jueves, 5 de mayo de 2011

Gran Hotel II

Al cabo de unos días los dos ejecutivos volvieron a contactar conmigo. Me recordaron lo que había quedado pendiente de nuestro anterior encuentro y, además, como se habían percatado de mi disponibilidad para los juegos sexuales –eso que desconocían mis ocupaciones–, querían que estimulara su propio placer. En esta ocasión no iba a haber masajista, así que me correspondería mostrar mis dotes de macho activo. Salvando cualquier comparación, mi polla les había parecido suficientemente adecuada para poner sus culos a tono. La perspectiva no dejó de intrigarme y de aumentar la excitación que aún me quedaba de mi primera visita.

Esta vez la recepción en la suite estuvo más escenificada. Ambos iban vestidos, aunque de una forma un tanto peculiar. El polaco llevaba un pantalón corto de cuero negro, con tapadera delantera, que contenía sus fuertes muslos. Un correaje del mismo material resaltaba brazos y pectorales. El francés, por el contrario, se cubría –es un decir– con un curioso slingshot que resultaba de lo más provocador.


Para entrar en el juego, me indicaron que pasara a uno de los dormitorios y escogiera del vestidor algunas prendas a tono con las circunstancias. Entre la gran variedad que allí encontré, me decidí por lo que pudiera resultar bien provocador. Así escogí un jockstrap de cuero negro que dejaba todo el culo descubierto, siendo éste uno de mis mayores atractivos. El sucinto triángulo delantero a duras penas recogía mi paquete, que además ya estaba aumentando de volumen. Completé mi atuendo con una ajustada camiseta que me quedaba por encima del ombligo, liberada así mi oronda barriga. Estaba además agujereada a la altura de los pezones. Atuendo muy sicalíptico, como sin duda esperaban.
 
Me acogieron  con deseo y mientras uno se lanzó a lamer mis pezones tan a la vista el otro, arrodillado me sobaba el culo y cosquilleaba la parte delantera. Hasta que mi polla desbordó la resistencia del jockstrap. Bien caliente, me arrodillé a mi vez y así con la boca el miembro del polaco asomado al borde de la bata. Largo como era me llegaba hasta la garganta. Mis manos iban soltando la trampilla del pantalón del francés, que abrió paso a la gorda polla que había abrasado mi culo el otro día. Así fui chupando con deleite de uno y de otro hasta que cambiaron las tornas. Arrancaron a tirones mis escasas prendas y me alzaron sobre una repisa para ocuparse de mi humedecida verga. Se la iban tragando los dos y juntaban sus lenguas duplicando los lametones, que extendían a los huevos y a toda la entrepierna. Me hicieron girar y entonces fue mi culo el objeto de sus lamidas.
 
Con los cambios de postura, de nuevo me encontré con la gruesa polla del francés en la boca. Pero en esta ocasión formamos uno curiosa H, pues inclinado como estaba yo, recibí por detrás la embestida del polaco que, mientras me follaba, palmeaba mis glúteos marcando el ritmo. También se volcaba sobre mi espalda y me pellizcaba los pezones. Y el cipote en mi boca  casi me tenía cortada la respiración. Cuando lo soltaba iba subiendo para lamer su pecho y morderle los pezones, duros como piedras.
 
Después de este primer acto, puesto que el folleteo ya había empezado, prescindimos de los casi inocentes juegos de jacuzzi. Pasamos directamente al dormitorio y, en tanto se me refrescaba el ardoroso trasero por el frote interno que había sufrido, aprovecharon –como si de una clase práctica se tratara­– para darse por el culo mutuamente. La larga polla del polaco penetraba fácilmente al francés y, a la inversa, éste se esforzaba en abrirse para recibir el proyectil de su amigo. Como todo ello lo hacían mirándome con lascivia, no podía menos que calentarme aún más si cabe con el espectáculo. Ninguno se corrió entonces, en previsión de una prolongación del placer. Ahora el desvelo de mis amigos se centraría en ponerme a punto para mi turno agresor. Y el instrumento debía estar en perfectas condiciones. Así que me tumbaron en la cama y, a cuatro manos, más algunas mamadas, se afanaron en trabajarme la polla untada con abundante aceite. Hasta que les pedí que pararan si no querían un disparo prematuro.
 
Con gran voluptuosidad plantaron sus culos ante mí en posición oferente. Era un placer para los sentidos contemplar y sobar esas dos joyas, una firme y tersa, con la raja bien prieta, y otra cubierta de clara pelusilla, más distendida y dejando percibir la oscuridad de las profundidades. Con la polla vibrando de deseo, me encontraba como un niño que no sabe por que pastel empezar. Como tanteo, introduje un dedo de cada mano en los dos agujeros sopesando sus calidades. Me decanté por el culo peludo y se la metí con bastante facilidad, dilatado aún como estaba por el pollón que había recibido hacía poco. Me sentía a gusto allí dentro y bombeaba con fuerza, hasta que el francés reclamó su ración. Pasé pues a satisfacerlo y la entrada tuvo más resistencia. Reforcé las embestidas y la presión que las paredes ejercían sobre mi polla aceleraban mi placer. Me abrazaba con ímpetu al robusto cuerpo y, cuando estaba a punto de correrme, cayó sobre mi espalda el polaco metiéndomela de un solo golpe y consumando así el famoso “bocadillo”. Fue entonces cuando me vacié con un gran espasmo dentro del francés y tuve que aguardar a que mi polla fuera ablandándose para poderla sacar, de lo apretada que había estado. A la vez que mi atacante trasero redoblaba su ímpetu follador, el otro ya liberado se volvió y metió su gordo cipote en mi boca, llenándola por completo. Al poco, al mismo tiempo que notaba extenderse por mi culo un cálido fluido de semen, otro tanto me llegaba hasta el fondo de la garganta.
 
Exhaustos cayeron sobre mí abrazándome y lamiendo la leche que me rebosaba por arriba y por abajo.

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