martes, 6 de diciembre de 2011

Ser fiel hasta que…

Tengo un amigo gordito que me aprecia mucho, aunque nunca hemos hecho nada porque le van los tipos como tú, gruesos y velludos. Además está en una relación de pareja cerrada, que lleva a gala. Sin embargo, es tal la confianza entre nosotros que nos contamos todas nuestras intimidades. Solo te había visto en las muchas y descocadas fotos tuyas que le enseñaba. Desde luego no se abstenía de comentar lo bueno que estabas. Quise que te conociera, sin mayor pretensión libidinosa, pues sabía la firmeza de su fidelidad. Se lo propuse y aceptó con gusto pasar por casa a tomar café un día en que tú estuvieras.

Te puse al tanto de ello y te advertí de que no esperaras sexo de su parte. De todos modos, tampoco se trataba de exagerar la corrección y no me pareció inconveniente que lo recibieras en la más recatada de las indumentarias que sueles usar en casa, cuando usas alguna: camiseta y slip. El amigo tampoco se sorprendió de encontrarte así, pues estaba bien informado de tus costumbres, aparte de que en fotos te había visto con mucho menos. Os caísteis muy bien y él se sentía a gusto con tu actitud desenfadada.
 
Más que a gusto era evidente que no te quitaba ojo y tú lo regalabas con esa inevitable provocación que te caracteriza. Sin embargo, la cosa no pasó de ahí y todo transcurrió según lo previsto.
 
Cuando volví a hablar con mi amigo, no se abstuvo de dedicarte las mayores alabanzas, sin ocultar que de buena gana te habría metido mano, aunque aparentemente hablara en un plano teórico.

Al cabo de varias semanas fue él quien propuso hacerme una nueva visita y, por supuesto, era evidente que esperaba se dieran las mismas circunstancias de la vez anterior. En esta ocasión, al haber ya más confianza, no te tomaste la molestia de ponerte la camiseta, estimando suficiente el slip.
 
Esto ya puso más tenso a mi amigo y se notaba que el flujo de erotismo entre vosotros se acrecentaba. Evidentemente fuiste muy consciente de ello y esta vez estabas dispuesto a no perder la presa. Así que, aprovechando un momento en que llevé a mi amigo al despacho para enseñarle un nuevo artilugio informático, te despojaste del slip y, a nuestra vuelta, mostrabas descaradamente, pero como quien no quiere la cosa, una completa erección.
 
Mi amigo, de momento, no supo cómo reaccionar y volvió a sentarse frente a ti, pero con un cruce de miradas tan intenso que, instintivamente, se puso a acariciarse el paquete. Yo hacía de testigo mudo y disfrutaba con tu maniobra de seducción que, cómo no, también me estaba calentado. Te levantaste entonces y voluptuosamente te plantaste ante él.
 
Mi amigo me miró como si pidiera indulgencia por lo que estaba a punto de hacer y le sonreí para darle ánimos. Entonces, sin poder resistirse más, cogió con la boca tu polla que vibraba a poca distancia de su cara.
 
Una vez que lo tuviste atrapado, diste un paso más en tu provocación. Con suavidad hiciste que se levantara y empezaste a desabrocharle el pantalón. Pero cambiaste de estrategia y, dirigiéndome una mirada pícara, dijiste con voz susurrante: “Acabad de desnudaros, que os espero”. Tras lo cual te marchaste hacia el dormitorio. Seguimos tus instrucciones, no sin nerviosismo por parte de mi amigo, que se manifestó totalmente empalmado. No me costó nada ponerme a su altura.
 
Ya desnudos, lo conduje con un brazo por sus hombros para darle ánimos. Pero tu recepción no pudo resultar más turbadora. Yacías en la cama, de espalda a nosotros, y con una mano te estirabas un glúteo para que la raja del culo quedara más abierta. Era una explícita y procaz incitación.
 
Yo, experto en trabajarte el culo, cogí un frasco de aceite y te fregué toda la abertura, con gruñidos de placer por tu parte al meterte el dedo. Ya a punto de caramelo, invité a mi amigo a proceder, pero prefirió darme la primicia, lo que sin duda exaltaría su libido. Así que caí sobre ti y te follé en la forma que te gusta, con acelerones y alcanzándote los pezones para pellizcarlos. El otro tomaba nota y se la meneaba a nuestro lado en el colmo de la excitación, anhelando ya su turno.
 
Cuando te noté satisfecho de esta primera acometida, me salí de tu culo, pero rápidamente te pusiste a retorcerte lascivamente reclamando una nueva incursión.
 
Ya no lo dudó mi amigo y, agarrándote de las caderas, te clavó la polla. Al principio algo titubeante pero, al sentir que la ruta estaba bien expedita, se puso a descargar con fuerza toda la excitación acumulada. Diste señales de estar encantado con la variación de pollas –he de reconocer que ésta era más gorda que la mía– y lo animabas con imprecaciones –ya conocidas por mí por otra parte, aunque hoy las habías reservado para el nuevo–: “¡Fóllame, soy tuyo!, ¡No pares, no pares!, ¡Esto es un hombre!, ¡Como te salgas te mato! …”. Llegaste a levantar la grupa para que la penetración fuera más profunda y tus bramidos se intensificaron con las más incisivas embestidas.
 
Mi amigo, ya echados por tierra todos sus prejuicios, dudaba sin embargo si vaciarse a la brava. Pero tu exclamación “¡Córrete ya y deja que sienta dentro de mi culo tu leche caliente!” fue lo suficientemente imperiosa para que, tras un fuerte resoplido, acabara quedando inmóvil encajado en ti. Por tu parte, te distendiste sin dejar de expresar con arrumacos tu satisfacción.
 
El amigo no salía de su asombro por la voluptuosidad y vehemencia con que lo habías atrapado. Apenas le había dado tiempo a reponerse, no obstante, cuando, poniéndote boca arriba, exhibiste una excitante erección, que pedía guerra de nuevo.
 
Sin embargo, estabas ya tan caliente que no necesitaste ayuda y, en una frenética masturbación, acabaste corriéndote y lanzando un generoso chorro de leche. Por mi parte, como verte así me pone a cien, te acompañé meneándomela y derramándome sobre tu barriga.
 
Con la mayor naturalidad, y según tu costumbre tras quedar saciado, te acomodaste para tu siesta. Tu satisfacción, además de por la doble follada que habías disfrutado, era sobre todo por haber logrado seducir a nuestro invitado con tu descarda provocación.
 
En efecto mi amigo, ya más en confianza conmigo, confesó que tu particular erotismo y la trampa en que habías llegado a enredarlo le habían encantado. Resultó ser una excitante experiencia y no dejaba de estar sorprendido por algo que no se le había ocurrido que podría suceder. Me rogó asimismo que guardara la máxima discreción al respecto, aunque, al decirle que por nuestra parte no habría el menor inconveniente en que repitiera e incluso tentarle con la posibilidad de alguna sorpresa, dada tu desbordante inventiva en la materia, se le iluminaron los ojos.

2 comentarios:

  1. Me dejastes caliente. Adoro los gorditos. Deberías haber descipto como era tu amigo el gordito.

    ResponderEliminar