martes, 19 de julio de 2011

Cosillas excitantes

Cuando rastreo fotos por Internet, siempre me de mucho morbo las de algún tipo gordo, más o menos peludo, desnudo o al menos mostrando sus partes íntimas, entre un colectivo de gente normalmente vestida y en las circunstancias más variadas. A veces aparecen sobre un escenario o una tarima cantando agarrados a un micro o exhibiéndose sin más. En otros casos simplemente están ahí ante la curiosidad o la indiferencia de la gente. Los hay también que se dejan tocar, incluso la polla o el culo, con la mayor naturalidad. El contraste de su desnudez desinhibida con el colectivo que lo rodea lo encuentro muy excitante.


También son abundantes los videos domésticos en los que, recogiendo escenas festivas, algún hombretón, cargado de alcohol, se desmadra y empieza a quitarse ropa en plan insinuante, jaleado por la concurrencia. Aunque lo máximo que se suele ver es un trozo de culo o una erección más o menos marcada, precisamente ese quedarse a medias resulta más morboso.
 
Pero una vez tuve ocasión de presenciar en vivo una de esas situaciones con ocasión de una reunión con conocidos a la que, por compromiso, tuve que asistir. Pasaba yo unos días del verano en un hotel en la costa y me encontré en el vestíbulo con un antiguo amigo y su mujer. Me contó que estaban con otros tres matrimonios y, al saber que yo había venido solo, se empeñaron en tutelarme. Cosa que me repateaba, ya que prefería dedicarme a mis asuntos sin interferencias. De buena gana me habría cambiado de hotel, pero en plena temporada no sería tarea fácil. Así que me resigné a dar mi consentimiento para se presentado al resto del grupo y reunirme con ellos después de la cena.

En un rincón reservado de la amplia terraza se consumó el encuentro. Todas eran parejas maduras y no se me escapó el buen ver de algunos de los varones. Me acogieron con mucha cordialidad, a pesar de mi incómoda condición de single. Formábamos un corro en torno a una mesa baja con abundancia de bebidas. A medida que la tertulia se animaba, fue centrándose en la típica dialéctica esposas-maridos. Especialmente sueltas estaban ellas, como confabuladas para ir sacando a la luz las carencias y manías de ellos. Por otra parte, no faltaba el obseso con inmortalizar cualquier evento, y éste era el caso de mi antiguo amigo, que no se separaba de la cámara de video como si fuera su tercer ojo.

Entre los presentes, me había llamado particularmente la atención el que, vulnerando la ley no escrita de que por la noche procede el pantalón largo, era el único portador de unos shorts. Bastante robusto, sus piernas y el trozo de muslo que exhibía me lo hacían muy atractivo. Era además el que más pronto se animó y su vehemencia le llevaba a desabrocharse botones de la camisa. Pero resultó que también su mujer era la que se mostraba más incisiva y lanzada.

Enseguida, la esposa agresiva, tal vez encrespada por los síntomas de embriaguez que empezaba a acusar su cónyuge, la tomó decididamente con él. “Mira que le he dicho que se vista mejor esta noche. Pero no, él tenía que exhibir su gordura. Anda, al menos ciérrate la camisa, que se te van a salir los michelines”. La amonestación, sin embargo, fue tomada como provocación por el destinatario, que soltó hasta el último botón y dejó abierta la camisa al máximo. Unos gruesos pechos reposaban sobre la oronda barriga, todo ello bastante peludo. “No tengo nada que ocultar, reina”, fue su explicación. Desde luego, a mi me encantó el gesto y miré de reojo al videoaficionado, quien efectivamente no perdía ripio. El resto reía las ocurrencias en un clima de relajada confianza.
 
Como no podía ser menos, la cosa no tardó en derivar al tema sexual, con  bromas y alusiones a tamaño, frecuencia y apasionamiento. La voz cantante la seguían llevando las féminas, tanto las que se quejaban del desinterés de sus hombres por el asunto como las que, por el contrario, acusaban por exceso de fogosidad. Los hombres se miraban entre sí buscando la solidaridad ante el retrato que les estaban haciendo, aunque todo seguía transcurriendo con amable condescendencia. Eran viejos conocidos entre sí. Y menos mal que yo pasaba desapercibido.

Cuando le llegó el turno al descamisado, los ataques se volvieron muy interesantes. “Ahí lo tenéis, siempre presumiendo de su virilidad”. Él pareció más bien alagado, por encima de la ironía, y se esponjó en el asiento. Pensé que, para mi, sí que tenía de qué presumir. Pero siguió el repaso: “Con lo gordo que se ha puesto casi no se le encuentra la cosa”, y señalaba al despatarrado. La reacción de éste, herido en su amor propio, fue súbita. Se levantó de un salto y, de un solo tirón, se bajó a la vez pantalón y slip. “A ver si tus amigas piensan lo mismo”. Lo que provocó fue una carcajada generalizada, con un punto nervioso, pero la primera en reír fue la mujer, que le puso delante una servilleta. Tranquilamente volvió a cubrirse y se sentó la mar de satisfecho. La sorpresiva visión, aunque fugaz, no dejó de causarme un excitante impresión. Por otra parte, de ninguna manera compartía la apreciación de al esposa, ya que lo mostrado tenía una apreciable contundencia.
 
La locuacidad fue decayendo y no tardó en darse por disuelta la reunión. Las parejas tiraban cada una por su lado, amarteladas y olvidadas ya de las puyas de la velada. Me fijé especialmente en la del numerito y volví a calentarme imaginando el polvo que irían a echar.

Me obsesionaba lo que había presenciado y, sabiendo que habría quedado documentación videográfica, al día siguiente, con cualquier pretexto, me las ingenié para ir a la habitación del poseedor de la cámara. Le hice la rosca comentando laudatoriamente su afición y dejé caer que me gustaría dar una ojeada a sus grabaciones. Dijo que precisamente acaba de pasar al portátil la de la noche anterior, pero que tendría que cortar ciertas escenas –que justo serían las únicas que me interesaban– para poder enseñarla a la familia. Logré que me dejara dar una ojeada y, aprovechando que salió un momento a la terraza, hice una copia en el pendrive del que había venido provisto. Me encanta repasarla de vez en cuando.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario