sábado, 30 de abril de 2011

Una inesperada visita esperada

Cuando estamos comiendo en casa, frecuentemente me preguntas si aparecerán algunos de mis amigos para que te los “presente”. Y sé el morbo que esa idea te produce. Pero, por cuestiones de horario, me resulta difícil amañar una cita adecuada para darte la sorpresa.

Te había hablado de un antiguo conocido al que reencontré en un bar y lo agradable que me resultó volverlo a ver. Omití decirte que le informé sobre ti y de lo bueno que estás, cosa que avivó su interés en encontrarse con nosotros dos. Asimismo aceptó de buen grado mi propuesta de aparición por sorpresa y las instrucciones que para ello le di.


Así pues el día concertado empezamos con nuestras actividades habituales: compras, cocina, comida…, tratando yo de disimular lo que no tardaría en suceder. Tú, una vez duchado, con el uniforme habitual de camisa abierta y slip, que te queda tan insinuante. Yo, más friolero, portaba un chándal fino. Para no variar el guión tomamos ya el café y tú te dedicaste al ritual imprescindible de la copa generosa y el puro. Mientras los disfrutabas en el sofá, yo sabía que faltaba ya poco para la visita. Sentado a tu lado me afané en los sobos que tanto nos gustan, pero con la intención añadida de irte calentando para la ocasión.
 
Cuando estabas en las últimas caladas, y con la polla tiesa, sonó el interfono en la cocina. Me levanté rápidamente y me limité a pulsarlo. Te dije que no era para aquí, pero ya intuiste que había gato encerrado, porque te levantaste, volviste a ponerte el slip y noté que dudabas si recibir de esa guisa a lo que fuera u optar por cierta discreción. Mi sonrisa también me delató y te dije que no había problema. Al poco llamaron a la puerta y fui a abrirla. Recibí con un beso en la boca al visitante y pasé a la presentación. Os besasteis más tímidamente en la cara, pero era evidente el buen efecto que tu porte e indumentaria le causaba. Él, de tu misma edad, algo más bajo, regordete y afable, también pareció que te caía bien.
 
Para ir tanteando el terreno le ofrecimos un café, que nosotros repetiríamos. Nos sentamos en la cocina y muy obsequioso te pusiste a prepararlo. Esta fue la ocasión para poner en práctica tu  deseo de “conocer a mis amigos”. Al moverte manipulando la cafetera, yo te acariciaba las piernas desnudas y, en una de esas, te bajé el slip por detrás descubriendo tu culo. No te inmutaste, para deleite del visitante, y cuando viniste con las tazas, tu delantera mostraba ya una ostensible erección. Te atraje hacia nosotros y ya los dos la acariciábamos y metíamos los dedos por el borde del slip. Aparentabas mansedumbre, pero bien sabía yo que te ponía de lo más cachondo. Al fin te sentaste y consumimos el café en paz.
 
El visitante manifestó su deseo de darse una ducha. Cuando empezó a quitarse la ropa, te tomaste la revancha y le tirabas del slip para sacarle la polla. Lo acompañamos al baño y mientras él se remojaba, tú y yo nos abrazábamos y besábamos, al tiempo que te quitaba la camiseta y me despojabas del chándal. Él nos miraba y su polla, de muy buen tamaño, destacaba entre la espuma. Le ayudamos a secarse y tú, agachándote, te pusiste a chupársela. Me atrajiste para ponerme a su lado e ibas alternado con las de los dos. Por fin el visitante, te bajó el slip, que picaronamente seguías llevando, y se lanzó a comerte la polla. Yo me puse a tu lado y también recibía. Me encantaban esas mamadas, bien pegado a ti y acariciándote el culo.

Fuimos a parar a la cama y el amigo nos pidió que nos tumbáramos  boca arriba y le dejáramos hacer. No omitía besar y lamer ni una parte de nuestros cuerpos. Se afanaba con los pechos – ¡cómo sé lo que disfrutas con eso! –, se tragaba las pollas y chupaba las entrepiernas. Nos entregábamos encantados, bien juntos y besándonos.

Pero yo tenía preparado un juego, del que previamente había informado a mi compinche. Aprovechando tu tendencia a ponerte boca abajo, sorpresivamente te tapé los ojos con un pañuelo, y entre los dos fuimos poniéndote ataduras en muñecas y tobillos para dejarte inmovilizado en aspa, y la cama arrastrada para que tu boca quedara accesible. No era nuevo para ti, pero sí lo fue el doble ataque. A cuatro manos te íbamos masajeando con aceite, que te extendíamos por todo el cuerpo. Cuando el líquido se deslizaba por tu raja removías el culo pidiendo guerra. Uno iba metiendo los dedos y otro te sobaba huevos y polla, que sobresalía tensa y brillante.
 
Nos sacó sin embargo de nuestra concentración el interfono que volvía a sonar. Yo fui el primer sorprendido, pues no esperaba ninguna otra novedad, pero mi cómplice me hizo un gesto sonriente y me acompañó hacia la entrada, dejándote en el dormitorio sin saber lo que pasaba. Me explicó que se había tomado la libertad de invitar a su amigo, que había tenido que hacer antes unas cosas, a incorporarse a la visita. Ya me lo había presentado en otra ocasión y me pareció también muy agradable: algo mayor que él y más grueso. Cuando entró lo pusimos al corriente de la situación, a la que se dispuso a incorporarse muy gustoso. Tú empezaste a oír una nueva voz fuerte y risueña, que te intrigaba y aumentaba tu excitación, mientras el recién llegado se desnudaba, mostrando un cuerpo bien rotundo y velludo. Le hicimos los honores besándolo y acariciándolo; rápidamente su polla larga y recta se puso en forma. Se sentó a los pies de la cama y apoyado entre tus piernas se echó hacia atrás reposando la cabeza en tu culo, y así se la pudimos chupar cómodamente.
 
Tú te ponías cada vez más nervioso por la ignorancia de lo que pasaba realmente, solo orientado por los tocamientos que sentías; hasta que, con el culo vibrando, estallaste: “¡Folladme de una vez!”. Entonces nos pasamos los tres a la cabecera de la cama y levantándote la cabeza te hicimos saborear nuestras pollas: la gorda y jugosa, que ya habías catado antes; la nueva, larga y poderosa, ignorante de las características de su poseedor, y la mía bien conocida. Te conminamos a que eligieras la primera en intervenir y, para ir sobre seguro, optaste por la mía. Así que tomé posición, te unté de lubricante y caí sobre ti. Era como entrar en casa y tú también tenías ya una referencia; bombeaba y me incitabas con meneos y jadeos. Los visitantes se habían colocado de rodillas a ambos lados; te iban sobando y yo podía darles lametones en las pollas. El último en llegar, muy excitado, me pidió que le cediera el puesto. Pasé a la cabecera y descansé mi polla en tu boca mientras el otro se disponía a follarte. Te tanteó el culo y comprobó la lubricación. Seguidamente comenzó la penetración lenta pero ininterrumpida hasta llegar al tope. Más larga que la mía, la verga llegó bien adentro y tú expresaste el cambio con un bufido. Pero la disfrutabas de pleno con su mete y saca, y los azotes que te propinaba con ella cuando quedaba al exterior. Pero el tercero en discordia reclamaba ya su turno; cariñosamente apartó a su pareja, quien para que también lo chuparas. La gorda polla que ahora te atacó tuvo que forzar más la entrada; yo lo ayudé separándote los glúteos hasta que te penetró por completo. Se quedó quieto abrazado a tu barriga mientras tú te removías para darle acomodo. Le pediste que bombeara y lo ayudabas levantando el culo todo lo que podías para un placer más intenso.
 
Llegaste a quedar exhausto y pediste que te liberáramos de ataduras y antifaz. Pero aún no habíamos acabado la sesión y faltaba alguna sorpresa. Así que, manteniéndote a ciegas, te fuimos desligando, pero solo para darte la vuelta y dejarte sujeto boca arriba. El que había llegado el último te dedicó unas lisonjas al contemplarte así extendido, lo que aumentó tu intriga al no haber conseguido verlo. Así despatarrado, urgía reanimar tu polla chafada con tanto envite. Al contacto de tantas manos que te embadurnaban con aceite, no tardó en recuperar la vertical. Uno te pellizcaba los pezones, lo que te hacía saltar, y los otros te lubricaban la polla y los huevos. No cabía duda de que estabas gozando al máximo.


Tomó la vez el primer visitante y se colocó a bocajarro sobre tus muslos, masajeándote la polla hasta ponerla a su gusto. A continuación se sentó encima y se la clavó en el culo. Subía y bajaba haciéndote resoplar de gusto. Entre tanto, teniéndote así ocupado, te fuimos soltando  los amarres a la vez que recuperabas la visión. La perspectiva que por fin captaste, de un culo regordete saltando sobre tu polla y otros dos tíos, uno de ellos desconocido, rodeándote en pie de guerra, te excitó sobremanera. Así que volteaste al jinete y tomaste el control de la follada. Ya con libertad de movimientos, arremetías con ahínco liberando la tensión acumulada. El otro visitante se tendió boca abajo a vuestro lado en una inequívoca actitud participativa. No quisiste desperdiciar la ocasión  y cambiaste de culo, cayendo sobre ese otro más terso y peludo. Yo disfrutaba a rabiar con el espectáculo, meneándomela y sobándote la grupa. Tu ritmo se fue acompasando hasta que saliste, con la polla goteante. El simpático receptor aprovechó entonces para presentarse, ya que hasta ese momento solo conocías su voz.
 
Más relajados, los cuatro tomamos de nuevo posiciones sobre la cama. Mientras te recuperabas, el primer visitante se ocupó de alegrarme la polla con una mamada magistral y su compañero se excitaba mirándonos; así llegué a tener una corrida de lo más intensa. Como la pareja se afanaba ahora en darse placer mutuamente, me dirigí hacia ti para abrazarte y besarte. Mis caricias y la visión de los otros acabaron provocándote una nueva erección. Seguías caliente y necesitabas desahogarte de nuevo, así que te masturbaste hasta derramar el fluido blanco. Simultáneamente la pareja amiga acabó derramándose sobre nuestros pechos.

Con la promesa de que la próxima vez iríamos a la casa de ellos, los amigos se despidieron encantados. No menos encantado quedaste tú y, aunque ahora relajado, ya estabas deseando una nueva sorpresa.

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