miércoles, 13 de julio de 2011

No solo se encuentran setas en el bosque

Antes de que comenzara la temporada de verano, se me ocurrió hacer una incursión a una playa de una gran extensión y belleza. Nudista por excelencia, aquel día, sin embargo, y a pesar de la agradable temperatura, apenas se vislumbraban figuras dispersas en la lejanía. Para disfrutar de la tranquilidad reinante, me adentré en el bosque de pinos que la delimitaba para dar un paseo. Iba desnudo, como correspondía al lugar, y con mis escasas pertenencias en una bolsa colgada del hombro. Era una delicia vagar entre los juegos de sol y sombra y con el único sonido del canto de los pájaros.

De repente empecé a oír algo que parecían débiles quejas. Orientado por ellas, vine a dar a una hondonada  de espesa vegetación. Mi sorpresa fue mayúscula al ver, recostado en el tronco de un árbol, a un hombre de una gran robustez. Pero lo más asombroso eran las condiciones en que se hallaba. Tenía los ojos vendados con un pañuelo y los brazos levantados hacia atrás, ligados al tronco por lo que pronto identifiqué como unas esposas. Llevaba una camisa con las mangas cortadas por los hombros, desabrochada y completamente abierta. Más curioso todavía era que la cintura del pantalón corto de chándal estaba tensada de forma que, por encima, se mostraban los huevos y la polla. A pesar de lo insólito y del desvalimiento que parecía sufrir, la visión que ofrecía no dejó de resultarme excitante, por su delantera de pechos prominentes y velludos, así como por la oronda barriga en cuya base destacaba el sexo salido.
 
Me acerqué con sigilo, antes que nada para comprobar si se encontraba consciente. Pero el leve crujir de los matorrales hizo que removiera las recias piernas. Aunque la pregunta me pareció redundante, sólo se me ocurrió decir: “¿Necesitas ayuda?”. Su respuesta fue tan débil  que hube de inclinarme hacia él, al tiempo que me disponía a quitarle el pañuelo de los ojos. Mas al notar mis manos y lo que iba a hacer, me cortó con un rotundo: “¡No, por favor!”. Sorprendido, no me atreví a contradecirlo y opté por examinar las esposas que lo sujetaban al árbol. Percibió mis manipulaciones y se me adelantó: “No tengo la llave”. Antes de reaccionar, como para lo que estaba haciendo había tenido casi que volcarme sobre él, rozándolo incluso en mi desnudez, me encontré con que, con gran habilidad, había logrado alcanzar mi polla con su boca y la chupaba con vehemencia. “¿Tú de qué vas?”, exclamé confuso y casi irritado, pese al gusto que me daba. Liberó la boca y la contestación no pudo ser más surrealista: “Te estaba esperando para que me hicieras tuyo”. Le di cuerda: “Y todo esto te lo has hecho tú solito, ¿no?”. “Mi hombre me ha dejado así. Cuando se apiade me rescatará”. “Vaya”, repliqué cada vez más alucinado, “entonces me puedo marchar tranquilo”. “¿Pero no ves cómo me has puesto?”. Mi mirada se fijó en su polla, que estaba completamente tiesa. Como no obtuvo respuesta, insistió: “Al menos quítame la ropa, para que mi hombre vea que no he estado solo”. Para darme tiempo objeté: “Va a ser difícil sacarte la camisa”. “Rómpela, no importa”. Me sentía seguro y empezaba a divertirme la situación, así que estiré hasta desgarrar la camisa. Me tentó: “¿No te gustaría sobarme las tetas?”. La verdad es que me apetecía, pero no quería ceder a la primera, por lo que callé  y me ocupé de los pantalones. Seguían al aire los huevos y la polla, ésta  por cierto bien dura, y sólo tenía que estirar para sacarle la prenda por los pies descalzos. Se me ocurrió: “Se te va a llenar el culo de tierra”. “Me los puedes poner debajo”. Se tensó para dejar hueco y, cuando estaba alisando el tejido, caí en la trampa, pues se sentó sobre mi mano haciendo presión. “Toca, toca. Me encanta”. Di un estirón para liberarme, cortado por mi ingenuidad. Pero al tenerlo allí totalmente desnudo y oferente, y reafirmarme en lo bueno que estaba, llegó a ponerme cachondo. Él siguió tentándome: “Anda, deja que te la chupe bien y luego me haces una paja, al menos”. Me puse terco: “Ya te lo hará tu hombre cuando vuelva y te encuentre así”. “Sólo le gusta atarme y darme por culo”, replicó con voz lastimera. Se removía insinuante y no me cabía duda de que era consciente de la atracción que ejercía sobre mí. En unos segundos me hirvió la cabeza –el resto del cuerpo ya bullía–: Estamos completamente solos y es un tipo raro, pero más bueno que el pan e indefenso. ¿Por qué no jugar un poco? Al fin y al cabo tengo el control de la situación. No le di más vuelta y pasé las piernas a cada lado de su cuerpo. Me sujeté a sus brazos levantados y ya mi polla erecta rozó su cara. “Por fin te has puesto caliente, ¿eh?”. Me callé el “desde hace rato”, que tenía en la punta de la lengua. No le costó nada alcanzarme con la boca y metérsela toda. Pero ahora era yo quien se movía gozando de la mamada. Enardecido iba bajando las manos y le estiraba de los pelos de las axilas. Su reacción la notaba en la forma en que apretaba los labios. Y aún lo hizo más cuando le estrujé con saña los pezones. Se paró de pronto y apartó la cara para hacerme salir. El muy astuto explicó: “Si te hago correr, igual me dejas plantado después. Anda, dame gustito a mí y te aseguro que luego me lo trago todo. ¿No ves que no tengo nada mejor que hacer y me chifla tu polla?”. Me resigné a regañadientes, aunque, después de todo, una última mamada definitiva me compensaría. Me aparté un poco de él en silencio para dejarlo intrigado. Mas de repente le agarré con fuerza la polla con una mano y con la otra le estrujé los huevos. Rebotó y emitió un gemido, mezcla de dolor y placer, que  reforzó diciendo: “Soy tuyo, ya lo sabes”. Empecé a masturbarlo y le solté los huevos. La mano libre la empleé en sobarle la barriga y el pecho. “¿Ni siquiera una lamidita?”, exclamó con tono lisonjero. Lo cierto era que aquella polla estaba para comérsela, literalmente. Así que fui pasando la lengua por el capullo, acompañado con murmullos de asentimiento. Y no me detuve ahí, pues seguí metiéndomela en la boca con los labios apretados a su contorno. Le di varias succiones fuertes y ya toda insalivada la devolví a mi mano, que frotó hasta que un potente chorro se elevó a estimable altura. Pataleaba de excitación y me limpié en su pelambre. Apenas un respiro y me reclamó: “Vuelve aquí, cariño, que lo prometido es deuda”. Con lo quemado que iba, no lo dudé y volví a tomar posiciones ante su cara. Se esmeró en la mamada de tal manera que no tardé en entregarle mi leche, que tragaba sin soltarme. Cuando salí, se relamió los labios con una sonrisa beatífica. “¡Qué aburrido habría estado de no ser por ti!”. Pero yo ya me estaba alejando sigilosamente, no sin antes echar una mirada a ese magnífico cuerpo encontrado en un estado tan chocante.
 
No obstante, me quedó una cierta preocupación por su desamparo y me sabía mal desentenderme largándome. Decidí pues aguardar durante un cierto tiempo, oculto a una prudente distancia. Y tuve suerte, porque no tardó demasiado en aparecer otro hombre, sin duda el esperado. Casi de mayor envergadura y aspecto fiero, llevaba una camiseta muy ajustada y un pantalón corto. Zamarreaba al otro y, aunque no llegaba a oír lo que decía, sin duda  se refería a su desnudez, que lógicamente habría requerido colaboración ajena, y a los manojos de pelo pegados por la leche reseca. Por fin le abrió las esposas y, con gestos bruscos, lo forzó a levantarse. Pero enseguida lo volvió a enmanillar, esta vez para colgarlo a una rama alta, vuelto de espaldas. Le hizo separar las piernas hasta que quedó todo él en tensión y se descordó el pantalón, que cayó hasta el suelo. Sin más preámbulo, se puso a follarlo furiosamente. Ver el movimiento y las contracciones de ese culo gordo y peludo volvió a ponerme a tono, y me la meneé bien gusto a su salud y a la de su extraña y sufrida pareja.

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