martes, 12 de julio de 2011

Unos pantalones bien puestos

Tarde de verano en la sección de librería de unos grandes almacenes. Deambulaba curioseando libros por aquí y por allá, y de paso iba ojo avizor por si surgía alguna agradable visión de otro género. De pronto, aparece un gordito, aunque no en exceso, con muy buena pinta. De rostro agradable, con barba de dos días, vestía pantalón claro y camisa de verano por fuera, que mostraba unos brazos discretamente velludos. Nada extraordinario de momento. Pero, como por fortuna la camisa no bajaba demasiado, cuando lo vi por detrás quedé maravillado por su precioso culo. No es que el pantalón fuera especialmente ceñido, pero se marcaban unas formas redondeadas y salientes, con la costura central insinuando la raja. Como con la mayor cautela no le quitaba ojo, al espiar la delantera, para mayor inri, la apretada entrepierna mostraba dos bultitos a ambos lados de la bragueta, en un paquete bien repartido. Sólo imaginar cómo sería lo que habría allá dentro me ponía la piel de gallina. Mis ojos parecían atraídos por un imán y lo iba siguiendo en su evolución por distintas estanterías. Estaba convencido de que mi disimulo, sin privarme de contemplarlo una y otra vez, era suficiente para pasar desapercibido. La mente me decía que ya estaba bien y que visto lo visto debía resignarme a una retirada y a un  grato recuerdo. Pero el caso es que seguía con mi danza de alejarme y acercarme.


Cuando de repente levantó la vista  y esbozó una levísima sonrisa, se me heló la sangre porque comprendí que mis precauciones habían fallado y que era consciente de mi seguimiento. Me quedé parado con la mirada desviada como si él no estuviera allí. Entonces se me acercó: “¿Nos conocemos?”. Se me ocurrió responder como coartada: “Por un momento había pensado que sí”. “Pues parecía que me ibas a decir algo y que no te decidías”. ¡Horror!, debía haber notado mi seguimiento casi desde el principio. “Bueno, es que soy muy despistado y temía meter la pata…”. En las últimas palabras casi me tembló la voz, porque se había inclinado para dejar el libro que tenía en la mano sobre una balda inferior y su culo resaltaba a dos palmos de mí. “Y observador al parecer”, completó mi frase con una sonrisa más abierta. Por decir algo, solté casi sin pensar: “Ahora sí que nos conocemos”. Su risa fue más sonora y dijo algo que me cogió por sorpresa: “Iba a tomar algo a la cafetería, ¿te apetece venir?”. En lugar de “contigo hasta la muerte”, que es lo que me vino a la cabeza, contesté con un más soso: “Buena idea”.

No había mesas desocupadas y nos sentamos en sendos taburetes de la barra. Empezamos a hablar del tipo de libros que nos interesaban y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para mantener la mirada en su cara y no a donde la vista se me iba continuamente. Porque, girado hacia mí y con los pies apoyados en el soporte inferior del taburete, sus muslos entreabiertos  enmarcaban los bultos a ambos lados de la bragueta ahora más tensa por la postura. La cabeza me daba vueltas calculando: ¿los dos huevos en uno y la polla en otro?, ¿la polla y un huevo y el otro solo? Yo con esas pajas mentales y él hablando de sus gustos literarios, que nada tenían que ver con los míos.

En un momento dado interrumpí la charla: “Perdona, pero tendría que ir al lavabo”. Y era verdad, porque la tensión acumulada me había generado unas ganas irrefrenables de orinar. “Bien. Pues pagamos y voy yo también”. Me empeñé en invitar y, mientras recogía el cambio, ya se había bajado del taburete y me precedía volviendo a exhibir su culo bamboleante. En la larga fila de mingitorios había varios individuos, así que ocupamos los nuestros discretamente separados. Terminé el primero y, al ir a lavarme las manos, lo veía por el espejo. Parecía tomárselo con calma, sacudidas incluidas, y entretanto los otros iban marchándose. Me remojaba una y otra vez, seguro de que se sentía observado. Nos quedamos solos y seguía allí, ahora inmóvil. Me puse a su saldo y miré de reojo. Curiosamente ya se la había guardado y cruzaba las manos sobre el paquete. No pude resistirme y le acaricié el culo. “¿Vamos?”, dijo entonces. Desde luego no era lugar para mayores efusiones.

Ya en la calle, me informó de que se alojaba en un hotel cercano y me invitó a acompañarlo. Era más de lo que habría podido imaginar y acepté con el corazón dándome saltos. Por el camino, sin embargo, me explicó: “Debo advertirte de que soy absolutamente pasivo. Podrás hacerme todo lo que quieras, pero no me pidas que yo te haga nada a ti. Es algo superior a mis fuerzas”. A su mirada un poco avergonzada respondí con un afectuoso apretón en el codo.

Nada más entrar en la habitación, se plantó ante mí: “Ya sabes. Estoy a tu disposición”. Lo primero que se me ocurrió fue lanzarme a bajarle los pantalones, cuyo contenido tanto me había turbado. Dejaba que le soltara el cinturón y bajara la cremallera. La prenda fue escurriéndose y apareció un calzoncillo de pernera, bastante amplio. Eso explicaba que toda la sujeción la dieran los pantalones. Estiré de éstos para sacarlos por los pies, después de quitarle los mocasines, y rozaba con deleite las recias y algo velludas piernas. Retuve el impulso de librarlo ya del calzoncillo y pensé que ya era hora de prestar más atención a la parte superior del cuerpo. Así que le desabroché la camisa y lo despojé de ella. Ahora tenía ante mi lo que, obnubilado por lo que más me había llamado la atención, quedó desde el principio en un segundo plano. La verdad es que en absoluto desmerecía del resto. Unas tetitas salientes reposaban sobre una oronda barriga, y todo ello sombreado por un vello suave, que también festoneaba la ancha espalda. Ésta a su vez se curvaba para enlazar con el culo respingón, aún velado por el calzoncillo.
 
No me atreví a besarlo por temor a un rechazo, pero me lancé a sobar, primero, y luego a chupetear las tetillas. Succionaba fuerte y mordía los pezones, que se ponían duros, sin ninguna reacción por su parte, salvo una respiración más intensa. Entretanto iba a mi vez quitándome atropelladamente la ropa, pues ya me sobraba todo en mi calentura. Liberado, me pasé atrás y me restregué contra él. No resistí más y casi le arranco el calzoncillo. Por fin tenía al descubierto ese culo sobre el que tanto había elucubrado. Y me reafirmé en su encanto. Saltón y macizo, formaba dos medias lunas perfectas pobladas por una suave pelusilla. Arrodillado, sobé, lamí y mordí con entusiasmo y lo forzaba a inclinarse hacia delante para llegar hasta la intersección con los muslos. Para completar el examen hice que se me pusiera de frente, y lo que encontré no distaba de lo esperado. Efectivamente la gordura de los huevos explicaba las prominencias en el pantalón, pero ahora, sobre ellos, destacaba una espléndida polla por completo erecta. Sorprendido miré hacia arriba y sonriendo aclaró: “Lo que te he dicho antes no tiene nada que ver con que sea insensible”.
 
Me sentía algo confuso ante ese desajuste entre sus reacciones fisiológicas y su bloqueo psicológico, aunque no dejaba de crear una mayor morbosidad y aumentar mi excitación. Después de haberlo espiado como un objeto de deseo imposible, lo tenía allí desnudo y disponible para dar suelta a mis fogosidades. Lo empujé sobre la cama y me amorré a su polla. La chupaba con ansia y, cuando me la sacaba, le lamía los huevos y hasta me los metía en la boca. Él permanecía inerte y sólo sus manos se crispaban levemente sobre las sábanas. Quería notar la dura verga contra mi vientre y frotar mi polla con la suya. Así que me fui arrastrando por su cuerpo hasta ponerme a su nivel. Soportaba los chupetones en el cuello, que dejaban manchas rojizas. Descendí para  mamarle las tetas con fuertes succiones. Mordía los pezones con saña y sólo arrancaba suaves gemidos, pero no hacía nada para apartarme. Su aguante me exaltaba y cambié mi orientación hasta que mi polla quedó sobre su cara. Aunque sabía que no iba a abrir la boca, restregársela me producía un intenso placer. Como la suya seguía tiesa, la cogí con una mano y empecé a frotarla. Parecía que eso lo admitía, así que de vez en cuando la chupaba para dejarla ensalivada. Insistí en la masturbación con energía, hasta que un potente chorro de leche se proyectó hacia arriba. Un breve temblor en sus muslos fue su única reacción. No pude retenerme de preguntarle: “¿Es posible que no hayas sentido placer?”. A lo que respondió risueño: “Claro que sí, pero yo no he hecho nada, sino tú, y muy bien por cierto”. Me tranquilizó en cierta forma saber que, a pesar de todo, estaba disfrutando con mi actuación. Yo mismo le limpié con una toalla la leche dispersa por su vientre y la que aún goteaba de su polla ahora en calma.
 
Dejé que reposara un rato abrazándome a él. Pero mi verga casi me dolía de la tirantez y, como todo corría de mi cuenta, el descanso había de durarle poco. Después del repaso completo que le había dado al frente, ahora tocaba el reverso. Así que hice que se pusiera boca abajo. Quería dedicarle especial atención a ese culo que tan deslumbrado me tenía, de manera que tiré de sus costados para que se colocara a cuatro patas. Su docilidad seguía siendo absoluta. Este trasero seguía ejerciendo una particular atracción sobre mí desde el momento en que lo vi cimbrearse  en la librería y ahora deseaba con locura tenerlo todo para mí. Coronando los recios muslos, sobresalía en su perfección y de nuevo lo sometí a ávidos tocamientos. Metía la mano por debajo y le subía los huevos bien apretados. Separaba los cachetes al máximo para abrir la sombreada raja, en cuyo centro se percibía un círculo más oscuro. Enardecido y abusando de su sumisión, me puse a darle palmadas cada vez más fuertes y disfrutaba de los tonos rosados que iba adquiriendo la piel bajo la suave capa de vello. No rechistaba y eso me excitaba todavía más. Me volqué sobre él pegando mi cuerpo al suyo y, mientras mi polla golpeaba contra la raja, lo abracé y agarré las tetas colgantes. Las apretaba y retorcía como queriendo provocar alguna queja, pero en su lugar afirmaba los brazos en la cama para facilitarme la tarea. Para desahogarme le susurré al oído: “Te voy a follar”. Me desarmó la respuesta: “Ya lo sé. Hazlo como mejor te guste”. Pero estaba dispuesto a tomarle la palabra y volví a encararme con su culo. Hundí mi perfil  en la raja dándole húmedos lametones y estiraba la lengua para que la punta accediera al agujero. Luego usé un dedo, que le metí de golpe. Un ligero estremecimiento fue mi recompensa. Así que probé con dos, girándolos para forzar la apertura. Ya listo, me cogí la polla y amagué varias veces la penetración, hasta que la introduje súbitamente. Su nuevo estremecimiento aumentó el ardor que me recorría. Empecé a bombear sujetándome a sus costados para un mayor impulso. Pero comprendí que así pronto acabaría y recordé su ofrecimiento. Paré de repente, me salí e hice que se pusiera boca arriba. Sin poder ocultar una expresión de sorpresa, se plegó a mi capricho. Entonces le levanté las piernas y, forzándolas hacia atrás, tuve otra vez el culo disponible, aunque en otra perspectiva. No me costó reanudar la follada asido a sus pantorrillas. Pero ahora podía ver su polla y sus huevos volcarse sobre su vientre, y su rostro con gesto apretado enmarcado por sus pechos. Una nueva sensación de dominación me invadió y no me resigné a que mi semen se deslizara oculto por su interior. Le bajé las piernas y trepé hasta quedar sentado sobre su pecho. Mi polla se alzaba justo sobre su cara, de ojos muy abiertos pero sin muestra de rechazo. Me la meneé con energía para retomar el ardor y, cuando éste llegó al máximo, la corrida se dispersó en hilillos por el rostro, que sólo se alteró por un leve parpadeo y, ¡menos mal!, un esbozo de sonrisa.
 
Ahora ya fue él quien se limpió, mientras yo yacía a su lado exhausto. Las sorpresas no acababan: “¿Sabes que follas muy bien?”.  “Así que también te ha gustado…”. “Naturalmente, soy muy sensible”. “¿No he resultado un poco bruto?”. “Mayores brutalidades he soportado. Sé que con mi actitud las provoco. Pero ¿te habrías excitado tanto con un amante más convencional? El precio que pago merece la pena”. Me daba vueltas la cabeza intentando comprenderlo. “¿Y si te hubiera forzado a que me la chuparas?”. “Al principio habrías encontrado mi boca firmemente cerrada, por más que lo hubieses intentado, y habría peligrado el resto”. “¿Qué quieres decir con eso de “al principio”?”. “Bueno…, cuando se han respetado las reglas puedo ser más complaciente”. Me dio un vuelco el corazón y experimenté un subidón del deseo. Era una de las cosas que más había echado en falta y ahora su insinuación abría la posibilidad de disfrutarla también. No me quise precipitar y lo abracé cada vez más estrechamente. Aunque su actitud no dejaba de ser pasiva, el roce con su cuerpo renovaba mis energías y pronto mi polla se fue endureciendo. Él lo notó y, volviendo a su actitud sumisa, preguntó: “¿Cómo quieres que lo haga?”. Le pedí que se pusiera sobre mí en sentido opuesto y así, mientras alcanzaba la polla con su boca, tendría ante mi cara el panorama de su culo, que podría sobar y lamer. Obedeció y, al tiempo que hacía  las delicias para mi vista y mi tacto, se inclinó para sorberme lentamente. Se afanó con una especial maestría que me electrizaba. Cuando subía y bajaba, su polla y sus huevos golpeaban sobre mi pecho, y yo no cesaba en el goce de su culo. No se tomaba ni un respiro de labios ni de lengua y estaba claro que así llegaría hasta el final. Intentaba contenerme para alargar el placer, pero el ardor que recorría todo mi cuerpo iba concentrándose en la punta de mi polla hasta que estalló sin freno posible. Aminoró la succión para que me vaciara libremente y me retuvo en su boca hasta que la dureza fue menguando. Se incorporó asentando deliberadamente el culo sobre mi cara. Cuando lo empujé para inhalar el aire que tanto necesitaba, se dejó caer a mi lado riendo.

Todo por unos pantalones bien puestos…

1 comentario:

  1. he leído casi todos tus relatos, llevo semanas pajeandome, gracias por tanta excitacion

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