martes, 1 de marzo de 2011

Tu ceremonia de iniciación

Nunca me había interesado el mundo de la prostitución masculina, sobre todo porque la oferta de chicos jóvenes o musculados no entra en mis preferencias. Pero no dejaba de extrañarme que, a diferencia de la femenina, en la que tiene cabida una gran variedad de tipos físicos para todos los gustos, no existieran más opciones entre los hombre que ofrecen sus servicios. Sin embargo, a través de ti, tuve conocimiento de toda una red de escorts con unas características muy peculiares y orientada hacia un público también muy específico. Más allá del tópico del “acompañante”  joven y esbelto, dicha red atiende la demanda de hombres robustos y maduros por parte de clientes que los prefieren y que, por razones de status social o profesional, no pueden arriesgarse a encuentros o citas más o menos directas. Por supuesto, las exigencias  de la selección son muy estrictas. No sólo por lo que se refiere al aspecto físico de hombres grandotes, con adecuada vellosidad corporal, y obviamente bien dotados. Asimismo, su disponibilidad para satisfacer los deseos de los clientes ha de ser completa, y su potencia y capacidades sexuales, por activa y por pasiva, garantizadas. La organización es la encargada de poner en contacto al escort con el cliente, en atención a las demandas de éste. El prestigio y la cotización personales a alcanzar van en función de la cantidad y calidad de los servicios prestados.

Y cómo no, tú, mi querido y deseado amante, estás integrado en esta actividad mercenaria, lo que te proporciona un considerable tren de vida, pero también la realización de tus fantasías. Por la confianza y el cariño que me tienes, no dejas de mantenerme informado de tus avatares y experiencias, pues además sabes lo que me excitan tus detallistas relatos. Para empezar, he aquí las peripecias, de lo más rocambolescas, del “casting” al que te presentaste y a partir del cual comenzaste a trabajar como miembro cualificado de la red:

Esporádicamente no había desdeñado ofertas bien retribuidas por mis favores sexuales, que no cesaban pese a la madurez y rotundidad física que ya Iba alcanzando. Alguna vez de forma totalmente impensada, como aquella ocasión –que te conté–  en que, habiéndome invitado un contacto que hice por Internet a pasar un fin de semana en su casa, en el que lo pasamos la mar de bien, al  marcharme encontré en mi bolsa una generosa suma. Bien es cierto que, en el chat previo, había dejado caer como broma: “No sé si podrás pagarme…”, pero sin pensar que lo tomaría al pie de letra. Sin embargo nunca se me había ocurrido profesionalizarme, para lo que además creía que se me iba haciendo algo tarde. Fue precisamente un cliente ocasional, que había disfrutado mucho conmigo, quien me informó de la existencia de una red muy particular de escorts, en la que podría encajar perfectamente. Además tenía noticia de que, en breve, iba a realizarse un casting para seleccionar personal y, si me interesaba, podría darme los datos precisos, pidiéndome, eso sí, absoluta reserva.

No me costó animarme –bien conoces mi espíritu aventurero– y, aparte de saber lugar y día de la convocatoria, no requería ninguna preparación previa, puesto que lo que se valoraba era la disponibilidad y la espontaneidad. Ya la mera presentación era muy bien remunerada. Así que, dispuesto a dar de mí todo lo que se me exigiera, y fueran como fueran las características del casting, me presenté al mismo con una excitante curiosidad.

Era verano y fui con pantalón corto y una camisa poco abotonada, con la idea de que la primera impresión es importante. A la hora prevista me hicieron pasar a mí solo a una sala muy acogedora, en cuyo centro se hallaba un grupo de siete u ocho hombres de distintos aspectos físicos y edades. Su atuendo era chocante: apenas cubiertos por taparrabos pero con capuchones negros que les tapaba casi toda la cara. La mezcla de desenfado y severidad me resultó excitante.

Me pidieron que me acercara y, sin mediar palabra, uno de ellos, de mediana edad, me bajó la cremallera del pantalón y hurgó en mi bragueta hasta sacarme la polla. Aunque en estado de reposo inicial se fue animando a medida que me hacían ir pasando y me la tocaban con más o menos delectación todos los presentes. Así quedé con el pito salido y bien tieso. Y al no captar la menor inhibición por mi parte se mostraron satisfechos. Entendí que se trataba de una prueba de resistencia y estaba dispuesto a aceptar cualquier reto.
 
Un hombre maduro y de barba canosa se me acercó y me quitó la camisa, con lo que también quedaron mis tetas y mi barriga peludas a la contemplación de los presentes. Mientras éste me pellizcaba los pezones para ponerlos duros, otro se agachó a mi espalda y me bajó los pantalones. Como no llevaba calzoncillos, mi culo quedó al aire. Me hicieron girar y mostrar mi estimable trasero al respetable. Los dos me sobaban el culo y tensaban los glúteos para que se viera el agujero.
 
Ya totalmente en pelotas, mi polla seguía bien dura, pues tanto magreo y observación me ponía cachondo. Un gordito de cara risueña hizo que me abriera de piernas y se tumbó debajo, sin duda para obtener una nueva perspectiva. Me pasaba suavemente los dedos por la entrepierna y el cosquilleo hacía que mis huevos se contrajeran y que mi polla se balanceara esquivándola. Ello provocó la hilaridad de los presentes, hasta que un hombretón  que al parecer dirigía la sesión me instó a acercarme y pasear entre las rodillas de los que ahora se habían sentado en semicírculo. Cada uno iba tocando y sopesando lo que más llamaba su atención; yo me dejaba hacer colmado mi gusto por el exhibicionismo. Así pareció acabar la primera fase, que había sido de lo más suave.

Si hasta ahora mi tarea se había limitado a enseñarles mis encantos y recibir sus manoseos, el siguiente paso exigió de mí un papel más activo. Permaneciendo sentados fueron adoptando posturas que invitaban a hurgar en los taparrabos. Se desplegaban pollas de diversa medidas, alguna en un pubis rasurado. Como aún no tenía claro el tipo de servicio que se me demandaba, opté por empezar de forma ligera –como había sido lo aplicado sobre mí hasta el momento–. Así hice una primera pasada consolidando pollas, para satisfacción del personal que siguió abierto de piernas sin duda demandando algo más. Y ahí estaba yo dispuesto a dispensarles lo que sin duda deseaban. Me iba poniendo de rodillas para lamer y chupar los variados instrumentos, sin descuidar irme estimulando con una mano. Me dosificaba en función de las características y contundencia. Los capullos cubiertos por piel eran liberados por mi lengua y todos en definitiva eran tragados de manera acorde con sus dimensiones. Especialmente me atrajo el cipote del que parecía el maestro de ceremonias, que hacía juego con su envergadura. Gorda y de gran dureza, me recreé con ella y jugué con sus grandes huevos, deseando que no fuera mi boca el único orificio que hubiera de llenar. Excitado y animado, me giré e hice un amago de acercarle el culo, pensando que por ahora lo más que obtendría sería un repaso por la raja. Pero de un modo brusco me agarró de los hombros y quedé firmemente empalado. Yo subía y bajaba enardecido por sus cachetes en mis muslos en tanto que los otros reían y aplaudían. El gordito risueño vino a arrodillarse ante mí para mamármela con ansia. Pero una fuerte palmada en mi culo por parte del jefe hizo que me levantara y quedó concluida la actuación.
 
Encontraba morboso y agradable el ambiente que se había creado, con los severos jueces con pollas y culos liberados. Pese a estar igualado con ellos en desnudez, el contraste de mi rostro descubierto me hacía destacar y resultar un novedoso objeto de deseo, lo que hinchaba mi amor propio, y otras cosas... Pese a todo se pasó a una mayor distensión que se convirtió en un acuerdo unánime sobre mi excelencia. No sólo coincidían todos ellos, tan distintos, en lo bueno que estaba en mi contundencia varonil y redonda, con unos atributos bien potentes, sino también en la disposición que había mostrado para participar en cualquier clase de actividad sexual y lúdica. Y eso era precisamente lo que buscaban con mi fichaje.

Para rubricarlo, entró un camarero que, sin inmutarse por la visión que ofrecíamos, nos sirvió cava, muy oportuno para refrescar la boca. Me fui despidiendo de todos, que aprovechaban para un último toqueteo; tampoco yo me abstuve de estrechar pollas. Especialmente afectuoso estuve con el jefe de cuyo espléndido pollón tanto había disfrutado. Recuperé camisa y pantalón en el que tuve que acomodar mis partes aún dilatadas y quedé a la espera de la próxima cita que intuía más intensa.

Efectivamente la prueba que hube de pasar al poco tiempo tuvo un carácter muy distinto. El lugar era el mismo, así como el tribunal y la indumentaria de sus miembros. Desde luego reconocí al robusto maestro de ceremonias, pero también alguna variación, como la incorporación de un nuevo gordo y barbudo. Yo llevaba una indumentaria similar a la del día anterior; ya sabía que poco me habría de durar. La principal novedad consistía en una especie de camilla en medio de la sala y un carrito con instrumental diverso; asimismo unas argollas colgaban del techo.

Cuando, sin esperar instrucciones, estaba dispuesto a despelotarme, el jefe se levantó, se puso detrás de mi y me colocó un antifaz. Mientras lo ajustaba percibí que otras manos me desnudaban; tanteando pude adivinar la contundencia del gordo nuevo. Pero rápidamente me ligaron los brazos a la espalda, al tiempo que me hacían separar las piernas. El roce de una barba que se deslizaba por mi pecho hacia el vientre me provocó ya una erección, que fue aprovechada por una jugosa boca. Sentí también que algo duro, caliente y húmedo me tanteaba por atrás. Se detuvo la mamada y su artífice  se puso a cuatro patas. Impulsado a volcarme sobre sus amplias espaldas, un líquido viscoso se deslizó por mi raja trasera para, a continuación, ser penetrado por la verga ya conocida el otro día. Oía las risotadas excitadas de los presentes y solo lamentaba estar privado de la visión de tan gratas maniobras.
 
Pero me dieron un respiro. Incorporado, me quitaron antifaz y ligaduras. Era el gordito risueño que, con una toalla, también me limpiaba el culo y las babas de la polla; con gran delectación por su parte, por cierto. El jefe y el gordo habían desaparecido. Quedé expectante y pude apreciar los efectos que el espectáculo anterior habían producido en la concurrencia. Unos por debajo del taparrabo y otros con la polla al aire se la habían estado meneando a mi salud.

Apareció de nuevo el jefe, vestido completamente con gran elegancia y, para mi sorpresa, me pidió que lo fuera desnudando. Diligentemente lo despojé de chaqueta, corbata y camisa. De buena gana me habría lanzado a chuparle los ricos pezones, pero me dominé para proseguir mi tarea. Lo descalcé para proceder luego a quitar juntos pantalones y calzoncillos. Como me encontraba agachado, su polla emergió directamente ante mi cara. Ya no pude contenerme y la engullí, alzando los brazos para acariciarle el vientre y el pecho. Me interrumpió la llegada del barbudo, igualmente ataviado, con el que, de mil amores, hube de repetir la operación. Fue emergiendo su cuerpo redondo y peludo, con una polla gorda y corta. Se giró y, apoyando las manos en la silla, me presentó el culo. Con caricias y lamidas, me encantó disfrutar de su redondez velluda, pero una orden del maestro de ceremonias me impidió profundizar más. Los dos quedaron sentados en sus sillas, despatarrados y con las pollas endurecidas, siendo objeto de las miradas libidinosas de sus colegas. Mi erección no era menor y de buena gana habría ya obsequiado a los presentes con una buena corrida, pero sabía que debía frenar mis ansias una vez más y reservarme para la continuación de la prueba que, sin duda, estaba lejos de concluir.

Recobramos todos la compostura, dentro de lo que cabía, y súbitamente bajó la iluminación, dejando la sala en una penumbra cortada por algunos focos direccionales. Presentí que el asunto se iba a poner fuerte, más allá de los tanteos preliminares, que al parecer habrían demostrado satisfactoriamente ni aptitud para adaptarme a esos juegos de primer nivel. De una forma más brusca ahora mis dos mentores se abalanzaron sobre mí. Mientras uno me encajaba esta vez  una capucha que solo dejaba libre la boca y los agujeros de la nariz, el otro me iba ligando muñecas y tobillos con juegos de esposas unidos por trozos de cadena. Me  guiaron hacia la camilla e hicieron que me tumbara boca arriba desde la cabeza hasta las corvas. Ajustaron la altura y engancharon las esposas de mis tobillos a las patas y las de las muñecas a los laterales del banco, quedando tirante sobre mi vientre la cadena que las unía. Un culo pesado y peludo se sentó sobre mi cara, restregándose y casi cortándome la respiración con los huevos. Tanteó con la polla hasta meterla en mi boca donde notaba su engorde. Sentía a la vez cómo el otro me sobaba los muslos y el vientre tonificando mi erección. Me desligaron los tobillos para subir mis pies sobre la camilla. Sujetándome las rodillas, mi agujero quedó bien expuesto. Me introdujeron una cánula que vertía un líquido caliente y viscoso que, al rebosar, fui expulsando a borbotones. El gordo cuya polla mamaba aplastó su barrigón sobre mí para alcanzar mis glúteos y separarlos al máximo.

Me entró un objeto duro y grueso con una vibración creciente que aumentaba la sensación que se expandía por todo mi interior. Aguanté con una mezcla de placer y dolor, hasta que cesó el temblor y el aparato salió por sí mismo, dejándome el culo ardiendo. El barbudo me liberó de su peso sobre mi barriga, que no de sus posaderas en mi cara, pero aprovechó para apretarme las tetas y pellizcarme los pezones. Cuatro manos me sujetaron firmemente los muslos y una verga larga y nervuda, muy distinta de la del jefe, empezó a jugar por mis bajos, tamborileando por la raja y por los huevos; se ponía sobre mi polla, que ya se estaba animando de nuevo, y las dos juntas eras apretadas. Sin previo aviso la polla apuntó en mi agujero y se fue clavando como una tuneladora. A punto estuve de morder los huevos del gordo apoyados sobre mi boca, pero aguanté hasta que unas caderas contra mis muslos me indicaron que la larga penetración había llegado al tope. Pero solo era el comienzo de una follada impresionante que erizó todo el vello de mi cuerpo y me hizo sentir escalofríos. Un espasmo del portador coincidió con la salida repentina del pollón, que descargó un chorro caliente que me llegó hasta la barbilla. Soltaron mis brazos y piernas y quedé derrengado y pringoso sobre la camilla.
 
Poco duró el descanso, pues me levantaron, unieron las esposas de manos y pies, esta vez sin cadena intermedia, y me colgaron de una argolla que pendía del techo, aunque con los pies en el suelo, afortunadamente. Con una esponja limpiaron los restos de semen y luego me fueron untando aceite por todo el cuerpo. Su aplicación en la polla logró que ésta se vigorizara de nuevo. Entonces la metieron en un aparato masturbatorio y me pusieron unas pinzas en los pezones. Ignoraba que todo ello iba conectado por unos cables, pues simultáneamente me llegaron intensas vibraciones que me hacía girar de cosquilleo y placer.

Una vez desconectado me soltaron de la argolla, quitaron todas las esposas y me pusieron los brazos pegados al tronco. Con una especie de venda elástica me fueron envolviendo desde el cuello hasta los tobillos inmovilizándome completamente, pero dejando fuera los pechos y la polla aún tiesa. Una boca me chupaba y mordía los irritados pezones. Otra se ocupó de mi polla asomada entre las vendas; la lamía y succionaba el capullo. Recibí abundante aceite y me masturbaron con fuerza. Cuando mi deseo estaba a punto de reventar paraban y me dejaban ansioso, sin poder moverme y con los huevos hinchados oprimidos por la venda. Reanudaban el frote haciéndome temblar de placer y por fin no puede menos que reventar con una corrida espasmódica. Tuvieron que sujetarme para que no cayera como un fardo.

Deshicieron el vendaje y todo mi cuerpo se esponjó aliviado. Cuando también me libraron de la capucha, me sorprendió que ya solo quedaran en la sala los dos tutores, tan desnudos como yo y aún empalmados. Ahora con afabilidad me condujeron a una habitación con duchas, donde me propusieron ponerme de espaldas con los brazos abiertos en alto agarrando unas argollas y las piernas bien separadas. Con una manguera de agua templada me rociaban, la pasaban entre los muslos de forma que polla y huevos me rebotaban, metían la punta en mi culo abierto llenándolo hasta que me salía un chorro. La verdad es que todo aquel juego me relajaba después de las tensiones sufridas.
Mientras nos secábamos, me informaron sonrientes de que había quedado patente de forma sobrada mi aptitud para satisfacer cualquier deseo o capricho de la selecta clientela de la organización, en la cual me integraba desde ese momento. A partir de ahora empezaría a recibir encargos y estaban seguros de que rápidamente alcanzaría una posición consolidada. La alegría por la noticia se tradujo en mí en una excitación que se sobrepuso al cansancio y que no les pasó desapercibida. Hubo entre ellos un cruce de miradas cómplice y ya como fuera de programa se dispusieron a un fin de fiesta. El gordo barbudo se apoyó en la pared y fue resbalando hasta ofrecerme su orondo y apetitoso culo. No lo hice esperar y me eché sobre él iniciando una suave pero firme follada. En esas estaba, cuando sentí la polla de jefe hurgar a mi espalda. También llegó a metérmela y acompasamos el ritmo… ¿Qué más quieres que te cuente?

Hasta aquí la pormenorizada reseña de tu lanzamiento, a partir del cual has venido desplegando una actividad generadora de numerosas anécdotas que con tanto desparpajo me vas contando. 

1 comentario: