viernes, 18 de noviembre de 2011

Tu taxista gemelo

Había tenido más de una aventura con taxistas, pero me faltaba alguna en que tú tomaras parte y, como no podía ser menos, a tu estilo... Fui a esperarte al aeropuerto y, ya anochecido, cogimos un taxi para ir a casa. Al principio no había suficiente luz para hacerse una idea del aspecto del conductor. Pero cuando fueron iluminándolo los destellos exteriores, pude apreciar mejor su catadura. Resultó que era un tipo de hombre muy similar al tuyo, robusto y guapetón. Me hizo gracia la coincidencia y te cuchicheé: “Si se parece a ti...”. Le echaste una ojeada y, tanto si le encontraste parecido como si no, lo debiste ver con buenos ojos. Enseguida noté que tus neuronas eróticas se ponían en funcionamiento y, no solo para marcarte un tanto conmigo, sino también porque te gusta aprovechar cualquier oportunidad sexual que pueda presentarse. Así que me dijiste: “Déjalo de mi cuenta”

El taxista, a partir de este comentario, aunque no podía intuir todavía de qué iba, empezó a prestarnos más atención. Entonces aprovechaste para que esta atención aumentara. Me pasaste un brazo sobre los hombros y me achuchabas con miradas tiernas. El hombre no apartaba la vista del retrovisor y su expresión era efectivamente de interés creciente. En tu avance estratégico me dabas algún beso que otro y, cuando fue en los labios, en el espejo se mostró una sonrisa. Te echaste hacia delante y, apoyándote en el respaldo de su asiento, le dijiste con mucha amabilidad: “¿No le estaremos molestando? Es que hace tiempo que no nos veíamos”. Diste en el clavo, porque la respuesta no pudo ser más prometedora: “Al contrario. Lo que me dan es envidia”. Ya te lanzaste: “Pues somos muy participativos. Precisamente mi amigo y yo acabamos de comentar que estás –ya se imponía el tuteo– muy bien”. Intervine yo: “Además os parecéis bastante. Sois del mismo tipo”. “Vosotros hacéis muy buen pareja”, replicó.

Una vez las cartas sobre la mesa, como el trayecto era algo largo, la conversación fue subiendo de color. Pero cuidando en todo momento que la profesionalidad del conductor no quedara afectada y, con ello, la seguridad de todos. Por eso te limitabas a darle algún golpecito en el hombro como de pasada en la charla, cada vez más desinhibida por otra  parte. Así que soltaste: “Estamos deseando llegar a casa para que mi amigo me folle”. Sin cortarse exclamó: “¡Uy, el tiempo que hace que no me la meten!”. “Pues mi amigo lo hace de coña... y a mí me van las dos cosas”, contrarreplicaste. Como estabas llevando muy bien el agua a nuestro molino, preferí dejar en tus manos el encauzamiento, para irme de paso calentando con el diálogo. “Que me follaran entre dos sería lo más...”, reflexionó el taxista. Y me hizo gracia que el parecido no fuera solo físico. Tú quisiste cubrir todos los frentes: “Supongo que, como a mí, también te gustará ser el que folla...”. “Una vez metido en harina, lo que me echen”. ¡Vaya taxista más bien dispuesto!, pensé. Pero me daba la impresión de que el hombre hablaba más en plan fantasía que pensando en las posibilidades reales de un revolcón con nosotros sobre la marcha.
 
Tú, sin embargo, no cejabas de darle cuerda, de lengua al menos, ya que era lo único factible por el momento. “Seguro que tienes una polla bien gorda”. “Bueno, no me puedo quejar”, y se llevó la mano al paquete. “Ten cuidado y no te equivoques con el cambio de marchas”, fue tu broma fácil. “La llevo bien agarrada”, te la siguió. “A que no te la sacas en el próximo semáforo”. El nivel de patio de colegio en que estabais resultaba a la postre eficaz. “Para sacarla, nos la sacamos todos”. “Al menos me dejarás que te la toque”. Y como pronto hubo que detenerse, pasaste el brazo entre los asientos delanteros y le metiste mano a la entrepierna. “¡Um, qué dura se te ha puesto! Tiene buena pinta”. “Si es que me estáis poniendo burro...”. “Pues no eres el único”. “¡Joer! Yo aquí ocupado y vosotros ahí detrás dale que dale...”. “Y no sabes lo dura que se nos ha puesto también”. “¿Os las habéis sacado? Cuando pare otra vez os las tocaré, ¿vale?”. No lo habíamos hecho todavía, pero enseguida nos abrimos las braguetas y salieron las pollas empalmadas. Nos la sobábamos uno al otro. “¡Uy, qué gusto nos estamos dando...!”, dijiste provocador. “Mira que sois cabrones... Pero no os vayáis a correr en el coche”. “¡Qué va! Solo nos estamos calentando para el revolcón que nos vamos a dar”. “¡Qué húmeda tengo ya la bragueta! Ni que me hubiera meado”. “¡Vaya desperdicio! Con lo rico que está ese juguillo...”. Ya circulábamos por la ciudad y los semáforos no eran tan discretos. No obstante aprovechó uno para pasar un brazo hacia atrás y tantear. Le facilitamos la tarea y consiguió manosear las dos pollas. “¡Qué mamada os haría, y después me las metería por el culo...!”. Volvió a arrancar y quedó un rato en silencio reflexivo, mientras nosotros nos sobábamos contentos de lo bien que iba la conquista. Por fin se decidió y, con la voz algo temblona, dijo: “Oye, ¿seréis capaces de dejarme tirado cuando acabe la carrera?”. Había caído en el bote y, sin querer mostrar demasiado entusiasmo, replicaste: “Bueno. Donde comen dos comen tres”. “Es que si no, nada más bajaros me tendré que hacer una paja”. “Ya te la haremos nosotros, y mejor que con la mano”. Pensó otra vez un poco y comentó: “Pero antes tendría que hacer un servicio. No me llevará ni una hora. ¿Podríais esperarme?”. “Tranquilo. Ya sabremos distraer la espera. Pero no nos falles, ¿eh?”. “¿Fallaros? Con la calentura que me habéis metido en el cuerpo...”. Al fin llegamos a casa e insistimos en pagarle. Cada cosa en su lugar. “Venga, y no tardes, que te esperamos despatarrados”. Aún te permitiste sobarle el culo mientras ayudaba a sacar el equipaje. “No sigas, que soy capaz de mamároslas en medio de la calle”, fue su despedida tras tomar buena nota del portal y el piso.
 
Ya en casa nos besamos apasionadamente, sin tener ahora que provocar a nadie. Nos fuimos desnudando y tomamos una ducha compartida. Aunque los dos estábamos muy cachondos, no quisimos excedernos en las caricias para que el visitante nos encontrara en plena forma. Pocas dudas nos cabían  de que no nos iba a fallar, después de la escalfada que había sufrido en el taxi. Tú estabas por lo demás exultante del buen ojo que habías tenido. Por mi parte, me las prometía muy felices con dos tipos tan de mi gusto. Comentamos cómo lo recibiríamos y, por lo marchoso que parecía el hombre, decidimos impactarlo en puras pelotas.
 
No agotó la hora cuando ya estaba llamando. Nos sorprendió que viniera hecho un pincel. Se había cambiado de ropa y se notaba que se había dado una ducha. Ese era el “servicio” que tenía que hacer, lo cual era de muy agradecer. Nos comía con los ojos y, antes de que reaccionara, nos abalanzamos a dúo sobre él. Poco le duraron los arreglos porque, en pocos segundos, con habilidad y metidas de mano lo dejamos tan en cueros como nosotros. Me encantó comprobar que acerté cuando dije que se parecía a ti, también al desnudo, con unos volúmenes y una pilosidad semejantes. Le cogíamos la polla, que se le puso como una piedra, de muy bien tamaño por cierto, y él a dos manos trajinaba las nuestras. Casi en volandas lo llevamos hacia la cama, pues no hacían falta prolegómenos.
 
Nos tiramos en plancha y se armó un revoltijo. Cada cual sobaba y chupaba lo que mejor le venía en gana. El taxista estaba de lo más salido y se multiplicaba a dos bandas. En un momento en que estaba distraído haciéndome una mamada, quisiste tomar la delantera y, ya que estaba en la posición idónea, con el culo en pompa, le estampaste un pegote de crema y todo seguido se la clavaste. “¡Qué bestia, sin avisar! Pero ya que estás dentro dale fuerte y hasta el fondo”. También en la forma de disfrutar el enculamiento era tu alma gemela, hasta el punto de que, temiendo que me mordiera la polla, me aparté y contemplé la escena. Te movías con entusiasmo y estaba claro que te disponías a llegar hasta el final. Incluso avistaste: “Aunque me corra ahora, ya habrá tiempo de ponerme otra vez verraco con vuestras folladas”. Dicho y hecho, aceleraste el meneo y concluiste con un bufido relajante. “¡Joder!”, exclamó el taxista. “¡Qué tiempo hacía que no me daban por culo con un pollón así! Cuando lo tenía antes en la boca, estaba deseando pasármelo detrás, aunque me hayas cogido a traición”.
 
La elocuencia satisfecha del follado no significó ni mucho menos que decayera la fiesta. Enseguida tú, como para distraer tu recuperación, te tumbaste boca abajo con el culo bien expuesto y me interpelaste: “Mientras éste se repone del susto métemela como a mí me gusta... y que vaya aprendiendo para luego”. Te puse crema, metiendo con brusquedad un dedo para hacerte saltar y con alborozo del taxista. Bajo la atenta mirada de éste, que se la iba meneando, te la metí con la facilidad acostumbrada. Me exhortaste: “Dame fuerte y déjame bien abierto para el cacho polla del amigo”. Cumplí con presteza y tú no parabas: “¡Eso, enséñale cómo folla un hombre!”. Yo miraba al otro y viendo lo que le había engordado la polla no dudé del viaje que te esperaba. Esta idea me excitaba y al taxista no le ocurría menos mientras se ponía a punto. Preferí sin embargo no correrme y reservar mis energías para otros juegos que sin duda vendrían. Así que te dejé el agujero expedito y enseguida fui sustituido por el que quería tomarse la revancha. Aunque tu conducto había quedado bien dilatado, dadas las dimensiones del aparato, tuvo que hacer fuerza para metértelo entero. Rezongaste de dolor: “¡¿Y tú me habías llamado bestia?!”. Pero añadiste: “¡Venga y dale, que lo aguanto! ¡Soy tuyo!”. Te dio tales embestidas que te hacía saltar en la cama, pero no callabas: “¡Qué hombres! ¡Me echa fuego el culo...! ¡Y cómo me gusta!”. Doblaste las rodillas y te pusiste más levantado. Él forzó con brusquedad que las separaras y volvió a caerte encima. Como la penetración era así más incisiva, redoblaste los gemidos y las imprecaciones: “¡Me estás destrozando, cabrón! Pero no pares hasta correrte” “¡Lléname el culo con tu leche!” “¡Quiero sentir el chorro, que debes ir muy cargado!”. Casi me estaba entrando complejo de inferioridad, pero sabía que te encantan las novedades y estaba disfrutando viéndote sometido por un extraño al que acababas de conquistar. Quien, por lo demás, se quedó un momento como transpuesto y a continuación soltó un berrido, repetido en las varias sacudidas de su cuerpo apretado contra tu culo, que se debían corresponder con los sucesivos chorros que iría largando.
 
Se desplomó hacia un lado y tú te aplanaste. Poco a poco os fuisteis poniendo boca arriba y mostrasteis él una polla pringosa que se iba encogiendo y tú la tuya a medio gas. Resulta que ahora era yo el único que me mantenía empalmado. Pero el taxista pronto se reavivó y, dispuesto a sacar todo el partido a la situación, planificó: “Venga, poneros cómodos que os la voy a mamar a los dos. Y quiero tragarme vuestra leche, porque hace tiempo que no la tasto”. Empezó por mí, que era quien estaba mejor dispuesto, y vaya si lo hacía con ganas. Sus chupetones hacían que se me pusiera la piel de gallina, y eran tan persistentes y acompasados que sentí por todo el cuerpo cómo iba inflamándome y estallando dentro de su boca. No me soltó hasta haber tragado todo y luego se relamió: “¡Qué rica! ¡A por la otra!”. Tu polla, que entretanto te habías ido meneando, estaba ya en plena forma. La agarró un momento con la mano y la miró como si recordara el gusto que hacía poco le había proporcionado por el culo. Luego la engulló para darle un tratamiento similar al que yo había disfrutado. Rechazaba los intentos que hacías, en tu impaciencia, para acelerar la corrida con tu mano y, perseverante, logró su objetivo con una nueva tragada.
 
La doble ración de leche pareció haberlo tonificado, pues se incorporó exhibiendo una renovada erección. Solo con un cruce de miradas, tú y yo coincidimos en que se merecía un premio. Así que él de rodillas sobre la cama y nosotros reclinados a cada lado nos aprestamos a lo que debía constituir el acto final. Nos alternábamos manoseando y chupando la polla, y él dirigía la operación con una mano sobre cada cabeza. Disfrutaba con las variaciones, cada vez más excitado. Finalmente recurrió a sus propios recursos manuales para acabar disparando varios y abundantes chorros con respetable presión. Pensé que, si eso era una segunda corrida en poco tiempo, qué cantidad de leche no habría derramado en tu culo. “¡La puta, tíos! ¡Qué pasada!”, fue su canto del cisne.

2 comentarios:

  1. La verdad cariño, escribes que calientas!!!
    Se me ha puesto tiesa y deseo conocer al taxista...
    Me gustab que me follen y ser follado... cómo sabes interpretar mis gustos... deseo ya estar de nuevo en tu cama...
    Javier

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  2. Joder tío que caliente relato.

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