martes, 10 de enero de 2012

Andanzas de un esclavo de nuestros días IV


(Continuación) Me surgió un problema cuando quise invitar a un amigo italiano, que había conocido por Internet, a pasar unos días en casa. Porque una cosa era traerme un ligue que solo estaría unas horas, en las que el esclavo se mantenía recluido. Incluso las vistas del amigo que estaba en el ajo, que bien se aprovechaba. Pero tener a alguien viviendo aquí por un tiempo, por corto que fuera, requería elaborar una explicación sobre la existencia de un tercero pululando por la casa. Para que no le cogiera por sorpresa tuve que inventarme una historia. Le conté que, habiendo sufrido una intervención quirúrgica hacia poco tiempo, requerí de una ONG una persona que me atendiera en mi convalecencia. Aunque ya estaba totalmente recuperado, esa persona se había portado tan bien, que no tuve inconveniente en que siguiera viviendo conmigo en tanto le surgía un nuevo trabajo. Para redondearlo añadí que era un hombre muy discreto y servicial que, aparte de ayudarme en la casa, llevaba su vida independiente y respetaba totalmente mi intimidad. Por otra parte, hube de aleccionar al chico para todo. Se había de limitar a servicios mínimos. Podía dejar preparado el desayuno, pero las comidas las haríamos fuera. Nada de actitudes obsequiosas, pues ya nos apañaríamos nosotros. Cuanto menos se le viera mejor. Añadí burlón: “Si te aburres, puedes pasarte por la mercería”. Cosa que le ruborizó.

La visita transcurrió a la perfección. El italiano era muy simpático y ardoroso. Pasábamos el tiempo recorriendo la ciudad y los locales de ambiente. Por la noche dormíamos juntos, con muy satisfactorios revolcones. El esclavo cumplió el mandato de discreción y apenas se le vio el pelo. Desde luego, se lo presenté al principio y no me pudo extrañar que lo encontrara muy atractivo. Pero, como no le di ninguna pista acerca de su disponibilidad, quedó asumido el distanciamiento. En apariencia, sin embargo, porque una vez se marchó, muy satisfecho de mi hospitalidad y con promesas de nuevos encuentros, no me ahorré el relato-confesión del compulsivamente sincero servidor.

“¿Recuerda usted la tarde en que tuvo que hacer una gestión y su invitado se quedó en casa descansando? Pues ocurrió algo a lo que no me supe negar”. “Vale, desembucha, que ya me estoy imaginando de qué va”. “Resultó que, como usted me había ordenado, permanecí recluido en mi habitación donde, al no poder realizar ninguna actividad de la casa, descansaba en la cama solo con un slip. De pronto llamaron a la puerta y me levanté de un salto. No me pareció propio de un esclavo decir “un momento” y hacer esperar mientras me vestía más adecuadamente. Así que abrí enseguida y su invitado, tras disculparse –cosa innecesaria en mi caso–, aunque no lo entendía muy bien, parecía interesado en saber si, cuando por la mañana había arreglado el dormitorio, había encontrado un objeto que temía haber perdido. Tal vez, creyendo que le pertenecía a usted, lo había guardado. Nada me había llamado la atención, pero me ofrecí a ayudar a buscarlo. Sabía de lo inapropiado de mi indumentaria, aunque tampoco me atreví a retrasar la búsqueda. Me fui agachando para mirar debajo de la cama y de los muebles. En mi celo, no presté atención a que el slip se me iba bajando por detrás. Nada más lejos de mi intención que provocar a su invitado. Pero éste pudo entenderlo así. Se agachó también a mi lado y sentí que su mano bajaba aún más el slip y me acariciaba la raja. ¡Qué iba a hacer yo, señor, sino consentir! El caso es que, al hacer que me incorporara, ya sabe usted lo sensible que soy, de manera que la delantera del slip acusaba un descarado estiramiento. Tomándolo como ofrecimiento, su invitado lo bajó y me tendió sobre la alfombra. Allí se cebó con lamidas y mordidas por todo mi cuerpo. Mientras me chupaba el pene con lo que me pareció gran delectación, se sacó el suyo. Entonces se giró y, sin desprender su boca, se introdujo en la mía. Así los dos succionamos un rato. Dio por acabada esta actividad y volvió a ponerme boca abajo, pero elevado sobre las rodillas. Se echó sobre mí y me penetró. Solo dijo: “¡Qué bien entra! ¡Qué abierto estás!”. Al tiempo que bombeaba con energía, pasando un brazo hacia delante, me masturbaba. Cuando noté que mi interior se empapaba, me corrí también. Creo que quedó muy satisfecho, porque yo rápidamente me llevé la alfombra para limpiar la azarosa mancha. Sentí no haber podido encontrar el objeto que buscaba”.

Quedó a la espera de mi veredicto. Aunque yo me había follado varias veces al italiano, llegué a tener un punto de celos. Pero qué se le iba a hacer, si el culo del esclavo parecía un panal de rica miel. “Bueno, así se ha ido al completo. Yo lo he trabajado por detrás y a ti te ha tocado recibir”. “Es usted muy comprensivo, señor”.

Al fin llegaron las vacaciones de verano, en las que yo solía alquilar un apartamento en una urbanización nudista. De nuevo se me planteaba un problema. Podría dejarlo en casa y marcharme tan campante. Pero ya me había acostumbrado a no tener que ocuparme de la intendencia doméstica y me costaba volver a asumirlas precisamente en vacaciones. Al fin y al cabo la población de la urbanización era muy cambiante y no pasaba nada si nos tomaban por una pareja. Así que le anuncié el desplazamiento, preparó cuidadosamente el equipaje y, como también me hacía de chofer ocasional, nos lanzamos a la carretera. No le dije nada sobre las características del lugar. Ya se enteraría de que teníamos que ir en pelotas. Más compleja iba a ser la organización interna, al disponer de un único dormitorio. Por cuestión de principios, no procedía compartir cama de forma estable. Él mismo anticipó la solución: con una colchoneta de playa dormiría en la cocina o en la terraza. En cuanto al único baño, me garantizó que no notaría su paso por él. Incluso me tranquilizó para el caso de que requiriera mayor intimidad, dispuesto como estaba a quedarse en la playa el tiempo necesario, fuera de día o de noche. Siempre se las apañaba para dejar a salvo su status inferior.

Con lo que no había contado yo era lo bien que encajaba en su filosofía vital, de desprendimiento total de bienes materiales, la obligada desnudez permanente. Su desinhibida exhibición allá donde fuera no iba a dejar indiferentes a los muchos hombres y mujeres que, más allá de lo reconocido, se sentían atraídos por el tipo robusto que él encarnaba a la perfección. Yo, por supuesto, me encontraba entre ellos pero, al tenerlo constantemente a mi disposición, ya no valoraba esa atracción ajena. Pero ahora, la facilidad con que acababa metido en cualquier embrollo sexual, y su incapacidad para eludirlo, podían tener consecuencias. No es que sintiera el deber de protegerlo. Al fin y al cabo ya era mayorcito y, como luego me contaba todo con pelos y señales, me servía de diversión. Solo que, si se desmadraba en aquel ambiente en el que se le relacionaba conmigo, al final iba a parecer yo su chulo. ¿Y no habría ya algo de eso, aunque fuera gratis?

Morbosamente, sin embargo, me incliné por canalizar esa faceta sui generis. Lo llevaba conmigo a la playa, cargando él con los bártulos por descontado. Luego lo enviaba como cebo a adentrarse en la pineda, en la cual había siempre una gran actividad. Sin el menor recato, bien en parejas bien en grupos, tanto homo, hetero o mixtos, se daban escenas para todos los gustos, con un gran sentido participativo. Suelto por allí el cándido esclavo, podía pasar de todo. Y de todo fue pasando en sucesivos días. Poco después seguía sus pasos y, como el primer día se llevó un gran susto cuando lo sorprendí junto a dos individuos haciendo una mamada al tiempo que era enculado, tuve que advertirle de que no se tenía que sentir intimidado por mi presencia, pues, si me interesaba ya me incorporaría a la actividad, y si no, me la buscaría por mi cuenta. Lo primero ocurrió al día siguiente. Un gordito de muy buen ver se la estaba chupando en cuclillas. Al aparecer yo ambos me hicieron señas de que me acercara. Inmediatamente fui también objeto de la mamada, en la que el gordito se iba alternando. Cuando las dos pollas quedaron a su gusto, se apoyó en un tronco ofreciéndonos el culo. Como no podía ser de otra manera, mi enviado me cedió la primicia. Me follé al gordito, aumentando mi excitación al ver cómo el que esperaba turno se la iba meneando concienzudamente, y dando palmadas a culo tan redondo y suculento, me corrí bien a gusto. Cedí el puesto a mi acompañante, que estaba ya tan cachondo que se vació al poco de meterla. El doble follado siguió su camino la mar de contento. Me apeteció volver a la playa y darme un baño. Antes le dije al esclavo que se podía quedar por allí un rato más, cosa que se tomó como una orden. Reapareció pasado un tiempo, apurado por si se había retrasado demasiado. Se ofreció a servirme algo del refrigerio que había traído. No me privé de preguntarle si había aprovechado la tardanza. “Bueno, me encontré con dos hombres que quisieron hacerme lo mismo que antes hicimos usted y yo”.

Como el ritual de la playa se había hecho habitual, otro día lo sorprendí en una situación muy distinta, que no quise perturbar y me limité a espiar. En todo caso, si había detalles que reseñar ya me los daría. Lo que vi fue al esclavo arrodillado junto a una mujer bastante madura y de gruesas tetas, la cual, tendida de costado sobre una toalla se la chupaba. Él tenía una doble ocupación. Con una mano le tocaba el coño a ella y con otra sujetaba el culo de un hombre de pie, de apariencia similar al de la mujer, cuya polla chupaba a su vez. Los dejé en paz y no tardé mucho en entretenerme con un tipo algo mayor y con aspecto de recio lugareño que, vestido, era el típico mirón vergonzante. Me dio mucho morbo el deseo con que  escudriñaba mi desnudez. Me encaré con él provocador y se abocó ávido a mi entrepierna. Primero me toqueteó los huevos y la polla, pareciendo encantado del efecto endurecedor que me provocaba. Luego la besaba, dudando en metérsela en la boca. Yo había alargado una mano y bajé la cremallera de su pantalón. Profundicé en la bragueta y agarré una verga fibrosa y tiesa. Esto pareció animarlo a lamer y después chupar entera mi polla. Lo hacía sin embargo con torpeza, por lo que empleé mis dos manos para dirigirle la cabeza. “¿Quieres mi leche?”. Asintió con la cabeza. “Pues sácamela”. Entonces combinó la boca con la mano, lo que mejoró el trabajo. “¡Así, así!”, lo animaba. “¡Me viene!”, avisé. Apretó los labios en torno al capullo y tragó lo que iba soltando. Cuando volví a meter la mano en su bragueta, encontré todo pringoso. “Anda, a cambiarte los pantalones”, lo despedí.

Cuando volví a la playa, me estaba ya esperando. “Esta vez has ido más rápido”, le dije. “Y no te pienses que no te he visto. Estabas muy ocupado...”, añadí. “¿Con el matrimonio?”. “¿Es que has tenido hoy más juergas?”. Ni afirmó ni negó, centrándose en explicarme lo que yo le dije que había espiado: “Me los encontré despatarrados, ella meneándosela a él y el sobándole el coño a ella. Pero se notaba que esperaban que alguien se ocupara de ellos, porque al verme se pusieron muy contentos. En cuanto me acerqué se agarraron a mis muslos y acabamos como usted nos vio. Lo malo es que, en cuanto el hombre se corrió en mi boca, enseguida quiso que le diera por el culo. Pero la mujer estaba tan aferrada a mi polla que no me soltó hasta que me vacié. Entonces ya no pude esperar a recuperarme, por temor a retrasarme demasiado y que usted se molestara. No crea que no me supo mal dejarlos a medias”.

Hubo más incursiones playeras, compartidas o de cada uno por su cuenta. Aunque nos dejaban bastante calmados, en la urbanización también surgía alguna tentación. Yo encontraba algunos amigos y él lo que llamaba tropiezos no buscados. En cuanto a lo primero, más de una vez tuve que mandarlo fuera de casa. Por lo que a él respectaba, no dejaban de “pasarle cosas”, de las que me informaba puntualmente. Una de ellas fue un incidente menor al salir del supermercado: “Una señora que iba muy cargada tropezó y se le rompió la bolsa, dispersándose la compra por el suelo. La ayudé a recoger y, como la veía muy ofuscada, me ofrecí a acompañarla a su casa aligerándole la carga. Llegamos a su chalet y me invitó a entrar para dejar las cosas en la cocina. Agradecida me dio un cariñoso abrazo, pero se apretó tanto estando los dos desnudos que mi polla empezó a crecer al roce de la pelambre en su vientre. Entonces fue retrocediendo sin soltarme y se sentó en la encimera con las piernas abiertas. Me cogió la polla y la dirigió a su coño. No podía hacer otra cosa más que entrarle para darle gusto y, ya puestos, me moví estimulado por el calorcillo húmedo. Ella gritaba: “¡Sí, sí, sí!”, y yo contento de que disfrutara. La avisé de que me iba a correr y me sorprendió que contestara: “¡Como no lo hagas te mato!”. Claro, lo hice y debió quedar tan satisfecha que, al despedirme quiso darme una propina. Tuve que insistir para rechazarla... Aunque quizá se la debía haber traído a usted”. “Si aún me convertirás en tu chulo”, repliqué suspirando.

Otra aventura mucho más rocambolesca le sobrevino precisamente una noche en que necesité el piso despejado y, como el ambiente era muy caluroso, decidió dormir en la playa. Cuando a la mañana siguiente llegó a casa muy sofocado arrastrando la colchoneta y me dijo con la voz temblona: “He tenido problemas con la ley”, me eché yo también a temblar, dada la irregularidad de su situación. Pero si había venido por su propio pie y estaba tal como se había marchado, antes de alarmarse, preferí que aclarara lo que significaban exactamente sus palabras. “Verá usted. Había dejado la colchoneta en un escondrijo entre las rocas y, para hacer tiempo, estuve dando vueltas por el paseo marítimo. Me adentré en una pequeña rotonda para contemplar la puesta de sol y solo había en ella un señor apoyado en la baranda; desnudo, claro, como todo el mundo. Me puse algo apartado, pero no pude evitar ver que se estaba tocando la polla. Al darse cuenta de que le miraba, intensificó los tocamientos y se le puso bien gorda. Entonces hizo el gesto de llevarse la mano a la boca y chuparse un dedo. Entendí lo que pretendía y, como había perturbado su intimidad al entrar en un lugar donde tal vez hubiese preferido estar solo con sus pensamientos, no pude negarme. Así que me agaché y le hice una mamada completa. Casi no me cabía en la boca de lo grande que era y tuve que tragar muchísima leche. Pero cuando buscó en el monedero que llevaba y quiso entregarme un billete, salí corriendo. Usted sabe bien que yo estas cosas las hago para ser atento con la gente y no quiero nada a cambio... Pero esto no tuvo nada que ver con lo que me sucedió después”. Estaba acostumbrado a sus divagaciones relatoras, pero ahora me crispé: “Haz el puñetero favor de ir al grano. Tus historias en que te comportas como una puta aunque luego no quieras cobrar me las tengo archisabidas”. “Perdóneme el señor, es que creo que debo contarle todo lo que hago. “Muy bien, pero desembucha ya”, y traté de calmarme.

“Pues ya oscurecido recuperé la colchoneta y busque un sitio discreto donde acostarme. La brisa era agradable y pronto me quedé dormido. De repente me despertó una sensación extraña en la polla. Como estaba boca arriba tenía una erección. Al abrir los ojos vi la silueta de dos hombretones, uno de los cuales era quien me la movía con un palito. “Mira éste, qué cochinadas estará soñando”, dijo. Agucé más la vista y llevaban uniforme policial. “¿No sabes que está prohibido dormir en la playa?”. Ante mi perplejidad, prosiguió: “A ver la documentación”. Hube de responder: “Lo único que tengo es la colchoneta”. Intervino el otro: “Si ya se ve, no hace falta registrarlo. Al menos ponte de pie”. “Pues tal como está no lo vamos a meter en el coche y llevarlo a Comisaría para la identificación. Menudo pitorreo se armaría”. “Y con la fama que ya tenemos...”. Este diálogo me tenía descompuesto y naturalmente la polla se me había encogido. De pronto la cosa cambió. “Pues sabes lo que te digo”, reflexionó el del palito. “Con lo tranquila y agradable que está la noche, ¿por qué no nos ponemos cómodos, nos damos un bañito y le hacemos compañía al hombre, que parece buen persona?”. Al otro no le costó nada asentir, de modo que en un plis plas se quedaron tan en cueros como yo. ¡Y vaya cuerpazos que lucían...! Perdone el señor el comentario, pero eran de los que le gustan a usted. Como decía, tenían ganas de bañarse y me pidieron: “Quédate aquí con nuestras cosas. Y no se te ocurra hacer tonterías, que entonces sí que la habrás cagado”. Fíjese qué confianza me demostraron, pues yo creo que hasta tenían armas, pero por supuesto no me atreví a mirar nada. De pronto uno le dijo al otro: “Espera. En el coche hay toallas. Voy a cogerlas en un momento. Si no, nos vamos a poner perdidos de arena”. Así que se marchó, y su compañero se puso a corretear por la orilla, disfrutando de la libertad del lugar y del momento. Yo me quedé sentado junto a sus pertenencias y nada más de verlo se me volvía a poner contenta la polla. No tardó apenas el de las toallas, que arrojó a mi lado, y se fue corriendo también hacia la orilla. Entraron juntos en el agua y se les veía nadar y juguetear muy compenetrados. Cuando salieron la mar de contentos extendieron las toallas junto a mi colchoneta. Se tumbaron relajados. “¡Qué bien se está aquí!”, dijo uno. “No me extraña que a éste se le pusiera tiesa”. Entonces empezaron a tocarse sus pollas, primero cada uno la suya, pero luego uno al otro. Yo, claro está, hice lo mismo con la mía. “Anda, ponte aquí en medio que te veamos”. De pie ante ellos seguí meneándomela, feliz por la forma en que hablaban de mí. “Tiene una buena tranca”. “Y está bastante bueno”. “Ha sido un hallazgo”... “¿Te gustaría chupárnoslas?”. Me arrodillé entre los dos y les daba gusto alternando la boca y las manos. Uno me tocaba la polla por debajo de mi barriga y otro me acariciaba el culo y le daba palmadas. “¿Y si te hacemos trabajar?”. “Lo que ustedes gusten”. Les hizo gracia mi respuesta. Pero resultó que a uno le gustaba dar y al otro tomar, así que lo dejaron claro. “Que te folle primero a ti y luego yo me lo cepillo”. El que deseaba que le diera por el culo, quiso hacer preparativos. “Ven que te la chupe para que la tengas en forma”. Me dio mucho gusto y ya estaba deseando darle satisfacción. Aún añadió: “A falta de otra cosa, lámeme la raja y déjala ensalivada”. Todo a punto ya, se arrodilló y, apoyado en los codos, puso el culo en pompa. “A ver cómo te portas”. Como la autoridad me impresiona mucho, hice una entrada suave, pero enseguida me animó: “¡Venga, que se note ese pollón!”. De manera que me clavé más hondo y me puse a moverme. “¡Así me gusta, cabrón! ¡Tú sí que sabes!”. Lo notaba tan satisfecho que procuré esmerarme sin dejarme ir demasiado pronto. Mientras, el otro se la meneaba mirándonos. “¡Córrete ya, que estoy ardiendo!”. Obedecí y me vacié bien pegado al culo. “¡Buena lechada! Me he quedado en la gloria”. Su compañero parecía tener prisa. “Ahora me toca a mí. Quédate tendido”. Cayó sobre mí con todo su peso. Tanteó con la polla mi agujero y la metió apretando. Como la tenía muy gorda y lo hizo por las buenas, me dolió un poco. Sin embargo, él dijo: “Ni saliva ha hecho falta, se nota que estás muy usado”. Eludí su comentario y forcé movimientos de contracción de mi conducto. “Parece que tenga una ventosa el muy puta”. Con el esmero que puse y sus embestidas, se notaba lo bien que se lo estaba pasando. “¡Qué culo más caliente! ¡Me pone a cien!”. Ese entusiasmo no tardó en desembocar en varios chorros que percutían en mi interior. “¡Puaff, vaya follada, tío! Eres una joya”. Ya sabe el señor que me desvelo para que nadie tenga queja de mí, y me puse contento. Cuando me incorporé, me encontré con la polla del primero, que se le había puesto dura, y bien gorda por cierto, mientras su compañero me penetraba. No dudé de que necesitaría alivio, así que me la metí en la boca y, estimulado por las alabanzas, traté de bordar la mamada. El hombre resoplaba y me sujetaba la cabeza para que no lo soltara. “¡Joder, cómo la chupas..., la práctica que debes tener!”. Con la boca tan ocupada no podía decirle que había tenido un buen maestro. Pero ya ve usted que siempre lo tengo presente. El caso es que se quedó patidifuso unos segundos y los borbotones de leche me dejaron atragantado. “¡Vaya sorpresa de nochecita!”, exclamó uno. “Pues vamos a darnos un chapuzón y largarnos antes de que claree”, replicó el otro. Lo hicieron rápido y se secaron, encantado yo con la contemplación por última vez de cuerpos tan hermosos a la luz de la luna. Cuando estuvieron vestidos les pregunté: “¿Entonces no me vais a detener?”. “De buena gana te llevábamos, pero no detenido sino para nuestro uso y disfrute”. Convertirme en el esclavo de dos policías no me convencía. Y además, creo que usted no me habría querido traspasar, ¿verdad, señor?”. Intervine ya impaciente: “¿Y al final qué?”. “Pues se interesaron por lo que sería de mí, pero les dije que no se preocuparan. Vivía cerca, pero esa noche le había cedido el apartamento a un amigo para un rollete y por eso me había venido a dormir a la playa. Bueno, dormir, tal como habían estado las cosas, es un decir... Mentí para no comprometerle a usted”.

Aun agotado por su verborrea insistí: “¿Eso es todo?”. “¿Hay algo que debería explicarle mejor?”. Ya estallé: “Es para darte de bofetadas. Apareces sofocado y diciendo que habías tenido problemas con la ley, y lo que resulta es que te has pasado la noche jodiendo con unos policías”. “Pero ha sido un riesgo de todos modos”. “Pues sabes lo que te digo. Igual habría sido mejor que te detuvieran...”. Se le nubló la mirada, a punto de echarse a llorar. (Continuará)

1 comentario:

  1. Ja, ja, ja. Que cándida inocencia demuestra ese esclavo. Una joya... Pero ¡¡QUÉ JOYA!!!

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