sábado, 12 de febrero de 2011

Cambio de oficio (continuación de Una buena mano de pintura)

Durante meses no volví a tener noticia del gordito ayudante de pintor. Inesperadamente, un día me llamó por teléfono. Me dio una larga explicación. Aunque había cambiado de trabajo, se había quedado con las direcciones de los clientes y se disculpaba por el atrevimiento de contactar conmigo. Como tenía muy buen recuerdo de mí (ya, ya) había pensado ofrecerme sus servicios (profesionales, se entiende). Con un compañero se dedicaban a reparaciones domésticas y limpiezas a fondo de cocinas, ventanas, persianas… Se ponían a mi disposición y esperaban que contara con ellos para lo que me fuera de utilidad.

Como, por una parte, me venía bien un repaso de la cocina y, sobre todo, de un altillo que hacía años que no se tocaba, y por otra me hacía gracia volver a ver al simpático gordito, al cabo de unos días solicité sus prestaciones y, por lo que me dijo, quedó claro que vendría acompañado. No sé si me gustó la idea, pero al menos esperaba tener garantizada la parte visual, si no había enmendado sus costumbres.
Efectivamente apareció con su socio. Éste era algo mayor que él, robusto y bastante peludo. También simpático, me aseguró que vería cómo dejaban todo a mi satisfacción. Les pedí que empezaran por el altillo y ya veríamos lo que daba de sí la jornada.
 
Pronto entendí, sin embargo, que esta jornada no iba a ser nada aburrida. Para empezar, ambos se cambiaron de ropa en el pasillo, sin empacho de quedar completamente desnudos y bien visibles. Incluso bromeaban entre sí y se daban toquecitos cariñosos. La verdad es que eran dos ejemplares distintos pero a cual más apetitoso. La indumentaria de trabajo también puso su toque morboso. Si el gordito ya conocido volvió a su corta camiseta y el pantalón de chándal desajustado en la cintura, lo que prometía una persistente exhibición de culo, el nuevo optó por un tejano cortado y deshilachado y una vieja camisa desabrochada.
 
La inspección del altillo mediante una escalera no pudo ser ya más espectacular. El mayor, encaramado, no sólo exhibía barriga y pechos velludos, sino que el tejano, de por sí escueto, por las hilachas de la pernera dejaba asomar de vez en cuando un huevo y la punta de la polla. El otro, que iba alcanzando lo que su compañero le bajaba, de nuevo trajinaba con medio culo al aire y no se inmutaba con la visión que aquél ofrecía. No podía tratarse más que de una provocación y en esta ocasión multiplicada por dos. No me cabía duda asimismo de que el gordito, que conocía mi punto flaco, con la sana intención de consolidar la clientela, quería obsequiarme no sólo con su personal puesta en escena, sino también con la novedad añadida de su socio, en la idea, acertada por otra parte, de que sería de mi agrado. Se me ofrecía por tanto algo más que un simple déjà vu.

El panorama me excitaba pero, si bien no estaba dispuesto a entrar de nuevo en un juego de insinuaciones y sutilezas, tampoco quería lanzarme rendido por sus encantos. Así que dejé que siguieran con su trabajo, no sin recrearme la vista mientras me hablaban sobre ellos. Sin ocultar ya sus inclinaciones, me contaron que no sólo eran socios sino que estaban liados. Pero como el mayor era casado y el taller lo tenían en su casa, además de que el gordito vivía en un piso compartido, les resultaban difíciles los encuentros. Sólo de vez en cuando iban a una sauna (lástima no habérmelos topado nunca). No fueron más explícitos, aunque ya me resultó evidente que buscaban un nidito donde poder revolcarse a placer y, dada mi demostrada amabilidad, confiaban en mi colaboración. Muy condescendiente, les aseguré que no tenía inconveniente en que, una vez despejado el altillo, pudieran desahogarse  a su gusto, con una ducha previa por supuesto, dado el polvo que iban acumulando. Me lo agradecieron, pero añadieron que en ningún momento habían pensado en el abuso que supondría dejarme al margen. Además el gordito había informado a su amante de lo bien que lo había pasado conmigo, por lo que deseaban que me uniera a ellos en sus retozos. Como si la cuestión me resultara indiferente, me limité a contestar: “Bueno, ya veremos luego. Hoy la situación es diferente…”. Los dejé pues con la duda de que la idea del trío tal vez no encajaba con mis aficiones.
 
Concluyeron a la perfección la tarea encomendada y, cuando me avisaron, yo acababa de salir de la ducha y me anudaba a la cintura una toalla bastante escueta. Lo primero que les dije fue: “Quitaos esa ropa, que os habéis puesto perdidos”: No lo dudaron y quedaron en pelotas, aunque bastante sucios, lo que no fue obstáculo para apreciar el buen conjunto que hacían. No obstante, su desparpajo inicial se había trocado en cierta timidez. Sin duda temerían que con su propuesta se hubieran pasado de la raya. “Seguro que os apetecerá una buena ducha” dije, y los acompañé al baño. “¡Hala! Juntos o por separado, como prefiráis”. No me decepcionaron y entraron juntos; yo seguía allí haciendo como que buscaba unas toallas. Se enjabonaban mutuamente, pero sin excederse en el sobeo, hasta que, al comprobar que no les quitaba ojo de encima, empezaron a animarse. Se notaba que el gordito (sigo llamándolo así aunque el otro no era precisamente delgado) adoraba a su hombre. Lo lavaba con  el mayor cuidado, frotando los tetones peludos como si les sacara brillo. Repasaba los pies dedo a dedo e iba subiendo por las recias piernas. El otro se agachaba ofreciéndole el culo casi tan gordo como el suyo y se apoderaba de él restregándolo en círculos. Pasaba una y otra vez por la raja, provocando estremecimientos cuando metía los dedos. Luego el compañero apoyó los hombros en la pared y ostentosamente lo invitaba a asearle el paquete con la polla gorda y bien cargada. No sólo se esmeró con ella, pues además el gordito se la encajó en su propio culo meneándolo con gran lascivia. Mi retina iba captando todos estos pasos y difundían calor por todo mi cuerpo. Pero no pasaron a mayores y cambiaron los turnos. También fue concienzudo el osote pero con mayor brusquedad, lo que no desagradaba al gordito, cada vez más excitado. Aunque apoyado yo en el lavabo hacía rato que mostraba un bulto en la toalla, seguí haciéndome el digno y decliné la invitación a incorporarme al remojo. Así que les entregué las toallas y abandoné el baño. Casi inmediatamente salieron secándose y se miraban como preguntándose: “¿Y ahora qué pasa con este tío tan raro?”.
 
Imperturbable les dije que podían disponer de la cama. Como habían acumulado ganas no dudaron en tumbarse, aunque quedaron expectantes por saber mi actitud. Me solté la toalla y me senté a los pies; pregunté si les molestaba que sacara unas fotos. No les importó: yo era de confianza y no pensaban que hiciera un mal uso de ellas; también les gustaría tenerlas. De todos modos volvieron a preguntar si yo no querría participar, pero les contesté, intrigante, que todo a su tiempo. Les pedí que actuaran con naturalidad y yo elegiría las tomas. Sin más empezaron a besarse y a sobarse las pollas (clic). Se fueron deslizando hasta iniciar un 69 y rotar uno arriba y otro abajo (clic a un culo y mamada, clic al revés). No eran demasiado sutiles, de modo que el macho dominante hizo tenderse al gordito, le mordió con furia los pezones (clic), le lamió la barriga (clic) y se afanó en pajearlo (clic). Entre pataleos y gemidos de placer saltó un chorro (clic) que el pajillero recogió con la mano. Acto seguido le dio la vuelta al chico, se untó la polla con la leche reservada y, sin más dilación, se la clavó en el culo (clics seguidos). Grito, jadeos y follada impresionante (clic en primeros planos y de conjunto). Con lo fino que había sido yo con el gordito y ahora estaba aquí él practicando sexo puro y duro. Se tumbaron derrengados cuan largos eran y con las pollas goteantes (clic final). 
 
Ya debían tener asumido que lo mío había quedado en puro voyeurismo cuando, dejando la cámara, me deslicé entre ellos con una excitación bien patente. Me puse a acariciarlos a dos manos esperando que recobraran el aliento. A ellos les debió parecer aquello una más de mis rarezas de ese día, pero se prestaron complacientes. De todos modos dije: “Ahora sí que me gustaría jugar con vosotros. Pero no os asuste que lo haga a mi manera. ¿Verdad, gordito, que soy muy fino?”. Sonrió asintiendo. Para demostrar su disponibilidad, los dos bajaron hacia mi polla, que manoseaban y chupaban entre ambos; el gordito, que ya la había catado, con más delicadeza y el osote más contundente. Pero era un combinado de sensaciones de lo más placentero. Después puse en práctica mi plan y les pedí que se giraran y levantaran los culos. No sin cierto recelo, sobre todo por parte del osote, obedecieron. Me recreé con la visión y el tacto de tan espléndidos traseros, uno sonrosado y suave y otro potente y peludo. Tanteé las rajas y en la del gordito el dedo me entró con facilidad y no rechistó; el osote en cambio ofreció mayor resistencia y profirió un gruñido. Pero unté el dedo con crema y ya funcionó mejor, aunque lo notaba tenso sin atreverse a negarse. Le di una palmada en el culo al godito y le dije: “Te libras porque bastante ten han dado ya”. Pero añadí instrucciones: que se pusiera boca arriba y girara como un reloj, poniendo la cabeza bajo la barriga de su amor; le sujetara por los muslos y le chupara la polla. Cumplido mi deseo, y sin dejar de asombrarme ante la resignación del fiero osote, me puse un condón, hurgué con más crema su conducto y se la clavé con energía (y sin escrúpulos,  porque así lo había visto actuar con su chico). Bramó y me mantuve firme. Mientras bombeaba buscó consuelo alcanzando con la boca la polla de su compinche. Temí que le llegara a morder, pero no hubo gritos y el gordito seguía afanoso sujetándolo y mamándosela. A punto de correrme, salí y arranqué el condón, pues me daba morbo descargar sobre ese dorso velludo. Le extendí la leche y él suspiró aliviado. Se mantuvieron  en posición de 69 con las dos pollas duras de nuevo. Observé relajado cómo acababan sorbiendo la leche uno del otro. ¡Qué bonito es el amor…!
 
Les faltaba trabajo pendiente, ya que la jornada no había resultado del todo laborable. Así que quedaron en volver al día siguiente. Al despedirles les dije: “Mañana os enseñaré las fotos y os comeré la polla a los dos”.

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