miércoles, 10 de agosto de 2011

Del balcón a la playa

Pocos días después de las vistas desde mi balcón, me desplacé a una cala donde se practicaba el nudismo y abundaban hombres impresionantes. Me puse medio tumbado en mi toalla, dispuesto a contemplar el panorama. Realmente estaba muy interesante, con individuos solos, en pareja o en grupo de muy buena catadura. A más de uno le tenía ya echado el ojo y fantaseaba con las posibilidades de algún ligue. Me llevé una sorpresa al ver a mi vecino saliendo del agua y lo encontré aún más apetitoso, ahora a la luz del día. Me asombró que, tras reconocerme, se dirigiera directamente hacia mí y se sentara a mi lado, sin preocuparse del contacto de la arena en su cuerpo mojado. Pero sin mayor preámbulo dijo: “¿Por qué no vienes al agua conmigo?”. Pese a lo chocante de sus formas tan directas, me levanté tras hacerlo él y lo seguí, viendo cómo se sacudía la arena del culo. Me guió hacia una zona libre de bañistas cercanos y, en cuanto el agua nos llegó al pecho, me echó mano a la polla. No me había dado tiempo a corresponderle y ya se había zambullido para, en una hábil maniobra subacuática, cogérmela con la boca asido la mis muslos. Era una extraña sensación la que me producía su singular  e intensa mamada, que hubo de interrumpir para subir a la superficie y coger aire. “Ven, sígueme”. Y me condujo hacia un promontorio rocoso que se adentraba en el mar. Allí empezó a trepar y me alargaba una mano para ayudarme.

Alcanzamos un recodo a resguardo de cualquier visión e, inmediatamente, se abalanzó sobre mí. Me lamía con ansia y casi llegó a hacerme daño al morderme los pechos. Para contrarrestar su energía le apreté con fuerza los huevos e, inmediatamente, su polla empezó a endurecerse. Se la agarré entonces, pero él se retrajo, agachándose para alcanzar con la boca la mía. La tenía algo alicaída, por el ajetreo de la subida y el impacto del solitario lugar, aunque, su vigorosa succión me puso a tono enseguida. Satisfecho con el resultado, miró hacia arriba y dijo: “Estoy deseando que me folles”. Como lo veía tan exaltado, quise poner calma. Después de haberme puesto tan cachondo viéndolo en acción de balcón a balcón, ahora que lo tenía a mi alcance me apetecía poder meterle mano a conciencia. Así que le repliqué: “La follada te la habrás de ganar”. Reaccionó, tal vez complacido por mi tono dominante: “¡Claro que sí!, ya sabes que me va la marcha”. Recordé cómo, la otra noche, se había sometido a los ataques del gorila y me subió la excitación. Aunque aquí no disponía de los instrumentos usados por aquél y sólo contaba con nuestra mutua desnudez y algún recurso que pudiera ofrecer la agreste naturaleza que nos rodeaba. Él ya se había arrodillado en actitud sumisa, pero hice que se levantara y quedara con la espalda apoyada sobre una roca. Él mismo, para poner más morbo a la situación, subió los brazos asiendo un saliente con las manos. Pasé de momento de su tentadora verga, tiesa y oscilante, y me lancé con ímpetu lujurioso a besarlo. Pese a su pasividad entregada, nuestras bocas se abrieron a la vez y las lenguas se entrechocaban ansiosas.
 
Tenerlo allí, como adherido a las rocas y ofreciéndose lascivamente, me desató el deseo de chupar y morder. Le estrujé los pechos y succioné con fuerza los pezones, calientes y salados. Mi lengua pasaba de ellos a las axilas, mientras él me incitaba provocador. Me restregaba contra su cuerpo aplastando mi polla en el vientre. La suya me iba golpeando los huevos. Mis manos no paraban de bajar y subir, con sobos, cachetes y apretones. Se las pasaba por detrás y hacía que se arqueara. Por fin caí de rodillas y me enfrenté con su sexo. Vibraba espléndido y deseé aprovecharlo a gusto. Le manoseé y pellizqué los recios muslos, que hice mantuviera separados. Así quedaban bien resaltados los huevos y los aprisioné, para después lamerlos y metérmelos en la boca. Él gemía mientras su polla me daba golpes en la cara. De repente la atrapé con la boca y saboreé el jugo que destilaba. Se mantenía asido a la roca sobre su cabeza, como si realimente estuviera atado a ella, y descolgaba el cuerpo sometido a mis vaivenes. Su excitación era contagiosa cuando miraba hacia arriba y veía su expresión de voluptuosidad. Pasé un brazo para aferrarme a su culo y, con la mano libre, lo masturbé frenéticamente. Se dejaba hacer como si ansiara hacerme su ofrenda. El ardor y los latidos que se trasmitían a mi mano se acompañaron de un rugido que rebotó en el reducto rocoso. El potente chorro chocó contra mi pecho.
 
Aún no me había dado tiempo a incorporarme y él ya se había descolgado. Se abalanzó sobre mí y lamió de mi pecho su propia leche. Con la boca goteante, buscó mi polla, que revitalizó con ansiosas chupadas. “Has tenido un buen precalentamiento, ¿no? Ahora me pondrás el culo ardiendo por fuera y por dentro”. Dicho esto, buscó entre la escasa vegetación y arrancó un junco de buen tamaño. “Irá bien… Y no te cortes, sabes que aguanto”. Sus constantes provocaciones me mantenían en permanente exaltación y me imbuían un deseo salvaje. Él mismo escogió una roca aplanada sobre la que volcó su torso. Con los brazos en cruz y las piernas separadas, su trasero rotundo y peludo era toda una tentación. Aparté de momento el junco y utilicé las manos. Primero acariciaba y sobaba, pero luego palmeaba cada vez con más violencia, gozando con el coloreado de la piel bajo el vello. Por sorpresa le clavaba un dedo en el agujero, causándole un respingo y un afianzamiento de las piernas. Cogí finalmente el junco, que silbaba en el aire cada vez que lo descargaba. Finas líneas rosadas se iban marcando sobre las ya irritadas nalgas. Sus murmullos de aceptación me enervaban pero, a la vez, mi sexo reclamaba una vía de salida. Cesé la fustigación y me abalancé sobre el castigado culo. Lo mordía y abría la raja, repasándola con la lengua cargada de saliva. Metí ahora dos dedos haciéndolos girar. Suplicó: “¡Fóllame ya, ya…!”. Cumplí su demanda y me clavé de un solo impulso. Las habilidosas contracciones que aplicaba a su conducto aumentaban el placer de mis embestidas.
 
Pero la pasión me indujo a buscar una nueva perspectiva. Despejé rápidamente su desconcierto por mi interrupción cuando entendió lo que pretendía. Hice que se girara con la espalda sobre la roca y le levanté las piernas. Sujetándole los muslos, tenía de nuevo su culo a mi disposición. Ahora, a medida que bombeaba, la polla y los huevos se le agitaban volcados sobre en vientre y, además, podía contemplar su rostro crispado enmarcado por las tetas inhiestas. En el colmo de la excitación, grité que me corría. Dicho y hecho, estallé en su interior. “¡Qué caliente!”, medio gimoteó. Para mi sorpresa, antes de que hubiera recuperado el equilibrio sobre mis piernas, con un salto casi felino, ya lo tenía chupándome los restos y conteniendo mi polla en su boca hasta que ésta perdió la dureza. “No hay que desperdiciar nada”, explicó relamiéndose. Se le notaba exultante y ahíto de lujuria. Pero no tardó en asumir el mando. “Vámonos al agua y luego te invito a comer, para celebrar nuestra vecindad”.

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