jueves, 6 de octubre de 2011

El tendero reciclado

Uno de mis primeros relatos –“El tendero de la esquina”– terminaba con que no lo había vuelto a ver solo en la tienda. Así parecía quedar cerrada la estructura clásica de presentación, trama y desenlace. Efectivamente no volví a verlo en la tienda ni solo ni acompañado. Pero…

Al cabo del tiempo estaba yo haciendo unas gestiones en la oficina de Correos y me pareció verlo entrar. Lo encontré más guapo y apetitoso si cabe, lo me movió a intentar aprovechar la casualidad. No obstante, por si le podía poner en una situación violenta, obré con mucha cautela. Me acerqué a donde estaba, fingiendo ignorar su presencia pero, en una mirada furtiva, capté que él también me había reconocido. Lo saludé discretamente con la cabeza y se me acercó de forma más abierta. Mi dio la mano y parecía que el encuentro le agradaba. Me acordé que se llamaba Enrique y le pregunté qué era de su vida, pues no había vuelto a verlo por el barrio. Respondió que dejó de tener relación con el negocio y que se había divorciado no mucho después de mi visita a la tienda. Esto último lo dijo con sorna y bromeé con que esperaba que no hubiera sido por mi causa. No dio más detalles, pero añadió que había dado un cambio radical. Ahora vivía en pareja con otro hombre quien, por cierto, se parecía mucho a mí, precisó. Aunque me hizo gracia lo del parecido, también pensé que la noticia restaba posibilidades a un nuevo ligue. Sin embargo, y para mi sorpresa, comentó que, ya que se había producido este reencuentro, sin duda a su amigo le haría gracia conocerme, pues le había hablado de nuestra aventura. Me hizo saber además, algo enigmático, que la relación que mantenían era un tanto especial y dejó caer, como para darme una pista: “¿Te acuerdas lo que te pedí que me hicieras con la tablilla?”. Enseguida me vinieron a la mente los azotes que tanto había disfrutado. Así que la invitación que a continuación me hizo para que un día fuera a su casa despertó en mí una curiosidad morbosa, unida al deseo de volvérmelas a tener con mi antiguo vecino.

Cuando llegué me extrañó que estuviera solo el amigo esperándome cubierto por un batín de estar por casa. Se presentó como Ignacio y enseguida me aclaró que Enrique había salido a un recado y no tardaría en volver. Desde luego éramos bastante semejantes, los dos con barba canosa, aunque él algo más grueso. Me preguntó si me apetecería un güisqui, pero preferí esperar a que estuviéramos todos. Me hablaba de su pareja con una condescendencia cariñosa e ironizó con que ya sabía que yo había sido uno de sus corruptores gracias a los cuales había acabado cayendo en sus manos. Pero de momento solo sus expresivas miradas y las aberturas al descuido de su batín daban a entender la deriva sexual que tendría la cita.

A los pocos minutos efectivamente apareció Enrique. Lo primero que me sorprendió fue que la actitud decidida y vitalista que lo había caracterizado había cambiado por completo a otra de sumisión. Pues, tras un tímido saludo, se quedó parado ante nosotros indeciso. Hice el gesto de levantarme para corresponder al saludo, pero Ignacio me retuvo y ordenó: “Anda, bésanos y sé complaciente con nuestro invitado”. Me chocó el tono imperativo, pero ya intuí de qué iba la “relación especial”. Obediente, Enrique primero besó en la boca a Ignacio, quien le metió largamente la lengua, y luego se me ofreció y actué de igual manera. Pero aún se recreó echándome los brazos al cuello y yo me ceñí a su cintura desde el sillón donde me encontraba, ante la mirada complaciente de Ignacio. Cuando nos soltamos y Enrique se incorporó, Ignacio le metió mano en la entrepierna: “Seguro que ya se te ha puesto dura”. Me integré en el juego y también toqué. En efecto, noté la tensión que se marcaba en la bragueta, pareja a la que yo empezaba a sentir en la mía. Todavía me daba corte actuar por mi cuenta, así que miré a Ignacio, quien tácitamente otorgó. Bajé la cremallera a Enrique y le saqué mi antigua conocida, ya en todo su esplendor. Así quedó de momento, porque Ignacio intervino: “Estás a punto para traernos unos tragos”. Como un autómata y dejándose la polla fuera, Enrique fue hacia la cocina. Ignacio me dijo entontes: “¿Qué te parece si nos desnudamos? Yo lo tengo fácil. Luego se lo haremos a él”. Se quitó la bata y mientras yo me desvestía me observó atentamente. Pude confirmar la buena impresión que me había causado, y más al ver que su bastante considerable verga se le iba alegrando. Como la mía ya apareció en buena forma, no se abstuvo de darme, divertido, unos toquecitos.
 
Regresó Enrique portando una bandeja con dos vasos de güisqui con hielo. Seguía con la polla asomando por la bragueta y era evidente que le excitaba la situación. Pregunté si él no bebía, pero Ignacio replicó que tenía mejores cosas que hacer. Se nos acercó y, manteniendo la bandeja en alto, se ofreció para que le abriéramos la camisa y le bajáramos los pantalones. Confirmé lo buenísimo que estaba y aproveché para sobarlo un poco. Ignacio sin embargo tenía otros planes: “Danos los vasos… y ya sabes lo que tienes que hacer”. Una vez dejada la bandeja, Enrique acabó de quitarse la camisa y los pantalones y, arrodillándose ante nosotros, se puso a mamárnoslas alternativamente mientras saboreábamos el güisqui. El morbo que me daba aquello era tremendo y no dejaba de admirarme de la transformación que había experimentado el antiguo tendero. “Ya que estás agachado enseña el culo. Seguro que a nuestro amigo le trae buenos recuerdos”, intervino Ignacio. A cuatro patas se giró y mostró su generoso trasero; solo que revelaba una poco natural coloración bajo la suave pelusilla. Evidentemente tenía arraigado el gusto por los azotes. No me resistí a acariciarlo y palpar los huevos colgantes.
 
“Ya va siendo hora de que participes en algunos de nuestros juegos favoritos”, me dijo Ignacio. Los tres nos dirigimos a una habitación con aspecto de trastero y con un gran espejo en una de las paredes. Como precalentamiento, nos metimos mano y besamos un rato, ahora sin hacer distinciones. A continuación pusieron en marcha su numerito. Enrique, mansamente, se dejó colocar unas esposas forradas de piel e Ignacio tomó el extremo de una gruesa cuerda que corría por una polea sujeta al techo y lo enganchó al medio de las esposas; fue tirando del otro tramo de la cuerda hasta dejar suspendido a Enrique solo apoyado en el suelo por el antepié. Lo curioso era que su expresión denotaba satisfacción y que su erección se mantenía firme. Ignacio, cuya manipulación también lo había alterado, pues su verga no estaba menos peleona, me atrajo entonces y dijo: “¿Te parece que lo pongamos cachondo metiéndonos mano tú y yo? Luego nos ocuparemos de él”. La verdad es que, además del deseo que me inspiraba Enrique en su estado de entrega, también me apetecía catar la voluminosa polla de Ignacio. Así que, tomándole la palabra, lo agarré de las caderas y se la atrapé con la boca, donde apenas me cabía entera. Me sujetó la cabeza controlando mis chupadas, hasta que me hizo subir y cambiamos posiciones. Ahora me excitaba aún más al ver cómo Enrique se tensaba con el espectáculo y las gotitas en la punta de su polla humedecida. Realmente lo habíamos puesto a tono y estaba a la espera de que nos ocupáramos de él.
 
Reconfortados con la mutua mamada, dimos ya rienda suelta a nuestros juegos con el colgado. Ignacio me cedió la delantera y se puso detrás para sujetarlo. Pero lo sujetó hasta tal punto que, por el estremecimiento en el cuerpo de Enrique, tuve claro que, sin más preámbulo, le había clavado el pollón en el culo y así se quedó, agarrado de la cintura, como un buen tope para facilitar mis manejos. Ahora pude liberar las ganas que le tenía a Enrique quien, acomodado ya a la intrusión trasera, se ofrecía a mis sevicias. Quise hacerle un repaso general con manos y boca. Le estrujaba las ricas tetas arremolinándole el vello y disfrutaba endureciéndole los pezones con mis succiones. Jugueteaba con la lengua sobre la oronda barriga y la metía en el ombligo provocándole cosquillas. Su bajo vientre, que enmarcaban los recios muslos tensados por el equilibrio que había de hacer sobre la punta de los pies, se me aparecía como una delicia. Con una mano sujetaba la polla dura y mojada, mientras con la otra apretaba los huevos. Por fin me la metí en la boca saboreándola con fruición. Que Ignacio siguiera ahí detrás, con ligeros movimientos de bombeo, daba más emoción a mis chupadas. Enrique se agitaba al recibirlas y, aunque de buena gana tanto él como yo hubiéramos llegado al final, una vez más terció Ignacio: “Vamos a salirnos y que se quede con las ganas. Aún lo necesitamos enterito”. Se apartó del culo con un sonido de descorche y Enrique se derrengó, con lo que lo solté de mi boca.
 
Ignacio hizo girar a Enrique y me lo presentó de espaldas: “¿Te apetece trabajarlo? El muy vicioso lo está deseando y así descanso yo”. Sacó una tablilla mucho más profesional que la que yo había utilizado en aquella lejana ocasión pues, aparte de la forma de raqueta alargada, la madera estaba cubierta por una capa de caucho con rugosidades. Si no hubiera sido porque recordaba que él mismo me instó a que lo azotara, ahora me habría apiadado de ese hermoso culo ya señalado por recientes asaltos. Pero como entonces, la forma en que, pese a su equilibrio inestable, se esforzó para resaltar su trasero poniéndomelo disponible me libró de cualquier miramiento. Bajo la libidinosa observación de Ignacio, comencé las descargas. Enrique se balanceaba emitiendo suspiros. Sin embargo, a medida que subía la rojez de los cachetes e incluso aparecían puntitos aún más marcados, flaquearon mis fuerzas y no pude continuar. El incorregible Ignacio terció riendo: “Me temo que te gusta demasiado su culo y preferirías follártelo”. En verdad me había adivinado el pensamiento. “Pues entonces vamos a cambiar de ambiente. Ya hemos estado aquí bastante. Además todos hemos cargado mucho el depósito y necesitamos una buena corrida”. Entre tanta verborrea Ignacio iba descolgando y liberando de las esposas a Enrique quien, tambaleándose, buscó apoyo en mí.
 
Con los últimos acontecimientos yo me había aflojado bastante, cosa que no le escapó a Ignacio cuando llegamos al dormitorio y enseguida hizo su planificación: “Verás qué pronto te animas”. Enrique hubo de ponerse boca arriba en la cama con medio cuerpo fuera, en tanto que yo también subido pero erguido y con un pie a cada uno de sus lados le mantenía levantadas las piernas sujetando los tobillos. Todo para que Ignacio tuviera a su alcance a la vez el culo de Enrique y mi polla. No tardé en volver a excitarme al ver cómo Ignacio se ponía a frotar su potente verga sobre los huevos y la polla de Enrique, que también empezó a animarse. A su vez, con un decidido gesto dio alcance con la boca a la mía, que respondió a su húmedo calor. Deslizó su tranca hasta alcanzar el agujero de Enrique donde se clavó de golpe, como ya había hecho antes. Al mismo tiempo que bombeaba me iba chupando la polla y, entre las succiones y ver como entraba y salía del culo de Enrique, llegó a ponerme a cien. Viendo el resultado, Ignacio me indicó que soltara las piernas de Enrique, que por la inercia siguieron levantadas dobladas por la rodilla, y que bajara de la cama. Se salió del culo y me cedió el puesto. “Te lo he dejado calentito”. Yo iba tan salido que no dudé en meter la polla, con unas ganas enormes de correrme ya. Ignacio, a mi lado, se la meneaba, excitado viendo cómo me follaba a su hombre, que a su vez parecía disfrutar con tanto trasiego en su culo. Con mi cabeza entre los muslos de Enrique en los que me apoyaba, mientras su polla y sus huevos saltaban por mis arremetidas, me vacié sintiendo un gran alivio. Nada más terminar yo, Ignacio hizo girar a Enrique para que quedara boca abajo y volvió a clavarse en él. Tras un enérgico bombeo ya no tardó en correrse.
 
¡Pobre Enrique!, pensé, con el culo dolorido por fuera y lleno de leche por dentro merecía una compensación. Y se la dimos. Tumbado como seguía en la cama, Ignacio se subió y arrodillado detrás de su cabeza se inclinaba para morrearlo y comerle las tetas. Entretanto yo tomé posesión de su polla que, al entrar en mi boca, se fue dilatando. Alterné chupadas y masturbación, hasta que le salió un chorro que se expandió sobre su barriga.
 
Lo curioso del fin de fiesta fue que, una vez los tres desfogados, Enrique se reconvirtió en el hombre afable y echado para adelante que había conocido, incluso cuando le encontré en Correos. Reponiéndonos los tres sobre la cama, radiante de satisfacción me susurró: “Ya ves cómo Ignacio realiza mis fantasías. Por eso lo quiero tanto”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario