viernes, 13 de enero de 2012

Andanzas de un esclavo de nuestros días V


(Continuación) Llegó al fin el día de regreso y emprendimos el viaje de vuelta, ya convenientemente vestidos. Paramos en un bar de carretera en torno al cual había muchos camiones aparcados, cayendo en el tópico de que era señal de buena comida. Al terminar me pidió permiso para ir a los lavabos. Le dije que, mientras, me entretendría curioseando en una tienda de objetos típicos que había al lado. Me extrañó que tardara más de la cuenta y, cuando salí a buscarlo, vi que bajaba de la cabina de un camión, limpiándose la boca con una servilleta de papel. “¿Se puede saber dónde coño te has metido ahora?”. “Perdóneme, señor, pero es que le pasa a uno cada cosa... Como sabe, le pedí permiso para ir al lavabo y allí había un hombre muy corpulento orinando. Sin querer lo miré y me llamó la atención el tamaño de su aparato. Se dio cuenta y me sonrió, sacudiéndoselo ostentosamente. Me dio mucho corte y disimulé, hasta que él se marchó. Cuando salí para encontrarme con usted, lo vi en la cabina de un camión enorme y agitaba un mapa de carreteras para que me acercara. Pensé que querría consultarme algo pero, al abrir la portezuela, tenía la chorra fuera, y bien tiesa. Ya se imaginará lo que tuve que hacer...”. “Tuviste, tuviste... Es que no paras”. “Soy así, señor. Doy lo único que tengo”.

Aproveché el resto del viaje para tratar de aleccionarlo, aunque al final resultaba que acababa aleccionándome él a mí. “Estos días en que has estado más suelto te has comportado muy irresponsablemente. No has parado de meterte en líos”. “Pero usted bien que me mandaba al pinar de la playa para buscar rollos”. Algo de razón no le faltaba. “Bueno, pero te tenía controlado y allí todos van a lo mismo. Me refiero a los que te montas por tu cuenta, con lo primero que se presenta. Te expones a llevarte un buen disgusto. Fíjate en lo que te podía haber pasado la noche en la playa”. “Pero tuve suerte. Además, usted necesitaba el apartamento”. Lo cierto es que al final siempre aparecía yo como responsable último. “Es que además, ahora, en cuanto ves una polla te vuelves loco”, proseguí con los temas candentes. “A usted también le gustan ¿no?”. “No seas insolente... En todo caso me lo tomo con más moderación”. Hubo silencio durante un rato y volví a hablar, más para mí mismo que para él. “Quién te ha visto y quién te ve. Cuando te conocí, parecía que tú de sexo más bien poco; con tu mujer y lo justito. Ahora en cambio eres multifunción: igual carne que pescado; por delante y por detrás, por arriba y por abajo...”. “Cuando usted me acogió debía estar disponible para cualquier cosa y no me correspondía a mí distinguir. Por eso fui aprendiendo de todas las oportunidades que usted generosamente me ha brindado”. “Pues has aprendido tanto que hasta te quieren pagar...”. “Eso me da mucha vergüenza. Además sería traicionarme a mí mismo, que no quiero recibir nada de usted, sacar beneficio de algo que no me cuesta hacer”. “Sí, puta pero por gusto”, dije para chincharle. “¡Ay señor, cómo me confunde! Pero está usted en su derecho”. “Ya sabes que a veces bromeo con que parezco tu chulo”. “Por supuesto, si tuviera que aceptar algo sería para usted”. “Igual me animo para montar un negocio. Total, tu sirves para cualquier clientela”. Si usted lo considerara oportuno... ¿Pero realmente cree que yo, con mis años y mi pinta, iba ser muy rentable?”. “Ya has tenido pruebas ¿no? Y más de lo que tú te crees. Muchos hombres y mujeres preferirían alquilar los servicios de un tipo recio como tú que los de jóvenes musculados al uso. Encima tú no le harías ascos a nada de lo que se les encaprichara”. “Si usted lo dice...”. “Te voy a poner un ejemplo. ¿Recuerdas aquella reunión de amigos a la que te entregué?”. “Cómo no, aunque no vi a ninguno, aprendí mucho”. “¿Pues no crees que algunos de ellos, por no decir casi todos, en muy buena posición por cierto, no te contratarían muy a gusto para un uso privado? Más cómodo para ellos que salir a ligar”. “Ah, no me diga”. “Lo que pasa es que se funciona de forma discreta, por agencias especializadas o por Internet... En nuestro caso, esto último ya bastaría”. Yo insistía en fantasear – ¿o no?–, sabiendo que lo estaba espantando. “Imagina unas buenas fotos tuyas, desnudo y de cuerpo entero. Si acaso con un antifaz, por precaución y, de paso, dar más morbo. Te mostrarías por delante y por detrás, con la polla tiesa y en actitudes obscenas... Unos textos donde quede clara tu disponibilidad para hombres y mujeres, en servicios individuales o de grupo, y por supuesto, para cualquier deseo o capricho, completarían el gancho. Habría que calcular bien las tarifas...”. “¡Ay, eso es muy fuerte! ¿Habla usted en serio?”. “Será cuestión de estudiarlo, ¿no dices que mi voluntad es la tuya?”. “Desde luego, señor, aunque temo no estar a la altura y estropearle el negocio”. “Tampoco sería a plena dedicación. No prescindiría de tus servicios habituales”. “Eso sí que no querría desatender, señor”. Lo dejé con sus cavilaciones; él ya se había acostumbrado a sus “obras de caridad” sin intermediarios. Por mi parte, casi me olvidé del tema, ocupada mi mente con las tareas que me aguardaban una vez terminadas las vacaciones.

El primer domingo después del regreso no olvidó la mamada matutina. Recordé que, en todo el tiempo fuera, los dos habíamos estado tan ocupados que no había reclamado sus servicios sexuales caseros. No le dejé acabar y le dije que se desnudara completamente. El tono tostado que había adquirido su piel lo favorecía mucho. Me abalancé sobre él y lo estrujé y mordí a placer. Dócilmente se puso boca abajo y terminé en su culo lo que había empezado entre sus labios.

Al cabo de un tiempo le dije: “¿Te acuerdas de lo que te comenté sobre hacer negocio contigo?”. “Cómo no me voy a acordar si durante días no me lo quité de la cabeza”. “Pues voy a hacerte la fotos y ponerlo en marcha”. “Si es de su gusto... ¿Pero entonces qué tendré que hacer?”. “Yo me encargaré de los contactos y te mandaré a donde hayas de presentarte. Allí haces lo que te pidan... Eso no te viene de nuevo”. “¿Y habré de cobrarles yo?”. “Antes de empezar deberán pagarte lo acordado. Igual al final añaden una propina”. “No veré el momento de traérselo todo a usted”. Le preocupaba más la contraprestación económica que lo que tuviera que hacer. En cuanto a mí, no me guiaba un afán lucrativo a su costa, sino una manera de tenerlo distraído y, de paso, divertirme con el relato, sin duda pormenorizado, de sus andanzas.

Con un antifaz que le daba cierto aire de fiereza, le saqué unas cuantas fotos en las actitudes lascivas que yo le iba indicando. Posaba con tanta determinación que me fui poniendo cachondo durante la sesión. Las primeras eran de lucimiento estático de frente y de espalda, pero también le dije que se la meneara para aparecer en erección. Añadí unos primeros planos de polla y huevos, así como del culo, cerrado y con la raja abierta con las manos. La selección final quedó de lo más lujuriosa. Pronto tuve acabada la página Web con la amplia oferta y una dirección de correo electrónico exclusiva.

Su estreno fue en un hotel y esto lo que me contó de su primera experiencia como prostituto: “Era un hotel muy moderno y lujoso. Dije que me esperaban en la habitación cuyo número me había apuntado usted y subí no sé cuantos pisos. Llamé a la puerta y oí una voz lejana: “Pasa, está abierta”. La habitación era muy grande, pero no vi a nadie. La voz añadió: “Saca por fuera el cartel de ‘no molestar’ y cierra bien”. Lo hice y continuó: “Estoy aquí”. Una puerta abierta daba a un baño y en una bañera redonda muy grande había un señor bastante grueso y peludo. “Desnúdate y entra”. Pero como usted dice que se paga antes, pregunté: “¿No tiene nada para mí?”. Se rió: “¡Qué prisas, hombre! En el escritorio hay un sobre, pero no te meterás en el agua con él”. Eso me tranquilizó y más cuando, al desnudarme, comentó: “Las fotos no engañaban”. Me metí en la bañera y enseguida me agarró. Quería que le mordiera las tetas y daba gemidos. Luego me bajó la cabeza dentro del agua para que se la chupara. Traté de esmerarme aguantando la respiración, pero la tenía muy pequeña. Hizo que me pusiera de pie y girándome me comía la polla y el culo. Alargaba la lengua para lamer bien. “Esta polla me va a hacer feliz”, exclamó exaltado. Se puso también de pie y se reclinó sobre el borde de la bañera, resaltando un culo enorme y peludo. “Dame fuerte con la mano y después me lo comes”. Los tortazos que le di le debían gustar porque me pedía más. A pesar del pelo se le enrojeció. Cuando ya me dolía la mano me ocupé de la gran raja, honda y también muy poblada. Casi meto la cara entera para llegar con la lengua al agujero. Se puso medio a lloriquear de gusto. “¡Fóllame ahora!”, casi gritó. Como ya sabía la altura por la que debía entrar, atiné con la polla  a la primera. Aún tuve que separar con las manos los gordos glúteos para meterla a tope. “Gloria bendita... Quédate un poco quieto y luego al ataque”. En cuanto pensé que había cumplido con lo primero, pasé a lo segundo. Él iba diciendo “sí, sí, sí” y yo dale que te pego. Me pareció de cortesía preguntar: “¿Me corro ya?”, “Cuando quieras, vida. Lléname”. Era un poco difícil llenar todo aquello, pero hice lo que pude. Al sacarla pregunté: “¿Bien?”. “De maravilla”, contestó. Pero enseguida se revolvió y, con todo su volumen, se sentó en el borde. Ahora quería que se la chupara. Aunque con la frente le aguantaba la barriga, me costó porque no se le ponía dura. Sin embargo, no tardó en echar un chorrito de leche, mientras emitía un “aaahhh”. Lo ayudé a salir de la bañera y secarse. Se puso un albornoz que casi no le cruzaba en la barriga. “La próxima vez que vuelva cuento contigo”. Me miraba mientras me vestía. “No descuides tu sobre”. Por lo visto no pensaba añadir propina. Salí de hotel y aquí tiene esto. No he visto lo que hay dentro. La verdad es que ha sido todo muy fácil”. Con el primer dinero, que se correspondía a lo estipulado, abrí una cuenta específica para él, aunque no pudo se a su nombre. Por supuesto, no le dije nada de ello.

El correo electrónico no estaba ocioso. Hube de descartar algunos mensajes que me parecían poco serios o que solo pretendían que se conectara a la Webcam. Para que se fuera desfogando con toda clase de clientes, atendí la solicitud de una mujer. Quedó citado en un apartamento y aquí el negocio le resultó mucho más sorprendente, y así lo relató: “El piso era un poco rarillo, con cantidad de objetos exóticos, que parecía que la señora había dado varias veces la vuelta al mundo. Pero la propietaria hacía juego: con un moño muy historiado y una bata con adornos chinos. Por el escote y, encajado en el canalillo de las tetas, salía un rollito de dinero con una goma. “Esto es para ti, chato. Ponlo a buen recaudo no sea que te atraque”. Casi no me dio tiempo a guardármelo en un bolsillo, porque se puso a desnudarme con tanta vehemencia que más bien me arrancaba la ropa. Me extrañó mucho lo que decía: “¡Yo soy tu macho y tú mi puta!”. Cuando estuve en cueros, la sorpresa fue mayúscula. Se despojó de la bata y, aparte de las grandes tetas, que ya había intuido por el escote, en las bragas llevaba acoplado un cipotón negro y tieso que muchos lo quisieran para sí. Me empujó por los hombros para hacer que me arrodillara. “¡Come, cariño!”, y me sujetaba la cabeza mientras chupaba. Tenía un sabor afrutado, pero apenas me cabía en la boca y me daban arcadas cuando me llegaba al fondo de la boca. Menos mal que no duró mucho. Claro, qué iba a salir de ahí. Me levantó y me fue haciendo recular hasta que caí sobre un diván. Se puso a lamerme y morderme por todas partes, pero montándose su propia película. “¡Qué tetas más divinas!”, y me ponía los pezones amoratados. “¡Qué coño más extraordinario, con esta vulva peluda y esta pipa tan dura!”. Por lo que iba manoseando y estrujando se debía referir a mis huevos y a mi polla, que sí se había puesto ya dura. Cuando se decidió a chupármela, eso sí que lo hacía bien. Hasta el punto de que temí correrme y dejar así incompleto el servicio. Pero de pronto cambio de honda y me ordenó: “¡Dame el culo!”. Me puse a cuatro patas y me dio a lametones un repaso completo de la raja. “¡Voy a poseerte!”, y guiando con la mano el pollón postizo me lo clavó sin contemplaciones. Mire que yo no me ando con remilgos en esta cuestión, pero donde se pone una polla auténtica... Además aquello era tan grande que me hacía más daño que otra cosa y cuando la señora trataba de moverse se quedaba como atascado. Al fin lo sacó de un estirón, y ella a lo suyo: “Te he puesto mi semilla”. Pues vale, si acaso el culo escocido. Ella se tumbó y miró hacia mi polla que, con el ajetreo trasero no es que estuviera muy presentable. Se puso maternal: “Pobrecito, ven aquí”. E hizo que la metiera entre sus tetas. Se las juntaba para mantenérmela apretada y el calorcito me la revitalizó. “Ahora quiero que me poseas tú a mí”. Se colocó en la misma posición en que yo había estado antes. Tenía mis dudas sobre por dónde debía metérsela, pero ella me las aclaró: “Por el culo, así no me dejarás preñada”. No parecía, sin embargo, que estuviera en una edad muy fértil. Entré con mucha facilidad y ni se inmutó. “Muévete y mastúrbame a la vez”. Tonto de mí eché mano al cipote artificial que seguía adherido a su vientre. “¡Ahí no, idiota! Al coño”. Me lo merecía, aunque me tenía liado, y rectifiqué. Así fui combinando la enculada y los frotes en el chocho. “Córrete que también me correré yo”. No tardé en vaciarme y también la mano me quedó pringosa. “Me has gustado y vales lo que cobras. Tal vez un poco torpón, pero es que soy muy caprichosa”, fue su veredicto final. Al despedirme me regaló esto”. Me entregó un objeto envuelto en papel de seda. Era uno de esos gatos chinos que mueven una pata continuamente. “Pues vaya...”, comentó decepcionado.

Nunca le ponía pegas a mis gestiones ni se interesaba demasiado por los detalles de la misión encomendada. Adonde hubiera que ir, iba y punto. Todavía impresionado por la excentricidad  de la dama, lo envié para un trabajo que, para él, debería ser pan comido. Una pareja de osos que vivían juntos tenían el problema de ser los dos activos, por lo que recurrían a un tercero para desfogarse y estaban encantados con las fotos. No obstante, la sesión tuvo sus peculiaridades, que no dejó de reseñar: “Los señores eran del tipo que a usted le gusta. Vamos, un estilo a mí, si me disculpa la inmodestia. Sin más preámbulo propusieron que nos desnudáramos los tres. Quedé boquiabierto al ver las trancas de las que estaban dotados. Así no me extrañó que no se atrevieran a aliviarse entre ellos. Aunque nada más verlos me empalmé, me entró un complejo de inferioridad tremendo. Y eso que lo mío tampoco es para quejarse, ¿verdad, señor? Pero no era precisamente el tamaño de mi polla lo que les interesaba. Enseguida me hicieron girar y sobándome el culo a cuatro manos hicieron comentarios muy favorables. Cuando volví a verlos de frente ya zarandeaban los misiles cargados, que no llegaban a alcanzar la horizontal abrumados por su propio peso. No iban con prisas y se tumbaron juntos en la cama. Les entré por los pies imaginando que querrían un precalentamiento. Cuando me fui metiendo en la boca una y otra polla percibí aún mejor su volumen. Como con el postizo de la señora, no me cabían enteras, pero vas a comparar... Estas se notaban vivas y jugosas, y mi lengua se afanaba con los capullos. Ellos, mientras, se acariciaban muy cariñosos. Abrieron un hueco y me pidieron que me metiera entre ambos en dirección contraria y levantara el culo. Volvieron a sobármelo, pero ahora con más contundencia. Uno de ellos fue vaciando por mi raja un tubo de crema y luego metía un dedo para que me entrara bien adentro. Yo creo que metió más de uno. No me extraña, porque necesitaban un agujero a su medida. Al otro, entretanto, le dio por jugar con mi polla metiendo la mano por debajo de mi barriga. Me daba tanto gusto que tuve que avisar: “Así me voy a correr”. Pero me contestó: “Mejor, así luego estarás más relajado”. Si esa era su teoría, no pude evitar ponerle la mano perdida de leche. A ver ahora cómo se lo iban a montar para follarme, que era el objetivo principal. Pues nada de los dos a la vez pasándose mi culo de uno a otro, como alguna vez me ha pasado, sino de una forma más ordenada. El primero lo hizo más a lo clásico, yo tumbado y con el culo levantado. Me daba cierto miedo lo que me iba a entrar, pero si usted le sacaba rendimiento... Con todo lo que me había untado, la cosa no empezó del todo mal, aunque aquello nunca terminaba de estar dentro al completo. Pero ya, cuando encontró encaje, empecé a sentirme a gusto. Hay que ver cómo se adapta uno a las circunstancias. Aunque ya sé que el que debía tener gusto era él, que para eso pagaba. A lo que iba... Me pegaba cada estocada que creía que me saldría por la boca. Yo aguantando y esperando que se desahogara, aunque ya puestos tampoco es que corriera prisa. Pero todo llega, y los ardores que sentía por dentro se mezclaron con la sensación de que algo se escurría por el poco espacio libre. Los resoplidos finales que dio el señor me aventaron el cogote. Cuando la sacó goteando, me cogió la cabeza para que lamiera los restos. Así se ahorraba la toalla. Mientras, le decía a su colega, que no había parado de meneársela observando el espectáculo: “Verás qué culo más acogedor”. Menos mal que el segundo se lo tomó con clama y me dio tiempo a distender los músculos. Pero cuando se puso en marcha decidió cambiar de postura. Me colocó panza arriba y me levantó las piernas en ángulo recto. Así mi agujero quedó al revés que antes y yo veía entre mis tetas mi polla volcada sobre mi barriga. Se cogió fuertemente a mis pantorrillas e inició la acometida. Aunque ya no me venía de nuevo, no dejaba de notar algo distinto por el cambio de orientación. La expresión de su cara, que se iba enrojeciendo, me daba pistas del progreso de la follada, más pausada que la del otro pero con muy buena cadencia. Me pilló por sorpresa que de pronto sacara del todo la polla, produciéndome una sensación de vacío. Todo seguido la revoloteó y la hizo caer sobre mis huevos, al tiempo que soltaba un chorro que me dio en la barbilla. Él mismo me extendió la leche por el pecho y la barriga. Se explicó espontáneamente: “Follándote así me excitaba al mirarte”. Y yo que lo celebro. Esta vez se me había olvidado pedir el pago por adelantado. De todos modos creo que, como todos van cumpliendo, me podría evitar ese detalle que me da tanto corte. Esto es lo que me dieron al marcharme. Supongo que les avisaría usted de que tenían que pagar por dos. Igual hasta pusieron algún billete de más, por lo aliviados que se quedaron. Y mira que se notaba que se querían mucho”. (Continuará)

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