jueves, 20 de octubre de 2011

Stripper y mucho más…

Quienes duden de la verosimilitud de este relato, al menos en su primera parte, pueden dar una ojeada a los videos de Gordo Stripper en:

Siempre deseoso de novedades que te permitieran poner en práctica sin la menor inhibición tus fantasías sexuales, me comentaste que habías conseguido que te contrataran para varias actuaciones en un club muy especial y te gustaría que asistiera a una de ellas. No me diste muchos detalles sobre las características del club ni las artes de que te habías servido para que te contrataran, aunque conociéndote algo podía imaginar. Por mi cuenta busqué en Internet y averigüé que se trataba de un club de osos, hombres gordos y admiradores, pudiendo ser estos de cualquier género. Su especialidad era la de ofrecer actuaciones amateurs, aunque cuidadosamente seleccionadas, que podían llegar a un sexo explícito de exhibición. No me hizo falta indagar más para entender lo que cabía esperar si andabas tú de por medio.

La noche en que fui había bastante y variado público. Aunque predominaba el aspecto osuno y voluminoso, también se veían otros tipos de hombres y algunas mujeres, incluso en primera fila. Desde luego todos con ganas de marcha y ánimo participativo. Me hicieron gracia los carteles que te anunciaban como stripper y mucho más… La sala tenía forma semicircular frente a un estrado ligeramente elevado y separado del público por unas barras niqueladas. Iluminación y música típicas de discoteca servían para caldear el ambiente. Como yo iba recomendado pude ocupar un asiento hacia un lado de estrado, desde donde contemplar el espectáculo y las reacciones de los asistentes.

La luz se concentró en la plataforma y cesó la música. Un speaker te anunció con gran alborozo del personal. Pude comprobar luego que su permanencia en escena tenía la misión de animar, pero también controlar la situación. Apareciste muy formalmente vestido de traje y corbata. Me sorprendieron los gritos y ovaciones que levantaste, como si ya tuvieras una cohorte de fans. Algo tópico me pareció la canción que empezó a sonar: “You can leave your hat on”, de Joe Cocker. Aunque muy expresiva del tipo de espectáculo. Te movías con un ritmo insinuante y absolutamente varonil. Te repasabas el cuerpo con las manos y al girarte levantabas con estilo la chaqueta y resaltabas el culo separando las piernas. Los gritos se redoblaron. Cuando estuviste de nuevo de frente ya había caído la corbata y el botón superior de la camisa. Te fuiste despojando a continuación de la chaqueta y, al ir desabrochándote la camisa, se desató el frenesí. Ya eran visibles tu pecho velludo y tu vientre prominente. En ese momento señalaste a dos soberbios ejemplares de osos para que subieran a ayudarte, lo que hicieron con gran entusiasmo. Despojado ya de la camisa, hiciste varios pases acercándote a las barras separadoras, al alcance de algunas manos que no dudaron en sobarte la delantera. Entretanto los ayudantes se habían sentado en sendos taburetes. A ellos te encarabas metiendo sus piernas entre las tuyas abiertas y cogiéndoles las cabezas para pegarlas a tu paquete. Los invitaste a que cada uno tirara de un lado de la cintura del pantalón y se activó el truco de que éste se descompusiera en piezas que cayeron al suelo. Surgió así tu trasero en todo su esplendor, solo cruzado por las finísimas tiras de un tanga de un blanco purísimo y casi traslúcido.
 
Te cimbreabas de esta guisa exhibiendo el culo, cada vez más embravecido el griterío circundante. Fuiste levantando cada pierna sobre las rodillas de los otros dos para que te quitaran zapatos y calcetines, lo que de paso ofrecía un lucimiento mayor de tu anatomía. Ya descalzado, diste un brusco giro que permitió a la concurrencia verte tan solo con el mínimo triángulo que a duras penas contenía tu sexo. Las demandas histéricas de que te acercaras casi eclipsaban la música.
 
Era tu momento de gloria y bien que lo aprovechaste. Sin perder el ritmo y con caricias de lo más explícitas te aproximaste al máximo a la barrera. Manos de hombre, y algunas de mujer, sustituyeron ahora a las tuyas en los tocamientos. Incitador, te dejabas sobar a gusto e incluso hurgar en los límites del tanga. Sin embargo, cuando alguien más atrevido intentaba bajarlo sabías retraerte para que no se anticipara la apoteosis final del número. Para ella escogiste a dos nuevos voluntarios que casi en volandas te apartaron de la masa. Cada uno de un lado fueron bajando la cinta horizontal del tanga y, aunque el culo ya había estado casi totalmente al descubierto, el descenso hasta debajo de las nalgas era de una plasticidad excitante.
 
Te giraste hacia delante y el triángulo del tanga quedaba más flojo, dejando fuera toda la pelambrera del pubis. Con unos sensuales estiramientos hacías además que asomaran parte de los huevos, lo que provocaba una tensión expectante. Vuelta a dar la espalda y caída del tanga hasta el suelo. Hubo unos instantes de suspense, en los que parecía que los dos acompañantes te estuvieran dando los toques finales –aunque pensé que, después de tanto sobeo, no te haría falta mucho estímulo adicional–. Una contundente erección cara al público fue tu novedosa aportación al final del striptease integral. Y como tal novedad fue aclamada por el respetable. Aunque las manos se estiraban pugnando por alcanzarte, ahora te mantuviste a distancia y acompañaste con rítmicas sacudidas de la polla el final de la electrizante canción.
 
En un vertiginoso juego de luces quedó vacío el estrado. Tomó ahora protagonismo el speaker para hacer la presentación de la segunda parte del espectáculo a tu cargo. Sin duda el “mucho más…” que prometían los carteles. Pidió dos voluntarios, dispuestos a todo, para que te hicieran objeto de sus deseos. La rapidez con que se levantaron las dos primeras manos, aunque luego seguidas por otras muchas, y el aspecto de los aspirantes hacía sospechar que había truco e incluso, por la precisión con que se desarrollaría la función, ensayos previos. Los dos afortunados eran una muestra evidente del tipo de hombres a los que rendía culto el club. Uno era un ejemplar de oso fornido, peludo y barbudo, y el otro un gordito maduro de culo respingón. Con ambos habrías de habértelas en vivo y en directo… o ellos habérselas contigo. Pasaron al interior para los preparativos y, mientras el speaker caldeaba el ambiente con sus arengas, del techo se descolgaron unas anillas y un sling. Simultáneamente, del suelo surgió una cama cubierta por una satinada tela y con una ligera inclinación hacia la sala.
 
La luz de hizo más matizada y reapareciste tú entre grandes ovaciones. Esta vez llevabas una bata negra satinada que solo te llegaba hasta las ingles, lo que permitía vislumbrar la mínima pieza que velaba tu sexo. Te acercaste al personal y te dejaste arrebatar la bata. Lo que quedó fue un jock-strap que tapaba algo más por delante, pero que dejaba el culo al aire. No te sustrajiste a algunas caricias más o menos atrevidas, pero pronto volviste al centro del estrado. Surgieron por cada lado los dos partenaires seleccionados, únicamente ya con jock-straps similares a los tuyos. Los tres resultabais a cual más apetitoso, aunque en desinhibición y osadía te llevabas la palma. Formasteis una piña y, sobándoos los culos, os fundisteis en un intenso besuqueo a tres, haciendo bien visible el entra y sale de lenguas. Una tensa expectación dominó el ambiente, pendiente del sexo en vivo que se empezaba a ofrecer. Ello permitió a su vez que pudiera llegar a oírse la música sicalíptica que acompañaba al espectáculo. Sin deshacer del todo el abrazo, te fuiste deslizando hasta quedar de rodillas frente al oso. Te encaraste con la delantera del jock-strap hundiendo el perfil y mordisqueándola. Mientras tanto el gordito aprovechaba para restregarte su paquete por la espalda y  la nuca.
 
Te apartaste de los dos y agarraste las argollas que colgaban. Separando las piernas, en posición de aspa, te removías incitante. El oso te abordó entonces por delante para estrujarte las tetas y morderte los pezones. El gordito aprovechó para ponerse a lamerte el culo y a meter una mano entre tus muslos sobándote la delantera. Haciendo que soltaras las argollas, el oso te sujetó los brazos a la espalada en una llave de lucha libre y te acercó al público. El gordito empezó a sobar y estrujar tu paquete hasta que el elástico tejido fue estirándose a causa de tu empalme. Se oyeron gritos: “¡Fuera! ¡Fuera!”, y no es que pidieran que saliera nadie, sino que animaban al gordito a destaparte. Inmovilizado como estabas, fingiendo vergüenza, parecías resistirte, pero de un tirón el jock-strap cayó hasta el suelo y tu polla apareció tan insolente como al final del striptease. No por ello fue menor el delirio del personal.
 
Cuando lograste desasirte de la llave del oso, el gordito trató de huir, pero, tras una vodevilesca persecución polla en ristre por tu parte, lograste atraparlo y lo tiraste de bruces sobre la cama, que fue moviéndose para una adecuada visión del redondo culo y de lo que había de venir. El oso ayudó manteniéndole sujetos los brazos, mientras dabas palmadas que le arrancaban cómicos quejidos. “¡Que lo folle! ¡Que lo folle!”, surgió del inmisericorde público. No te hiciste de rogar y, blandiendo la polla como si brindaras la faena, la restregaste en varios pases por la raja del culo. Pero el público insistía con mayor vehemencia, así que te clavaste al fin cogido a las caderas del gordito para hacer fuerza. Bombeabas y el inicial lamento del follado se fue tornando en murmullos de gusto. No era cuestión sin embargo de llegar a las últimas, de manera que, cuando la concurrencia pareció darse por satisfecha, sacaste la polla tan tiesa como había entrado.
 
Liberado el gordito, había de tomarse la revancha. Con el oso ahora de nuevo de su parte, te atraparon mientras saludabas. Te voltearon entonces sobre el sling y, entre los dos, levantaron brazos y piernas ligándolos por muñecas y tobillos a las cuatro correas laterales. Quedaste con la cabeza colgando y, por el lado opuesto, con la raja del culo levantada y coronada por los huevos y la polla que seguía inhiesta. El sling iba girando para que pudieran contemplarse bien todas las fases de lo que, sin duda, constituiría el plato fuerte del espectáculo. Se fue produciendo un silencio expectante, cubierto por un redoble de tambores anunciando el más difícil todavía. El gordito, que en ningún momento se llegó a desprender de su jock-strap, se cogió de tus pantorrillas y se puso a mamártela cadenciosamente. A su vez el oso se colocó detrás de ti, se quitó el calzón y, sujetándote la cabeza, te metió la polla en la boca. Cuando estuvo bien encajado, pasó las manos a tus tetas para pinzarte los pezones. Iba moviendo la pelvis y tú chupabas con fruición. Como la polla adquiría la dureza conveniente, el gordito cambió de tarea y se centró en jugar con tu raja, abriéndola y cerrándola en plan demostración y, de paso, dándole lametones. Hubo al fin un intercambio. El gordito se puso detrás para hacer de tope y el oso ocupó el espacio entre tus piernas. Primero, esgrimiendo su polla, la acercó a la tuya como comparando. Lo que la de él tenía de más larga la tuya lo tenía de mas gorda. Pero el momento culminante llegó cuando la fue resbalando y de un solo impulsote la metió entera. Ver a su ídolo así ensartado desató la locura en el público. Contaban coralmente las arremetidas que ibas recibiendo: “una…, dos…, tres…”. Y si el sling no salía disparado era por la firme sujeción del gordito. Tal fue la excitación que embargó a toda la sala que el propio oso, probablemente fuera del guión, dio todos los síntomas de haberse corrido. Al salir, algo atribulado en medio de las ovaciones, recuperó su jock-strap.
 
Desde luego, una vez follado, no te iban a dejar allí colgado. Así que gordito y oso te soltaron y te ayudaron a saltar del sling. Y la gloria fue completa para ti exhibiendo tu cuerpo tan intensamente trabajado. Parecías contagiado de la exaltación reinante y querías elevarla al máximo concentrada en ti. Acercado a las  barras separadoras te ponías de espaldas y te inclinabas luciendo la raja de culo, tan recientemente profanado. No te importó, sino que más bien lo buscabas, que te manosearan, hasta el punto de que tu polla, algo alicaída después de lo sufrido, se volvió a endurecer con tanto contacto cariñoso.
 
Pero aún te faltaba ofrecer un último gesto de entrega. Subido de nuevo al estrado para quedar bien visible, te pusiste a meneártela ostentosamente, lo cual fue acogido como el esperado bis de un recital. Te sobabas el pecho dando al acto una mayor lubricidad y hacías paradas en la masturbación para aumentar la expectación. Resoplabas en una escala ascendente, hasta que el bufido final coincidió con los generosos chorros de leche que disparabas en varios espasmos. Atronaron los aplausos, los gritos y los requiebros, y tú flotabas en una nube.

No sé cómo transcurriría el espectáculo otras noches, pero la vez en que yo asistí fue algo que excedía de cualquier cosa imaginable.

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