domingo, 13 de marzo de 2011

¡Vaya comida!

Durante una de tus ausencias, se me ocurrió reformar la cocina y así darte una sorpresa, ya que es uno de los lugares donde mejor te relajas, dando rienda suelta a tu afición culinaria. Finalmente quedó muy amplia y completa, con una zona anexa de office-comedor, ya que te gusta que tus habilidades culinarias sean bien visibles.

A tu regreso quedaste encantado con la novedad, tal y como me esperaba. Te propuse que hiciéramos una inauguración original. Precisamente esos días estaba en la ciudad una pareja de conocidos con los que tenía previsto un encuentro y una buena manera de agasajarlos sería invitarlos al estreno de la cocina. Ellos ya tenían referencias de ti y estaba seguro de que les encantaría la idea de venir a casa.

Como iba a tratarse de una reunión de amigos, quise ponerte al tanto de mi relación con los que habíamos de recibir –y que ya he explicado con anterioridad–. Sabía que estos antecedentes te excitarían y dispararían tus deseos de quedar bien con ellos, y no sólo en cuestión de comida.

La verdad es que no sabía aún si su relación era de las abiertas y por tanto dudaba del carácter de su visita. Pero tú me pediste que lo dejara en tus manos, pues tienes muy buen ojo para captar lo que procede en cada caso.
Llagaron a media mañana y, en la duda, los recibí correctamente vestido, tal como iban ellos. Pero tú ya lanzaste el primer dardo provocador porque, pretextando  que te habían pillado arreglándote, apareciste apresurado con un ajustado slip que te marcaba ostentosamente el paquete y con una camiseta a medio poner que dejaba tu barriga al aire. Te regañé bromeando, aunque la expresión de satisfacción que percibí en los invitados me hizo comprender que habías dado en el clavo.

Ya tenías preparado un suculento aperitivo en la mesa del office y nos propusiste que lo disfrutáramos mientras tú te dedicabas a hacer la comida. Sabía que nos ibas a ofrecer todo un espectáculo, más allá del culinario. Porque, tras desaparecer por unos momentos, volviste con expresión muy profesional pero ya despojado de slip y camiseta, que habías sustituido por un pequeño delantal que llevaba  impresa una fotografía muy realista de los bajos del David de Miguel Ángel; por detrás solo lo ataba una fina cinta, de manera que todo tu trasero quedaba al descubierto. La provocación no podía ser mayor y los invitados casi se echan por encima la copa de cerveza. Pero tú, con toda naturalidad, empezaste a trabajar.

Como ya la cosa no llamaba a engaño, sugerí que nos pusiéramos todos más cómodos. Así que fuimos quitándonos camisa y pantalones, para quedar de momento con boxers o slips más o menos sucintos… ya se vería por cuánto tiempo. Tuve entonces ocasión de comprobar en vivo lo rico que estaba Carlos, con unas tetas cubiertas de un vello suave que descansaban en su  barriga de bebedor de cerveza. Como no podía ser menos, la polla de Luis ya daba la nota tensando el slip.

Muy afanoso, y sintiéndote observado y deseado, preparabas los ingredientes del sofrito para la paella con que nos ibas a obsequiar, al tiempo que limpiabas el marisco. En esta operación te inclinabas un tanto forzadamente sobre la fregadera para ofrecer una perspectiva más completa de tu culo. A veces te caía algo al suelo y te inclinabas a recogerlo, de manera que por debajo se veían tus pelotas destacar en el breve delantal. Cuando te acercaste a la mesa para servirnos un plato de jamón, tu polla levantaba ya la del David y superaba la comparación. Esta aproximación a los comensales hizo saltar chispas, por lo que tampoco nuestras manos se quedaban quietas y aprovechaban tus pases para tocarte el culo o sopesar lo que apenas cubría el delantal.
 
Pese a todo este trajín, no descuidabas los tiempos de la paella. Pero una vez echado el arroz se necesitaba una cierta espera. Cuando te pusiste con los codos apoyados en la encimera, Luis, saltándose todo el protocolo, se levantó como atraído por el imán de tus posaderas. Deslazó la frágil cinta que sujetaba aún el delantal y respondió a tus meneos de falsa resistencia bajándose el slip. A los observadores imparciales no se nos escapó que una mirada tuya dirigida a la aceitera sirvió de pista a Luis para proceder. Mojó un dedo, lo deslizó por tu jara y te lo metió resbaloso por el ojete. Ante tu toma de posición afianzando los codos y entreabriendo las piernas,  Luis te agarró por la cintura para ajustar la altura y clavó la verga hasta quedar pegado a ti. Era de lo más excitante ver el culo de Luis contrayéndose en las metidas y el tuyo presionando para recibirlas a fondo. Carlos y yo nos empezamos a meter mano ávidamente, y ya no quedó ni un slip en su sitio.  Pero Luis frenó a tiempo y sacó la polla aceitosa. Te arrodillaste y, en varias chupadas, se la dejaste como nueva. Reconfortado con esta primera follada, te enjuagaste la boca con un trago de cerveza y ya pusiste toda tu atención en los últimos toques de la paella.

Apagado el fuego, para rebajar la tensión, te ayudamos a recoger los restos del aperitivo. A consecuencia de la refriega, habíamos quedado todos en cueros vivos y tu delantal arrancado. Estábamos a gusto así, y yo encantado de ver lo buena que estaba la pareja de visitantes, cada uno en su estilo.

Serviste cava y brindamos por lo feliz del encuentro, cuyos placeres no habían hecho más que comenzar. Percibí que se mantenía la corriente de simpatía entre Luis y tú iniciada con la follada que os habíais regalado.  A su vez, Carlos y yo estábamos contentos de que se pudieran hacer realidad las promesas de revolcón que habían animado nuestros contactos por Internet. En esta ocasión, pues, se había creado un clima propicio al intercambio de parejas, que más adelante canalizaríamos para satisfacción de todos.
 
Rebosante de orgullo, nos mostraste la paella y el primer impacto fue el de su colorido y la primorosa colocación de los distintos ingredientes; las gambas y las cigalas parecía que iban a saltar, y los mejillones se clavaban como negras navajas. El calor que desprendía había hecho que tu piel luciera enrojecida y brillante. Empezaste a servir los platos con estilo profesional y al entregar cada uno no escatimabas roces y besos que eran correspondidos con sobeos y achuchones. Para mí ya no era una sorpresa el punto que le das al arroz y el sabor único que logras crear por la combinación de ingredientes, pero los invitados ponían los ojos en blanco a cada porción que se llevaban a la boca. Chupaban con deleite el marisco dirigiéndote miradas voluptuosas y tú reventabas de satisfacción. Ninguno se negó a llenar varias veces el plato, hasta que en la paella sólo quedaron algunos granos sueltos. El silencio casi reverencial que había acompañado a la degustación, regada por la segunda botella de cava, se trocó en un cúmulo de alabanzas, hasta el punto de levantarnos para felicitarte y besarte. Recibías los agasajos como un gato mimoso. Menos mal que te había disuadido de hacer un segundo plato de la consistencia que cabía esperar de ti. Así que la pierna de cabrito quedó guardada para mejor ocasión.

Para el postre nos reservabas una sorpresa que ni yo había imaginado, porque el ingrediente principal ibas a ser tú mismo. Despejaste completamente la mesa rectangular en torno a la cual estábamos convocados y trajiste cuatro copas con helado de vainilla y chocolate, así como un cuenco con fresones y un spray de nata. Te subiste a una silla y de ahí pasaste a la mesa para colocarte arrodillado y a cuatro patas, en cueros como estabas.
 
Así nos ofrecías una insólita perspectiva de todo tu trasero, con un primer plano de tu espléndido culo, cuya raja parecía latir. Por entre los sólidos muslos se veía la bolsa de los huevos y la polla que se iba poniendo tiesa con repetidos espasmos. En semejante postura destacaba la curva de tu barriga y las tetas que, por efecto de la gravedad, parecía que hubieran crecido. Tu cara se erguía risueña entre los hombros tensados con la boca golosa entreabierta. Y no hacía falta un libro de instrucciones para que cada uno de nosotros escogiera la mejor manera de degustar su postre; la ocurrencia de alguno era rápidamente imitada por los demás. Así se te echaba nata por el culo para ser lamida o se pasaba un fresón por la raja blanqueada y se comía con delectación. Tu polla era clavada en una copa de helado y se contraía momentáneamente por efecto del frío, para revivir enseguida al ser chupada por una boca que se abría paso bajo tu barriga. También tus pezones eran embadurnados con nata o helado, para ser lamidos a continuación. Y no te ibas a quedar sin postre, porque te ofrecíamos cucharadas de helado que compartíamos juntando las bocas a la tuya, o te dábamos a morder fresones mojados en nata limpiando con la lengua el jugo que rebosaba. Desde luego habías llegado a construir la mejor tarta que se pudiera concebir.

Aún teníamos que tomar café y, mientras se preparaba, aproveché para acompañarte a la ducha, ya que con tanto como te había caído encima estabas un poco pegajoso. De paso, dejábamos solos unos momentos al los invitados para que pudieran cambiar impresiones libremente. Al volver, nos comunicaron que les parecía perfecto el intercambio de parejas, que por lo demás ya había empezado a funcionar, pero sin que ello supusiera actuar por separado, ya que ver al compañero disfrutar en los brazos de otro aumentaba el morbo de la situación. Como nosotros también lo entendíamos así, no hubo más que hacer de momento que despejarnos un poco con los cafés.

Faltaba sin embargo cumplir un ritual que imponéis los fumadores de puros. Y como resultó que Luis también lo era, quedaste reforzado en tu pretensión. Así que esgrimiendo sendos habanos y copas de coñac, os entregasteis a vuestro placer sentados muy juntos en el sofá. Os besabais las bocas humeantes y, con la mano libre, os acariciabais aumentando vuestra excitación. Daba gusto ver dos pollas tan hermosas palpitando en son de guerra.
 
Pero Carlos y yo estábamos ocupándonos asimismo de nuestros propios asuntos. El deseo de sexo que habían despertado nuestras charlas por Internet, aunque cortado por sus avatares sentimentales, iba a hacerse realidad en este encuentro y, mira por donde, en presencia y con la complicidad de nuestras respectivas parejas. Así que, mientras vosotros os arrullabais entre humos en el sofá, nos dio por ponernos a retozar sobre la alfombra que se extendía a vuestros pies. Aunque ya habíamos tenido nuestros escarceos en la cocina, ahora llegaba el momento de poner en práctica los gustos y habilidades amatorias de cada cual. Carlos resultó ser de lo más mimoso y sobón, lo cual me entusiasmaba e incitaba a corresponderle de igual forma.

Para besarme, cogía mi cabeza entre sus manos y hundía la lengua en mi boca, hurgando por todos loa recovecos. Al tratar yo de hacerle lo mismo, el cosquilleo de mi lengua le provocaba una risa contagiosa que me impulsaba a extender los besos por toda su cara. Era muy minucioso recorriendo mi cuerpo con suaves succiones y, al llegar al centro, jugaba a rozarme los huevos con la punta de la lengua y a trazar círculos en torno a mi polla, retrasando el metérsela en la boca, lo que me ponía a cien. Cuando por fin lo hacía, me vengaba abalanzándome sobre él y, de forma algo más brusca, le chupaba las ricas tetas y le mordisqueaba los pezones hasta ponerlos duros. Bajaba arrastrando mi barba sobre su barriga, lo que le provocaba nuevas cosquillas y risas. Restregaba mi cara por el abundante y suave vello de su pubis y la metía entre sus regordetes muslos buscando los huevos que chupaba hasta hacerle protestar mimosamente.

Tiene una polla corta y gruesa que no se le llega a poner dura del todo.  Al apretarle el capullo le salía un juguillo que me gustaba lamer, y al tragarme la contundente polla ésta me llenaba completamente la boca. Pero quería seguir con el reconocimiento de todo su cuerpo y él mansamente se dejo dar la vuelta; el conjunto trasero era una verdadera delicia, con una espalda ancha y bien formada rematada por un culo amplio y respingón cubierto por una atractiva pelusilla. Mis caricias se intensificaban a medida que notaba el gusto que le daban y, al deslizar un dedo por la raja y entrar casi sin esfuerzo en un agujero húmedo y caliente, un murmullo de placer dejó claro cuáles eran sus deseos. Sin embargo, aún seguimos un rato de juegos sobre la alfombra, pues nos gustaba ir descubriendo nuevos estímulos y sensaciones en el contacto de nuestros cuerpos.

¿Mas qué estaba pasando por encima de nuestras cabezas? Extinguido por fin el humo, tú estabas despatarrado sobre el sofá y Luis, arrodillado con uno de tus muslos entre las piernas y la polla restregándose por él, te mordía las tetas  con tanto entusiasmo que ya se veían los pezones enrojecidos. Y bien que te gustaba, porque te las apretabas para que el chupeteo fuera más profundo. Luego cambiaste de postura y empezaste a hacerle una mamada a Luis, que agarraba tu cabeza para dirigir la operación y obligarte a que te la metieras entera. Luis se retorció buscando a su vez hacerse con tu polla. Temiendo que tanto equilibrismo sobre el sofá pudiera causaros alguna luxación, os avisé de que era el momento de cambiar a una base de operaciones más idónea.

En cumplimiento de la consigna de no actuar por separado, pasamos a un dormitorio de dos camas que, no obstante, juntamos para acortar las distancias. La cuestión era estar juntos pero no revueltos. Cada pareja en su cama empezó a apañárselas por su cuenta, aunque curiosamente parecía que obedeciéramos a un programa sincronizado. Porque se habían formado dos 69 casi simétricos. Así, en vuestra cama, tu cara quedaba oculta por el culo de Luis, que lo movía para dar más énfasis a la mamada que le hacías, y él se encargaba de comer tu polla y estrujarte los huevos. En nuestro caso, era yo el que estaba encima de Carlos, cómodamente apoyado en su barriga y chupando su polla jugosa; la mía entraba y salía de la boca de Carlos, que se abrazaba a mi culo. De todos modos, en el fragor de la batalla, se iban dando cambios de posición que permitían disfrutar todas las variantes del famoso número.
 
En una de las revueltas, volviste a quedar bajo Luis, quien sacó la polla de tu boca y se adelantó sentándose sobre tu pecho. Empezó a trabajarte combinando masturbación y fuertes mamadas. Estaba claro que quería debilitar tus defensas para después poseerte a su gusto. Aumentaba el ritmo y tú te debatías por la excitación; le arañabas la espalda y pataleabas impotente para controlar la pérdida que no iba a tardar en producirse. Tu polla estaba enrojecida por el frote y el capullo parecía que iba a reventar, hasta que el primer chorro de semen apuntó a la cara de Luis, seguido de varias réplicas espasmódicas. Desarmado, tiraste de sus hombros para atraerlo hacia ti buscando su boca, que se fundió con la tuya en un prologado beso.

Carlos y yo habíamos ralentizado nuestras mamadas distraídos por el espectáculo de tu corrida. Pero pronto os dejamos entregados a vuestros abrazos de recuperación y nos concentramos en nuestro propio placer. Sin duda a Carlos le había influido lo presenciado y estaba ansioso por ponerse a tu mismo nivel. Mimoso se puso boca arriba, tomó mi cara entre sus manos y la llevó sobre sus labios; tras unos cariñosos besos, fue conduciendo mi cabeza a través de su pecho y su barriga, que yo iba lamiendo y besando, hasta colocarla frente al lugar deseado. Con las piernas abiertas y las rodillas un poco dobladas me ofrecía las delicias de su sexo. Yo levantaba sus huevos con mi lengua y, con uno o dos dedos ensalivados, le frotaba el agujero; su polla semi-erecta se iba poniendo cada vez más gorda. La engullí en un solo asalto y apreté los labios en torno a la base. Su capullo latía ocupando toda la cavidad y le aplicaba fuertes succiones. A veces la sacaba para lamerle la punta y él me instaba a que la volviera a cobijar. Le hacía cosquillas en los muslos y los huevos y se agitaba como un flan. En las últimas succiones noté que el capullo se endurecía y un manso y abundante fluir de leche inundó su barriga. Todo su cuerpo vibró y, con un suspiro de satisfacción, volvió a arrastrar mi cabeza hasta que pudo besarme repetida y cariñosamente. Quedamos abrazados un rato en espera de que nuestra respiración recuperara un ritmo más calmado. Además ya veíamos que en la cama cercana empezaban nuevos movimientos tácticos que sin duda iban a animar nuestro momento de relax.

Era evidente que Luis, después de dejarte vaciado y calmado, empezaba a prepararte para follar a placer. Si la aceitosa incursión en la cocina le había resultado tremendamente excitante, ahora estaba dispuesto a sacarte el máximo rendimiento. Aunque tú ya te habías tendido boca abajo con las piernas separadas en un inequívoco ofrecimiento, él se lo tomaba con una calma morbosa. Yo había tenido la precaución de dejar al alcance la caja de tus juguetes. Luis cogió un tubo de crema lubricante, se echó una buena cantidad en la mano y, haciéndote levantar el culo, te masajeó un rato con ella los huevos y la polla. Luego escogió unas bolas chinas de acero y te las fue metiendo de una en una y tú te estremecías con tenues quejidos. No se conformó con eso, sino que echó mano a un vibrador y te lo metió también, de modo que al ir variando las velocidades se llegaba a oír su entrechocar con las bolas, que se mezclaba con tus gemidos. Por fin sustituyó el aparato por su polla arremetiéndote con una brusca clavada; empujaba abriendo camino por entre las bolas, con redoblados estremecimientos por tu parte. Ya bien acoplado, te follaba una y otra vez, haciéndote abrir y cerrar las piernas para modular las sensaciones. Tú botabas en la cama como ingrávido y te agarrabas a los laterales, girando la cara a un lado y a otro. Por fin el cuerpo de Luis se puso rígido y, dando un grito, cayó sobre ti, que te habías quedado inmóvil al recibir su descarga. A los pocos instantes te giraste sonriente y te abrazaste al cuello de Luis. Él te iba acariciando pero, cogiéndote por sorpresa, traicioneramente dio un tirón a la argolla que colgaba de tu culo sacando de golpe todas las bolas pringosas de aceite y de semen. Diste un salto que casi te caes de la cama, aunque, pasada la impresión, volvías a besar a Luis agradecido por el placer que te había proporcionado.
 
Mi pareja y yo nos entreteníamos morbosamente en la contemplación de la escena de tu sometimiento. Pero no perdíamos el tiempo porque Carlos, ronroneando, iba deslizando su culo empinado hasta ponerlo al alcance de mis manos. Sobaba con gusto la pelusa que lo cubría, acariciándole la raja hasta llegar a sus huevos peludos, con los que jugaba haciéndole cosquillas. Su entrega era total y cuando mis dedos rozaban los bordes de su agujero, éste parecía latir. Con facilidad le metía dos dedos y los hacía girar; sus murmullos tenían un tono excitante. Ansioso de ser penetrado como estaba ya, se dio la vuelta para chuparme y ensalivarme bien la polla y así asegurarse de que ésta estuviera en óptimas condiciones. Mi calentón era tal que volví a coger su culo y se lo hice levantar; metí una mano bajos sus huevos y al tocarle el capullo se mojó tanto que usé el líquido para lubricar el ojo ciego que me aguardaba. Entre esto, la saliva echada a mi polla y la generosa apertura natural de su conducto, lo penetré con toda facilidad. Me quedé así quieto y agarrado a su espalda por unos instantes, para sentir el calor húmedo de la gruta, hasta que Carlos empezó a balancear su culo pidiendo acción. Mi polla entraba y salía con gran fluidez y él apretaba el ano para sujetarla. Los golpes de mi vientre sobre sus orondos glúteos eran cada vez más sonoros, lo que añadía hilaridad a nuestro placer. Era una follada alegre y parecía que nunca tendríamos bastante. Cuando le avisé de que  estaba a punto de correrme, rápidamente se giró y empujándome con las rodillas hizo que mi leche se desparramara sobre su pecho; se la extendí por sus tetas y froté sus pezones que se endurecieron al instante. Extasiado me dejé caer sobre él y me lo comí a besos. El revolcón prometido hacía años se había hecho realidad por fin… ¡y de qué manera!

Quedamos todos exhaustos y lánguidamente fuera de combate. En un deslizamiento espontáneo sobre las dos camas juntas fuimos buscando el contacto con nuestra pareja auténtica para recuperar su cariño. Pero mientras te besaba y recorría tu cuerpo con mis caricias, percibí una fuerte erección alojada entre tus muslos. Enseguida comprendí que tus deseos no habían quedado del todo colmados y que era justo poner la guinda al pastel al que tan generosamente habías contribuido. Con una mirada discreta le hice notar tu estado a Luis, quien inmediatamente captó el mensaje. Como era el único recurso disponible, los dos nos abalanzamos sobre el inocente Carlos, quien debió pensar que se trataba de un nuevo juego. Forzando su postura lo dejamos con el culo enfocado hacia ti, que de momento quedaste sorprendido. Pero pronto tu rostro se iluminó comprendiendo el obsequio que se te ofrecía y calibrando su excelencia. No te precipitaste, sino que antes colmaste a Carlos de caricias, lo que hizo que ya se sintiera encantado. Tanteaste su orificio, que había quedado completamente abierto, y luego dirigiste poco a poco la polla hacia su interior. Carlos te animaba con sus meneos y suspiros,  y te pusiste a follarlo cada vez con más fuerza. Luis se animó y metió su polla en la boca de Carlos que la mamaba llevando el ritmo de tus embestidas. Yo me restregaba con tu espalda y te pellizcaba las tetas para aumentar tu excitación. Aunque se notaba que te controlabas para alargar el placer, por fin quedaste inmóvil dando un bufido y el culo de Carlos se agitó al sentir tu orgasmo. Un último abrazo colectivo selló el episodio de la doble cama.
 
Tan contento estabas que, como si hubiéramos pasado la tarde viendo una película, enseguida te ofreciste a preparar una cena. Pero nuestros amigos tenían un compromiso y, no sin pesar, declinaron la invitación. En la despedida volvieron a manifestarse las preferencias, pues, mientras a Luis parecía que le costaba alejarse de ti, el muy pillo de Carlos me susurró que a ver si podía escaparse en alguna ocasión para tenérselas a solas conmigo.

Una vez se hubieron marchado, tú y yo volvimos a la cocina y, mientras recogíamos por mi mente desfilaban la paella, los postre y tu inagotable sexualidad, exclamé: ¡Vaya comida!

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