lunes, 2 de mayo de 2011

Gran Hotel I

No sólo me cuentas tus andanzas profesionales, sino también las que por libre te surgen, llevado por tu sexualidad insaciable, como la que ahora transcribo:

Se me ocurrió abrir un perfil en una página de contactos para osos. Incorporé fotos de cara, culo y polla –mis instrumentos de trabajo– y me ofrecí como juguete erótico para alegrar la cama de parejas marchosas. Las respuestas fueron numerosas, preguntando por mis gustos y disponibilidades. Seleccioné las que realmente provenían de parejas interesantes. Unos querían follarme alternativamente e, incluso, meterme juntas las dos pollas. Otros pretendían hacérmelo en la boca. A la inversa, los había deseosos de que les alegrara sus culos con mis embestidas. Interesante también la propuesta del bocadillo: clavársela yo a uno mientras otro me la metía a mí. No faltaban los fetichistas para hacer de mí un maniquí de sus caprichos, los exhibicionistas para que mirara sus prácticas y ofertas más o menos duras de “bondage” y BDSM.

Solo leer tan variadas propuestas me iba provocando una gran excitación, y más si iban acompañadas de fotos sugerentes. Mi imaginación se desbordaba y mi polla se endurecía y humedecía pensando en los múltiples escenarios posibles. Comida simultánea de dos gordas y jugosas vergas, que pasaban luego a mi culo abierto al máximo mientras gritaba de dolor y de placer. Mi cuerpo cubriéndose de collares, pulseras y abalorios a manos de sobones sacerdotes del fetichismo, a los que luego me follaría sin piedad. Para no hablar de las más diversas sumisiones y ataduras que estaba dispuesto a soportar.

Mi interés se centró en dos perfiles separados pero que fui sabiendo correspondían a una pareja, si bien ocasional. Se trataba de dos ejecutivos, uno francés y otro polaco, que en sus frecuentes viajes de empresa buscaban coincidencias, incluso compartiendo hotel. Este era el caso de su estancia en la ciudad, donde estaban deseosos de una buena experiencia conjunta. Debieron cambiar impresiones previamente y se dirigieron a mí para pedirme un encuentro. No especificaban demasiado sus preferencias –tan solo aparecían ambos como versátiles– y se mostraban muy correctos y educados. Pero sobre todo atrajeron mi atención  las fotos que ilustraban sus perfiles.


El francés mostraba una atractiva combinación de “musclebear” –como se autodefinía– y hombre maduro próximo a la cincuentena. No  se le veía la cara pero, en la primera foto, exhibía unos marcados pectorales y unos brazos musculados y fuertes. La segunda, de un desnudo completo, confirmaba la robustez de su cuerpo. Poco peludo pero con un vello dorado y casi rojo en el pubis; sus sólidos muslos enmarcaban unos genitales de apreciable tamaño. ¡Cómo me imaginé poseído por tan rotundo ejemplar! El polaco, algo mayor de edad y aspecto más “bear”, presentaba un rostro bello y sensual, de cabello y barba cortos y  entreverados de canas. Una pelambre similar cubría buena parte de su cuerpo, velado por alguna pieza de cuero. Bastante robusto, no parecía muy alto, y lucía sobre todo su parte trasera, con un culo redondeado y apetitoso. Formaban, en definitiva, un tandem nada desdeñable, del que intuía gran experiencia, y mi curiosidad se estimulaba ante la posibilidad de una cita, ya no tan a ciegas.
 
Mi decisión se fue reafirmando a medida que avanzábamos en el chat mantenido por los tres. Se declaraban muy compenetrados afectiva y sexualmente, y abiertos a prácticas compartidas que completaran sus encuentros en diversas ciudades. Aunque mi cara les resultaba atractiva y simpática, y prometedores el culo y la polla que veían, se mostraron deseosos de una visión más completa de mi cuerpo. Así que eché mano de las muchas fotos de mi “book” y les envié un par en las que estaba desnudo tumbado en la cama mostrando al completo mi delantera y mi trasera. Al parecer les encantaron y se pusieron tan cachondos que, como contrapartida, me mandaron a su vez otras muy íntimas, en que se les veía practicando un 69 y al francés enculando al polaco. No menos calentado estaba yo, que les urgí para que concretaran ya su proposición.

En efecto me pidieron que acudiera el día siguiente al hotel donde compartían una suite. Acepté de mil amores y quedé a la espera, con una excitación tal que varias veces tuve que contener las ganas imperiosas de masturbarme.

Llegado al fin el momento subí a la suite del hotel, sin parar de estimularme el paquete en el trayecto del ascensor. Anticipo que la suite se componía de un salón con vistas impresionantes, dos habitaciones con amplias camas y un baño con jacuzzi. Mi primera sorpresa fue que me recibieran completamente desnudos y con una evidente erección. Jocosamente se excusaron explicando que, para matar el tiempo, habían estado mamándosela mutuamente. Resultaba evidente que no se trataba de gente con remilgos. El morbo creado por mi situación, completamente vestido entre ellos dos, se intensificó cuando empezaron a desnudarme.
 
Una vez despojado de la camisa, atacaron mis pezones con chupadas y caricias que se deslizaban por el vientre y la espalda,  con un cosquilleo tan placentero que me enervaba  y me impulsó a agarrar como punto de sujeción las dos pollas de mis anfitriones. Aflojada la cintura del pantalón, uno iba bajando lentamente la cremallera y otro metía la mano por detrás sobándome el culo y tanteando la raja. Sacado el pantalón, el slip estaba tan tenso por mi erección que un huevo asomaba por un lado y una manchita húmeda marcaba la punta del capullo. Liberada por fin mi polla, y sin dejar de toquetearme el culo, comprobaron con satisfacción que en absoluto desmerecía en comparación con las que yo aún asía con mis manos.
 
Los tres desnudos y gozosos nos enredamos en magreos y besos prolongados. Los fuertes brazos del francés me apretaban y me hacían restregar la cara por sus pechos, cuyos pezones puntiagudos chupaba con placer. El polaco seguía afanado con mi espalda y culo con incursiones de dedos cada vez más osadas.

No cabía duda de que yo era la novedad, así que los amigos a veces se coordinaban para doblar mi disfrute. Después de haberme chupeteado las tetas, sus lenguas iban bajando y cosquilleando mis costados –lo que me hacía estremecer–. Al llegar al bajo vientre, agarrados a mis muslos, se juntaban para ir repasando mis huevos y circular por mi capullo. Éste iba pasando de boca a boca, lo que me permitía apreciar sutiles matices de calor, densidad y profundidad.

Para evitar una explosión prematura, los hice levantar y me agaché a mi vez para corresponderles. Ante mi cara tenía una polla redonda y gorda con unos huevos no menos contundentes en un pubis flamígero; y a su lado, otra más larga y de capullo aguzado, emergente sobre unos huevos y un triángulo tapizados por un vello entrecano. En una placentera alternancia mi boca iba catándolas y pasando de la que me hacía abrirla al máximo a la que me llegaba hasta el fondo. Las hacía entrechocar y hasta intentaba metérmelas juntas. Ellos por su parte separaban las piernas para facilitar el acceso a sus huevos con mi lengua. En mi deleite no dejaba de pensar en lo que todavía me habrían de deparar tales instrumentos.
 
Había que dar un giro a la situación si no queríamos precipitar los acontecimientos. Una relajante sesión de jacuzzi era lo indicado. Su amplitud permitía acogernos a los tres y la caricia de las burbujas era lo adecuado para suavizar la tensión sexual creada. Pero por poco tiempo, ya que el cálido cosquilleo en las partes sensibles y las miradas de deseo que se entrecruzaban no auguraban demasiada tregua. Algún pie que buscaba incrementar el roce de las burbujas, una mano que se deslizaba por una pierna y hasta alguna zambullida más atrevida volvieron a desatar las pasiones. Mamadas de pollas flotantes, deslizamientos de cuerpos mojados, comidas de pezones, huevos restregados sobre caras…. Hasta que de repente el francés me levanto con sus fuertes brazos y me hizo poner con la barriga sobre el borde del jacuzzi de manera que mi culo quedara bien expuesto, y algo abierto de piernas para mejor accesibilidad. El polaco se situó debajo tanto para sobar y lamer a gusto mi polla y mis huevos como para hacerle lo mismo a su compañero, que estaba de pie a horcajadas. Este último proyectó la cara sobre mi culo abriéndolo con las manos. Me empapaba la raja con su saliva y la lengua buscaba el agujero. Yo lo sentía con intensidad y las piernas me temblaban descargando mi paquete sobre la cara del polaco que no paraba de lamer. El aceite que el francés empezó a aplicarme hacía presagiar nuevas incursiones. Primero fue comprobando con sus dedos la elasticidad de mi ano y, cuando la consideró adecuada, me inmovilizó entre la tenaza de sus brazos y la presión de sus pectorales sobre mi espalda, clavándome de un solo intento su verga tan gorda que ocupó todo el espacio. Así quedo un rato quieto sujetándome aún más con sus muslos contra los míos y saboreando mi temblor y mis gemidos. Poco a poco fue iniciando un bombeo que me puso ya a tono, una vez adaptado. Mientras, el polaco había aprovechado para salir del jacuzzi y arrodillarse ante mi cara para ofrecerme su polla, que chupé aumentando el placer que ya sentía. Para reservarse, el francés se salió y aflojó la presión sobre mí. No obstante volvió a deslizarse para lamerme la raja, tan dilatada ya que casi podía meter la lengua entera.
 
Me ayudaron a desentumecerme y ya secos pasamos a uno de los dormitorios, con una gran cama con sábanas de raso. Me dijeron –con una seriedad que en aquel momento no llegué a poner en duda– que a ellos les apetecía aprovechar el servicio de masajes del hotel y si no tenía inconveniente en usarlo también. Me gustó la idea y los hechos que se sucedieron me fueron confirmando que se trataba de algo especial. El masajista resultó ser un tipo que más bien parecía venir directamente de un club de halterofilia.  Alto y fuerte, el equipo de lycra blanco que llevaba marcaba unos pectorales poderosos en línea con unos brazos y piernas como troncos cubiertos de recio vello. El elástico tejido ceñía por lo demás una ostentosa protuberancia en la entrepierna. Aunque los tres llevábamos  tapadas las vergüenzas con la toalla ritual, el dato de que, en lugar de camillas de masaje, fuéramos a utilizar juntos la gran cama parecía ya algo anómalo, si bien la destreza de movimientos sobre ella de la que hacía gala el masajista obviaba cualquier inconveniente. Tendidos boca abajo empezó aplicándonos alternativamente, y de manera muy profesional, un ungüento perfumado por todas las partes no cubiertas. Pero a continuación las toallas fueron desplazándose casi imperceptiblemente y manos oleosas se deslizaron hábilmente por nuestros glúteos, de forma mucho más lasciva que una mera relajación muscular. El frote oleoso llegó a alcanzar nuestra entrepierna induciéndonos a despegar las barrigas de las sábanas. Producida la inevitable erección nos dimos la vuelta y, mientras una mano iba masajeando el pecho y endureciendo los pezones, la otra lubricaba las pollas y jugueteaba con los huevos cargados. Ya había desaparecido el ropaje de lycra y un imponente badajo se iba balanceando sobre nuestros cuerpos. Y aquí vino la sorpresa que se me reservaba. Pues mis anfitriones –que sin duda ya tenían experiencia de las cualidades de tan singular masajista– me sujetaron poniéndome bocabajo de nuevo como a una víctima propiciatoria. Un firme dedo se introdujo por mi culo impregnándolo de una crema que producía sensaciones de frío y de calor. Unos azotes de la inmensa polla me avisaron de su disponibilidad. Y en efecto sentí cómo mi culo iba tragando, en un trayecto que parecía no tener fin, la descomunal pieza cada vez más gruesa a medida que avanzaba. Llegué a morder los muslos de los que arrodillados a mis lados me inmovilizaban. Un suave balanceo, alternado con embates más fuertes, permitió que me fuera relajando y apreciara tan insólito placer. Probablemente como parte del espectáculo, mi atacante sacó a tiempo la polla para arrojar de inmediato un chorro de leche cuyas gotas me llegaron hasta la nuca.
 
Aunque agotado de momento, mi excitación no dejaba de crecer. De nuevo boca arriba, seguí sin embargo sujeto por mis guardianes, que ahora me besaban y mordían mis pezones, sin dejarme mirar hacia abajo. Porque para rematar su faena, el masajista había tomado mi polla con su boca y, con hábiles succiones, hacía que recuperara todo su vigor. La sacaba para lamer mis huevos, llegándose a tragar la bolsa entera. Se concentró ya en una experta masturbación en la que, enroscados sus recios dedos en mi polla, la sometían a una frotación  de ritmo variable, mientras que con la lengua lamía y ensalivaba el capullo. Cuando el temblor de mis muslos anunció la explosión, la engulló entera y sentí cómo mi leche de dispersaba por su garganta.

La sesión había resultado ya suficientemente completa, al menos para mí, sometido a un tratamiento intensivo. No, al parecer, para mis anfitriones que se mostraron interesados en ampliar nuestras experiencias. Así me recordaron que no había llegado a follármelos, cosa que les apetecía mucho, ni tampoco probado el bocadillo del que les había hablado. Quedamos pues para otro encuentro. Y de éste tal vez hable en otra ocasión….

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