lunes, 24 de octubre de 2011

Complejos

En la sauna de maduros encontré también una pareja muy curiosa. No muy altos y regordetes, uno era más bastote, de tetas velludas y culo orondo; el otro, algo más esbelto, tenía unas formas y una distribución pilosa, con una barbita de pocos días, que me lo hacían más atractivo. Éste parecía controlar a su compañero a distancia y lo seguía cuando aquél se adentraba en el vapor o el cuarto oscuro. En este último, procuré acercarme al que me gustaba más y me puse a acariciarle la espalda y seguir hacia abajo por dentro de la aflojada toalla. Como se dejaba hacer, quise ampliar el sobeo y le propuse que fuéramos a una cabina. Me contestó que tenía que ser con los dos e imperiosamente avisó al otro de que viniera con nosotros.


Nada más entrar en la cabina, el más brutote se quitó la toalla y puso el culo en pompa apoyado en la cama, con una oferta muy evidente. Pero su amigo impuso orden y me despojó de la toalla. “Vamos a obligarlo a que te la chupe”. Tomó de los hombros al otro, hizo que se girara hacia mí y lo empujó para ponerlo de rodillas. Sujetándole la cabeza, la llevó a mi polla, que se metió en la boca con un efecto de succión. Mamaba de maravilla, dirigido para que llevara el ritmo adecuado. Yo, para aumentar mi excitación, le iba metiendo mano en cuanto se ponía a mi alcance al que llevaba la dirección, que seguía con la toalla a medio bajar. Cuando consideró que estaba a punto de caramelo, dio la orden de cesar en la chupada. Su hombre, obedeciendo, volvió entonces a la posición inicial y presentó el culo. Desde luego era muy tentador, de carnes prietas y peludo. El maestro de ceremonias, a dos manos, le abrió la raja para que pudiera disponer a voluntad de culo tan bien dispuesto y cuyo poseedor parecía impaciente por ser penetrado. El agujero era ancho y caliente, y daba gusto estar ahí dentro. Follé con desenvoltura animado por gruñidos voluptuosos. El otro no perdía de vista mis arremetidas, y ora acariciaba la espalda del follado, ora me cosquilleaba los huevos.
 
Me faltaba poco para correrme, pero una vez más hubo cambio de planes. “Ahora que te ha dejado el culo contento, te vas a beber su leche, ¿verdad, cariño?”. El interpelado, tras un resoplido al sacarse mi polla, dócilmente quedó a la espera de instrucciones. De buena gana, lo que yo habría hecho era cepillarme también al que más querencia me inspiraba. Pero él iba a lo suyo y ni siquiera dejó que le quitara del todo la toalla. No obstante yo persistía en echarle mano a la rabadilla y bajar todo lo posible, pues el tacto de su pelusa me provocaba. Hizo que me recostara cómodamente y llevó al otro a inclinarse sobre mi polla. “No pares hasta tragártelo todo”. Poco le costó conseguirlo porque, entre las vigorosas chupadas y lo cargado que ya iba yo, no tardé en descargar en su boca y él engullía la leche a medida que me vaciaba. Todavía relamiéndose se irguió completamente empalmado. Amorosamente su colega le ciñó la cintura con un brazo y, con la mano libre, le hizo una paja. Empezó a ronronear y acabó soltando un buen chorro sobre mi vientre. El maniobrero, para mi sorpresa, se lanzó entonces a lamer la leche que me resbalaba.
 
Aproveché ese momento para arrebatarle la toalla que había insistido en conservar todo el rato. Por fin estaba completamente desnudo y pude averiguar el motivo de su pudor. Tenía una polla pequeñita e inerte, que no se atrevía a lucir. Sin embargo lo agarré y, mientras le sobaba el culo al completo, se la meneé con dos dedos hasta hacer que se derramara en mi mano.
 
Así llegué a entender el singular reparto de trabajo con que funcionaba la pareja. El de la polla pequeña, acomplejado, se encargaba no obstante de buscar otra más idónea para satisfacer los furores de su compañero, y así disfrutaban juntos.

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