miércoles, 20 de julio de 2011

Vistas desde el balcón

1.- Unos amigos me habían cedido por unos días un apartamento muy coqueto en un bloque cercano a la playa de una ciudad turística. El único inconveniente era que carecía de aire acondicionado y estaba haciendo un calor sofocante. Aunque estaba fuera la mayor parte del tiempo, por las noches trataba de descansar acostándome desnudo y con todo abierto. En una de éstas, desvelado por el sofoco, salí un rato al balcón. Aunque sólo había una baranda de barrotes separados, la oscuridad preservaba mi intimidad. Como los bloques tenían una arquitectura irregular, me quedaba muy próximo el balcón de otro apartamento. Cuando empezaba a quedarme adormilado, me sobresaltó un ligero ruido proveniente de aquel. Al mirar, vi que había salido una pareja de hombre y mujer. Por la cercanía y la luz de la luna, percibí claramente que ambos se hallaban también completamente desnudos. Ellos se percataron de mi presencia y hasta me hicieron un leve saludo con la mano, pero, sin sentirse en absoluto cohibidos, se pusieron a besarse y abrazarse. Incluso pude apreciar una evidente erección en el hombre, de mediana edad y bastante corpulento.

Al poco rato volvieron al interior y, para mi asombro, encendieron la luz. El volvió hacia el ventanal y pensé que correría la cortina. Sin embargo, en lugar de eso, me mostró deliberadamente su perfil excitado y me dirigió una sonrisa. Visto así y a la luz, el tío quitaba el hipo, con su buena polla y su culo generoso. Tampoco le debió pasar desapercibida la animación que habían experimentado mis bajos, ya que su ventanal me iluminaba.
 
Parecía que quería darme el espectáculo, pues se dirigió a la cama, de la que yo tenía una vista completa, y se tumbó. Se puso a meneársela hasta que volvió a aparecer en mi ángulo de visión la mujer, más menuda y joven que él. Entró por los pies de la cama y empezó a chupársela. Lo curioso, y que más alterado me ponía, era que el muy provocador no dejaba de mirar hacia donde estaba yo. Debía ser de los que prefieren que le vayan haciendo pues ella, tal vez siguiendo sus instrucciones, se incorporó y se puso a acariciar el vello de la barriga y el pecho, para, a continuación, volverse a inclinar y lamerle los pezones. Entretanto él se mantenía pasivo con los brazos abiertos.

De pronto entró en acción, aunque sólo para hacer que ella se girara y se le montara encima. De espaldas a él, se acomodó sobre su polla, que se fue metiendo. Subía y bajaba, al tiempo que se excitaba con una mano, y su expresión era de placer. El hombre volvía a no hacer el más mínimo esfuerzo, aunque tuvo el descaro de saludarme agitando un brazo. Le correspondí cogiendo mi polla tiesa y mostrándosela. Estaba seguro que ella también debía ser consciente de mi cercana presencia, pero no percibí la menor señal de ello.
 
Tras un rato de follada clásica, el asunto dio un vuelco inesperado. La empujó para salirse y se puso a cuatro patas sobre la cama. Entonces ella comenzó a acariciarle y besarle el culo. La abría la raja y daba intensas lamidas. Luego alcanzó un grueso consolador, que debía estar en la mesilla de noche, y lo untó con abundante crema. Ya listo, se lo centró en el culo y lo fue introduciendo poco a poco. Él tensaba los antebrazos y los muslos sobre la cama mientras el aparato llegaba al tope. La mujer, hábilmente, inició un mete y saca aplicando diversas cadencias. Cuando ya tenía cogido el ritmo, con agilidad pasó la mano libre bajo la barriga de él para masturbarlo. No me extrañó ya que tuviera la cara vuelta hacia mí, sonriendo complacido al ver que yo también me la estaba meneando.
 
Creo que nos corrimos casi simultáneamente. La mujer desapareció por una puerta del fondo, probablemente el baño. Él aún se quedo unos instantes boca abajo sobre la cama luciendo su espléndida trasera. De pronto se giró y se tocaba la polla como comprobando su estado y, por supuesto, volvía a mirarme. Me había quedado como petrificado apoyado en la baranda, hasta que se apagó su luz. La sorpresa final fue que salió al balcón y me susurró: “Otra vez te animas y vienes”. Entró y se esfumó en la oscuridad.


2.- Un par de noches después, cuando intentaba conciliar el sueño, me sorprendió un reflejo de luz. Movido por la curiosidad, me acerqué subrepticiamente al ventanal y, en efecto, el dormitorio del vecino estaba iluminado. Esta vez me dio corte salir por las buenas al balcón y preferí apostarme  con más disimulo en una ventanita del baño, que también permitía una visión completa del escenario. Pero la situación se presentaba radicalmente distinta. Ahora se trataba de dos hombres: el mismo de la otra noche y uno algo más bajo pero también de aspecto macizo. Ambos estaban vestidos con pantalones cortos y camisas veraniegas. Debían llegar de fuera. Pues enseguida, en medio de la habitación, se pusieron a abrazarse y meterse mano. Iban quitándose la ropa uno al otro y pronto quedaron en cueros.

El que ya conocía –y que estaba tan bueno, aunque el segundo no se quedaba muy atrás– se sentó en la cama y atrajo a su colega para chupársela. Éste se dejaba hacer sujetándole la cabeza, hasta que lo empujó hacia atrás y desapareció de mi vista. El tumbado en la cama fue subiendo para adoptar una posición central y abrió brazos y piernas en aspa, luciendo una polla bien tiesa ya.
 
Reapareció el otro cargado con varias cuerdas que dejó caer sobre el cuerpo tendido. Llevaba además un antifaz negro, que le colocó antes de recoger las cuerdas, con las que empezó a atar muñecas y tobillos. Luego las estiró sujetándolas a las cuatro patas de la cama.
 
Una vez lo tuvo así inmovilizado, se subió y se sentó en cuclillas sobre su cara. Desde allí se echó para adelante y se puso a pellizcarle los pezones. Debía hacerlo con fuerza, pues el yaciente se tensaba y le oscilaba la polla. Pero aún más, cogió unas pinzas y se las dejó apretadas. Con movimientos que recordaban a un gorila, se desplazó y, acto seguido, se dedicó a liar los huevos y la base del pene con un cordel más fino. Las dos bolas parecía que se hincharan y la polla adquiría una mayor verticalidad. Iba dando golpecitos con una varilla por todo el conjunto y el ligado respingaba y trataba de elevarse cuanto le permitían sus ataduras. Atenuados podía oír sus gemidos. Esta faceta de mi vecino me tenía sobrecogido.
 
El gorila cambió de posición y se sentó sobre la verga. Tuvo que apretar bastante hasta tenerla dentro y, en lugar de moverse, se dedicó a menearse la suya. Pero no se corrió, sino que, con la inquietud de que estaba haciendo gala –pensé que deliberada, para crear desconcierto–, volvió a cambiar de tercio. Se encaró con la polla liada  y le dio varias chupadas. Luego paso a las manos, que iba alternando con distintas intensidades de frotación. Cuando el otro daba señales de que le subía la excitación, presionaba con un dedo la punta del capullo y detenía la masturbación. Así procedió varias veces hasta que la agitación del pajeado fue imparable. Entonces fue tirando del extremo del cordel que ligaba el paquete y la atadura se fue deshaciendo a medida que surgían los borbotones de leche.
 
Tras unos momentos de calma, el oficiante soltó las cuerdas de las patas de la cama, pero no las de brazos y piernas de mi vecino. Pues éste, sin ni siquiera desentumecerse apenas, sólo aguardó a que le quitaran las pinzas de los pezones, lo que le arrancó una expresión de dolor, para enseguida girarse y volver a ponerse en aspa, boca abajo ahora. De nuevo las cuerdas se tesaron y comenzó la segunda parte de la sesión. A estas alturas, mi espionaje me mantenía con el corazón palpitante.
 
De momento, la única variante era un almohadón colocado bajo la barriga, que dejaba bien resaltado el culo. Pero el verdugo ya se había arrodillado entre las piernas y esgrimía un látigo de varias tiras cuyo material no llegué a captar. Lo revoleaba  y descargaba repetidamente sobre la espalda. Sólo podía ver cómo el azotado apretaba los puños. Luego bajó de la cama y, de pie, sustituyó el látigo por una tablilla. Golpeaba el culo alternando ambos lados, y ahora sí que pude captar el progresivo enrojecimiento. Me admiraba el estoicismo con que mi vecino soportaba las agresiones.

Por fin quedó solo por unos instantes, y enseguida reapareció el otro portando un consolador más contundente que el de la otra noche. Éste además iba conectado por un cable a un aparato que supuse sería de vibración. Primero cogió crema de un frasco y la esparció por el culo, insistiendo con brusquedad en la raja. A continuación fue introduciendo el pene artificial hasta que sólo quedaron fuera los falsos huevos. Mientras con una mano mantenía el aparato apretado, con la otra manipuló la pieza conectada. La vibración debía ser intensa porque el culo se agitaba como un flan. Paraba de repente y activaba de nuevo. Así varias veces, hasta que el receptor empezó a dar tirones convulsivos a las ligaduras de sus brazos. Estas actividades debían provocar una gran excitación al gorila, pues cada vez que mi vista alcanzaba su delantera la polla seguía mostrándose bien inhiesta. Por ello no hubo de extrañarme que, una vez extraído el consolador, se abalanzara sobre el culo tan trabajado y se lo follara compulsivamente. Pero de pronto salió y derramó la leche sobre la grupa del de abajo. La extendió con la mano y quedó recostado un momento. Enseguida se incorporó y se puso diligentemente a desatar las cuerdas y liberar a mi vecino. Lo que más me sorprendió fue que, cuando este volvió a estar boca arriba, mostraba una sonrisa satisfecha.
 
No tardó en apagarse la luz y, en cuanto volví a mi cama, no pude menos que hacerme una paja. A la mañana siguiente, al salir al balcón, me extrañó encontrar una bola de papel arrugado. Lo alisé y llevaba escrito: “Espero que anoche también disfrutaras”.

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