martes, 27 de septiembre de 2011

Una familia nada convencional

Un antiguo colega más joven que yo, al que había ayudado en sus comienzos profesionales, se puso en contacto conmigo. Habíamos perdido la relación hacía tiempo, pues él pronto estuvo trabajando en otro  país, aunque yo guardaba un grato recuerdo. Me gustaba mucho, pero entonces no se daban las condiciones para llegar a conocer sus inclinaciones. Me contó que se había casado allí y precisamente habían regresado para pasar el verano con un tío de ella  que tenía una gran casa en la playa. Me propuso que aprovechara para pasar al menos un fin de semana con ellos. Como me hacía gracia volver a verlo, no dudé en aceptar.

Me había dado la dirección en una zona costera que no conocía y mi primera sorpresa fue llegar a una urbanización que se anunciaba como nudista. Al adentrarme con el coche buscando la casa, efectivamente comprobé que las personas que iban por la calle prescindían de cualquier vestimenta. Llamé a la puerta intrigado por lo que podía encontrar. Me abrió una mujer bastante joven y de buen cuerpo que mostraba su completa desnudez con toda naturalidad y me dio un par de besos. “Te estábamos esperando, pasa”. Ante mi expresión de perplejidad, añadió riendo: “No me digas que Rafa no te había dicho nada… Pues voy a llamarlos”. Ni se me ocurrió soltar la bolsa de equipaje en el suelo pensando en lo que iba a venir. Enseguida volvió ella flanqueada por los dos hombres tan desnudos como ella. En escasos segundos constaté la catadura de ambos. Rafael era ahora mucho más atractivo que como lo recordaba, claro que nunca antes lo había visto así. La madurez le había sentado muy bien y había redondeado sus formas que se mostraban generosas.


En cuanto al tío de su mujer, más o menos de mi misma edad, también exhibía un aspecto harto saludable y lo que llegó a llamarme la atención en mi visión fugaz fue una polla que, aún flácida, superaba en mucho la media. Rafael me abrazó como si nada y se me puso la piel de gallina al sentir la suya contra mí, aunque yo estuviera vestido. “Perdona que no te haya puesto al corriente, pero pensé que te gustaría la sorpresa… Ya sabes que en el extranjero se cogen costumbres raras”, bromeó. Lógicamente hice como el que está de vuelta de todo. Me presentaron al dueño de la casa, quien muy cordialmente también me estampó un par de besos. Ganas me dieron de estrecharle no precisamente la mano.

Una vez superado el impacto inicial, mientras Gerta y Erik preparaban la comida, Rafael me acompañó a la planta superior para colocar mis cosas y si quería refrescarme un poco. De paso también aprovecharía para ilustrarme sobre las costumbres de la casa. Una nueva sorpresa fue que se trataba de un espacio único, presidido por dos grandes camas juntas tipo americano. A un lado se hallaba la zona de baño, con una amplia ducha y un sofisticado jacuzzi. Mi expresión provocó otra vez una sonrisa a Rafael: “Ya ves que aquí lo compartimos todo sin tapujos… Te acabará gustando”. Me dejó para que me acomodara y bajara cuando estuviera listo. Me pareció bastante claro lo que significaba ese “listo” y, bajo una rápida ducha, hice mi composición de lugar: Mi problema no era de pudor, sino que, por la falta de costumbre, se me descontrolara alguna reacción física a causa la vista y el contacto con los dos varones, en contraste con la naturalidad reinante. Claro que, al haber también una mujer, la cosa podría tener una cierta ambigüedad y, en todo caso, serían comprensivos. Bajé pues y, como era de esperar, no produje ningún impacto. La comida, al estar la mesa de por medio, transcurrió con bastante tranquilidad. Desde luego, pese a la animada charla, no dejaba de valorar en mi interior la buena pinta de lo que se me ofrecía a la vista, sobre todo cuando se levantaban para traer alguna cosa.
 
Para tomar el café la situación varió. Erik, el tío, puso una música suave y se repantigó en el que sin duda era su sillón favorito. Rafael y Gerta ocuparon el sofá contiguo y yo, una butaca frente a todos. Preventivamente crucé las piernas aparentando relajación y dispuesto a arrostrar los peligros. Y vaya si los hubo… Para empezar Erik  cerró los ojos y su sobrina lo disculpó: “Siempre da unas cabezadas, pero le gusta que haya gente hablando”. Pero el casó fue que, en su plácido sueño, se le produjo una  creciente erección que, en su caso, resultaba ostentosa. Mi inevitable mirada solo dio lugar a una sonrisa de los otros dos, como diciendo que son cosas que pasan.


Procuré desviar la vista y concentrarme en ellos. Pero ahí la cosa también tuvo su qué, porque cuando me contaban cómo se conocieron se pusieron de lo más cariñosos. Si con ropa ya habrían resultado expresivos, al desnudo eran toda una exhibición. No solo se daban besos, sino que se toqueteaban a la brava. Si él le acariciaba a ella un pecho, ésta le correspondía pellizcándole un pezón –bien apetitoso, por cierto–. No se privaban de tocarse mutuamente la entrepierna y, claro, el efecto en él era más vistoso. Se me llegaron a hinchar las pelotas –en el sentido figurado y en el real– y ya no tuve el menor reparo en descruzar las piernas y no ocultar los estragos provocados en mi anatomía. “Pobre… Nos estamos pasando antes de tiempo”, fue el comentario risueño de Gerta. Remachando lo enigmático de la alusión temporal con un “todo se andará”, Rafael se puso de pie y cambió de tema. Con la polla morcillona aún casi frente a mis ojos, planificó la tarde. 
 
Como Gerta y su tío tenían clase de música –él era profesor en la urbanización y ella aprovechaba para no perder la práctica con el piano–, me propuso que diéramos una vuelta por la playa. Equipados tan solo con unas chanclas y una toalla al hombro, Rafael y yo enseguida estuvimos cerca de la orilla. Nada que reseñar de lo típico de una playa nudista, salvo el recreo que siempre supone para la vista y más con lo bien acompañado que estaba. No dejaba de asombrarme la transformación que se había operado en la forma de vida del joven tímido –aunque ya entonces muy atractivo– que había conocido. Después del chapuzón nos tendimos en las tollas uno al lado del otro. Me explicó que estaba muy satisfecho de haber ido a parar a una familia tan libre y espontánea, sin tabúes de ninguna clase entre ellos. Añadió que esperaba que, aunque fuera por unos días, yo disfrutara con ellos, manifestándome tal como me sintiera. ¿Era esto último una pista de que intuía mis inclinaciones? Desde luego, si me hubiera dejado llevar por mis instintos, allí mismo la habría hecho una mamada. Pero al no ser el momento ni el lugar, me conformé con recordar su anterior expresión de “todo se andará”. Para llenar el tiempo me llevó a un bar con una muy bonita decoración, donde por supuesto todo el mundo iba desnudo y pude ojear, por cierto, a más de un tipo impresionante. 
 
Cuando volvimos a la casa ya estaban Gerta y Erik con la temprana cena preparada. Todo transcurrió de forma similar a la comida y yo me empezaba a sentir más relajado. Al terminar salimos a tomar una copa a la terraza y contemplamos la puesta de sol junto a un faro. Aún me gustó más retroceder con la excusa de ir a coger algo y poder contemplar los hermosos culos de los apoyados en la balaustrada. Erik fue luego a poner una música bailable y el matrimonio no tardó en aprovecharla. Me resultaba curioso y a la vez excitante verlos bailar así con los sexos muy pegados. Me sorprendió que Erik, con una especie de parodia versallesca, me reclamara como pareja. Le seguí el juego ya dispuesto a asumir las consecuencias. Porque era inevitable que así abrazados nuestras pollas se llegaran a tocar. Pero no dejó de tranquilizarme, a la vez que ponerme cachondo, que ambas se fueran endureciendo al unísono. ¡Y vaya si el espadón de Erik se apretaba contra mí, presionando para entrar en la entrepierna y levantándome los huevos! Así que al menos el tío era de mi cuerda…, o se amoldaba a lo que tuviera entre manos.

Hubo un cambio de parejas y me correspondió Gerta. Como todavía me duraban los efectos del fregoteo con su tío, no quedé en mal lugar, pues también ella se ceñía estrechamente a mí. Sentía curiosidad por observar qué pasaba con los otros dos, pero salvo que bailaban también muy juntos, no pude captar la reacción en los bajos de Rafael. Por fin me tocó tenerlo en mis brazos y, al acercárseme, se me aceleró el corazón, al ver que venía empalmado. Con toda naturalidad se pegó a mí y nuestras pollas entrechocaban al ritmo de la música. En mi embeleso me musitó al oído: “Así es como funcionamos… ¿no te parece maravilloso?”.

Tras este tórrido preludio, la noche se presentaba abierta a cualquier género  peripecias. Excitados evidentemente los cuatro, cada uno a su manera, subimos al dormitorio. La unión de las dos anchas camas prometía de todo menos reposo inmediato. Supuse que una nos correspondería a Erik y a mí, como así fue en un principio, pues luego se volvió todo mucho más fluido. Nada más tomar posiciones, de nuevo Gerta y Rafael marcaron la pauta. De los abrazos y besos revolcándose no tardaron en pasar a la jodienda. Rafael, erguido sobre las rodillas y subidas las piernas de Gerta sobre sus hombros la follaba entrando y saliendo con vehemencia, al tiempo que nos dirigía miradas de complicidad. Distraído como estaba yo a dos palmos de la pareja, no había prestado atención a los movimientos de Erik, a quien de repente sentí amorrado a mi polla. Chupaba de una forma magistral y, para completar mi placer, alargué una mano para acariciar el culo basculante de Rafael. Entonces éste, tan complaciente, cedió su puesto a Erik, cuya gran polla se encajó en el coño de Gerta, y me ofreció la suya, que saboreé húmeda y salada. Con una contorsión de cuerpos, el pollón de Erik pasó a la boca de Gerta, cuyo coño era lamido por el tío. Rafael a su vez, sin abandonar mi mamada, se volcó sobre mi polla meneándola y chupándola. Me sumieron en tal frenesí que ya no sabía qué polla entraba en mi boca, que también encontraba un chocho para libar. Mi sexo asimismo iba siendo trabajado con diversos estilos. Llegué a tal nivel de excitación que tuve que avisar que ya no aguantaría más. Comprensivos ante lo que tal vez para ellos era una rendición prematura, se calmaron y se regocijaron con mi frenética masturbación. Cuando me hube vaciado me acariciaron con mimo. Vencido por el cansancio y la emoción, acabé dormido como un tronco, ajeno a lo que siguiera aconteciendo a mi alrededor.
 
A la mañana siguiente, aunque me desperté temprano, me encontré solo en el dormitorio. Pero oí actividad en la planta baja y supuse que eran los preparativos del desayuno. Así que bajé sin preocuparme por la erección matutina que lucía. “Parece que has dormido bien”, fue el saludo de Rafael. Aquel día tenían previsto que lo pasáramos en la ciudad, para que la conociera y así desintoxicarme de tanto naturismo, dijeron. La verdad es que ya le había cogido gusto – ¡y qué gusto!–, pero tenían razón en que no íbamos a estar todo el día dale que te pego y resultaba muy adecuada la visita cultural. Así que nos turnamos en el aseo, todo a la vista por supuesto, y vergonzantemente tuvimos que cubrirnos para adentrarnos en el mundo textil.
 
Regresamos al anochecer cansados y sudorosos. Y a estás alturas ya no me sorprendió a propuesta lúdica de compartir el jacuzzi. Recuperada nuestra desnudez nos fuimos introduciendo y el cálido burbujeo resultó de lo más estimulante. Al borde de la gran bañera había diversos objetos: velas de cera perfumada, aceites, los típicos patitos amarillos de goma…, pero también algún que otro consolador. Gerta, juguetona, cogió uno de estos de regular tamaño y lo lanzó al agua. El artefacto navegó por la tempestad burbujeante hasta que Rafael lo atrapó. Se puso a recorrer con él el cuerpo de Gerta y, ya en las profundidades, sin duda se lo metió, a juzgar por los movimientos de ambos.
 
Erik se desplazó hacia ellos para participar. Se enzarzó en una lúdica lucha con Rafael hasta que, en los intercambios, éste quedó sentado sobre aquél. Rafael se restregaba divertido pero, en un momento dado, llegaron a algo que me produjo un morboso asombro. Porque, por la forma en que Erik se movía y la quietud en que quedó Rafael, no me cupo la menor duda de que lo había penetrado. Me lo confirmó aún más la mirada pícara que me dirigió Rafael, expresiva de la liberalidad de sus comportamientos. Pero el espectáculo no había hecho más que comenzar, para mi deleite y excitación. Gerta –quien ya debía tener asumido que del invitado no le cabía esperar más que contactos de cortesía– se sentó en el borde del yacuzzi con las piernas abiertas, lo que provocó que Rafael se levantara también y, afanoso, le comiera el coño. Como para ello quedó con el culo en pompa por fuera de las aguas, Erik, erguido con su falo a punto, retomó el enculamiento de Rafael. Me maravillaba contemplar cómo aquella imponente verga entraba y salía con total complacencia del receptor.
 
Esto ya me puso como una moto, de manera que me deslicé bajo el arco que formaba el cuerpo de Rafael y lo sobé y lamí a discreción. Mi amigo no fue insensible a mis desvelos y, tras zafarse de la presa de Erik con un meneo del culo, tuvo la deferencia de invitarme a catarlo también. No me lo pensé dos veces y, a punto como estaba, me clavé en el agujero tal vez demasiado dilatado, para mi gusto, a causa de la perforación previa. Pero estaba realizando mi fantasía recurrente desde que volví a verlo de poseer a aquel colega tímido y ya entonces apetitoso de antaño. Él ponía todo de sí y removía el culo incitándome. Entretanto Gerta, sujetando la cabeza de Rafael sobre su regazo con una mano, se auto complacía con la otra. Erik, erguido sobre nosotros y enardecido, se exhibía meneándosela. Era toda una apoteosis de sexo, pero me resistía a ser otra vez la primera baja. Así que frené, desalojé el culo de Rafael y me dejé caer sobre él abrazándolo. En mis caricias di con su polla, con la que empecé a jugar. La presionaba pegándola a su vientre y me encantaba notar cómo iba endureciéndose. Tiré de él para que se irguiera y Gerta, condescendiente, lo soltó. Ahora tenía a mi disposición su magnífica delantera. La tranca de Erik, que se puso al lado, animaba aún más el cuadro. Atrapé la polla de Rafael con la boca y tomé con una mano la de Erik. Chupaba asiendo los huevos y Rafael se entregaba voluptuoso. No descuidaba la frotación en Erik, con la morbosa curiosidad de cuál se correría antes. Pero casi hubo empate, pues nada más sentir mi boca llena, la leche de Erik me cayó sobre los hombros. Yo estaba excitado al límite y, alentado por los manoseos de los dos varones, acabé vaciándome dentro de Gerta, como tributo a su hospitalidad.
 
Fue una noche de dulces caricias colectivas. A la mañana llegó la hora de mi marcha y, tras mostrarnos el mutuo afecto que se había fraguado en tan intensa estancia, me di el gusto de conducir desnudo hasta los lindes de la urbanización, con la mente repleta de ardorosos recuerdos.

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