miércoles, 8 de febrero de 2012

La cena de empresa

Hube de asistir a una cena de empresa, que me daba cien patadas. Son de esas en que se considera obligado un ambiente de camaradería y buen rollo, en muchos casos bastante falso. Me prometí no caer en los excesos etílicos a los que sucumben bastantes de mis compañeros de trabajo y largarme en cuanto tuviera la ocasión. Todo transcurrió como imaginaba, aunque por el lugar en que me había correspondido sentarme me fue difícil escurrir el bulto y me tocó aguantar hasta el final. Me llamó la atención que uno, al que apenas había tratado, había cogido una importante cogorza. Era un gordito de mediana edad, bastante apetitoso por cierto. Lo único que sabía de él era que tenía un carácter muy extrovertido y jovial. Cuando fuimos saliendo del local, con el barullo habitual, me dispuse a buscar un taxi. Pero de pronto vi que el gordito, andando en zigzag, se afanaba en reconocer su coche. Me horrorizó pensar que, en ese estado, se le ocurriera ponerse al volante. Así que me dirigí a él y, después de una confusa descripción, lo ayudé a localizar en vehículo. Sin embargo, le hice ver el disparate de tratar de conducir. Ante su irreflexiva tozudez, me ofrecí a hacerlo yo y dejarlo en su casa. Desde allí ya cogería un taxi. Entre confuso y agradecido, me entregó las llaves y se dejó caer despatarrado en el asiento del copiloto. Ya me costó sacarle de forma coherente la dirección y, nada más arrancar, se quedó frito. Al llegar lo sacudí y entonces me pidió que entrara en el parking. Puse el coche en una plaza que estaba libre y entonces se presentó el siguiente problema, pues no recordaba el número de su piso. Casi a rastras lo llevé hasta el vestíbulo y busqué en los buzones de correo, pues sabía su nombre. Para sacarme el muerto de encima, sugerí llamar por el interfono a su familia y que se hiciera cargo de él. A esto replicó, de forma bastante inteligible, que su mujer y sus hijos estaban fuera el fin de semana. ¡Vaya canita al aire que había echado el hombre!, pensé. Pero, si lo metía en el ascensor, era capaz de quedarse ahí durmiendo la mona. No me quedó más opción que buscarle la llave en los bolsillos y subir con él. Abrí la puerta, pero no me libré del numerito del borracho agradecido. Me echó los brazos al cuello y me hizo entrar. “¡Eres muy bueno, tío! Quédate un ratito”. La verdad es que me sabía mal dejarlo solo en ese estado, frustrando la fase de euforia etílica en que parecía haber entrado. Sin embargo, a partir de ese momento empezó a comportarse de manera absolutamente imprevista.
 
De varios tirones se despojó de la chaqueta y la corbata. “Voy a mear, acompáñame”. Tuve que reconducirlo por el pasillo al que se dirigió dando tumbos. Ante el váter se bajó de golpe pantalones y calzoncillos, que le cayeron hasta los tobillos. Como no atinaba con el chorro, lo orienté cogiéndolo de los hombros. Pero estaba mojando un faldón delantero de la camisa, por lo que se la remangué a la cintura. A pesar de la situación, no pude evitar un destello de lujuria ante ese culo generoso y suavemente velludo.
 
Cuando se hubo sacudido, se volvió de repente hacia mí y, sin más, me espetó: “¿Te gusta mi polla?”. “No está mal”, respondí para seguirle la corriente. Lo que estaba era muy bien, me dije. “Anda, sácate la tuya y comparamos”, dijo sorprendiéndome aún más. “Déjate de juegos ahora...”, repliqué. Pero ya estaba hurgando en mi bragueta. “¡Pero si se te ha puesto dura...!”, exclamó alborozado. “Eso es que te gusto”, añadió Vaya tesitura  la mía. Claro que me gustaba, pero ¿a él le iba también el rollo o era un delirio de borracho del que no debía aprovecharme? Por lo pronto me aparté de él y dije: “Tú lo que necesitas es una ducha”. Enseguida me di cuenta de que, queriendo desviar el tema, se podía complicar aún más.
 
Se quitó la camisa con dificultad y pude apreciar lo bueno que estaba de conjunto: tetudo y barrigudo moderadamente, con una pilosidad muy bien distribuida. No obstante, consideré prudente dejar que se apañara solo e hice el gesto de salir del baño. Pero cayó sentado sobre la tapa del váter y trataba infructuosamente de deshacerse de zapatos y pantalones. “¿No ves que no puedo solo?”, avisó con tono implorante. Así que tuve que agacharme y bregar con los cordones de los zapatos y el amasijo de ropa que se le había enredado en los tobillos. El muy ladino no desaprovechó la coyuntura y volvió a la provocación. Se tocaba con descaro la polla, que me quedaba a poco más de un palmo de la cara. “Mira, se me pone tan dura como la tuya”. Ciertamente, aunque todavía morcillona, iba adquiriendo un volumen respetable. “Ya se te calmará con el agua”.
 
Cuanta más prisa quería darme más me liaba con lo que intentaba concluir. Él no perdía comba: “Nos podíamos hacer unas pajillas... Yo estoy dispuesto”. Alardeó de una completa erección ya. ¡Vaya pollón! ...y yo cada vez más negro. “Si quieres, te la haces en la ducha”, repliqué forzando el distanciamiento. Pero iba in crescendo: “O mejor nos las chupamos. ¿Tú lo has hecho? Me apetece mucho comerme una polla”. “Venga, que no sabes lo que dices”. Al fin había terminado y tiré de él para levantarlo. Completamente en pelotas como estaba se me abrazó y volvió a echarme mano al paquete. “¡Uy qué gorda! ...Te la saco”. En un instante de flaqueza, permití que me bajara la cremallera. Para esto tenía tino el cabrón. Inevitablemente la polla me salió disparada. Pero ya no le dejé que me la agarrara. Lo cogí de los brazos y lo empujé para hacerlo entrar en la bañera, mientras lloriqueaba infantil: “¡Yo quiero que juguemos con las pollas!”.
 
Me di cuenta de que la mía seguía fuera y me la guardé. Para mayor seguridad, metí una banqueta e hice que se sentara. Eludí sus intentos de seguir metiéndome mano, alcancé el mango de la ducha y abrí el grifo. Probé que el agua no estuviera demasiado fría, no fuera a provocarle un shock. Volví la ducha a su soporte y le di presión. Como si no se enterara del agua que le estaba cayendo encima, no paraba de incitarme: “¿Te gustan mis tetitas? Mira cómo me pongo duros los pezones”, y se los pellizcaba. Cogió una pastilla de jabón y empezó a frotarse la entrepierna. “Bien limpita,  para que te la comas a gusto”, exhibiendo la polla entre espuma. Por lo que veía, la ducha no estaba calmando precisamente sus ardores. Cuando bajé la guardia inclinándome para cerrar el grifo, me agarró con fuerza e intentó meterme en la bañera. No lo consiguió, pero mi ropa quedó empapada. “¡Ahora sí que tendrás que ponerte en pelotas como yo!”, rió triunfante.
 
Cabreado, pero  también excitado, me deshice de las prendas mojadas, y hasta de los calzoncillos. “¿No era esto lo que querías? ¡Tú te lo has buscado!”, me dije, “A ver ahora qué pasa”. Porque me estaba quedando claro que el alcohol había dejado de ofuscarle la conciencia, pero lo había desinhibido.  Encantado por mi cesión, se arrodilló dentro de la bañera y me cogió la polla. Mientras la miraba atentamente dijo: “Te la voy a chupar. Nunca lo he hecho, pero me apetece mucho. Ya me dirás si lo hago bien”. Me dejé llevar por fin y sacó la lengua para lamer el capullo en redondo. A continuación, fue succionado hasta tener casi toda la polla en la boca. Apretó los labios y cogió ritmo. Para ser principiante no iba nada mal y me estaba calentando a base de bien. Pero quiso meterla tan a fondo que tuvo arcadas y preferí apartarlo, no fuera a ser que le provocaran una inoportuna náusea. “Qué desastre ¿no?”, dijo compungido. “Si lo estabas haciendo muy bien..., pero debes tomarlo con más calma”, contesté queriendo tranquilizarlo. Y añadí: “Ahora vamos a secarnos para no enfriarnos”. “Pero yo quiero que también me la chupes...”. “Vale, cuando estemos más cómodos”.
 
Ya secos, pasamos en pelotas al salón y se dejó caer despatarrado en el sofá, sin cesar en su provocación. Sonreía socarronamente y parecía con plena conciencia de sus actos. No dejaba de mosquearme, sin embargo, que, sin apenas conocerme, se hubiera soltado tan descaradamente para tener su “primera vez”.
 
Pero ya no me iba a andar con más remilgos y aquello que se me ofrecía era un panal de rica miel. Encima me retó: “Me gusta ver cómo te excito... ¿No vas a cumplir lo prometido?”. Me lancé sobre él. “Déjate hacer, que vas a ver lo que es bueno”. Empecé lamiéndole con vehemencia las tetas peludas y mordisqueándole los salidos pezones. Se estremecía de placer y me cogió los brazos para bajarlos hacia su sexo. Mientras con la boca seguía ocupándome de pecho y barriga, le apretaba los huevos y manoseaba su gorda polla. Me arrodillé y pasé sus piernas sobre mis hombros. Sobándole los macizos muslos, atrapé la polla entre mis labios. Dio una fuerte sacudida y exclamó: “’¡Tú sí que sabes!”. Alterné manoseos y chupadas, con una abundante salivación. Por la posición en que estaba, bajo los huevos mostraba el agujero del culo. Le di varios lametones que le arrancaron murmullos de gozo y después fui metiendo un dedo. “¡Uy! ¿También eso?”, profirió con voz quebrada, pero sin resistirse. “Eso y más... Pero antes te voy a dejar vacío”, respondí dominando la situación. Sin sacar el dedo, que había entrado entero y removía de vez en cuando, me centré en una mamada ininterrumpida. Sus resoplidos iban en aumento a medida que progresaba la succión. “¡Estoy para correrme!”, avisó. Pero yo no alteré el ritmo y, efectivamente, no tardó en llenárseme la boca de leche copiosa. Cuando pudo articular palabras, exclamó: “¡Qué pasada! ¡Esto sí que ha sido una mamada y no la chapuza mía de antes!”. “Solo es cuestión de práctica”, respondí.
 
Como me había erguido y exhibía mi polla tiesa ante él, dijo: “Pues yo también quiero hacer que te corras ¿cómo te gustará?”. “Hay varias opciones, según el ánimo que te haya quedado”. “A ver, a ver, que sigo cachondo”. “Escoge entonces. O me haces una buena paja, o una mamada con lo que acabas de aprender o...”. Me miró con expresión intrigada. “¿Ese último o... es lo que me imagino?”. “Imaginas bien, pero hay a quienes les va mucho y otros que prefieren dar”. “No creas, que me gustaría probar... Lo del dedo no ha estado mal”. “Desde luego, tienes un culo precioso”, dije para alentarlo. Se levantó de un salto como tomando una decisión. “Pues podemos probar. Dime cómo me pongo”. “Antes trae algo aceitoso, para que te entre mejor la píldora”. Rápidamente fue al baño y volvió con un frasquito y expresión concentrada. Verlo ir y venir en su apetitosa desnudez me subió la calentura. Aún no me podía creer que traer a casa a un borracho estuviera llegando tan lejos. “Apoya los codos en la mesa y relájate”. Me ofreció así su trasera indefensa. ¡Cómo deseé esos muslos, ese culo, con los huevazos colgantes...!
 
“Te voy a hacer entrar en calor”. Me puse a sobarlo y darle cachetes, alisando en vello que se le había erizado. Le lamí y mordisqueé la raja, y gemía cuando mi lengua alcanzaba el agujero. Me eché abundante aceite en las manos. Con una masajeé mi polla y con otra lo lubriqué. Un dedo me entró casi sin apretar. “¡Uhhh, qué sensación!”, ululó. “Ésta ya la habías probado”. “Pero ahora me da más gusto”. “Es una buena señal, pero una polla es más grande”. “Ya he visto la tuya, ya”. “Pues a lo que íbamos...”. Apunté el capullo al ojete e hice fuerza para entrar un poco. “¡Despacio, despacio, que soy virgen”, suplicó. Un nuevo apretón y avancé más. Noté que se contraía y le di una palmada. “¡Relajado te he dicho!”. “Sí, sí, es muy fácil decirlo”. Pero se distendió. “Ya está toda dentro ¿Qué tal?”. “Bueno, duele un poco, pero se aguanta”. “Ahora viene la movida”. Y empecé a bombear graduando el ritmo. “¡Oh, oh, oh, qué cosa...! Parece que me quemo, pero va resultando agradable”. Eso me enardeció y me moví con más desenvoltura. “¡Así, así!”, iba diciendo. Vaya, que lo de tomar por el culo estaba siendo un hallazgo para él. Pero de pronto pidió: “Para un momento, que tengo una pregunta: ¿te has de correr dentro?”. “No es imprescindible. También me gusta salirme y darme el último toque fuera”. “No es que me importe, pero se me ha ocurrido darte una chupada final y probar la leche”. El tipo quería matar dos pájaros de un tiro. Continué la follada y se le notaba encantado. Hasta removía el culo para aprovecharla mejor. Cumpliendo su deseo avisé: “Me falta muy poco”. Inmediatamente se volvió sacándose la polla y, a toda velocidad, se arrodilló ante mí, al tiempo que la atrapaba con la boca. Mamó con fruición, sin atragantarse esta vez, y avivó mi excitación, por lo que no tardé en vaciarme como él quería. Tragó sin soltarme hasta rebañar la última gota y aún se relamió después. “¡Qué morbo, sacar así la leche!”, fue su veredicto.
 
“Cuántas experiencias nuevas...!”, musitó derrengado en la alfombra. “Espero que todas buenas”, comenté aún jadeante. Porque mis suspicacias por lo insólito de lo ocurrido no se habían diluido del todo. “¿Buenas dices...? ¡Si mira cómo estoy otra vez!”. Y señaló a su polla tiesa. Para ser su “primera vez” estaba cogiendo carrerilla... Aún me sorprendió: “No quiero abusar más de ti, pero, si no te importa, me la voy a pelar y tú me miras”. Se tumbó a medias en el sofá con el pollón en vertical. Empezó a meneárselo con una mano mientras con la otra se sobaba por todo el cuerpo. Vamos, todo un espectáculo de lascivia que, pese a estar yo ya agotado, me hacía reafirmar lo buenísimo que estaba el tío. Pese a la vehemencia del frote, le costaba alcanzar el clímax. Y no me extrañaba, con todo lo que llevaba vivido esa noche. Pero, persistente él, logró finalmente que le fueran brotando borbotones de semen.
 
“¡Qué a gusto voy a pillar la cama!”, concluyó. Y, para mi estupefacción, se apoyó sobre mí y pareció que se retrotraía  a su pasado estado de embriaguez. Balbució: “Un último favor: déjame en mi cama”. No tuve más remedio, pues, que llevarlo al dormitorio y depositarlo en el lecho conyugal, donde quedó frito al instante. Sin salir de mi asombro, confundido entre lo falso y lo real, cerré la puerta del piso y bajé en busca de un taxi.
 
El lunes siguiente, en el trabajo, lo vi por allí con su ajetreo habitual, pero no me prestó la menor atención. Solo más tarde me di cuenta de que había un post-it pegado junto a mi ordenador: “Muchas gracias por llevarme a casa la otra noche. No pasó nada más ¿verdad?”. Cosas...


3 comentarios:

  1. la verdad que me ha encantado, que relato más "calentón", vaya pajote ha caido!
    gracias por este buen momento :-)

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