sábado, 9 de abril de 2011

Encuentro inesperado

El día en que una pareja de amigos me invitó a pasar una jornada divertida no podía imaginar en qué iba a consistir esa diversión. O sí… Me anticiparon que habían contratado a un profesional del que tenían muy buenas referencias. Conocedor de los gustos de mis amigos, supuse que no podía tratarse de un escort convencional, joven y estilizado. Las posibilidades entonces se acercaban más a ese círculo reducido y selecto que, más allá de tópicos, ofrece cuerpos de hombre maduro y fornido para el placer de clientes que, precisamente, desean este tipo de masculinidad. Y no me cabía duda de que mis amigos tenían que haber buscado en dicho círculo. De todos modos, aunque inmediatamente pensé en ti, y a pesar de que sois pocos los que, como tú, habéis alcanzado en ese terreno un considerable prestigio, juzgué como una casualidad excesiva que pudieras ser precisamente el contratado. Por otra parte, no dejaba de tener curiosidad por apreciar cómo se desenvolvía alguno de tus colegas en tales menesteres. Pero, por muy remota que me pareciera la coincidencia, el “y si…” no dejaba de rondarme, y me regodeaba pensando en la situación que se podía crear.

Así que, a media mañana, me recibieron mis anfitriones en su chalet de la zona alta de la cuidad. Rodeada de un sólido muro y en medio de un cuidado césped, se alza la vivienda de una arquitectura singular. De una sola planta rectangular y toda acristalada por los cuatro costados, el interior era un gran espacio único en el que sólo la distribución del mobiliario, de un gusto exquisito, marca los distintos usos.

La pareja que desde hace años conviven en lugar tan privilegiado, es de mente muy abierta, dispuesta siempre a disfrutar de todos los placeres a su alcance y, por supuesto, de una sexualidad desbordante. Mi amistad con ellos me ha permitido conocerlos a fondo y, en varias ocasiones, hemos hecho unos tríos memorables. A ello se une que no sabría decir cuál de los dos me gusta más. Desde luego resultan complementarios, tanto en carácter como en aspecto físico. El mayor, Raúl, de edad próxima a los sesenta, es alto y barrigón, con abundante vello corporal distribuido por el pecho de apetitosos pezones, el bajo vientre y las robustas piernas, que enmarcan unos gruesos testículos y un pene bien formado y jugoso. Me encanta su ancha espalda, rematada por un culo orondo que se ofrece generoso. Su cabeza, de noble calva y rostro redondeado con barba canosa, le da un aire de patricio romano.


El otro, Miguel, más joven aunque rondando la cincuentena, es un gordito delicioso de carnes prietas y un vello claro y suave que invita a la caricia. La redondez de sus tetas, sus brazos, su barriga, sus muslos y su culo resulta de lo más acogedora. Y qué decir de esos huevos bien pegados entre las ingles y esa polla gorda y lustrosa. La cara, siempre risueña, se adorna con una media barbita que enmarca una incipiente papada.
 
Cuando llegué, ellos ya llevaban unas batas de seda blanca muy fina, más por sensualidad que por pudor, ya que su largo apenas alcanzaba los muslos y cualquier movimiento permitía entrever lo que falsamente ocultaban. Con el cariño y los mimos con los que siempre me tratan me ayudaron a desvestirme entre los dos –ya empezaba a ponerme caliente– y me ofrecieron otra bata como las de ellos. Preparamos unos aperitivos y nos sentamos, como solíamos, ellos dos en un relajante sofá y yo en una butaca enfrente. Las caricias que se hacían y la visión de lo que ya las batas no alcanzaban a cubrir eran todo un ritual de provocación, en el que son tan expertos. Pero entonces sonó el interfono y la intriga que hasta entonces me había acompañado iba a despejarse pronto.

Al abrirse la cancela, a través de la cristalera te vi avanzar por el jardín aún ignorante de lo que ibas a encontrar. Yo mismo me sorprendí percibiendo tu aparición como la más lógica, más allá de cualquier cálculo de probabilidades. De todos modos había que prever las reacciones que nuestro encuentro en estas circunstancias pudiera provocar, aunque preferí concentrarme en el momento y dejar que los acontecimientos se fueran desarrollando por sí mismos. Llevabas unos shorts azules apretando tus muslos y una ligera camisa blanca abierta hasta la mitad del pecho. Si no fuera porque ya estaba enamorado de ti, te aseguro que aquella visión habría dado lugar a un flechazo fulminante.

En el momento en que entraste en la casa, tu profesionalidad brilló al más alto nivel, pues el hecho de verme junto a tus nuevos clientes no hizo mover ni un solo músculo de tu rostro. Al contrario, te acercaste a nosotros con una radiante sonrisa y, en los besos de saludo y presentación, ya empezaste a cumplir con tu misión. Tu mirada al besarme sólo denotó un imperceptible destello de extrañeza –si yo estaba en la trama o también había sido sorprendido lo habríamos de aclarar en otro momento–, que no te impidió tratarme con la misma sensualidad que a los otros. Te plantaste ante los tres con una estudiada actitud provocativa e invitadora a apreciar tus cualidades. Así que mis amigos no dudaron en abrirte completamente la camisa para desvelar tu delantera. No me quedé atrás y solté el cinturón de tus pantalones y al caer éstos el pequeño slip negro mostraba la tensión de tu polla. Casi arrancados camisa y slip, te nos mostraste en toda tu virilidad.
 
Como habías quedado en esa desnudez tan tentadora, mis anfitriones se dedicaron a palparte por todo el cuerpo para apreciar mejor la calidad de su adquisición. Acariciaban el vello de tu pecho y endurecían los pezones. Pero no me sorprendió en absoluto que dedicaran especial atención a tu soberbio culo, sobándolo y  estrujándolo como atraídos por un imán. Te hacían inclinar hacia delante con las piernas abiertas y yo aproveché para meter la mano y darte unos toques cariñosos  en los huevos y la polla colgantes.

Tuvimos que calmarnos para no precipitar los acontecimientos y entonces te ofrecieron una bata como las nuestras algo más transparente de manera que se traslucían tus pezones y el sombreado de tu vello corporal tan equilibradamente repartido. Como se acercaba la hora de comer, enseguida te ofreciste a encargarte de todo y, con el desparpajo que te caracteriza, era para ver cómo, moviéndote por la cocina o disponiendo la mesa, nos ibas ofreciendo, como quien no quiere la cosa, el espectáculo de tus poses más descaradas. Un buen aperitivo visual.
 
Una vez todo a punto, nos sentamos los cuatro en una mesa redonda de cristal, lo cual, mientras comíamos y bebíamos muy a gusto, nos permitía observar las maniobras que por debajo tenían lugar. Porque frecuentemente se levantaba una pierna que iba en busca de algún paquete con el que juguetear y que no tardaba en responder con una alegre erección. Por otra parte, cada vez que te levantabas para traer algo de la cocina o cambiar los platos, no escatimabas los roces intencionados, quedando a veces tu polla posada sobre algún brazo desprevenido.
 
Para el café y las copas nos desplazamos a una zona más relajante. Como mis amigos ocuparon su sofá habitual, yo aproveché la ocasión para reclamar dos cosas. Puesto que ellos formaban pareja, tú y yo habíamos de constituirnos también en pareja “ocasional” y, además, para estar en igualdad de condiciones,  debíamos disponer de un sofá similar al de ellos. Así que, tras un rápido desplazamiento de mobiliario, volví a situarme frente a los anfitriones, pero esta vez encantado de tenerte a mi lado para un falso fingimiento de pareja. Ellos por su lado y nosotros por el nuestro empezamos a besarnos y  a meternos mano, despojándonos ya de las batas. Una vez uno se tendía en el sofá y el otro le iba recorriendo el cuerpo de pies a cabeza con besos y lametones, que se intensificaban al pasar por los huevos y la polla y luego sobre los pezones, hasta acabar en un frenético juego de lenguas. Otra vez, el que se colocaba boca abajo recibía el peso de la pareja que restregaba su cuerpo o iba masajeando la espalda y el culo, donde se esmeraba en entreabrir la raja para lamerla dulcemente. Y el placer que hacían sentir estas destrezas se multiplicaba al verlas reproducidas por el tandem de enfrente con el que se establecía una amable rivalidad.
 
Casi imperceptiblemente en ambas bandas se iba produciendo un deslizamiento  hacia la mullida alfombra que separaba los sofás enfrentados. Hasta que los cuatro cuerpos fueron entremezclándose en un “totum revolutum”. En un momento mi cabeza se enterraba entre las ingles de Raúl, lamiendo huevos y polla, mientras éste mordisqueaba los pechos que le ofrecías inclinado para servir tu culo a la gula de Miguel, quien a su vez se agarraba con fuerza a mi polla. Los cambios de posición se sucedían vertiginosamente hasta no quedar parte alguna  de nuestros cuerpos sustraída a las manos y la boca de uno o de otro. Las cuatro pollas se hallaban en su máxima tensión y frecuentemente resbalaban por la raja de algún culo tanteando el agujero, pero sin pasar de ahí, en un deliberado y morboso aplazamiento del placer. Exhaustos y sudorosos, la tensión iba relajándose para derivar ya en suaves caricias y besos.
 
Llegados a este punto, me pareció conveniente cambiar la estrategia seguida de emparejamiento contigo. Por una parte, no quería que mis amigos pensaran que estaba acaparando el capricho que ellos habían contratado. Por otra, me tentaba la curiosidad de verte cumplir tu función de entrega a los deseos de tus clientes. Así que, sibilinamente, planteé que ya estaba bien de darte un trato de igual y que a partir de ahora había que sacarle todo el jugo a tu compromiso de disponibilidad.

La ducha que todos necesitábamos después de los revolcones sobre la alfombra la íbamos a disfrutar por etapas y, cómo no, tú serias nuestro juguete. La amplia sala de baño de la casa, que parecía la de un gimnasio, con un sofisticado sistema de chorros y mangueras, iba a ser el escenario adecuado. Te dijimos que primero te enjabonaras tú solo mientras nosotros contemplábamos tus maniobras. Y vaya cancha que le diste a nuestra libido extendiéndote la espuma con gestos lúbricos. Marcabas lentos círculos en torno a tus tetas y pellizcabas los pezones. Ibas bajando las manos sobre el vientre hacia el pubis, donde te entretenías enjabonando los huevos y aplicando suaves caricias masturbatorias a tu polla, con el capullo reluciente entre la espuma. Luego te girabas para ofrecernos la visión del lavado de tu culo. ¡Qué lascivamente te pasabas el jabón por la raja, perdiéndose tus dedos por unos instantes en sus profundidades! Y todo ello con miradas y gestos de lo más incitantes. Fingiendo que no considerábamos la higiene suficiente, nos aprestamos a completarla, así que tus manos quedaron sustituidas por otras seis que volvían a cubrir de espuma cualquier zona de tu cuerpo. Te dejabas hacer con indolencia, las piernas entreabiertas y las manos apoyadas en alto sobre la pared. Sólo te estremecías por efecto de algún pellizco o de algún dedo que hurgaba en tu interior. Casi convertido en un muñeco de nieve, pasamos al enjuague con variados chorros y manguerazos, hasta dejar tu piel lustrosa y goteante.
 
Pero no hacía falta que te secaras, puesto que ahora ibas a cumplir el deber impuesto de asearnos uno por uno. Por deferencia hacia el invitado, me ofrecieron ser el primero, cosa que agradecí no sólo porque ya estaba ansioso por entregarme a tus manos sino también porque, una vez listo, podría solazarme en plan “voyeur” con tus manipulaciones sobre los otros dos. Aunque las delicias de tu tacto me eran de sobras conocidas, simulé sorpresa por la habilidad con que ibas extendiendo el jabón por mi cuerpo, afanándote sensualmente en las zonas de mayor sensibilidad. Me aclaraste la espuma con no menos delicadeza, y al secarme con una gran toalla aproveché para atraerte dentro de ella y restregarme con tu cuerpo. Pero los amigos reclamaron su turno y, fresco y relajado, me dispuse a contemplar tu destreza sobre los otros.
 
Mucho me temí que la prudencia me había llevado a adoptar una actitud en exceso pasiva, ya que lo otros se tomaron la operación de una manera mucho más desenfadada. Así, mientras tú te afanabas en enjabonar a Raúl, Miguel se aprovechaba metiéndoos mano. Ora os sobaba el culo y te empujaba para que cayeras sobre Raúl, ora os cosquilleaba pollas y huevos. Llamado el intruso al orden jocosamente, pudiste completar tu faena con la misma dedicación que habías tenido conmigo. Cuando llegó el turno de Miguel, éste siguió con su actitud juguetona y provocadora. Te sujetaba las manos enjabonadas para llevarlas a donde más le gustara. Se balanceaba haciendo ostentación de su gruesa polla, que tú tenías que atrapar para lavarla. Se giraba y meneaba el culo redondo, exigiéndote que le metieras varios dedos. Y cuando por fin pudiste enjuagarlo e ibas a envolverle en la toalla, se agachó para comerte la polla, maniobra que interrumpimos porque no era lo que procedía en ese momento.

Mis amigos reservaban un juego sorpresa pues, en una zona contigua, se extendía sobre el suelo una gran colchoneta cuadrada forrada de un material impermeable. Su función era evidente y, aunque ninguno de nosotros éramos duchos en la lucha cuerpo a cuerpo –quizá tú tendrías alguna experiencia­–, no se nos escaparon las posibilidades eróticas del juego al que nos aprestamos a entregarnos. Así pues, completamente desnudos y provisto cada uno de un frasco con aceite aromático, nos aplicamos en una larga y sensual preparación física. Nos untábamos con lentas pasadas los unos a los otros sin que quedara ni un milímetro de nuestra piel, desde el cuello hasta los pies, que no brillara intensamente. Ni que decir tiene que tanto manoseo aceitoso resultaba de lo más excitante, de lo que daba fe la respuesta de las relucientes pollas a la escurridiza fricción. En un remedo de combate que más bien era frotamiento de cuerpos, formábamos parejas improvisadas que acababan revolcándose sobre la colchoneta resbaladiza por los chorros de aceite que le habíamos echado. A dos y a cuatro nos entrelazábamos y patinábamos por la superficie, simulando llaves de lucha agarrados a cualquier parte del cuerpo. En este escenario, tomaste conciencia de que te correspondía dar algún tipo de satisfacción a tres pollas no menos excitadas que la tuya. De rodillas e inclinado hacia delante, nos ofreciste el panorama de tu culo reluciente. Con una mano sobabas los huevos colgantes y presionabas la polla para mostrarla por debajo. Fue la señal de salida para que las nuestras se te fueran clavando sucesivamente con la facilidad que propiciaba el aceite y, cuando el impulso era muy fuerte, hacía que te desplazaras resbalando de un extremo a otro de la colchoneta. En un momento dado llego a formarse un curioso bocadillo. Miguel se introdujo debajo de ti, de manera que tu polla se le metió como con un calzador. Raúl se echó sobre ti e hizo lo mismo contigo. Esta doble follada se veía dificultada, sin embargo, por lo escurridizo de la base, así que colaboré tomando posición frente a las tres cabezas haciendo de tope y ganándome algunas chupadas. Aunque la situación era de lo más placentera, la ralentización de los movimientos no propició llegar hasta las últimas consecuencias.
 
El tránsito por las duchas había de ser ahora más calmado, pero… Después de pasarnos un buen rato recibiendo la tibia lluvia y entonando nuestro cuerpo, ¿era posible que cuatro hombres juntos y desnudos con ganas irrefrenables de marcha se limitaran a este saludable trámite? Y tú tenías además el cometido de la provocación, a la que no parecías dispuesto a dar tregua. Así descaradamente, mientras te iba cayendo el agua de la ducha, de tu polla salió un chorro dorado en un arco que crecía a medida que una nueva y fuerte erección te la iba poniendo más y más tiesa. Por unanimidad decidimos que había que castigar esa desvergüenza, así que te ordenamos ponerte en una hornacina al fondo de las duchas y te fusilamos a chorros de manguera con distintas temperaturas. Como estabas lanzado, jugabas contoneándote para esquivas el agua, con lo que tu polla tiesa oscilaba provocativamente, o mostrabas el culo para que sirviera de diana. Total, que nos excitaste tanto que, soltado las mangueras, nos abalanzamos sobre ti para comerte todo lo comible. Tú contraatacabas y así volvimos a estar todos revueltos en caricias y chupadas. De todos modos, la erección de la que seguías presumiendo constituía un reto para los que carecíamos de tu capacidad de recuperación. Así que ordenamos que te masturbaras haciéndonos una nueva exhibición. Obediente te pajeabas con mucho morbo, subiendo y bajando el  prepucio con una mano y apretándote los huevos con la otra. De vez en cuando buscabas nuestras bocas con tus dedos para recoger la saliva que extendías por el capullo. Aceleraste la frotación y, con teatrales contorsiones y gritos de placer, soltaste la leche que, abundante, al caer al suelo, se diluía en el agua de la ducha. Te secamos con mucho esmero y, casualmente, todos nos entreteníamos en la entrepierna, provocándote exclamaciones de gusto. Tú, de unos en uno, nos pagaste con la misma moneda, así que todos quedamos a punto de revista.

Lamentablemente sólo podíamos disponer de ti hasta última hora de la tarde, tal como habías pactado con mis amigos, ya que por la noche tenías un compromiso ineludible, cuya naturaleza no aclaraste.

Pero antes de que nos dejaras, aún teníamos que disfrutar un rato en el gran jacuzzi, casi piscina. Nos fuimos metiendo en el agua y enseguida dominó el espíritu lúdico. Empezaste a hacer de las tuyas y buceando buscabas las pollas flotantes para agarrarlas con la boca como si fueran un tubo para respirar. Pronto tuviste a Miguel sentado en tus hombros y restregando el paquete contra tu nuca. La cosa se ponía candente, pese a la tibieza del agua. Me senté en el borde y tú te acercaste con tu carga a cuestas para chupármela, mientras Miguel por encima me morreaba. Raúl mordisqueaba y lamía el culo de su amante que sobresalía por encima de tu espalda, a la vez que tanteaba para arponearte con su polla bajo el agua. La compleja composición humana acabó viniéndose abajo y arrastrándome consigo. Nos revolcábamos como niños, aunque nada inocentes, e íbamos remedando tus maniobras de buceo. En cuanto alguno se ponía a flotar haciendo el muerto, su polla erguida era objeto de codicia manual u oral. Verdaderamente no había quien pudiera estar tranquilo.
 
Salimos del jacuzzi, conscientes de que el tiempo apremiaba. Los tres contábamos todavía contigo y había que aprovecharlo. Lo primero era exprimir al máximo tus recursos tan potentes. Así que te hicimos tender boca arriba en una camilla de masaje observando con codicia el trofeo que se alzaba entre tus muslos. Miguel saltó para colocarse en cuclillas sobre tu cara fregándola con los huevos y sujetando tus brazos. Te metió la gorda polla en la boca y empezaste a mamársela con avidez. Raúl y yo nos turnábamos con la tuya usando solamente la boca. Cuando uno desfallecía en la frenética succión era inmediatamente sustituido por el otro, con una cierta rivalidad porque sabíamos que sólo uno acabaría recibiendo el premio de tu leche. Finalmente, y acompañado de un espasmo que sacudió todo tu cuerpo y te hizo morder lo que Miguel apretaba dentro de tu boca, fue Raúl el afortunado en recibir la abundancia que le inyectaste.
 
Quedaste exhausto por unos instantes, pero la urgencia de Miguel era tal que sacó la polla de tu boca y te hizo dar la vuelta. Se montó sobre tu culo y tras tres fuertes embestidas cayó desplomado sobre ti. Raúl lo ayudó a bajarse y con un dedo hurgaba tu agujero lleno de leche mientras se masturbaba para consolidar la firmeza. Con cierto aplomo te separó al máximo las piernas y restregó varias veces la verga por tu raja hasta clavarla en el punto exacto. Te follaba rítmicamente metiéndola hasta el fondo y sacándola casi entera. De pronto salió completamente y un primer chorro de semen salpicó tus glúteos, para volver a penetrarte de inmediato y acabar de vaciarse en tu interior.

Cuando me tocó a mí opté por cerrarte las piernas apretándolas entre mis rodillas para que tu culo quedara más resaltado. Al metértela por primera vez sentí que mi polla quedaba empapada de la leche de mis predecesores. Adopté una táctica que sabía te desconcertaba e incrementaba tu deseo. Después de unas cuantas embestidas, me salía y me masturbaba tamborileando sobre tus glúteos; volvía a entrar y repetía la operación. Miguel, que observaba atento, se aprestó a colaborar, así que cada vez que mi polla reaparecía era él quien me la meneaba. Al notar que me venía el orgasmo, con un gesto mío le indiqué que él mismo me dirigiera hacia tu interior. Después de vaciarme y al apartarme de ti, Miguel volvió a cogérmela y la limpió con su lengua, cosa que también hizo con tu agujero aún palpitante.
 
Regresamos a la casa y ya te dejamos tranquilo para que te asearas y vistieras. Cuando estuviste listo observé, no sin cierto rubor, que Raúl discretamente te hacía entrega de un cheque que completaría el anticipo que sin duda habrías ya recibido, y tal vez con una generosa propina. En la despedida, con besos cariñosos, tú y yo mantuvimos el disimulo hasta el final. Te vi alejarte por el jardín con tus shorts azules y la camisa blanca. Pensé que tu mente ya estaría ocupada con los nuevos compromisos.

Durante la cena, a base de algunas cosas que habías dejado preparadas, mis anfitriones no paraban de alabar tu buen hacer y se mostraban muy satisfechos por haber contratado tus servicios. Pero no dejó de extrañarles mi actitud un tanto ausente. No quise que pudieran interpretarla como una descortesía hacia el detalle que habían tenido al invitarme a compartirte. Como contaba con su total discreción, decidí confesarles la verdad de mi relación contigo, con sus luces, brillantes, pero también con sus sombras. Lo cual me sirvió asimismo de desahogo. Mostraron una gran comprensión y me reconfortaron con su amistad y cariño, que volcaron sobre mí el resto del tiempo que estuve con ellos.
 
Aunque insistieron en que me quedara a pasar la noche con ellos, una imprecisa intuición me impulsó a declinar su amable invitación y a decidir ya el regreso a casa. Y mi intuición no me falló, ya que tu compromiso nocturno era precisamente que te encontrara en nuestra cama. Estabas ya dormido, así que me abracé a tu cuerpo desnudo y no tardé en imitarte. Mañana ya habría ocasión de comentar nuestro encuentro inesperado.

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