martes, 13 de marzo de 2012

Intercambio de colchones

Tuve necesidad de renovar el colchón de mi cama, no porque fuera demasiado viejo, sino por la vehemencia de ciertas efusiones sobre él. Con el volumen de mi amigo Javier y los arrebatos que le daban, el pobre colchón se había expandido hacia los lados. Escogido el recambio, en la tienda quedaron en que me llamarían para concretar la entrega y la recogida del antiguo. Lo hicieron justo la mañana del día en que Javier iba a venir para hacer la comida y pasar la tarde. Confié en que el intercambio sería a primera hora y que, cuando llegara Javier, ya estaría colocado. Pero el tiempo corría sin novedad y al fin apareció él, dispuesto a poner en práctica su arte culinario. Por la hora que se había hecho, pensamos que no iban a cumplir lo acordado. Así que, con su atuendo de cocinero, que solía ser no llevar absolutamente nada encima, Javier se dedicó a sus menesteres. Pero de forma imprevista sonó el timbre y decidimos dejar cerrada la puerta de la cocina. Acudí a abrir y parapetado tras el colchón había un tiarrón impresionante, que lo llevaba como si fuera una colchoneta hinchable. Hasta lamenté que Javier se lo fuera a perder. Lo dirigí por el pasillo hacia el dormitorio, donde hizo el intercambio de colchones sin más ayuda que sus poderosos brazos. Era un tipo simpático que, incluso, hizo una broma de doble sentido sobre el estado del colchón desechado. Pero, sobre todo, destacaban sus formas recias y lo que intuí cuando, en un gesto maquinal, se ajustó el paquete.

Probablemente Javier pensó que la operación duraría algo más y, necesitando algo del comedor, salió de la cocina. Fue el momento en que el portador del colchón viejo salía del pasillo y se encontró con su procaz figura. La sorpresa fue tal que el colchonero perdió el equilibrio, se le descontroló el colchón y ambos cayeron desencajados entre la estantería y la mesa. Como yo iba detrás, pude presenciar que, acuciado por la urgencia y sin pensar en el pudor, Javier acudía raudo en ayuda del caído.

Era todo un espectáculo verlo en cueros vivos tratando de levantarlo. Tarea que no resultaba fácil no solo por el peso muerto del colchonero, que superaba al suyo, sino porque, empotrado entre el colchón doblado y la estantería, le había quedado trabada una pierna debajo de ésta. Desde luego, a Javier no se le pudieron pasar por alto las cualidades del accidentado, quien, a su vez, no salía del asombro por la lúbrica aparición. Colaboré tirando del colchón para dejarles más espacio. El colchonero intentó girarse para ponerse de rodillas y conseguir algo de equilibrio. Pero la pernera del pantalón debía haberse enganchado en un clavo de los bajos de la estantería, que tiró de aquél, arrastrando también parte del calzoncillo.

El caso es que Javier, para soltar el enganche, tenía la cara a pocos centímetros del peludo culazo emergente. No fue de extrañar que, al enderezarse, su polla hubiera experimentado un evidente engorde. Al fin el colchonero quedó sentado sobre una esquina del colchón. Su mirada no dejaba de recaer en los ostentosos atributos de Javier, que pergeñó una excusa, aunque sin el menor gesto de cubrirse: “¡Vaya estropicio que he provocado! Si lo llego a saber no salgo de la cocina”. “No, es que no sabía que había alguien más y me ha cogido por sorpresa...”, disculpó el colchonero. Ambos parecían obviar que el quid de la cuestión había estado en la desnudez integral de Javier, en cuya exhibición persistía, luciendo de paso también el gordo culo, mientras recogía con provocador y parsimonioso recochineo las cuerdas que habían sujetado el colchón para su porte.

Tercié con una mezcla de preocupación y malicia: “Tendrías que ver si hay alguna herida en la pierna”. Con ademán acogedor, Javier le tendió la mano para ayudarlo a levantarse. Sí que debía tener al menos un golpe porque cojeaba levemente. Pero lo más llamativo era que, también por delante, el pantalón le había quedado bajo al nivel del pubis, lo cual, unido a que la camiseta se le había subido, ofrecía la perspectiva de algo más que una oronda barriga ornada de vello. Levantamos el colchón y lo dejamos apoyado en vertical sobre una pared.

Me regodeaba viendo cómo Javier desplegaba sus redes de seducción y aprovechaba la turbación que le provocaba al colchonero. El examen de la pierna fue un paso más. Sentado en una silla, fue a subirse la pernera, pero le ajustaba demasiado. “Mejor si te los quitas ¿no?”, recomendó Javier en tono aséptico. Pareció que al colchonero se lo fuera a tragar la tierra ante tal tesitura. Quedó claro el motivo de su zozobra cuando no tuvo más remedio que obedecer: un lateral aflojado del slip no había resistido la presión y dejaba fuera la polla tiesa. La visión constante del descaro de Javier había sido más fuerte que las penalidades sufridas. Todo iba pues desarrollándose en una sucesión lógica de causa y efecto. Al fin y al cabo, si estaba resultando de lo más natural que Javier se moviera en pelotas y empalmado por todo el escenario, tampoco iba a extrañar que el colchonero lo llegara a estar también.

Por mi parte, decidí mantenerme en un segundo plano porque, aunque el colchonero era un ejemplar soberbio, veía que el combate se libraba en la atracción mutua que se generaba entre ellos dos. El espectáculo valía la pena y ya tendría ocasión de desahogar la excitación que me producía. Así que me quedé en un papel celestinesco y, al ver que, más allá del slip estirado, efectivamente había un rasguño en la pantorrilla, dejándolo en manos de Javier dije a éste: “Voy a traer agua oxigenada. Tú que sabes de eso, mira si tiene alguna luxación”, atribuyéndole unos presuntos conocimientos. Empleé pocos segundos y, al volver, la escena era la mar de tierna: el colchonero sentado con la pierna estirada sobre los muslos de Javier, ya que éste se había puesto en cuclillas y se la examinaba a fondo, llegando a rozarla con la polla. La expresión del colchonero era ya una mezcla de azoramiento y agrado. Cuando le entregué el frasco y el algodón, Javier limpió con todo cuidado la herida. La forma en que pasaba el algodón bien empapado era pura voluptuosidad. Para colmo iba soplando como si el líquido fuera alcohol y hubiera de escocer, lo que erizaba el vello de la magnífica pierna. El pobre colchonero, en plena calentura y disimulando la pujanza en su entrepierna, se debatía entre quedarse a verlas venir o tomar alguna clase de iniciativa.

Súbitamente, en un arrebato de sofocación, el colchonero tiró de la ropa medio enrollada que aún le cubría el torso y se la sacó por la cabeza. Ya no quedaba más para el ataque, pues Javier lo secundó bajándole del todo el slip. El colchonero se quedó quieto y dejó que ahora fueras Javier quien se explayara con la contemplación de su entera desnudez. Desde luego, reveló un cuerpo impresionante, con gruesas y peludas tetas. Fue de lo más excitante ver cómo la boca de Javier tomaba ya posesión de la verga, al tiempo que alzaba las manos para sobar y estrujar los pechos, buscándole la mirada. Dejada atrás ya toda su contención, el colchonero resoplaba de gusto y se cogía a los brazos de Javier. Frenó las ansiosas chupadas y tiró de éste para que se levantara. A quien le había costado tanto arrancar, ahora le entró un verdadero furor. ¡Qué olvidada quedaba su lesionada pierna! Como Javier había sido la causa de sus males, se abalanzó sobre él y, manejándolo como si fuera un muñeco, se desahogó con magreos y achuchones. Le daba fuertes palmadas al culo y Javier debía estar deleitándose pensando en el momento en que recibiría su magnífica verga.

Ya en plena forma, tumbó el colchón en el suelo e hizo caer panza arriba a Javier. Se abalanzó sobre él, inmovilizándolo con su peso y volumen, que superaban a los de Javier. Le sujetaba los brazos y le comía las tetas, arrancándole gemidos. Luego bajó y, separándole las piernas, hundió la cara entre los muslos para lamerle los huevos. La polla de Javier le golpeaba la frente y por fin la engulló con boca ansiosa hasta pegar los labios contra el pubis. Javier se estremecía de gusto y daba palmadas sobre el colchón. De pronto el colchonero se irguió y, apretándose contra Javier, juntó las dos pollas con las manos y las frotó. La sorpresa vino para mí porque, al verme en mi discreta posición, me interpeló: “¿Tú qué, solo mirando? ¡Ven para acá y saca esa polla!”. Nada más estuve a su alcance, me echó para abajo el pantalón del chándal –que llevaba desde el principio y que precisamente me había puesto para recibirlo de forma respetable–, me atrajo y alcanzó mi polla con la boca, mientras seguía manoseando las otras dos. Mira por donde, no le bastaba Javier y yo tenía así premio. Aproveché entonces para quedarme como ellos, es decir, en pelotas, y sobarle los peludos pecho y espalda.

El colchonero dejó la boca libre y me interpeló: “Tu cocinero tiene un buen culo ¡Menudas folladas le arrearás!”. Contesté para allanar el camino: “También le gusta la variedad...”. “Pues ayúdame a sujetarlo, que le voy a dar una variación... Para que vea lo que pasa cuando se sorprende a la gente como él lo ha hecho”. Yo sabía de sobras que no hacía falta sujetarlo, porque ser poseído por un tipo como aquél era el colmo de su voluptuosidad, pero gustoso colaboré en dar la vuelta a Javier y, de hinojos tras su cabeza, mantenerlo cogido por los hombros. Como mi polla quedaba frente a su cara, la buscó con la boca, como alivio de la tensión por el ataque esperado. El macizo colchonero se preparaba ya. Empujando con las rodillas, separaba los muslos de Javier y se la meneaba con energía para asegurar la dureza. Escupió varias veces en su mano para humedecer la verga y también le metió un dedo ensalivado para suavizarle el agujero, lo que ya le provocó a Javier los primeros estremecimientos. No fue demasiado brusco en la embestida inicial. Con la polla sujetada para atinar, iba dando lentos golpes de cadera. Pero cuando abrió camino dilatando a Javier, los gimoteos  de éste se desataron, para convertirse en un aullido al sentirla toda dentro. Aparté mi polla de su cara como precaución y le apreté los hombros. “¡No te quejes, que te gusta, golfo!”, fue la amonestación del follador. “¡Síííí...!”, la respuesta fue elocuente. Con esta confirmación, el colchonero no necesitó más para que su verga se convirtiera en un émbolo y, a medida que lo accionaba, las imprecaciones de Javier se mezclaban con sus resoplidos. La posición privilegiada en que me encontraba me ofrecía una perspectiva de lo más excitante. Javier llegó a implorar: “¡Córrete de una vez!”. “¡Con este culo tan caliente no tardaré en llenarte, no!”. Pronto dio el bufido final y Javier constató: “¡Joder, qué lechada has largado! Me siento inundado”. “¡Qué bueno eres para follarte! ¡Cómo disfrutará tu amigo contigo!”. No pude menos que darle la razón.

Los tres caímos boca arriba sobre el maltrecho colchón. El colchonero blandiendo la polla morcillona y goteante; Javier sobándose la tuya para alzar la lanza después de la batalla, y yo, con un empalme punzante. Aún bromeó: “¡Vaya manera de calentaros a mi costa, eh!”. Y se puso a manoseárnoslas. “Voy a tener que descargaros...”, reflexionó. Se dirigió a mí: “A ti te la voy a mamar, que para dar por culo ya tienes a tu hombre”. ¡Vaya si me la mamó! Se la metía hasta la garganta cogido a mis huevos y sorbía como una aspiradora. Estaba yo tan recalentado que, sin previo aviso, me vacié en su boca. Cuando hubo tragado, protestó: “¡Coño, eso se avisa que casi me sale por la nariz!”. Pero se relamía la leche de los labios. Javier entretanto se revolcaba  esperando agitado su turno.

Como con los meneos a su polla Javier la había puesto al rojo vivo, el colchonero lo conminó: “Deja la manita y a ver si eres tan bueno dando como tomando”. Javier no podía desear otra cosa en ese momento y se encaramó a su grupa. “Entra directo, que tengo ancho el conducto”. Así, sin ni siquiera saliva, se clavó de un solo empujón. “¡Uah, bien, bien!”, lo animó. Y Javier correspondió con fuertes y continuados golpes de cadera. “¡Vaya culo tienes; cómo me calienta la polla!”, farfulló. Aunque con la tensión más calmada, me coloqué detrás de ellos para no perderme la amalgama de culos en acción, a cual más deseable. La corrida fue anunciada con un bufido y una contracción de los glúteos, así como celebrada por el receptor: “¡Ya estamos en paz: leche por leche y culos contentos!”.

Lo curioso del caso fue que, apenas recuperamos todos el equilibrio, el colchonero recogió su ropa, se vistió rápidamente, levantó el colchón con si fuera una pluma y se lo echó encima. “Bueno, que disfrutéis el nuevo colchón”. Se encaminó hacia la puerta, que hube de abrirle, y tras guiñarme un ojo, se dirigió al ascensor.

Como soy aficionado a darle vuelta a las cosas, reflexioné que, aunque el folleteo a todos nos iguala, cada individuo tiene su misterio. Y el colchonero había sido un ejemplo. No solo por su reacción última, sino también por el contraste entre su pusilanimidad inicial tras el incidente de la caída y el desparpajo sexual que mostró luego. El rompecabezas me lo guardé para mí, porque Javier ya tenía bastante con el disfrute de la imprevista aventura y, además, se afanaba en la cocina para recuperar el atraso en la comida.



2 comentarios:

  1. gracias muchas gracias por estos relatos, son increibles

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  2. que bueno no sabes lo feliz que estoy de haber encontrado esta pagina de relatos tuyos ya la polla me arde de tanto manoceo quisiera me sucediera algo cono cualquiera de tus relatos muakkkkss (el venezolano)

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