miércoles, 16 de marzo de 2011

Puertas que se cierran y ventanas que se abren

Esa frase de que cuando dios cierra una puerta abre una ventana, más o menos y en sentido laico, puede servir para encabezar esta historia.


Te habían regalado un par de pases para una fiesta en un club privado pero, al no poder asistir porque tenías un compromiso previo ineludible, me los cediste por si los quería aprovechar. Se trataba de un “fetish club” que, en esta ocasión y al margen de sus actividades privadas, invitaba a osos y demás especies corpulentas. La vestimenta máxima permitida era un slip o un jockstrap, o también desnudez completa. Me supo mal no ir contigo, pues lo habríamos pasado muy bien, ya que te mueves como pez en el agua en esos ambientes. No me dio tiempo a conectar con alguien que me pudiera acompañar, así que, movido por la curiosidad, me decidí a acudir yo solo.

El local, muy bien montado, se compone de una planta baja con vestuario y un amplio bar, adornado con la parafernalia propia de estos lugares, y una planta alta con recovecos, camastros de distintas alturas, slings y colgaduras, donde se despliega la principal actividad. Una vez despojado de la ropa de calle y con un escueto slip, me adentré en el bar. Había bastante ambiente y enseguida me llamaron la atención los grupos de osos gordos y peludos, cuyos cuerpos desbordaban los pequeños slips, o bien lucían culos orondos por las traseras de los jockstraps, o simplemente lucían una completa desnudez. También se veía algún correaje espectacular. Estuve por allí un rato, cerveza en mano, recreando la vista, mientras ellos charlaban entre sí o se daban sobeos cariñosos. También había otro tipo de hombres, delgados o musculados, que no llamaron tanto mi atención.


Me animé a realizar una inspección por la planta alta. Había ya un gran trasiego de sexo desbordado, con la particularidad de que todo se hacía a la vista y se podía tocar, siempre que no se dificultara la actividad principal. Así, cuando uno estaba arrodillado chupándosela a otro, un paseante le tocaba el culo o le lamía las tetas. Los 69 en lechos elevados tenían mucha concurrencia de público y las folladas en slings eran animadas sujetando y magreando al colgante. Metí mano discretamente a veces y hasta acepté alguna mamada. Pero la verdad es que los tipos que más me gustaban estaban ocupados, o seguían de tertulia en el bar.
 
Como se podía salir y volver a entrar, opté por tomarme un descanso y aprovechar para cenar algo. Tal vez luego encontraría la posibilidad de participar mejor en la meleé. Me pusieron en la mano un sello del local y busqué una cafetería próxima donde tomar un bocado. En la que escogí ya había disminuido bastante la clientela, así que me aposenté en la barra y pregunté al camarero si aún funcionaba la cocina. Me contestó afirmativamente y en ese momento quedé deslumbrado por lo bueno que estaba. Maduro y gordito se movía con mucha gracia y mostraba un rostro agraciado y risueño. Ya me lo imaginé pululando desnudo por el club y me dije para mis adentros que a éste no me lo dejaría perder.

Pues resultó que, mientras esperaba el plato combinado que había encargado y al servirme la cerveza, se fijó en el sello del club en mi mano. Sonriente se acodó en la barra y lo señaló con gesto cómplice. No tuve reparo en reconocer que venía de allí y entonces comentó que le habría gustado conocerlo pero no había tenido ocasión. Como de paso, le expresé mis dudas sobre si volvería, ya que, al haber ido solo, me había sentido un poco cortado. Recalqué asimismo que tenía un pase sobrante. Fue a traerme el plato y, al verlo desplazarse, lo deseé ardientemente. Le ofrecí entonces el pase y lo aceptó agradecido, aunque aún faltaba un rato para que cerrara la cafetería. Le dije que yo volvería al club y que me gustaría mucho que él viniera más tarde. Me dio un apretón en el brazo y me marché haciendo votos para que mis deseos se volvieran realidad.
 
En el club el panorama era muy similar al existente anteriormente. No obstante esta vez me quedé de guardia en el bar sin perder de vista el acceso desde el vestuario. Al cabo de un tiempo mi sorpresa fue mayúscula cuando vi aparecer al camarero completamente desnudo. Lo que había intuido en la cafetería se me mostró ahora en todo su esplendor: unas tetillas redondeadas hacían juego con su barriga, todo ello tapizado por un vello bien distribuido; entre los sólidos muslos destacaban polla y huevos oscurecidos por la pelambre. Vino directo hacia mí y me besó en los labios. Me explicó, como excusándose, que él llevaba un boxer y, al no disponer de slip o similar, en recepción le habían dicho que entonces fuera desnudo. No pude responderle más que me encantaba su opción y para confirmarlo le acaricié los bajos, no tardando en notar un rápido endurecimiento.

Parecía encajar perfectamente en el ambiente desinhibido del local, pues se sentó en un taburete del bar, girado y con las piernas abiertas. Frente a nosotros cuatro gorditos retozaban ostentosamente, y eso sin duda lo excitaba. Me atrajo hacia sí y me hurgó en el slip, que pronto acabó en el suelo. Juntó las dos pollas y las frotaba poniéndolas bien duras. Se acercó un osazo impresionante que empezó a sobarlo por detrás. Él se dejaba hacer, pero me complació su actitud de poner en claro que yo era su pareja principal, besándome cálidamente.
 
Le sugerí que conociera la planta superior como lo más original del local. La actividad colectiva continuaba allá arriba y cuando apareció mi invitado varias miradas recayeron sobre él. Paseamos unos minutos, observando a los actuantes y su público. Tuve un impulso y, sentado en una banqueta, me puse a chupársela. Él me agarraba la cabeza y me excitaba aún más al ver las manos que lo iban magreando. Luego me hizo subir a una bancada más alta y, separándome los muslos, se amorró a mi polla. Su culo saliente provocó más de un intento de follarlo, pero él lo rechazaba, sólo permitiendo que los sobaran. Se subió al banco y, sin dejar de chupármela, se giró para meter su polla en mi boca. El público aumentaba y nos animaba con sus roces y comentarios.

Le llamó la atención un sling disponible y a él se encaramó. Cuatro voluntarios de distintas cataduras físicas le sujetaron a los laterales brazos y piernas en alto. De momento me coloqué detrás para besarlo y pellizcarle los pezones. Su polla tiesa y vibrante era toda una tentación y varias bocas desfilaron chupándola y lamiendo los huevos. No quise perderme el festín y pasé adelante desplazando a los espontáneos. No sólo tenía a mi disposición el magnífico conjunto, sino que, por la posición que propiciaba el sling, el culo del sujeto se me abría en toda su plenitud: un círculo rosado flanqueado por generosas nalgas cubiertas de suave pelusa. Eché mano de abundante líquido lubricante (obsequio de la casa) y me afané en extendérselo por toda la zona inferior del cuerpo. Polla y huevos lucían brillantes y no me abstuve de frotes masturbatorios. Pero el ojo ciego que tenía delante reclamaba mi atención, así que, con más dosis de aceite, fui metiendo el dedo para abrir camino. El colgado se estremecía y yo notaba la distensión que se iba produciendo. Una mano anónima se deslizó entonces entre mis piernas y me dio un masaje vigorizante. Me incorporé, rebasé con la polla la zona del culo y me incliné para juntarla con la suya, duras ya ambas. Cuando me pidió que me pusiera un condón tuve claro  lo que quería que hiciera. Obedecí y enfilé luego el agujero agarrado a sus muslos levantados. Lo follaba a buen ritmo y él ronroneaba de placer. Además los “supporters” de las cuatro esquinas impedían un balanceo excesivo del sling.

De repente, un tiarrón fuerte y peludo, en el que hasta el momento no había reparado, se arqueó hasta alcanzar con la boca la polla del follado. Tras una vigorosa mamada y, como yo no podía soltarme de manos sin arriesgar el equilibrio,  lo masturbó por mí. Sonorizado con un fuerte resoplido, el chorro de leche se expandió sobre la redonda barriga. Sentí la contracción del ano en mi polla y me salí, quité el preservativo y, con unas pocas pasadas de mano, mi semen se juntó con el suyo.
 
El espectáculo había excitado sobremanera a los cooperantes y más de una salpicadura no cayó encima. Pero ya lo ayudé a bajarse del sling, entumecido como estaba por la forzada postura, y procuramos limpiarnos lo mejor posible con toallas de papel. La experiencia tocaba a su fin y, a falta de la ducha que habríamos necesitado, optamos por vestirnos y marchar. Estábamos los dos muy satisfechos. Él por la novedad de la experiencia de un sexo tan participativo. Yo porque de forma inesperada había salvado la noche, y con alta calificación.

Como mi pareja ocasional vivía fuera de la cuidad, lo invité a venir a casa. Tras una relajante ducha compartida, con caricias mutuas, y cansados como estábamos, caímos a plomo en nuestra amplia cama.

Había descartado la posibilidad de que tú aparecieras, porque ya se sabe lo que acabas enredándote con tus compromisos. Pero sorpresivamente, cuando acabábamos de conciliar el sueño, oí que entrabas. Con la luz que encendiste en la entrada vi como avanzabas por el pasillo. No me extrañó que ya fueras desnudo, pues es lo primero que sueles hacer al entrar en casa. Pasaste directamente al baño y percibí el ruido de la ducha. Al poco rato te deslizabas en la cama junto a mí. Era evidente que te habías percatado de que no estaba solo, pero, al intentar darte alguna explicación, me callaste con un beso y me susurraste que la fiesta de la que venías había sido un aburrimiento –seguramente porque no habría habido toda la marcha que a ti te gusta–, que estabas muy bebido y que mañana sería otro día. Abrazado a mí te quedaste frito.
 
Al cabo de unas horas, ya con plena luz del día, me desperté y pude apreciar los corrimientos de cuerpos que se habían producido en la cama. Lo primero que vi a un palmo de mi cara fue el orondo culo del invitado, que estaba completamente girado y en posición fetal. Tú estabas boca arriba y en diagonal con la cabeza a mis pies. Tu polla presentaba una magnífica erección matutina y en sus oscilaciones rozaba la cara del otro que reposaba en tu muslo. Acaricié el culo que tenía tan a tiro y metí la mano por la entrepierna. Tras tantear los pegados huevos, di con la polla que se desperezaba entre las piernas juntadas. Remugó el sujeto despertándose poco a poco y percatándose de lo que ofrecías a sus ojos.
 
Entonces se me ocurrió hacer unas presentaciones un tanto peculiares. Actuando con sigilo te calcé un condón. Te removiste apreciando el roce, pero sin llegar a despertarte. El huésped captó la idea y gustosamente tomó posiciones. Se fue sentando con suavidad sobre tu verga hasta tenerla dentro del todo. Entonces tomaste conciencia del apetitoso cuerpo al que te hallabas ensartado. Saltaba acelerando el ritmo y tú disfrutabas de un despertar tan ardiente. Yo me había excitado y el gordito gesticuló para que me acercara y poder chupármela.

Como la polla del follado estaba dura y tamborileaba en tu barriga, te saliste de su culo e hiciste que se echara hacia atrás. Te pusiste a mamársela y, ya que tu trasero quedó disponible, aproveché mi minga ensalivada para follarte a mi vez. Yo sabía que, además de saborear, calibrabas las dimensiones de lo que tenías en la boca y que, para ti, en la variedad consiste el gusto. Así que cedí mi puesto al tercero en discordia. Te montó con decisión y removías el culo dándole cancha.
 
El cansancio de la noche anterior y tu resaca frenaban la entrega a mayores proezas, así que, colocándonos los tres muy juntos nos masturbamos hasta que, uno tras otro, nos fuimos vaciando sobre nuestros vientres.

Durante el desayuno, en el que el camarero quiso lucirse preparando unas deliciosas crepes, ya pude hacer unas presentaciones más formales. Tú expresaste lo agradable que te había resultado la sorpresa al volver a casa algo frustrado. El camarero, por su parte, reconoció que no se había enterado de tu llegada, pero que los tanteos que iba percibiendo durante la noche, y que no venían sólo de mí, le hicieron sentirse en buenas manos.

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