sábado, 22 de octubre de 2011

El placer del tacto

De vez en cuando voy a una sauna en la que predominan los hombres maduros. Una tarde me pasé por allí más por rutina que por una imperiosa necesidad de folleteo. Nada más llegar, y mientras me quitaba la ropa, asomó por el vestuario un tipo gordote, no demasiado de mi gusto por su escasez de vello corporal, pero con unas acogedoras tetas y una boca de lo más prometedora. Noté que me echaba el ojo, aunque todavía tenía que hacer mi ronda de inspección. Así que, tras ducharme, estuve un rato en la sauna seca y en la de vapor, donde ya había cierta actividad aprovechando la penumbra. No me interesó integrarme y me trasladé al llamado cuarto oscuro, con la mínima iluminación para no chocarse. Había algunos metiéndose mano y pronto me localizó el que vi al principio. Se me arrimó y empezó a besarme, bajando con su boca por mi cuerpo hasta quedarse de rodillas. Era claro lo que ambos deseábamos, de modo que se puso a chupármela con gran eficiencia.

Hago un inciso para aclarar que en la sauna abunda el tipo “mamón”. Y no utilizo en absoluto el término en sentido peyorativo, sino meramente descriptivo. Se trata de aquellos cuya satisfacción sexual se centra en chupar pollas, sin buscar el ser correspondidos. Hay variantes, como los que, mientras, se la menean o bien se conforman con ser tocados. Pero un rasgo común de su afición es que saben producir placer con maestría y perseverancia. Era el caso del que se ocupaba de mí, que me puso la polla al rojo vivo de excitación. Sin embargo le pedí que parara, pues no quería correrme tan pronto y le prometí que más tarde lo buscaría para que completara la faena.

Salí a deambular por los pasillos y recuperarme del sofoco. En estas y estas había por allí un maduro de los que me gustan a rabiar. No me era desconocido, porque en otra ocasión me había ocupado de él. Aquí procede de nuevo explicar otra modalidad que también frecuenta las saunas. Son hombres, seguramente casados, que no reconocen que les atraen los hombres, aunque sí les gusta lo que les hacen los hombres. Muestran así un talante distante, pero no es difícil captar lo que buscan. La primera vez que encontré al individuo en cuestión evidentemente me atrajo enseguida y tanteé las posibilidades que se presentaran. Entró en la sauna y al poco lo seguí. Había poca gente ese día, por lo que estábamos solos. Ya tenía desplegada su táctica, muy típica de estos casos por cierto. Sentado en un banco superior, un poco escurrido hacia delante y con los ojos aparentemente cerrados, se abría de piernas de modo que se le vieran polla y huevos bajo la toalla aflojada. A mi vez me senté enfrente en bajo y contemplé la oferta, que estaba muy clara. Me acerqué y empecé a acariciarle los muslos. Él se dejaba hacer en absoluta inmovilidad. Pasé a recorrer el cuerpo y me deleité con sus tetas. Pero resultaba evidente que su pretensión era que me ocupara de su polla. Era tan apetecible que me afané en sobarle y lamerle la entrepierna. La polla se le endureció y se la chupé muy a gusto. Sin embargo, su actitud meramente pasiva, como si la cosa no fuera con él, llegó a chocarme y neutralizó mi excitación. Por eso, aprovechando que entraba alguien, me detuve y me quité de en medio. Me sabía a poco, pero no iba a conseguir mucho más. Con ese precedente, al verlo de nuevo, me conformé por tanto con contemplar lo bueno que estaba.


Al cabo de un rato volví a inspeccionar el cuarto oscuro. Había mucha calma pero se oían unos rumores. En uno de los recovecos más discretos se notaba actividad sobre un camastro. Casi a tientas palpé y se trataba de un cuerpo de pie sobre el lecho, apoyado en la pared lateral. Bajo él, otro le chupaba la polla con ansiedad. Mi manoseo no fue rechazado sino que pareció aumentar la excitación del que estaba levantado. Por el tacto no tardé en saber que era precisamente el que me gustaba tanto. La situación me puso muy caliente y me dio alas para tocar y sobar a placer. Con ambas manos iba recorriéndolo por los muslos, el culo, la barriga y el pecho. Disfrutaba sintiendo sus carnes con el fino vello que las cubría. Le amasaba las tetas y el culo, estirando para abrirle la raja. Le cosquilleaba en el ojete y los huevos, dejándose él hacer. Cuando el que le chupaba la polla se tomaba un respiro, se la toqueteaba, dura y mojada. A mis manos que no cesaban de magrearlo se transmitían los grados en que iba creciendo su ardor. Por fin soltó algunos bufidos indiciarios  de su corrida. Al retirarse el otro, que no llegué a saber quién era, volví a coger la polla, ahora pringosa. Bajo de la cama y como una exhalación se dirigió hacia las duchas. Fui tras él y me recreé contemplando cómo se remojaba y enjabonaba. Lavaba con especial atención el instrumento del placer, aún medio hinchado, sin el menor recato ante mis miradas, sin duda consciente de mi colaboración.

Fue pues un lance en que, solo con el sentido del tacto, me había excitado de una forma tremenda. Ahora sí que me venía bien volver a encontrar a mi cariñoso “mamón”. No me costó hacerlo y enseguida se mostró dispuesto a acogerme de nuevo en su generosa boca. Los dos gozábamos a nuestro modo con sus hábiles e insaciables chupadas. Se sintió recompensado de sus esfuerzos cuando logró que lo llenara con mi leche recalentada.

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