgs.
-       Vello corporal: de medio a alto
-       Cabello y/o barba: indiferente
-       Otras cualidades: ...es lo que habrá que ver

SOLO PARA SOCIOS E INVITADOS (máximo 1 invitación por socio)

Este anuncio que, en forma de octavilla, vi en casa de un amigo atrajo inmediatamente mi atención... y de qué manera. Deseando que hubiera suerte pregunté a mi amigo si, por casualidad, era socio. Resultó ser que sí, aunque no pareció muy interesado en el evento. De todos modos no podría asistir, así que me cedió su pase. Me dio un vuelco el corazón de la alegría y me empalmé con solo pensar en lo que sería aquello.
 
Esperé el día con la emoción con que un niño espera la fecha de Reyes y trataba de imaginarme cómo habría sido el proceso de selección previa. A la hora señalada me presenté en el local que en poco tiempo se fue llenado con un creciente ambiente festivo. Habría unos cien tíos, muchos de ellos impresionantes. Si ese era el público, cómo serían los concursantes. Cuando llegó el momento crucial apareció sobre la tarima un presentador con el torso desnudo, que por mí ya se habría llevado un premio. Introdujo al jurado, integrado por tres osos de distintas edades, que ocuparon una mesa lateral muy circunspectos. Antes de dar entrada a los cinco seleccionados, avisó de que estuviéramos atentos al número de nuestras entradas porque, por sorteo, se solicitaría un colaborador para ciertas pruebas. El retintín con el que dijo esto último sonó muy sugerente y crucé los dedos para que me cayera la suerte.
 
Accedieron al fin al escrutinio público los concursantes. Con el típico uniforme de tejanos y camisas a cuadros, la primera impresión fue que iba a ser difícil la elección. Por mi parte, la variada gama de tipos tenía un punto en común: todos encajaban en mis gustos. A una indicación del presentador se fueron quitando las camisas. Aparecieron torsos de vello espeso o más suave, hasta uno pelirrojo. Todos  barrigudos y tetudos, con pezones bien marcados. El siguiente paso recayó en los pantalones. Con cuidadosos equilibrios fueron quitándoselos, para quedar en tangas o jock-straps. De frente, los robustos muslos enmarcaban el bulto recogido en la entrepierna. Dados la vuelta, los culos rotundos y más o menos peludos resultaban bien visibles, con la cinta del tanga enterrada en la raja o las tiras del jock-strap rodeándolos. El nivel de deseo que se iba alcanzando entre el público se desahogaba mediante gritos de los más exaltados. El terreno estaba abonado para que el presentador recordara el lema del concurso: “¡¡A lo bestia y sin tapujos!!”. “Pero ¡ojo!”, añadió, “Sin tocarse… y enseguida manos en alto”. Se sacaron con dos dedos las exiguas piezas y rápidamente cruzaron las manos en la nuca. La visión de conjunto denotaba variedad. Huevos gordos sobre los que apoyaba una polla morcillona; huevos más colgantes casi ocultos por una polla ancha con el capullo tapado; alguna otra polla cuyo capullo se desperezaba al haberse liberado; otro sexo más tímido casi enterrado por la abundancia carnosa de vientre y muslos; por contraste, un último mostraba ya una erección avanzada. Obedientes, se limitaban a discretos movimientos de cadera tratando de acaparar el interés general.
 
Sonó un redoble de tambor y el presentador bramó: “¡Mucha atención y número de entrada a la vista! Hay algunas pruebas que necesitan un colaborador externo, para que el jurado no se contamine. Así que procedemos al sorteo”. De un bombo en la mesa del jurado salió una bola. El presentador dijo el número y el silencio expectante no se rompió. Su poseedor, o no estaba o no se atrevió a dar la cara. Segundo intento y casi se me nubla la vista al oír el número del boleto que estrujaba en la mano. A punto estuve de provocar un nuevo sorteo, pues me había quedado paralizado. Pero al fin levanté la mano y la agité frenéticamente. “Pues si te acercas, espero que te guste lo que te toca hacer... Vas a ser la envidia de todos”. Mi primer trabajo previo fue atarles las manos, que aún mantenían en el cogote, con unas cuerdas que me entregaron a cinco argollas que colgaban del techo, así como vendarles los ojos. La idea era que, con los brazos en alto, quedaran disponibles  y sin verse entre sí –tal vez también para que no me vieran a mí– para las pruebas a las que habían de someterse y de las que yo sería el ejecutor. Quedé pendiente de las instrucciones, excitado al máximo. El presentador fue enunciando las pruebas. La primera se refería a la sensibilidad en el pecho. Se trataba de trabajar los pezones para mesurar el nivel de resistencia. Así que, de uno en uno, les fui agarrando las gordas tetas peludas y pellizcando los pezones. A unos se les endurecían enseguida y daban muestras de placer. Otros eran menos resistentes y parecían desear que no insistiera demasiado. Mientras el jurado tomaba sus notas, la siguiente tarea era para mí más comprometida, aunque tentadora. Ni más ni menos tenía que tocarles las pollas para comprobar la rapidez de reacción, o sea, meneárselas para que se empalmaran... Todo ello cara al público, que jaleaba y hacía apuestas, y la atenta observación del jurado. Cogí la polla del primero que reposaba sobre los contundentes huevos y la manoseé con suavidad. A medida que engordaba, el redondeado capullo goteaba. Cuando, con los toques que di a la punta, la crecida llegó al máximo hube de cambiar de tercio. La siguiente era una polla gorda y en apariencia corta. Pero al sobarla a dos manos, la piel se fue estirando y, al descapullarla por completo, resultó descomunal. La polla sonrosada y de capullo libre del pelirrojo lucía entre la mata de pelo rojizo; fina y larga, respondió pronto a mis caricias. Tuve que mantenerle sujeta la barriga para poder trabajar la polla del más gordo y, con mi ayuda, se transformó en un pollón contundente. Poco hube de hacer con el último, por su tendencia a un empalme permanente y que, solo con la espera, ya estaba en plena forma, aunque no ahorre unas pasadas de redondeo. Desde luego no me atrevería a puntuar; ya el jurado sabría lo que se hacía.
 
Habiéndolos dejado a todos presentando armas, quedé con las piernas flojas y los calzoncillos mojados. Pero tenía que mantener el tipo ante los aplausos y el aliento que me llegaba. Como no había señales de que las pruebas hubieran acabado, me preguntaba qué servicios tendría que atender todavía. Y resultó que, para comparar las cantidades de leche y la potencia de los chorros, nada mejor que disponerme a hacer cinco pajas. Esperé tener aguante y no correrme yo espontáneamente ante lo que me esperaba. En esta ocasión me tocó empezar por el último. Le planté una mano en el culo y agarré la polla con la otra. Nada más cosquillearle un poco el ojete con un dedo y darle unas pasadas por la polla tiesa, noté que algo circulaba por ella y desembocó en un seguido chorro en forma de arco. El presentador acudió raudo a marcar una señal en el suelo y tuvo el detalle de entregarme una toallita humedecida, cosas que repitió tras cada intervención. Más trabajo tuve con el gordo pues, por una parte, me costó más hurgar en la raja de su generoso culo y, por otra, el manejo de su duro pollón, en la posición en que estaba, chocaba con sus carnes abundantes. No obstante, mi afanosa frotación logró que empezara a derramar gruesos goterones que iban cayendo en vertical. Menos dificultoso resultó el pelirrojo, cuyo culo engulló mi dedo como si lo absorbiera y cuya larga polla permitía un amplio recorrido manual. Se tensó al máximo y soltó varios chorros intermitentes, cada uno a más distancia que el anterior. El de la polla falsamente corta tenía un culo muy peludo y de más difícil acceso. Por lo demás, hube de mantener la mano bastante abierta para abarcar bien el cilindro. Con un buen juego de dedos, llegué a notar que un flujo corría por su interior y, a modo de aspersor, empezó a echar leche en todas las direcciones. Con la mano ya cansada, pero dispuesto a cumplir mi papel hasta el final, abordé la última meneada. Culo de agradable tacto y raja amplia, cosquilleé los ostentosos huevos y centré mis habilidades en el grueso capullo, que seguía destilando gotas transparentes. Fue adquiriendo un tono cárdeno y empezó a manar un líquido más pastoso, que dio paso a un surtidor lechoso que se proyectó hacia arriba y casi me da en un ojo.
 
Hice bien en haber aprovechado para familiarizarme por mi cuenta con las intimidades de los culos de los concursantes. Porque ahora, en lo que no me atrevía a conjeturar si podría ser ya la prueba final, entre el presentador y yo los soltamos de las argollas y, sin desligarles las manos, tuvieron que volcar el cuerpo sobre una gruesa barra, dejando los culos expuestos. Me proveyeron  de cinco consoladores de regular tamaño y el asunto iba de capacidad de absorción y de lanzamiento. A cada uno le iba ajustando el ángulo de las piernas para una adecuada estabilidad. Luego impregnaba el instrumento con un spray oleaginoso. Como procuraban no emitir sonidos delatores, captaba  por la tensión de los muslos el diverso efecto que les producía la incursión. En algún caso ésta era fluida y enseguida llegaba al tope de los huevos artificiales. Otras veces tenía que apretar y asegurarme de que no hubiera rebote. Una vez equipados los concursantes, lo que faltaba quedaba ya en sus manos, o mejor dicho, en sus culos. El presentador les instó a que, con una enérgica contracción de los músculos del conducto anal, trataran de expulsar a la mayor distancia posible los artefactos. Salvo uno que cayó por su propio peso, los demás produjeron un efecto similar al descorche de botellas de cava.
 
Los concursantes, privados de la visión y maniatados, se irguieron y permanecieron expectantes, aunque no más que yo, por lo que de nuevo había que superar. Para esta misión, les liberamos las manos, pero conminándolos a que las mantuvieran en alto hasta que recibieran instrucciones más precisas. Dócilmente se dejaron colocar en círculo, de manera que la polla de cada uno quedara enfrentada al culo del que lo precedía. A partir de ahí, mi misión había de consistir en estimular las vergas, aunque no todas lo necesitaron, y dejarlas presentadas en las rajas de los culos. Ahora fueron autorizados a asirse a las caderas del de delante para impulsar la penetración. Como los ojetes habían quedado bien distendidos por los consoladores, la múltiple follada resultó bastante coordinada. No obstante, hube de supervisar que los acoplamientos quedaran completos para, a partir de ese momento, cual director de orquesta, armonizar las embestidas simultáneas. Era de ver cómo, pese al desgaste que ya llevaban encima, tan íntimo contacto entre los contrincantes los enardecía. Separaban los glúteos orondos y peludos para clavarse a tope, a la vez que ofrecían sus propios traseros para que fueran poseídos. Los que, por ser de pollas más cortas o demasiado gordas, tenían más dificultad para mantenerse acoplados, compensaban balanceando sus golosos culos para alentar a los que los follaban. A una orden del presentador, cesaron bruscamente las enculadas y los contendientes presentaron armas. De una de las pollas aún goteaban restos de la leche vertida en el culo del colega y, para regocijo del respetable, otra, al salir por sorpresa, soltó el chorro que no había tenido tiempo de dejar depositado.
 
El concurso llegó a su fin y, mientras el jurado deliberaba, los cinco aspirantes fueron invitados a retirarse y aprovechar para asearse. La música empezó a tronar y el público se entretuvo en un agitado baile. Quedé así un poco descolocado y reventando de calentura. Pero el presentador no tardó en dirigirme una prometedora sugerencia: “¿No te gustaría unirte a los chicos, que te lo has ganado?”. Así que me acompañó a donde aquéllos estaban y que ahora ya pudieron ver al esforzado maestro de ceremonias. Bajo una ducha colectiva, retozaban sin el menor atisbo de rivalidad, pero excitados por la espera del veredicto. El presentador me incitó a incorporarme y, mientras me despelotaba con toda la rapidez que permitían mis temblores, arengó a los otros: “Ya podéis tratarlo bien, después del servicio que os ha dado”. Y desde luego la recepción no pudo ser más cordial, encantados de la erección que me estallaba en la entrepierna. Ante todo me permitieron realizar un deseo que me punzaba desde que había comenzado su exhibición, que era saborear, una a una, tan suculentas pollas. Generosos me las ofrecían y yo no cejaba en mi frenesí hasta sentirlas bien firmes dentro de mi boca. Pero la mía estaba ya a punto de reventar, así que, entre cuatro, sujetaron al de culo más gordo y peludo y lo pusieron a mi disposición. Me abalancé sobre él y lo penetré con todas mis fuerzas. Una corriente de fuego me recorrió el cuerpo y me vacié sintiendo un inmenso placer.
 
Pero el tiempo apremiaba y los osos se aprestaban ya a presentarse de nuevo ante el público. Sin embargo, yo había entrado en tal estado de relajación que permanecí inmóvil reconfortándome bajo la ducha. Me empezó a llegar el vocerío desde la sala, que sin duda celebraba la decisión del jurado. Pero ésta ya me era indiferente. Para mí, todos habían ganado.

2 comentarios:

  1. Este relato no puede ser mas putisimo tela comistes con el concurso y las pruebas eres tremendo putico lo que se te ocurre a ti a mas nadie.... besos (el venezolano)

    ResponderEliminar
  2. Ya.me gustaria a mi.participar en un concurso asi y que me follaran todos hasta chorrear de leche por el culo y.la voca. Pakoso. Bearwww.com/javiypaco

    ResponderEliminar