sábado, 12 de noviembre de 2011

Del grano a la paja (cosas de la piel)

Como soy algo hipocondríaco, me obsesioné con un pequeño bulto que me había salido en una pantorrilla. Traté de tranquilizarme, convencido de que se trataba de un simple quiste sin importancia. Pero para salir de dudas y que se me quitaran los temores, decidí acudir a la consulta de un dermatólogo. Busqué entre los de mi mutua uno que pudiera atenderme cuanto antes y me dieron un hueco en la última hora de la tarde. Llegué antes de tiempo y aún había un par de pacientes en la sala de espera. Afortunadamente sus visitas fueron bastante rápidas y, cuando ya sólo faltaba yo, la enfermera debió dar por acabada su jornada y se marchó tras la salida del que me precedía. Al poco de quedarme solo, el propio doctor abrió la puerta del despacho para invitarme a entrar. Me costó desclavarme del asiento por la impresión que me causó su visión. Maduro, bastante robusto y con cabello corto, llevaba una chaquetilla blanca arremangada. Era evidente que no tenía nada debajo pues, además de sus desnudos brazos regordetes, la abertura del escote dejaba ver un vello suave. Cordialmente me dio la mano y me rozó con la barriga al cruzarnos en la puerta. Todo ello me puso ya alterado.

Le expliqué la cuestión y, al disponerme a subir la pernera para enseñarle el bulto, me interrumpió, con el tuteo que a veces utilizan los médicos: “Mejor si te quitas los pantalones”. Obedecí algo titubeante y me senté sólo con el slip en la silla que me indicó. Él, en un taburete a mi lado, me cogió la pierna y la subió sobre sus rodillas. Examinó y tocó, para concluir, dándome un afectuoso cachetito en el muslo: “Es un pequeño quiste sebáceo que seguramente se absorberá solo”. Y, para mi sorpresa, se levantó la chaquetilla hasta medio pecho. “Fíjate, es igual al que tengo yo aquí”. Señaló a un lado de su barriga velluda y me cogió una mano. “Toca. Verás que el tacto es el mismo”. Tanta intimidad aumentó mi nerviosismo, aunque casi lamentaba que la visita estuviera a punto de concluir.
 
Pero me equivocaba porque, cuando ya iba a recuperar mis pantalones, me atajó: “Ya que has venido no estaría mal aprovechar para una revisión completa. A veces se da importancia a cosas que no la tienen y se descuidan otras que merecen más cuidado. Así quedarás más tranquilo”. Todo menos tranquilo, pensé, y no por motivos de salud. Dócilmente me quité pues la camisa y, de momento, preferí darle la espalda, temeroso de que se notara demasiado lo que pasaba bajo el slip. Empezó a examinarme por detrás y sus toques a lunares y manchas los sentía como caricias que me estaban poniendo negro. La cosa no paró aquí porque bajó el slip y me palpó el culo con desenvoltura. “Todo esto está muy bien. Veamos por delante”. Me cogió por los hombros y me dio la vuelta. Como el slip había quedado enganchado por el endurecimiento de mi polla, pensé que sus arrugas disimulaban algo mi estado. Pero la mirada que le echó fue elocuente. Sin embargo se concentró en el repaso de mi pecho, incluso buscando quién sabe qué anormalidad en los pezones. Mi respiración se aceleraba, mientras él iba descendiendo impertérrito. Todo se estaba sucediendo en pocos segundos, pero se me hacían una eternidad. Ya no sabía si temer o desear que acabara de bajarme el slip. Y lo hizo. Aquí ya no había disimulo que valiera y mi polla liberada saltó como un muelle. Su comentario sonó sarcástico e insinuante a la vez: “Me gustan los pacientes sensibles”. Sin el menor recato cogió la polla para subir y bajar la piel del prepucio. “No has necesitado ninguna operación”. El examen de los testículos requirió cierta maniobra. Como por lo visto me quería con las piernas más separadas, me ayudó a sacar el slip que, caído, me trababa algo los pies. Agachado, casi le rozaba la cara con mi polla y, de buena gana, habría tomado impulso para metérsela en la boca. Pero opté por dejar que prosiguiera con su revisión en profundidad, a la que ya le estaba cogiendo gusto. Manoseó a conciencia la bolsa de los huevos, estirando la piel para examinarla por todos los lados y, en apariencia, indiferente a los bandazos que iba dando mi polla con los meneos. Sentía unos deseos irrefrenables de tomarme la revancha, pues ya me había quedado bastante claro que el interés científico estaba superado de largo. Mas me paralizaba su mezcla de osadía y sangre fría.

Con esta actitud, cuando dio por concluida su tarea y manifestó que todo estaba en orden, permaneció sonriente frente a mí, desnudo yo y con excitación persistente. Se me ocurrió una salida muy tonta, pero que a la postre resultó eficaz. “Así que del bulto no me tengo que preocupar… Aunque me parece que el mío está más duro ¿Puedo volver a tocar?”. Dadas las circunstancias, sin haberlo pensado, las frases adquirían un doble sentido. El doctor soltó una sonora carcajada y ahora se desabrochó la chaquetilla, presentando su apetitosa delantera. Tanteé como si no recordara el lado que me había enseñado antes y, mientras movía una mano por su barriga, reposé la otra sobre el pecho. Al rozar los pezones, éstos se habían endurecido. No me pasó por alto que, al quedar abierta la chaquetilla, el frente del blanco pantalón sin bragueta mostraba un patente abultamiento. Recordé una de sus frases y la retomé: “También me gustan los médicos sensibles”. Bajé una mano y al acariciar capte la dureza.
 
Tiré ya a degüello y, en un santiamén, lo despojé de la chaquetilla y deshice el lazo de la cinta que ceñía el pantalón. Como no llevaba nada más –le debía gustar trabajar suelto–, quedó igual que yo, desnudo y con la polla tiesa. Si nada más verlo cuando me recibió me había resultado extraordinariamente atractivo, tal como lo tenía ahora ante mí me desató todo el deseo acumulado. ”Voy a revisarte también, ¿vale?”. Sonriente y con fingida mansedumbre se entregó a mis ansiosas manos. Pero ahora no fueron sólo las manos los que usé. Con el hambre de dermatólogo que me había entrado, me precipité a saborear esas tetas tan tentadoras. El vello canoso me cosquilleaba la nariz y los pezones me sabían a gloria. Me estrechaba entre sus brazos gozando del chupeteo y su contacto me encendía. Él mismo me fue empujando hacia abajo y, al entrar mi lengua en el ombligo, las cosquillas le hicieron estremecer y reír. Al sentir en la barbilla los latidos de la polla dilatada, me aparté un poco y remedé los tocamientos a los que me había sometido: “Qué bien te la operaron…”. En efecto, el prepucio estaba parcialmente cortado y lucía un jugoso capullo. No pude resistir engullirlo, lo que fue recibido con un fuerte suspiro. “Yo no había llegado a tanto…”, bromeó. “Ya llegarás”, lo reté.
 
Tras recibir unas cuantas chupadas, lamida de huevos incluida, con un par de patadas se desembarazó del pantalón caído y me sujetó haciéndome retroceder hasta la camilla que había en un rincón. Hube de apoyarme en ella, con los codos hacia atrás, y así fue como se puso a mamármela con una maestría que me provocaba temblor en las piernas. No me dejé ir, sin embargo, porque mi revisión a fondo aún no había acabado. Así que lo levanté y le di la  vuelta. Ahora tenían por primera vez ante mí la parte posterior de su cuerpo: una espalda recia y suavemente velluda, rematada por un culo que pedía guerra. Él mismo se apoyó sobre la camilla y se entregó encantado a mis caricias. Mis manos y mi lengua lo recorrían desde e cuello hacia abajo. Llegué a caer de rodillas y, agarrado a sus muslos, restregaba la cara por el orondo trasero. Adentraba mi lengua en la hendidura y, pasando una mano hacia delante, le sobaba los huevos y la polla húmeda.
 
Yo sentía un ardor tremendo en la verga y ya estaba dispuesto a follarlo. Pero me apartó suavemente e, irguiéndose, volvió a estar de cara a mí. Entendí que era algo que no le iba, pero enseguida quiso compensarme. Cariñosamente fue bajando las manos por mis costados y se arrodilló. Me subía la polla para chuparme los huevos de una forma deliciosa. Pero no tardó en iniciar una mamada experta que me inundó de calor. Cuando mis resoplidos dieron indicios de que me venía la corrida pasó a usar la mano, mientras con la otra sujetaba preventivamente una toallita. Tras varias pasadas acabé yéndome sobre ésta con temblores de piernas. Mi limpió con suavidad y pulcritud, comentando entretanto: “Más completa no ha podido ser la revisión, ¿verdad?”.

Como seguía con la polla tiesa, pensé que ahora le tocaba a él desfogarse. Pero atajó mi idea con una explicación que resultó de lo más curiosa: “Prefiero reservarme. Hoy es mi aniversario de boda y esta noche tendré que cumplir. Así he cargado las pilas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario